1.
Los antepasados atacameños
1.1.
Los primeros habitantes y su relación con el ecosistema
andino
Particularmente
en la cuenca del Salar, oasis de Atacama y valle del Loa, que forman parte de un
gran desierto según se afirma el más árido del mundo,
arribaron hace 9.000 a.C. los primeros grupos de familias cazadoras y
recolectoras, que caminando por el altiplano y la alta puna, dominaron desde las
alturas esta tierra que la consideraron suya; ellos fueron los verdaderos
descubridores de la Puna de Atacama y los primeros creadores de lo que
llegará a ser con el tiempo la sociedad atacameña, integrante de
la matriz del centro-sur
andino.
Los
habitantes atacameños del pasado, se relacionaron con el espacio de los
Andes y lo domesticaron a su medida en toda su territorialidad; incluso se sabe
que vivieron en alejados enclaves transandinos y también en algunas
caletas del Pacífico. A partir de estas referencias, no se puede entender
a la sociedad atacameña como muy sedentaria, sino esencialmente
dinámica.
Ellos, son los genuinos pobladores originarios del desierto que actualmente se
localiza al interior de la segunda región de Chile, donde en el pasado no
surgieron grandes ciudades, porque la única posibilidad de domesticar
estos territorios, era a través de la vida en movimientos entre
pequeñas aldeas y “estancias” de pastoreo, lo que junto a las
labores ganaderas, agrícolas, mineras y artesanales, más el
tráfico caravanero con cargas de bienes en sus intercambios, les trajo
una mayor complejidad de vida con mejores éxitos de adaptación. Es
por ello, que luego de la estabilización pecuaria y
agrícola,
la sociedad se desarrolló aquí con distintas
características sociales, culturales y étnicas. Por lo mismo, los
antepasados indígenas entregaron una región más
domesticada, en términos de que los españoles muy poco debieron
agregar, desde el punto de vista de las más indispensables respuestas de
tipo civilizador. La pregunta que deviene de todo este proceso es
¿cómo ocurrió el desenvolvimiento de estos pueblos
circumpuneños,
desde los primeros cazadores al tiempo de la conquista inkaica?.
1.2.
Los cazadores andinos
La
primera ocupación del borde oriental del gran Salar de Atacama y el
río Loa, se localizó en los sectores más altos del
territorio, entre la puna y la prepuna, concentrándose en las cuevas de
San Lorenzo -área de Toconao-, Tuina -área de la bajada de Calama-
y Chulqui -área del río Loa superior-. Ya desde los 7.000 a los
5.500 años a. C., se trasladaban tras las manadas de camélidos
-antiguas vicuñas y
guanacos-.
Así, los primeros cazadores y recolectores de frutos silvestres se
caracterizaron por su trashumancia porque permanentemente se desplazaban entre
los oasis, quebradas intermedias, hasta las playas de los grandes lagos
altoandinos en tiempos de estaciones cálidas, donde la adquisición
de los recursos significaba la práctica de actividades de caza que les
proporcionaba carne, lana y huesos, con los cuales confeccionaban sus
vestimentas y objetos para pervivir. Sus primeros asentamientos propiamente
tales, como las vegas de Tambillo -al sur de San Pedro-, surgen alrededor de
5.500 años a. C., y eran articulados estacionalmente cuando
advenía el frío invernal en las tierras altas. Con el tiempo,
aumentó la población y aparecieron múltiples campamentos
construidos al aire libre en torno a lagos andinos, arroyos intermedios y oasis
piemontanos.
Después
de esos años, comenzó un clima tan seco (4.000-1.000 a. C.) que
incluso los lagos de altura quedaron con sus fondos secos expuestos al Sol. A
causa de la sequía, los cazadores ya no dispusieron de tantas frutas,
plantas y animales silvestres, de modo que varios grupos familiares se
desplazaron hacia pequeños oasis que, como
ecorefugios
con vertientes, pudieron ayudar a superar en parte las sequías, mientras
que otros se trasladaron al Pacífico donde los alimentos del mar no
dependían de la sequía del interior. Otros, se quedaron en varios
ecorefugios del Loa, puesto que allí la crisis no fue tan crucial porque
los ríos -aun cuando sus caudales eran débiles- mantenían
recursos escasos, pero suficientes para sobrevivir. Otros tantos, buscaron
lugares más ricos en la caza de animales -preferentemente
camélidos-, mientras que también hubo recolección con
intensa molienda de alimentos silvestres; vivieron en campamentos localizados en
la juntura del río Salado con el Loa, entre las vegas de Chiuchiu y
principalmente junto a los recursos
paleolacustres
de Puripica. En ese entonces -por los años 3.000 a 2.000 a. C.- en estos
oasis sucedió algo que vino a transformar radicalmente la vida de las
comunidades cazadoras: el pastoralismo; dado que si era posible atrapar y criar
camélidos salvajes, estos gradualmente domesticados podrían ser
más útiles a la sociedad arcaica, terminando en parte con las
agotadoras expediciones de caza muy recurrentes en los tiempos de
sequía.
De
esta manera, las poblaciones pre agropecuarias o antiguas –arcaicas- de
los inicios del 2.000 a. C., alcanzaron en este territorio circumpuneño
un verdadero virtuosismo en sus prácticas de caza y recolección y
desarrollaron, de una manera incipiente, la crianza de llamas y de algunos
cultivos. Lo que vendrá después, será el incremento
expansivo de la vida pastoril junto a una mayor implantación agraria, con
más uso de artesanías -alfarería, metalurgia,
carpintería, textilería, cestería y talabartería-.
Con ello, se multiplicarán las aldeas sedentarias y los desplazamientos a
tierras lejanas, tanto para la provisión de productos, como
también para trasladar los excedentes de la nueva economía
agropecuaria y
artesanal.
Además, entre los 2.000 y 1.500 a. C. gradualmente termina el
régimen de sequía y comienza el retorno de intensas lluvias,
incrementándose la población que recién había
controlado las primeras crianzas de llamas y cultivos hortícolas
-inicios agrícolas-.
1.3.
Los primeros pastores y agricultores
Unos
2.500 años antes de la llegada de los españoles, las redes de
caminos, metalurgia, tejidos, conservación de alimentos, labores de
agricultura, aldeas, ganadería de llamas, medicina vegetal,
artesanías, ya habían sido generadas por la sociedad
atacameña. Esto significó que los procesos económicos y
culturales fueron suficientemente intensos para que las respuestas culturales y
sociales fueran francamente útiles y
duraderas.
Entonces, será el tiempo de los agricultores y pastores de llamas,
quienes producirán sus propios alimentos a partir del año 1.500 a
1.200 a. C. Así, se consolida el consumo de carne de llamas y los
cultivos de pequeñas parcelas en torno a los arroyos y vegas de las
quebradas y oasis de Tulán cerca de Peine, entre aquellos de San Pedro de
Atacama y, en las vegas y suelos del río Loa medio y alto con sus
afluentes.
Se
trata también de una época de extraordinaria movilidad de gentes
que buscaban desde distintos lugares -altiplánicos, selváticos y
circumpuneños-, aquellos ambientes fértiles apoyándose en
el retorno de un régimen más lluvioso en el lado occidental de la
puna, donde se implantaron mejor los cultivos de plantas semitropicales de las
yungas, traídas desde el oriente de los Andes. Estos logros se
incorporaron a la gran experiencia local de los criadores de
llamas.
Estos
pueblos formativos, así llamados Tilocalar, conocían la metalurgia
del cobre y oro, la cacería especializada, la alfarería y
producían muchísimas cuentas de piedras y de conchas del
Pacífico como excedentes, y se distribuyeron desde el Salar de Atacama al
río Loa medio y superior. Durante este tiempo, se inicia la
“formación” de pueblos más avanzados basados en
ganadería de llamas, en la medida que la agricultura de los oasis
comienza gradualmente a aumentar su potencial para lograr un equilibrio entre la
crianza y los cultivos.
1.4.
Los pueblos agrícolas y pastores más avanzados de los oasis de
Atacama y del Loa
Aproximadamente
desde los 400 años a. C. a los 100 años d. C., la población
de pastores intensifica las labores agrarias con técnicas y semillas, y
comienzan ahora la verdadera conquista agraria de los oasis
precordilleranos.
Los
oasis ubicados a baja altura como los de Lasana, Chiu-Chiu, Calama, San Pedro de
Atacama, Peine, Tilomonte, Toconao, ya estaban por este tiempo bajo la primera
ocupación agrícola. La humedad subterránea y los
ríos de los oasis alimentaban los bosques de algarrobos y
chañares, además de la vegetación de matorrales
–brea-, vegas y plantas acuáticas
–totora-,
útiles como alimentos, combustible y materias para confeccionar objetos.
Los ríos San Pedro de Atacama y el Loa, eran -y son- los más
importantes en términos de concentrar mayor población. Ahora, se
trata de producir más para sostener a estos primeros pueblos sedentarios
de los oasis que se multiplicaban en los primeros
ayllos
aislados entre sí.
En
verdad, estos cambios radicales comenzaron a operar a través de las obras
de regadío con el fin de inundar racionalmente los suelos más
adecuados, para convertirlos en
chacras
y huertos orientados a cultivos alimenticios, dando origen a los actuales
ayllus.
Sin duda, este escenario era más favorable para la implantación de
una labor agrícola diversa y dominante, con tiempos de siembra y de
cosecha, en cuyos intervalos se multiplicaron también las labores
artesanales, crianza de animales, fundición de metales, las artes de la
cerámica y textilería. Esto ocurría en las aldeas bien
temperadas con sus muros de adobones y quincha que cobijaron a densas
poblaciones estables, generando también los primeros cementerios
aglomerados. Es el inicio de la Tradición del Desierto o Árida,
establecida en todo los oasis apegados al gran Salar de Atacama.
En
esta época, ya se usan más intensamente las rutas del
tráfico caravanero para el traslado de productos de intercambio y
colonización de recursos distantes, apoyados sobre la base productiva
generada por pueblos bien sedentarios, con especial énfasis en la
producción de bienes de estatus como la metalurgia, artesanías o
bienes para rituales y piezas de piedras semipreciosas.
Se
observa un incremento de la población, de modo que la producción
agrícola más el regadío artificial comienza a ser diversa y
estable. Las artesanías también se diversifican, puesto que se
multiplicaron las ofrendas en cementerios y se elaboraron con más
virtuosismo objetos de huesos, tejidos, maderas, metales y cestería. Por
otro lado, aparecen las primeras tabletas para la inhalación de
alucinógenos, que más tarde se popularizarán en este
territorio.
Durante
el primer milenio, estos pueblos han crecido y ocupado las mejores tierras de
los ríos que bañan los oasis del desierto de Atacama, y recogen
las costumbres como las tradiciones de los pueblos anteriores. Una
población bien identificada en los
ayllus
de San Pedro de Atacama, da cuenta de estos pueblos en Quitor, Sequitor
Oriental, Toconao Oriente, Solor, Tulor y Tchapuchayna.
De
los primeros pueblos formativos avanzados, el campamento de Turi -noreste del
Pukara-
representa bien este periodo (150 a 200 d. C.), donde se conectaban los
caravaneros del Loa medio con el noroeste argentino, que eran grupos muy
similares a aquellos que habitaron los
ayllus
de San Pedro de Atacama entre los
años 100 a 400 años d. C., los cuales también estaban en
contacto con las poblaciones agropecuarias del noroeste argentino.
1.5.
Esplendor de los pueblos de los oasis de Atacama y del Loa
En
los comienzos del milenio, continuó el intenso poblamiento en el valle de
Atacama y en las tierras más fértiles del Loa, reflejado por el
crecimiento de densos asentamientos y cementerios, con ofrendas culturalmente
muy sofisticadas que sugieren una vida aldeana más organizada, con
jerarquías políticas y religiosas. Aquí, el culto a los
muertos es uno de los rituales más significativos. Se enterraban en
cementerios cercanos a las aldeas -no fortificadas-, emplazadas en proximidad a
los campos de cultivos y arboledas de molles, algarrobos y
chañares.
Se
advierte aquí el surgimiento de una de las etapas culminantes en los
oasis de San Pedro de Atacama, respecto de sus mejores logros agrarios,
pastoriles y artesanales, en especial aquellas elaboradas con materias primas
locales como los tallados en madera, piezas de cobre, aplicaciones de piedras
semipreciosas; todo esto confeccionado con excedentes para ser trasladados a
otras poblaciones que lo requerían.
Un
hecho importante en la constitución histórica y cultural de las
poblaciones circumpuneñas, es la expansión de la cultura Tiwanaku
desde los 400 años d. C. En esta época reconocida como Quitor (400
a 700 d. C.) el régimen de Tiwanaku Clásico -cuyo centro
monumental, religioso y económico, se localizaba cerca de la Paz en
Bolivia- ejerció su influencia en estos oasis con su estilo reconocido en
objetos ofrendados en sepulturas, junto con la cerámica negra pulida
local. Los símbolos sagrados, en especial los escultóricos
provenientes de los templos altiplánicos, ahora son miniaturizados a
través de pequeños objetos vinculados con el uso de
alucinógenos. La representación de chamanes con atuendos y
símbolos muy elaborados, explica la alta complejidad de los rituales y de
la participación comunitaria bajo un culto que combinaba la idiosincrasia
de la cultura San Pedro con los cultos Tiwanaku.
La
conexión planteada entre la ciudad sagrada de Tiwanaku y sus diversos
centros provinciales con los oasis de Atacama, involucró la
intensificación del uso de tabletas para inhalar alucinógenos. La
inhalación de los polvos vegetales –cebil-, provenientes desde las
selvas del oriente del noroeste argentino, les permitió
“entrar” en un mundo mágico-religioso; cosmovisión
conducida por chamanes que acercaban la comunidad a los valores que
representaban los símbolos del felino, llamas, aves y serpientes, entre
los más principales.
Además,
un intenso tráfico de caravanas de llamas con arreadores especializados,
permitió que tanto los excedentes de status y domésticos,
altiplánicos como selváticos y aquellos de Atacama, fueran
redistribuidos, obteniendo ventajas mutuas en términos de alimentos,
artesanías, materias primas y objetos de
status
social y ritual. Por otro lado, se busca una mayor expresión de identidad
y status practicando deformaciones del cráneo, con el uso de tocados y
sombreros, collares de turquesa y malaquita.
Otras
caravanas con artesanías provenían del noreste argentino, como
aquellas de los pueblos Isla y Aguada, situación que señala que
los oasis de Atacama permanecieron abiertos a contactos con otros pueblos
andinos cercanos, con el fin de establecer relaciones interétnicas. Estas
conexiones parecen haber sido importantes, puesto que era muy frecuente el uso
de conchas de caracoles de agua dulce de las tierras bajas de Bolivia y
Argentina, probablemente vinculadas como depósitos de sustancias
alucinógenas y pinturas rituales. Es probable también, que estos
alucinógenos, que con tanta intensidad se usaron en estos oasis, se
trasportaran de un territorio a otro, con ventajas para todas las
“naciones” que participaban de estas redes de relaciones de
intercambio y arreglos políticos tras la ocupación directa del
espacio productivo pactado entre las elites.
Los
pueblos de Atacama más que los del Loa, fueron percibidos como
territorios importantes para el régimen Tiwanaku, porque el
establecimiento de alianzas entre las autoridades locales y aquellos de los
centros Tiwanaku del altiplano nuclear y meridional, permitió sustentar
una red de caravanas que vinculaba los intereses socioeconómicos tanto
externos como de las elites locales.
En
los
ayllus
de San Pedro de Atacama, claramente se encontraba el poder político y
religioso más importante de todos los oasis atacameños en su
conjunto -alrededor del 400 a 900 d. C.-. Al parecer, todo indica que se
establecieron alianzas políticas y religiosas entre los señores
del culto altiplánico de Tiwanaku con los señores de la
“elite” de los
ayllus
de San Pedro de Atacama.
Desde
hace tiempo que el poderío económico y cultural de los pueblos del
Valle de Atacama, se sustentaba en el tráfico de productos de prestigio
como objetos de metal, mineral de cobre, conchas del Pacífico y otros,
que esta vez eran intercambiados con la elite Tiwanaku. No existían
colonos altiplánicos de este régimen trabajando aquí para
sus señores; los atacameños lo hacían mejor en su medida y
sabían trasladar estas riquezas hacia otros pueblos andinos.
El
carácter culminante de estos pueblos de Atacama y del Loa, se reconoce a
raíz de la amplia distribución de su cerámica típica
negra pulida, registrada desde los asentamientos trasandinos hasta el litoral
del Pacífico. La presencia de estos tiestos negros pulidos
clásicos en el extremo sur de Bolivia, en varios oasis del noroeste
argentino, en la costa del desierto de Atacama, así como sus platos
bicolores negro-rojo hallados en Taltal, señalan sin duda alguna, que
durante esta época la cultura San Pedro estaba muy conectada con
caravaneros que se desplazaban entre asentamientos trasandinos de oasis y
costeros.
Los
pueblos locales -principalmente los de Atacama- siguieron bajo la influencia de
Tiwanaku -por la etapa llamada Coyo entre los 700 a 1.200 años d. C.-.
Al final de esta etapa, cuando aún se detectan objetos con
decoración Tiwanaku, la cerámica “casi pulida”
desaparece gradualmente entre las ofrendas funerarias. Sin embargo, se
identifica una mayor integración cultural local, configurando una
identidad étnica muy marcada y diferenciada del resto de los pueblos de
la región. Tal vez la conexión con el altiplano nuclear de
Tiwanaku, creó las bases para un mayor desarrollo interno. En efecto,
dentro del área centro-sur, la cultura y culto de mayor magnitud fue la
de Tiwanaku, que articuló el altiplano, sus yungas, ciertos valles que
bajan al Pacífico entre el norte de lo que hoy corresponde a Chile y el
sur peruano, incluyendo los oasis del Valle de Atacama a raíz de su
prestigio cultural, político y económico.
Los
trabajos metalúrgicos de tradición local realizados entre los
pueblos de Atacama y del Loa, se perfeccionaron considerablemente en esta
época, puesto que existía un notable control y mayor labor sobre
las minas de cobre de la región. Al respecto se ha asegurado que a
raíz de los vínculos con Tiwanaku, se exportaban objetos de cobre
hacia el altiplano central. El descubrimiento de un minero datado por los
500-600 años d. C., en una galería soterrada de Chuquicamata
-encontrado allí cuando se iniciaron las labores modernas-, confirma esta
antigua especialización de oficios.
Está
claro que el mayor impacto de estos contactos extraterritoriales, se produjo con
los pueblos Tiwanaku y, en menor escala con aquellos del norte argentino. Al
tanto que se incrementaron diversos oficios, aumentó la jerarquía
de los líderes locales, y se amplió la sociedad: agricultores,
pastores, artesanos, constructores, mineros, caravaneros traficantes,
colaboradores del culto y jóvenes formados en las labores productivas.
Con ello, no sería extraño aceptar que esta incipiente y
pequeña “nación” comienza, aproximadamente en los 900
años d. C., a configurar gradualmente una identidad étnica y
territorial, con personajes que administraban el culto y la circulación
de la riqueza regional. A lo menos, hay tumbas con ofrendas tan complejas que
sugieren que ya se había consolidado un estamento dirigente de alto
prestigio, bajo la cobertura ideológica de los símbolos de
Tiwanaku y de aquellos propios de la identidad local o
atacameña.
Estos
dignatarios organizaban la ideología y la productividad de la
región, basada en el tráfico de recursos con caravanas de llamas
adecuadas a los traslados de larga distancia. En este sentido, los oasis de San
Pedro de Atacama y del Loa, lograron centralizar y configurar un verdadero
núcleo de gentes y cargas que se desplazaban desde la costa hasta las
tierras trasandinas y viceversa.
1.6.
Los señores y pueblos de los oasis piemontanos a la espera de los inkas
(900 -1.450 d. C.)
En
un tiempo entre las influencias Tiwanaku e Inka, se constituyó la
“nación atacameña”, rodeada de aspectos culturales
comunes. Alrededor del año 1.000 d. C., reiteradas sequías en el
área andina provocaron un fuerte impacto que concluyó con la
pérdida del dominio ideológico Tiwanaku en el Titicaca y espacios
conectados; de este modo, se abren paso los emergentes señoríos de
los así llamados Desarrollos Regionales. En este período se
distinguen dos tradiciones culturales, la Tradición Altiplánica
-poblaciones del Loa superior de raigambre claramente altiplánica- y de
Tierras Áridas -poblaciones de Cuenca del Salar de
Atacama-.
En la Puna de Atacama, especialmente en los pueblos de Toconce y Ayquina se
distingue la existencia de una ocupación altiplánica, la que
podría corresponder a comunidades del sur y norte de Lípez,
provenientes de la provincia de Potosí. Por otra parte, las poblaciones
del valle de Atacama y entre los arroyos aledaños junto al gran Salar,
dan cuenta de una continuidad de matriz cultural de tradición de Tierras
Áridas.
Es
el tiempo en que comienza a configurarse la identidad de la nación
atacameña, desde los 900 años d. C., sustentada con las
autoridades locales y poblaciones arraigadas entre los ríos de Atacama y
el Loa. Los vestigios más conocidos son los enormes
pukaras
o fortalezas en colinas estratégicas localizadas en los oasis de Quitor,
Chiu-Chiu, Lasana, Turi y Topayin, rodeadas de aldeas abiertas ubicadas junto a
los ríos donde viven y laboran los agricultores. Tal como se
mencionó más atrás, un periodo de máxima aridez en
el área del centro religioso de Tiwanaku afectó su poder
agrícola y con ello se desarticuló esa inmensa red de
tráfico de larga distancia que lo sustentaba y, por cierto también
su influencia religiosa. Comienza a definirse entonces, una mayor
autonomía regional, política y religiosa, precisamente en los
umbrales de la expansión inka y española.
Mientras
que el Señorío de Atacama representa bien al estilo de
ocupación de los oasis cálidos con su cabecera en Quitor y en las
quebradas medias con ganadería y cultivos, el de Lasana desde los 800
años d. C. hasta el contacto inka fue otro centro poblacional importante
en el río Loa medio, orientado a las labores agrícolas y mineras
con un mayor espacio útil en los fondos de valles junto a ingenios
hidráulicos de canalización.
Los
caravaneros atacameños de esta última época, traficaban sus
productos con las etnias del altiplano meridional y con las comunidades del
noreste argentino, activando las prácticas de colonización e
intercambio, lo cual implicó ventajas económicas recíprocas
entre las autoridades de diferentes Señoríos, a través de
alianzas políticas. Así, los Señoríos de Atacama y
del Loa coexistieron con pueblos altiplánicos instalados en sus enclaves
más periféricos y con otros que radicaban en el Altiplano
Meridional -sur de Bolivia-.
Es
probable que estos grupos ejemplifiquen la llegada de agropastores
altiplánicos pactada entre los Señores de los Oasis y aquellos de
los “reinos” aymaras de la región de Kollao, Pakajes y
Lípez. Estos pastores altiplánicos, en especial los del vecino
“reino” Mallku, se instalaron en el río Loa y sus afluentes
como el río Salado, donde mantuvieron contactos y residencias cerca de
las aldeas, observándose su cerámica en aldeas tan cercanas al
litoral como en el caso de Quillagua, en plena convivencia con los pueblos
Atacameños. En verdad, las relaciones con los pueblos Mallku del
altiplano limítrofe de Bolivia fueron evidentes, puesto que compartieron
su cerámica altiplánica en un ir y venir caravanero, que
unía por esta época a los oasis atacameños con los pueblos
pastoralistas de las etnias Chichas y de Lípez, al punto que cuando
llegaron los primeros españoles, se vieron a Atacamas y Lípez
llevando juntos recuas de llamas hacia Potosí. Igualmente mientras en los
oasis del Loa, Chiuchiu, Calama y San Pedro de Atacama existían densos
cementerios y complejos asentamientos posteriores a Tiwanaku, sólo
escasos grupos de colonos altiplánicos estaban instalados en sectores
bajos y periféricos. Sin embargo, en las tierras altas del Loa la
situación fue diferente.
En
efecto, el asentamiento de Toconce ha sido datado con distintas fechas desde los
930 a los 1.077 años d. C. y es probable que haya alcanzado el contacto
con los inkas. Es importante indicar que la presencia de cerámica
altiplánica en esta aldea comprueba la importancia de las migraciones
y/o colonizaciones de los pueblos altiplanos del sur de Bolivia actual con estas
cabeceras de valles occidentales, y tal vez esto explicaría la gran
frecuencia de registros de restos de maíces en estas aldeas, los cuales
serían muy apetecidos por las poblaciones del altiplano sur boliviano,
que por su altura producía de manera limitada.
En
esta época pre inkaica, otra quebrada alta como Caspana demuestra que la
“cohabitaron” gentes con tradiciones distintas y compartidas,
pasando a configurar una población local con identidades nuevas a
través de la articulación de estas Tradiciones Culturales
Altiplánicas con aquella del Desierto o Árida de los Oasis del
Loa. Por otra parte, otros rasgos comunes en
ayllus
como Yaye en el valle de Atacama y en el Loa, dan cuenta de la suma de
tradiciones, incluyendo la influencia de costumbres altiplánicas
ejercidas desde el gran asentamiento de Turi. En efecto, una de las formas
más típicas para el buen manejo de estos recursos de quebradas
altas lo constituye el modelo de estancia ganadera, donde la idea
altiplánica de enterramientos en chullpas fue asimilado por la
población local. Es la estancia aquella unidad que ayer y hoy es la base
de una verdadera ocupación temporal de los espacios forrajeros más
productivos y bien adaptados a tantas tierras altas del Loa y Atacama, donde la
agricultura ya no es posible, por eso que los ambientes de oasis y quebradas
fueron complementarios con la alta puna de orientación
pastoralista.
En
general, todos los pueblos circumpuneños desarrollaron por esta
época una economía de excedentes con incremento de las labores
agrarias, pecuarias, mineras y traslado de productos de estatus y
domésticos desde el Pacífico hasta las selvas orientales.
Radicaban en alturas entre los 2.300 a los 4.000 m sobre el nivel del mar, en
lugares intermedios desde Peine a San Pedro de Atacama, desde Toconce a Lasana,
entre Calama, Chiu-Chiu y Quillagua, tras el acceso a la costa o con acceso
directo a la puna argentina por Tebenquiche, Casabindo, Santa Ana de Abralaite,
San Juan de Mayo y Yavi, hacia el este de la alta Puna. Todos eran pueblos
étnicamente afines traspasados por fronteras “blandas”,
acostumbrados a cohabitar con otros de distintas identidades, a pesar de la
“separación” de la cordillera. Los pueblos de la vertiente
argentina, asociados también a la producción puneña,
sumaron la riqueza de los recursos tropicales y de los ricos bosques orientales
del gran Chaco -tráfico del alucinógeno “cebil”-. De
modo que existía un verdadero pasadizo de tráfico de ida y vuelta
entre los paralelos 22° y 23°, que incluía a asentamientos de
ambos lados de la alta Puna: río Salado, oasis de Atacama, San Juan de
Mayo, Pozuelos, Yavi Chico, cabeceras de la quebrada de Humahuaca,
serranías y bosques de Iruya y Santa Victoria. Otras rutas de
circulación y contactos hacia el nororeste, eran las localidades del
río Salado-San Juan de Mayo- río Tarija-Región Valluna de
Bolivia. Otra cursaba la dirección sureste: Toconao-Huaytiquina-San
Antonio de los Cobres, separándose hacia el valle Calchaquí y
Quebrada del Toro.
Esta
cultura de encuentros y coexistencia con pueblos vecinos, basada en el
establecimiento de arreglos políticos -alianzas-, debe tenerse en mente
para una mejor comprensión de los sucesos posteriores.
1.7. El
dominio inka
La
actual ciudad peruana del Cuzco fue la capital de un gran imperio llamado
Tawantisuyo de carácter panandino, cuyos límites se
extendían desde el Ecuador por el norte, hasta el río Maule por el
sur.
Como
se reseñó más arriba, justo cuando los Señores de
los Oasis y quebradas altas habían configurado sus territorios,
conjuntamente con sus expresiones culturales, arribaron a esta región los
inkas.
Su dominio en Atacama fue más directo de lo esperado, a raíz de
sus intereses en la expansión de la explotación minera, dado que
estos territorios eran y son muy ricos en rocas preciosas y minerales.
“El
viaje del inka habría pasado hasta el río de la Plata, para
dirigirse posteriormente, remontando su curso, hasta Chile, llegando hasta lo
que pareciera ser el valle de Aconcagua. La tradición oral cuenta que,
más adelante, y en la misma expedición, los destacamentos inkaikos
habrían avanzado hacia Copayapu y Atacama,
desde el
sur, conquistando ambos territorios.
Como los de Atacama eran “gente guerrera”, el inka envió
adelante a los de Chile y Copayapu, con quienes tenían contacto e
intercambio.
Una
vez en Atacama, Thupak Inka Yupanqui dividió nuevamente sus tropas en
cuatro partes. Unos salieron por el camino “de los llanos y por costa a
costa de la mar hasta que llegase a la provincia de Arequipa”; otros los
hicieron por los karankas y aullagas; los terceros recorrieron el camino de la
derecha, para que desde Atacama “fuesen a salir a Caxa Vindo y de
allí se viniesen a las provincias de los
chichas.”
En
los oasis de Atacama, los inkas se relacionaron con las autoridades
políticas atacameñas establecidas en los
pukaras.
Luego, construyeron sus principales centros administrativos en Peine, Cartarpe y
Turi, uniendo a los valles de Atacama y los del Loa a través de los
propios caminos ya existentes antes de su conquista. De esta manera, la
ocupación inkaica fue evidentemente política y económica,
ya que se fundamentó en alianzas con las autoridades atacameñas,
las cuales estaban preparadas para este entendimiento, a raíz de la
conducción del tráfico multiétnico que existía desde
antes.
Esta
situación de contacto entre pueblos con culturas diferentes debió
dejar rastros profundos en el modo de vida de la población local, tales
como aspectos políticos, administrativos, económicos y
religiosos.
Hacia
los valles de Atacama, los inkas llegaron para incrementar la producción
minera y agrícola, tal como ocurrió en el oasis alto de Socaire,
en un extraordinario manejo de agricultura con obras de andenerías. Esto
explicaría la construcción del centro administrativo de Peine, con
innumerables bodegas que también parecen contener la producción de
excedentes de carácter agropecuario de las tierras de Socaire, Peine y
Tilomonte, incluyendo las minas de cobre del lugar. En este sentido, las
evidencias del centro administrativo de Catarpe con restos de fundición y
objetos metálicos, también se vincularía con la
concentración de mano de obra atacameña para acumular recursos
agropecuarios y mineros, esta vez cerca de las minas cupríferas de San
Bartolo, Caspana, Abra, etc., en convivencia con los funcionarios inkas.
Para
establecer sus conexiones con el altiplano del sur de Bolivia, construyeron
además, varios tambos y centros religiosos a los pies del volcán
Licancabur; allí pernoctaban las caravanas de paso y acudían como
en una suerte de “romería”, los devotos del culto solar y del
espíritu de la montaña, en determinadas épocas del
año.
Los
inkas administraron las redes viales longitudinales preexistentes, como las
trasversales trascordilleranas vía Ascotan, Licancabur, Chilique, Peine,
etc., puesto que antes de su dominio todos los oasis y quebradas junto con las
regiones vecinas ocupadas por los atacameños y sus aliados, estaban
suficientemente comunicados. Pero, al parecer no modificaron los buenos
resultados del trabajo agropecuario, sino que más bien intensificaron las
obras de minería en tanto que mantuvieron la riqueza móvil del
tráfico interregional de bienes de status hacia los centros
administrativos del altiplano y el Cuzco.
Se
sabe que el ejército español derrotó al inkaico, de modo
que todas las naciones andinas del sur quedaron atrapadas en una tensa vigilia,
a la espera de un invasor extraño e inesperado. Ahora los
chasquis
o mensajeros inkas y aquellos de las propias naciones andinas del sur,
comenzaban a difundir órdenes y rumores: la guerra antiespañola
debía sostenerse donde fuese posible. El encuentro de dos mundos
distintos y distantes estaba avanzando de norte a sur, de una manera
irreversible. Los Señores de los oasis de Atacama y del Loa, si bien
pudieron integrarse al Tawantinsuyo, ahora perderían su autonomía
al interior del régimen absolutista de los europeos.
Los antecedentes arqueológicos que se presentan en esta parte, se
encuentran disponibles en: Núñez, Lautaro. “Breve Historia
de los Pueblos Atacameños”. Documento de Trabajo Nº 59.
Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato. San Pedro de Atacama.
2002. En el documento citado, también se encuentran disponibles vastas
referencias bibliográficas en relación con las fuentes
arqueológicas prehispánicas.
Los pueblos circumpuneños son todos aquellos que se ubican en la puna de
Atacama o en su contorno inmediato, por lo mismo involucra a ocupaciones humanas
del norte de Argentina y la segunda región de Chile.
Fue tal el impacto del surgimiento de este nuevo modo de vida, que en Puripica y
Kalina (Loa) surgió el culto de un nuevo animal doméstico
“creado” por los experimentos de crianza a cargo de los cazadores
arcaicos: la llama. Seguramente también, se inician los primeros cultos
relacionados con la reproducción de ganado, que dicho sea de paso,
será el mayor productor de carne y lana conocido en todos los Andes
sureños. (Núñez, Lautaro. Breve historia... Op. cit.: 7,
9).
Acta. Sesión del 30 de abril de 2001. Documento de Trabajo Interno. Op.
cit.