Los Aonikenk pintaban sus cuerpos por razones estéticas y prácticas, como por ejemplo para protegerse del frío. Así, el rostro se resguardaba del viento helado de la zona austral, con pintura roja y negra.

La pintura era una mezcla de médula de hueso o grasa de guanaco, la que al cocinarse se convertía en materia gelatinosa. A esta sustancia se le agregaban tinturas naturales.

El rojo se obtenía al agregar ocre a la cocción y para obtener el blanco se usaba arcilla feldespática.

Las mujeres, en un sentido más estético, se pintaban la cara con zumo de calafate. Este es el fruto oscuro de un arbusto que tiñe de un azul intenso.

Usaron rústicos telares, probablemente de influencia mapuche, en la confección de fajas de ornamento para cabalgaduras, y probablemente para algunas prendas de vestir y de abrigo.

También manejaron rústicamente la platería llegando a confeccionar botones, hebillas y adornos, fundamentalmente usando el corte, perforación y moldeo.

 

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