Índice Anterior Siguiente Índice | Presentación

Presentación


El pueblo aymara es el ocupante ancestral de los territorios de Bolivia, sur del Perú y norte de Argentina y Chile. Es un pueblo profundamente religioso que se ha regido por los ciclos de la naturaleza y la vida es circular, como el camino del sol: del oriente viene la luz y las lluvias y en el occidente está el ocaso donde se pierden las aguas, el desierto de Atacama. Sus cuentos y leyendas procedentes de sus diferentes pisos ecológicos: altiplano, precordillera, valles y desierto y la ciudad, giran en torno a la reciprocidad y orden andino de las cosas, en el que el ser humano, su entorno y todo lo vivo habitan en armonía y equilibrio.
Los cuentos y canciones denominadas sallqa de los animales, están referidos a los seres que pueblan la naturaleza: el cóndor, el zorro, el quirquincho, el picaflor, la vicuña... Y se da por descontado que todos los animales antes fueron gentes, por ejemplo el cóndor macho se llama Mariano y la hembra María, y se les atribuyen características humanas tales como el engaño, la codicia, la desobediencia.
Todos estos relatos son de origen oral y tienen intenciones pedagógicas de formación regidas por las tres normas de la moral aymara: Ama sulla, ama qulla, ama yuya: No robar, no mentir, no flojear.
La recopilación se ha realizado reuniendo relatos orales recogidos en terreno y textos escritos, producidos en muchos casos en las escuelas y diversos medios de difusión, libros de tradición local, sitios web, concursos, textos de educación intercultural bilingüe, que buscan expresar y preservar la rica cultura del extenso pueblo aymara.
Del mismo modo se pretende desde estas páginas conservar su sentido original y sus posibilidades de contribuir a la enseñanza de las nuevas generaciones.

El Tatu y su Capa de Fiesta
(Mito Aymara de Bolivia, Perú y Chile.)
Las gaviotas andinas se encargaron de llevar la noticia a todos los rincones del Altiplano. Volando de un lado a otro comunicando que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban invitados a una gran fiesta a orillas del lago Titicaca. El lago se alegraba cada vez que esto sucedía, pues sus riberas, a veces tristes, se llenaban de vida con el entusiasmo con que sus vecinos celebraban la ocasión de verse y hablar de los últimos acontecimientos. Cada uno se arreglaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y pieles con los mejores aceites, para que resplandecieran y todos los admiraran. Y entonces se escuchaban murmullos de admiración cuando algún invitado aparecía ataviado con prendas majestuosas y deslumbrantes.
Todo esto lo sabía Tatú el quirquincho, porque en años anteriores había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. Esta vez quería ir mejor que nunca, pues había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía la responsabilidad que esto significaba... El era honrado y digno. Esas habían sido las cualidades tomadas en cuenta al investirlo de este título que tanto lo honraba. Ahora deseaba deslumbrar a todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado al elegirlo.
Todavía faltaban muchos días, pero apenas recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo, elegantísimo, para que todos advirtieran su presencia espectacular. Era famoso como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama fina, a tal punto que se asemejaba a esas maravillosas telarañas suspendidas entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, cuando pasó cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba. Al verlo, le preguntó con curiosidad: “¿Qué haces?”. “No me distraigas, que estoy muy ocupado”, le contestó inquieto el Tatú, pues el zorro le producía cierta desazón. “¿Estás enojado?”, insistió el visitante.  ”¿Porqué habría de estarlo?”, dijo el Tatú. “Entonces dime, ¿qué estás haciendo con tanto afán...?”, replicó curioso el zorro.  “¿No ves que tejo una capa para ponérmela el día de la fiesta en el lago?”, insistió cansado el Tatú. “¿Cómo?”, sonrió el zorro irónicamente: “¿Piensas ir esta noche con eso que todavía no terminas?”. El quirquincho levantó sus ojos, algo miopes, de su trabajo, y con una mirada perdida y angustiosa exclamó: “¿Dijiste hoy en la noche?”. “Por supuesto... En un rato más nos encontraremos todos bailando...”, dijo disimulando la risa el zorro.
¡Qué fatalidad! ¿Cómo pudo haber pasado tan rápido el tiempo? Siempre le ocurría lo mismo... Calculaba mal las horas. Al pobre Tatú se le fue el alma al suelo. Una lágrima rodó por sus mejillas. ¡Tanto prepararse para la ceremonia! Había imaginado tan distinta la fiesta con sus amigos de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan prolijamente iniciado?
El zorro percibió su desesperación, y se alejó riendo entre dientes. Sin proponérselo había encontrado la manera de inquietar a alguien. El Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a la fiesta: ji, ji, ji...
Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le permitieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta.  Finalmente terminó su tejido y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta. Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño: ¡La luna todavía no estaba llena! Y lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente... Un primer pensamiento de furia contra el viejo zorro cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto bajo la luz brillante que caía de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa creerle a quien tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente el zorro no resistía la tentación de andar burlándose de todos... y siempre encontraba alguna víctima. Pero esta vez fue al revés: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució causando gran sensación con su manto nuevo cuando llegó el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.
 

El Cerro Pusiri y el Viejo Andrajoso
(Leyenda de Socoroma)
Había fiesta en el pueblo. En la casa los músicos zampoñeros estaban comiendo cuando llegó un viejo vestido con andrajos. Algunos invitados lo corrieron al tiempo que lo insultaban diciéndole: “¡váyase viejo mocoso!” Los músicos lo defendieron asegurando que todos llegaremos a viejos. Luego lo lavaron con cuidado y lo invitaron a almorzar con ellos. El viejito, antes de entrar a la casa de los músicos, se encontró en el corral con una señora que cargaba una guaguita, y la señora dijo: ay tata,¿kunat jumax ak’am t’ant’apachas sarnaqtasa kawkit purjtasa kunara pasjtamsti tata? (¡Ay tata señor! ¿Por qué andas así tú tan harapiento, tan perdido, qué te pasa, de donde vienes?...).
Por su parte, el cabecilla de la fiesta dijo: “¿Qué quieres viejo inmundo? ¡Váyase de aquí ahorita no más”.
El viejito, una vez que terminó de almorzar dijo: “Me voy... Pero, amigos zampoñeros, váyanse de aquí muy lejos, sin mirar atrás porque algo terrible va a pasar”. Y también se lo comunicó a la señora que cargaba su guaguita. Los músicos y la señora salieron del pueblo y, cuando estaban en lo alto del cerro, miraron hacia el pueblo... Y en un momento se convirtieron en piedra.
Para llegar a Pusiri Collo, hay que caminar más de dos horas y en el pasado los habitantes de Socoroma subían al cerro Pusiri a rogar por sus cosechas y hacer ceremonias, por considerarlo cerro sagrado. Antiguamente se podía ver en las grandes piedras a los músicos con sus zampoñas, y también a la señora y su guaguita.