LA
VIVIENDA ARAUCANA
Los viajeros
que visitan la Araucanía aumentan anualmente. Unos investigadores de
profesión: naturalistas, etnólogos o artistas vienen del
extranjero enviados por sus gobiernos o por grandes instituciones
científicas a estudiar las costumbres de los araucanos y colectar
material etnológico; otros son simples turistas deseosos de contemplar
nuevas bellezas naturales, de sorprender a los indígenas en su ambiente
habitual, de penetrar al interior de las rucas, de llevarse alguna prenda como
recuerdo o cuando menos una fotografía de la vivienda. Unos y otros
tropiezan con serias dificultades para lograr el objeto de sus deseos. Los
araucanos tantas veces engañados con falsas promesas son extremadamente
reservados con los forasteros. En cambio con las personas conocidas y las que
saben ganar su confianza son comunicativos. Entre ellos los hay que saben
relatar en forma clara y concisa sus costumbres
actuales y pasadas y que se prestan gustosos a
informar sobre cuanto se desea conocer.
Durante varios años de
relaciones frecuentes con los indígenas de Temuco y de otras regiones de
Araucanía he obtenido numerosos datos sobre la vivienda araucana y la
técnica de su fabricación. Al mismo tiempo he estudiado con
atención el mobiliario y los diversos objetos contenidos en ella. Las
rucas araucanas encierran una multitud de artefactos usuales confeccionados por
los mismos indígenas y utilizados en las distintas ocupaciones de su vida
diaria. Estos objetos con la técnica de su fabricación son
documentos de valor para el mejor conocimiento de las artes manuales de este
pueblo y hasta cierto punto para aclarar sus afinidades raciales.
Para ampliar las investigaciones practicadas en Temuco he visitado
los grandes centros de población indígena de Araucanía. En
Boroa asistí a los preparativos de la gran concentración anual de
Navidad y entré en relaciones con indígenas que ocupan una
excelente situación social y económica en la vecindad. Durante
varios días fui amablemente atendido por los Rev. Padres Capuchinos de la
Misión que tanto trabajan por la civilización araucana. De paso
por Imperial y Carahue examiné colecciones particulares y diversos tipos
de rucas. En Puerto Saavedra y Budi recibí la más cordial
hospitalidad de los R. P. Capuchinos Eucario, Odorico y Sebastián y
estuve durante varias temporadas en relación con los mapuches de la
costa. Llegué hasta Puerto Domínguez para adquirir artefactos
regionales y asistir a su confección. El R.
P. Ernesto, misionero capuchino, autor del
estudio etnológico lingüístico más completo sobre los
araucanos me dispensó amistosa acogida por una semana, la cual dedicamos
por entero a investigaciones científicas. En Cunco fui acogido con toda
afabilidad por el R. P. Wolfram y pude recoger buenos datos en algunas rucas.
Tuve oportunidad de hacer tres viajes a las reducciones de
Purén. Lanalhue y Cañete. En Purén las familias Boisier y
Harismendy me colmaron de atenciones y facilitaron mis relaciones con los
indígenas. Amablemente invitado por el señor don Gastón
Etchepare en compañía de mi colega el Profesor H. Ciro Boisier
tuvimos las mayores comodidades para efectuar importantes estudios
biológicos con la colaboración constante y entusiasta del
propietario de la hacienda Lanalhue. Por la Influencia del señor
Etchepare conseguimos preciosas informaciones sobre las costumbres regionales de
los mapuches.
Con el Dr.
Samuel Lothrop y señora, enviados del Indian Museum de Nueva York,
recorrí en Diciembre de 1929 y Enero de 1930 los centros de
población indígena más interesantes de Araucanía,
con el fin de reunir una colección tan completa como fuera posible de
objetos fabricados por los araucanos y representativos de su cultura. Esta jira
directamente encaminada a descubrir y adquirir artículos de todas clases
para el museo Nueva York me permitió completar los datos anteriormente
recogidos. Otras útiles informaciones he obtenido al acompañar al
eminente escultor austríaco Carl Gelles venido especialmente de Buenos
Aires a Temuco para observar los rasgos fisionómicos de los araucanos. He
procurado asistir a la confección de los artefactos araucanos y darme
cuenta de cómo los usan los indígenas. Numerosos grabados y
fotografías tomados durante los trabajos reproducen a los objetos en una
etapa de su fabricación y a los fabricantes en acción o a lo
mapuches en las actitudes adoptadas al usarlos.
El
observador recibe de su primer contacto con los araucanos una impresión
poco favorable. Sin embargo, con un estudio más atento y prolongado, esta
primera impresión se desvanece conforme se va descubriendo en ellos las
virtudes que sirven de norma habitual a su conducta, la hospitalidad, la
justicia, la lealtad, la fuerza, dignidad y elevación moral, la sagacidad
y el espíritu práctico para resolver sencillamente los problemas
esenciales de la existencia.
Se hubiera deseado que su
incorporación a nuestra civilización fuera más
rápida. Por la lentitud con la cual han adoptado nuestras costumbres se
los ha calificado de refractarios a la acción civilizadora ejercida en
medio de ellos por varias instituciones beneméritas. En una obra de esta
naturaleza es difícil conseguir resultados inmediatos. La
pacificación de Araucanía terminó hace apenas medio siglo.
Viven todavía muchos mapuches que participaron en las batallas y malones
de entonces. Estos hombres de veinte, treinta años y más no
podían cambiar bruscamente su modo de vivir. Se habían criado como
pastores y cazadores, con vastas extensiones de terreno y numerosos
rebaños. Hoy recuerdan aquel tiempo como una edad de oro desaparecida.
Las vejaciones que tuvieron que sufrir de los conquistadores, y los
engaños de algunos colonos han retardado la obra civilizadora emprendida
por el gobierno de Chile.
La diferencia
de mentalidad entre los araucanos y sus civilizadores, la falta de
compresión recíproca dificultan la solución del problema
araucano. Los antiguos indígenas se limitaron a ocupar la tierra y se
llamaron a sí mismos mapuches o gente de la tierra, pero nunca pensaron
en adueñarse del suelo. Así como el aire, el agua, la luz y el
calor del sol, la tierra era considerada, como un bien común puesto a la
disposición de todos por el Nguene mapu, dominador de la tierra, su
creador y dueño. Esta idea de considerar el suelo como bien común
les acarreó serias desaveniencias a la llegada de los conquistadores y
colonos que se establecieron en terrenos de su propiedad exclusiva. El derecho
de propiedad no era, sin embargo, desconocido de los araucanos. Desde
pequeños poseen todos algunos animales y objetos de uso común
obsequiados por sus padres y de los cuales pueden disponer libremente cuando se
hallan en edad de gobernarse por sí mismos.
Se han
levantado tres cargos de gravedad en contra de los araucanos. Se dice que son
degenerados por el alcohol, ociosos y ladrones. Estas acusaciones son
exageradas. Los araucanos se embriagan ocasionalmente, pero no habitualmente.
Con motivo de sus grandes fiestas o cuando van al pueblo beben con exceso. En
este último caso personas mal intencionadas no faltan para hacerlos tomar
con el propósito de robarles más fácilmente. Si algunos lo
pasan ociosos en sus rucas con frecuencia les hace falta el terreno donde
trabajar. En ciertas reducciones los araucanos no tienen una hectárea de
suelo por persona. En estas condiciones la vida es poco menos que imposible. Los
que tienen mayores extensiones dejan una parte inculta para sus rebaños
de ovejas y bueyes. En los bajos y depresiones conservan las quilas y los
matorrales para abrigarlos contra el mal tiempo y alimentarlos durante el
invierno. Las extensiones de bosques les prestan igualmente buenas utilidades.
De ahí sacan los materiales para sus construcciones y la leña para
la venta o el consumo. Estos terrenos incultos los hacen considerar como ociosos
cuando en realidad su conservación es una prudente medida muy
benéfica para ellos.
Los araucanos
roban en caso de necesidad, para alimentar, vestir o calentar a los miembros de
su familia, pero no son profesionales del robo, Son más frecuentemente
víctimas que autores de robos. Estrechados cada día más en
sus exiguas reducciones, luchan estoicamente contra el hambre y los explotadores
esperando días mejores. Tienen una fe inquebrantable en las promesas que
se les hacen de mejorar su situación aún cuando sean de
realización imposible. Se creen con derechos inalienables para ocupar el
suelo que los ha visto nacer y que sus antepasados han defendido durante varios
siglos con tanto valor.
Los araucanos no constituyen ya una raza
pura. Casi todos son mestizos con una proporción mayor o menor de sangre
europea. En una jira por las reducciones de Temuco el señor Carl Gelles
me manifestó repetidas veces su escepticismo sobre la pureza de raza en
los ancianos que le presentaba. Reconocía en todos rasgos
fisonómicos característicos de los europeos. Le hice notar las
pocas
probabilidades
que estos mapuches de Temuco. pudiesen tener sangre europea, por haber nacido en
un centro netamente araucano distante de las ciudades fundadas por los
españoles y cerrado a los extranjeros antes de la pacificación.
Pero durante una larga conversación con un anciano e inteligente
araucano, que tuvo una brillante actuación durante la fundación de
Temuco, conseguimos la explicación de este fenómeno. El
señor Gelles hallaba la fisonomía de este individuo más
bien europea que araucana; atendiendo especialmente a la forma de la nariz, a la
de los pómulos, al color de la piel y al del iris de los ojos. El anciano
nos habló de sus viajes a Santiago y a la Argentina, de las batallas en
que había tomado parte, del valor de los mocetones de su tierra y de los
malones que sus antepasados habían dado. Su abuelo, cacique de Temuco, se
fue con sus mocetones a caballo hasta la ciudad de Chillán para dar un
malón y traer cautivas. De noche dieron el asalto v trajeron en ancas a
doce jóvenes españolas o chilenas. Es así, nos dijo, como
mi abuela era española de buena familia. Nos afirmó que casi todos
los caciques de la región emprendían viajes semejantes para
capturar cautivas, sea a las ciudades del norte, sea a las incluídas en
territorio araucano. No deja de llamar la atención un viaje de Temuco a
Chillan, ciudades separadas por una distancia de trescientos kilómetros,
con el solo propósito de traer cautivas.
En
esta mezcla de raza, las costumbres de los araucanos no se han alterado tanto
como su estructura física, los caracteres etnológicos han
perdurado más que los antropológicos. Los cautivos y cautivas
presionados por el nuevo ambiente tuvieron que abandonar sus costumbres y
adoptar los usos de los araucanos sin influir mucho en las prácticas de
estos.
Fig.
2. Grupo de araucanos.
Fig.
3. Una ruca cuadrangular.
Fig.
4. Ruca de Lumaco.
La
Ruca
Los araucanos
no llegaron a formar ciudades y aldeas. Sus habitaciones se hallan esparcidas
por el territorio a poca distancia unas de otras. Las edifican en las lomas, a
proximidad de los esteros, algo retirada de los caminos públicos, de
manera que puedan ver a sus vecinos y presentarse mutuamente pronto auxilio en
caso de necesidad. La situación elevada de la vivienda les permite
vigilar las siembras, los ganados y la llegada de los forasteros. Varios perros
bravos y hambrientos las defienden y salen al encuentro de los desconocidos que
se aproximan y los mantienen a distancia hasta la llegada de los moradores.
Estos reciben a sus amigos y compatriotas con afabilidad, los saludan
largamente, los invitan a entrar, y a sentarse en el mejor asiento; les
preguntan por todos los miembros de su familia y les preparan algo para comer.
En cuanto a los forasteros los saludan con reserva y acogen con cierta
desconfianza. Se informan del motivo de su visita, contestan sus preguntas con
respuestas evasivas y terminan con ellos en pocas palabras. Pocas veces los
invitan a entrar y sentarse por temor a las preguntas indiscretas. Toman
especiales precauciones con los visitantes que llevan máquinas
fotográficas. No quieren que se les retrate, sea por hallarse mal
vestidos, sea por no perder el alma y la vida que la máquina les
podría arrebatar. No permiten tampoco tomar fotografías de sus
rucas sin pagar, por considerar que el fotógrafo realiza un negocio
productivo al sacar una vista o que hace propaganda en contra de ellos en
Santiago. Un excelente medio para vencer su oposición y conseguir
fotografías instructivas consiste en mostrarles retratos de
indígenas influyentes, conocidos suyos que se han prestado gustosos a que
se les retrate.
Después de varias visitas para saludarlos y
conocerlos, después de comprarles algunos objetos, de obsequiarles
cigarrillos, de regalar algunas golosinas a sus hijos, de conversar con ellos
acerca de la propiedad indígena y de manifestarles interés por su
situación, se gana su confianza. El dueño de la ruca invita a
entrar, la mujer presenta el mejor asiento, la conversación se entabla
sobre las tradiciones de la raza, sobre las costumbres actuales, los trabajos
habituales y la técnica especial de las diversas profesiones.
Las
rucas son habitaciones sencillas, ordinariamente de base rectangular, de
costados verticales hasta una altura de uno a dos metros y de techo en plano
más o menos inclinado. Los araucanos la confeccionan con materiales de
sostén macizos trabados en armazón y con otros más livianos
de relleno: paja de gramíneas, tallos de ciperáceas y
juncáceas. Tienen una o dos puertas, pero carecen de ventana. La ruca
primitiva de base circular y de forma cónica, hoy día
probablemente desaparecida, se ha ido transformando paulatinamente hasta llegar
a la forma rectangular actual. Existen varias formas de transición que
representan las etapas de esta lenta evolución: las de base
elípticas cuyo techo llega en plano inclinado hasta el suelo en toda la
superficie, y las de base idéntica con los costados levantados
verticalmente para recibir el techo a cierta altura, las poligonales con dos
costados alargados y paralelos y las extremidades en semi hexágono cuyo
techo desciende oblicuamente sin alcanzar hasta el suelo, las truncadas en U,
las rectangulares forradas totalmente con paja y las de misma forma con el techo
de paja y los costados forrados con tablas aserradas. Estas últimas
marcan un progreso sobre las anteriores y conducen a las modernas habitaciones
de los araucanos acomodados, techadas con zinc y fierro galvanizado y parecidas
a las casas del campo de los chilenos.
Las
rucas cubiertas enteramente con paja son muy abrigadoras. Los mapuches las
prefieren a las casas de madera techadas con zinc y acontece que siguen alojando
en las primitivas mientras destinan las modernas para guardar sus maquinarias,
sus herramientas y sus animales.
La orientación de las rucas
no es constante: unas se hallan dispuestas longitudinalmente de sur a norte con
la puerta de entrada en una de las extremidades y otras, en mayor número,
de este a oeste con la puerta de preferencia hacia el oriente, pero en muchas
reducciones no faltan otras en posiciones intermediarias. Las dimensiones de las
habitaciones varían según las regiones, la fortuna de los
dueños y el número de personas que viven en ellas. Las mayores
miden de doce a quince metros de largo por siete a diez de ancho y unos cuatro a
seis de alto.
Desde
el interior se ve la armazón de postes, vigas, soleras, tijerales y
amarras correspondientes.
Los araucanos
distinguen varias partes en la ruca y señalan cada una por su nombre
respectivo: llaman «trafruca» los costados verticales que hacen el
oficio de paredes y «mellafma» el techo en atención a su forma
aplastada. El «huenuruca» corresponde al cielo de nuestras
habitaciones y el «ullolunruca» a las aberturas superiores por las
cuales se escapa el humo, denominadas también «tripay huenruca»
en Maquehua. Al entrar en la ruca por el «hulñinruca» o puerta
se ven alineados en medio los horcones o «mequefruca», gruesos postes
cuadrangulares que sostienen el «cuicuipangui» o cumbrera. Los
«añañel» postes de la periferie, piezas de resistencia
del trafruca, plantados a varios pasos de distancia llegan a una altura uniforme
y sostienen los «cuicui» o soleras laterales, así llamadas por
imitar a un puente de madera sostenido por troncos. Desde el cuicuipangui o
cumbrera hasta el cuicui se inclinan paralelamente las taras o tijerales. Los
«huileill», ramas despojadas de reñi (Chusquea cumingii)
están tendidas atravesadas encima de los tijerales para sostener la paja.
Amarran las taras encima de los
cuicui
y los huimeill sobre sus soportes con «mau», sogas de «reme»
(Juncus Dombeyanus y J. planifolius). Las amarras reciben también los
nombres de «mequef», «trarili» y «zef». Ciertos
araucanos de Maquehua llaman «cupencall» a las soleras y
«lion» a los tijerales. Los de Boroa dan el nombre de caquemell a los
costados. Si estos últimos alcanzan una elevación de un metro tres
cuartos a dos, varios «pizeliel» o vigas transversales los unen y
existe entonces un «pideil» o segundo piso donde guardan los
«huertrünhua” o atados de maíz, el «trapi» o
ají, los «quelhuí» o porotos en matas y otras
provisiones.
Para
techar y forrar los costados usan tallos de gramíneas como la
«linquena» (Hierochloa altissima) conocida vulgarmente con el nombre
de ratonera, el «moll» (Cortaderia argentea), en ciertos casos el
coiron (Andropogon argenteus), algunas ciperáceas y juncáceas: la
cortadera, en araucano «trome» (Cyperus vegetus), el «reme»
(Juncus procesurus J. Dombeyanus y J. planifolius), el «huen» (Typha
angustifolia). Todas estas plantas les sirven, además, en la
confección de esteras y canastos de diversas formas.
En medio de la
habitación se halla el «kutralhue» o lugar donde encienden el
fuego. El «fitrún» o humo se esparce por el interior y cubre el
«pideil» y «huenuruca» de una espesa capa de hollín y
sale por los «ullolunruca» aberturas situadas en lo alto del techo,
una a cada extremidad del cuicuipangui. En torno del kutral o fuego aparecen
varios «huancu» asientos de madera de una sola pieza y parecidos a
pequeñas bancas de las cuales han sacado su nombre. El mobiliario de la
ruca, así como su ubicación, varían poco. Se puede indicar
el puesto habitual de ciertos muebles y objetos comunes. Cerca de la puerta de
entrada se levanta el huitral o telar. La luz llega abundante a la tejedora en
este sitio. Allegados a los costados se hallan los «nectantu» o camas,
los cajones para guardar ropa o provisiones, unos cuantos barriles para
conservar el trigo o el maíz. Esparcidos por el suelo sin orden
determinado, aparecen el «cusí» y «ñuncusi» o
piedra de moler, el «tranatrapihue» o mortero para la sal y el
ají, los cántaros y ollas de greda, mencuhe, metahue, lupe,
algunos canastos, quelco, chaihue y llepu, grandes bateas y palanganas de
madera. Del techo y de las vigas cuelgan bolsas de cuero: tralque, ñilla
vaca, trontron y llafan, el cernidor o tcheda, el cultrun, la trutruca, los
utensilios de madera, el rali, los refuhes, el cupelhue o cuna de los
niños, el chihue, aparato destinado a las gallinas. De los quilpaihue o
ganchos de madera penden las riendas, los estribos y las monturas. Otros objetos
menudos están clavados al interior del techo o colocados encima de las
vigas, el coliu cargado de lana, el aspahue con madejas de hilo, el maichihue y
el coipu, herramientas para trabajar la madera. Los artículos de valor,
los recuerdos y los adornos están guardados en saquitos de cuero o en
baúles de madera.
El
interior de algunas rucas está dividido en «catruntucu» o
piezas por los «raqraquel» tabiques confeccionados con varilla de
colihue. Las piezas de mayores dimensiones reciben el nombre de
«llisuca» en Boroa mientras se reserva a las simples alcobas el de
«catruntucu». En estas habitaciones interiores viven con su ajuar
algunos parientes o amigos íntimos del dueño.
Los antiguos
araucanos solían pedir la ayuda de sus amigos cuando edificaban una ruca.
Estos venían numerosos y prestaban gratuitamente sus servicios. En
cambio, el dueño los atendía con abundante
comida y bebida. Consideraban estos trabajos en
común como un día de fiesta, el «rucan» o
«quepeln». La costumbre no ha desaparecido completamente. Los
indígenas pudientes y tradicionalistas la han conservado. Los
demás se valen solamente de los miembros de su familia y proceden por
etapas por un período de varias semanas.
Con
anticipación los constructores preparan los materiales. Cortan los
árboles destinados a formar la armazón. De preferencia escogen el
pellín (Nothofagus obliqua) para fabricar los horcones centrales y los
postes laterales. Esta madera pesada y resistente, difícilmente atacada
por xilófagos se conserva bien enterrada. Con hacha labran los troncos,
los dejan cuadrangulares, del largo conveniente y con un sacado en una
extremidad para alojar los cuicui. Labran igualmente estos últimos o
emplean directamente tallos de hualles y otras especies. Para cuicui pangui o
cumbrera eligen un largo tronco de canelo o foigue (Drymis Winteri) su
árbol sagrado cuya madera se endurece con el calor y la acción
prolongada del humo. Descartan en cuanto pueden de la armazón de sus
habitaciones la pitra (Eugenia pitra) que fácilmente se agusana y dura
pocos años. Preparan, además, varias docenas de taras, tijerales
cilindricos aplicados por la extremidad delgada sobre el cuicuipangui o cumbrera
y por la gruesa encima de los cuicui o soleras y amarrados con sogas.
Mientras algunos indígenas se
dedican a estas tareas pesadas, otros arrancan en los bosques vecinos
enredaderas para amarrar las piezas de la armazón y la paja encima de
éstas. Como amarras emplean el voqui blanco (Cissus striata, Lardizabala
biternata), el copihue (Lapageria rosea) y ramas delgadas de Proustia pyrifolia.
Los tallos volubles de estas especies alcanzan a gran altura y son abundantes en
todas las selvas vírgenes. Utilizan también cuerdas de reme o
junquillo (Juncus planifolius y J. Dombeyanus) conforme van desapareciendo las
selvas. Los indígenas de Maquehua las llaman «zef» y los de las
reducciones del norte «mau».
Para trenzar sogas continuas
con el reme los operarios parten longitudinalmente los tallos en fibras y raspan
la médula. Las dejan secar durante un día o dos y las remojan
antes de trenzarlas para devolverles su flexibilidad. Sujetan entre los dedos de
los pies un manojo de fibras corticales, lo dividen en dos porciones iguales que
tuercen simultáneamente al frotarlas con las palmas de las manos sobre
las rodillas en sentido opuesto. Al aproximar las dos porciones torcidas se
transforman en soga automáticamente. Incluyen nuevas porciones de corteza
fibrosa a la cuerda en formación para hacerla continua. La
fabricación de estas amarras trenzadas ocupa varios operarios por algunos
días. Las sogas de ñocha y chupón (Bromelia) más
finas y resistentes son de elaboración más lenta y poco usadas en
la confección de las rucas. Los indígenas las reservan para la
fabricación de redes y canastos cuya técnica se dará
más adelante.
El
«reñi» o colihue desempeña un importante papel en la
estructura de la ruca. Deshojan sus largos tallos y los tienden por grupos de
dos o tres entre las taras y cruzados sobre éstas de manera que formen
una red rígida corno sostén de la paja. Esta trabazón con
las amarras constituye los «huimeill».
Algunos días antes de
levantar la ruca, los indígenas cortan la ratonera, la cortadera, el
junquillo y el moll necesarios. Exponen estas hierbas al sol durante un par de
días y cuando están medianamente secas las reúnen en
pequeños atados.
La
elección de las plantas importa para la duración de la ruca. Los
techos de moll resisten unos cuatro años, los de reme alcanzan a seis y
los de linquena se conservan hasta veinte años. Esta última
especie preferida de los araucanos para techar, escasea cada vez más con
el cultivo de los campos y se hace necesario el uso de las otras plantas.
Al
edificar sin el concurso de amigos, el dueño de la ruca ayudado por los
suyos corta, labra y acarrea en primer lugar los postes, soleras y tijerales, lo
que exige una semana de trabajo a varias personas. Estas se dedican
después a juntar y arrollar las enredaderas, a trenzar las sogas de reme,
a cortar y deshojar las ramas de colihue. Por fin arrancan o cortan de 10 a 15
carretadas de linquena, de reme o de moll. Con estos materiales reunidos pueden
armar la ruca.
El día señalado para el
«rucan» los invitados llegan temprano y dan principio a la obra con
entusiasmo, capitaneados por un indígena especialmente nombrado por el
dueño. El capitán es siempre un amigo íntimo de
éste, diligente y entendido en la técnica de la ruca. El elegido
distribuye las tareas entre los trabajadores. Excavan con azadones y palas hoyos
de dimensiones apropiadas para plantar los dos o tres horcones centrales. Entre
varios los levantan, acuñan la parte enterrada con piedras y los dejan
bien verticales y de igual altura. Miden el largo y el ancho de la
habitación con largas varillas de colihue y trazan en el suelo con un
palo o una pala las rayas que señalan la periferia. Del mismo modo dejan
marcado el emplazamiento de los añañel
o postes laterales. Cavan los hoyos en los sitios marcados;
plantan los postes cuidando que todos lleguen al mismo nivel, los alinean y
acuñan la base con piedras y tierra comprimida. Alojan las soleras en la
cabeza ahorquillada de los postes, levantan en alto la cumbrera entre muchos y
la afirman sobre los horcones centrales. Aplican las taras oblicuamente de modo
que su extremidad delgada descanse sobre la cumbrera y la más gruesa
sobre las soleras. Las amarran sólidamente con sogas o con un manojo de
voqui, que las mantiene distantes unas de otras y las impide resbalar. En dos o
tres horas los quince o veinte trabajadores levantan toda la armazón,
tarea más pesada que lo restante de la construcción. En
posición horizontal y atravesados sobre las taras disponen los huimeill,
ramas de reñi (Chusques commingii) reunidas por grupos de dos a tres o
más y amarradas con mau, cuerdas de junquillo conocidas también
con los nombres de zef o trenzas de trarili o
ataduras, de mequef o amarras.
Mientras
algunos mocetones distribuyen y atan los huimeill hacia la cumbrera, los otros
empiezan a techar y a forrar los costados con manojos de quena. Desde abajo
colocan los manojos en hileras y yuxtapuestos a lo largo de los costados y en
los extremos y amarran cada uno con mau o voqui contra los huimeill. La segunda
corrida aplicada más arriba cubre la mitad de la anterior y oculta
completamente las ataduras. La tercera cubre también parcialmente la
segunda y así sucesivamente.
Algunos ayudantes menos
experimentados permanecen en tierra para elevar los manojos de quena a los que
se hallan en el techo. Estos últimos los ordenan y los amarran
introduciendo las sogas de reme con largas agujas de colihue, tiradas desde el
interior por algunos jóvenes que se cuelgan de las taras contra el
huenuruca. Los del interior vuelven a pasar la aguja y los de afuera tiran
fuertemente sobre la soga para comprimir la capa de quena.
Para no estorbarse, los operarios se
reparten en los costados y en los extremos de la habitación. El trabajo
progresa rápidamente acompañado por las voces de mando y los
gritos alegres de todos.
Mientras
los invitados se entregan a su dura labor, el dueño y la gente de casa se
preocupan de atenderlos dignamente. Les han fabricado varios chuicos de muday y
de chicha, las mujeres preparan el mote y los jóvenes están
carneando un novillo, algunas ovejas o un caballo y todo estará a punto
cuando acaben de techar.
Tan luego
como está terminada la ruca todos penetran al interior y se enciende
fuego en el medio. Las mujeres ofrecen los asientos, extienden los pellejos, los
lamas y los pontros en los de ciertos indígenas más calificados,
luego sirven la comida; el mote en platos de madera, grandes trozos de carne
asada, que los convidados toman con las manos y desgarran con los dientes. El
dueño hace repartir el muday, la chicha y el tabaco. Llegan individuos
que no han tomado parte en los trabajos de edificación atraídos
sólo por el rucan. El dueño les da buena acogida y les hace
servir. La comida es abundante y
alcanza
para todos. La fiesta se prolonga por la noche con cantos y bailes y termina
sólo cuando se han agotado las provisiones.
Cuando
el dueño y los moradores de la ruca edifican solos, trabajan a rato en la
construcción y se dedican después a sus ocupaciones urgentes.
Demoran una semana o dos en componer la armazón y con frecuencia dejan
pasar una temporada antes de techar. En la región del lago Budi no faltan
rucas que permanecen meses enteros sin techar. La confección del techo
puede también prolongarse por varias semanas. Al terminar la
construcción los habitantes no celebran fiesta especial. El procedimiento
moderno, más lento que el antiguo, es algo más económico
que éste. Con aquel evitan los gastos del rucan bastante subidos.
Los
araucanos adoptan las tablas para cerrar los costados de sus rucas en la
vecindad de los aserraderos y de las ciudades o en los lugares donde faltan la
quena y demás materiales para techar. La compra de tablas y de clavos
eleva el costo de las construcciones. El valor aproximado de una ruca de 10
metros de largo, 6 de ancho y 5 de alto, techada y forrada en los costados con
linquena es de doscientos pesos. Aunque sin ventanas para renovar el aire y
dejar paso a la luz y al sol directo, las condiciones higiénicas de las
rucas aparecen mejores que las de los conventillos de ciertas ciudades. El humo
al escaparse por los ullolunruca, produce un tiraje para la renovación
del aire. La capa interior del hollín contiene productos
antisépticos que producen una desinfección constante. Por fin los
frecuentes lavados y baños de los habitantes y su costumbre de desafiar
las intemperies los mantienen en buena salud.
Fig.
5. Plano esquemático de una ruca en Boroa.
Los
araucanos acomodados construyen casas de madera con techo de zinc y arreglan el
interior con el mobiliario usual de los chilenos. Los hay en Boroa que poseen
excelentes casas de habitación, extensos galpones con máquinas
agrícolas, establos de buena presentación para sus animales, que
manejan su auto, llevan la vida de ricos hacendados y reciben a los forasteros
con gran distinción. Debo mencionar entre otros a los Raiman de la cancha
de Boroa, jóvenes araucanos de buena situación que me recibieron
con muchas atenciones y me impusieron de sus actividades agrícolas y
comerciales dignas de imitación. Cerca de Temuco tengo relaciones con
araucanos que poseen buenas casas de habitación, rodeadas de jardines
bien cercados, con huertas, árboles frutales, caminos sombreados por
alamedas
o plantaciones de pinos. Los
hijos de estos progresistas mapuches se educan en las escuelas primarias y
secundarias de la ciudad. Entre los mayores que ya terminaron sus estudios,
algunos desempeñan el oficio de empleados en las grandes casas de
comercio y ganan sueldos elevados.
El
mobiliario de la ruca
En vano se
buscaría el confort en las rucas araucanas. Los muebles sencillos y
primitivos son fabricados por indígenas entendidos, conocido con el
nombre de «Curiosos», valiéndose de los pocos materiales que
tienen a su alcance. Cada curioso se especializa en la confección de uno
varios objetos a los cuales imprime, según su habilidad, formas
más o menos artísticas.
Se podrían clasificar los
artefactos araucanos atendiendo a los usos que están destinados; sin
embargo tomando en cuenta la técnica de su fabricación, resulta
más fácil dividirlos según la materia que entra en su
formación y estudiar en grupos separados los objetos de piedra, de greda,
de madera, de mimbre, de cuero, de cuerno, de hueso, de crines, de lana y de
metal. Existen algunos utensilios destinados a los mismos usos fabricados con
materiales distintos, lo que se consigue modificando ligeramente las formas y
adoptando una técnica apropiada. Los antiguos araucanos se valieron mucho
de la piedra como materia prima en la confección de sus instrumentos,
antes de saber trabajar los metales. Los actuales la utilizan todavía
para fabricar los tranapihue, cusi y ñumcusi. En diversas rucas conservan
como recuerdos de los tiempos pasados tokicura, maichihuecura, charu, llakai,
pifilca, quitra y llancatos, objetos labrados en piedras y sustituidos hoy por
herramientas, útiles de madera y de greda. El cusí es una piedra
plana de forma rectangular o de contornos redondeados, de cuarenta a cincuenta
centímetros de largo por treinta a cuarenta de ancho y unos diez a quince
de espesor, usada para moler el trigo, el maíz, la cebada, el lino y
diversas semillas y en ciertos casos la sal. El ñumcusi es otra piedra
menor, alargada, algo cilíndrica o prismática o por lo menos con
una cara plana que pueda resbalar ajustadamente sobre el cusi. Los fabricantes
las labran de preferencia en bloques de granito, de lava compacta en las
regiones volcánicas, con piedra molar, andesita y otras piedras planas de
inferior calidad; las labraban antiguamente golpeándolas con otras
piedras más duras y gastaban las puntas salientes e irregularidades de la
cara más plana y ancha por frotamiento prolongado. Actualmente las labran
con ayuda de martillos y cinceles y excavan
ligeramente
la cara más apropiada para moler. Después la riegan con agua para
ablandarla y la frotan con piedras duras para pulirla. El cusi con el
correspondiente ñumcusi son instrumentos indispensables para los
araucanos, se los halla en todas las rucas. No los venden aún cuando los
tengan duplicados salvo en caso de gran necesidad, los compran a los fabricantes
con un cordero y emprenden viajes de uno o varios días a caballo para
traerlas a su domicilio.
Entre
los mapuches de Temuco se van propagando hermosas piedras de moler
cuidadosamente labradas en toda su extensión, provistas de cuatro
patitas, obra de adoquineros chilenos que trabajan en las canteras de Metrenco y
las venden en doce pesos o su equivalente en especies.
Para moler
las mapuches extienden en el suelo un tralque, cuero de oveja destinado a
recibir la harina, conocido también con los nombres de donoll y trekum en
ciertas reducciones. Asientan la piedra en medio del pellejo y acuñan una
de sus extremidades con un palo ahorquillado que la mantiene levantada,
inclinada e inmóvil. Arrodilladas frente al extremo levantado del cusi
con la provisión de trigo a su alcance en un quelco o un cántaro y
el llepu a un lado con algunos puñados de trigo, vestidas solamente con
el chamal y con los brazos desnudos se entregan con entusiasmo varias horas a su
dura labor. Esparcen la semilla para separar la paja y las piedrecitas y
después de un prolijo examen vierten su contenido de a poco sobre el
cusi. Asen con ambas manos el ñumcusi y lo hacen resbalar una y otra vez
con fuerza sobre el cusi aplastando en cada empuje una cortina de granos. Con
repetidas pasadas del ñumcusi contra el cusi reducen el trigo en harina y
cáscaras.
Entonces extraen la paja y
las piedras de nuevas cantidades sobre el llepu y las muelen como las
anteriores.
Acostumbran también tostar los cereales antes de
molerlos, lo que facilita esta última operación y comunica a la
harina un gusto especial. Asientan una olla de greda o de fierro sobre las
brasas, echan al interior unos puñados de arena y encima una
pequeña cantidad de trigo, cebada o lino por tostar. Por su mayor
densidad la arena vuelve al fondo y por su mejor conductibilidad absorbe
más calor que las semillas. Al revolver con un manojo de ramitas el
contenido de la olla los granos se sepultan en la arena caliente o ésta
se filtra en medio de aquéllos y les cede el calor adquirido. Por este
procedimiento, revolviendo continuamente la mezcla, la porción de semilla
se tuesta en forma homogénea. Después de diez minutos queda a
punto la parte calentada. Se la separa de la arena que se reúne en el
fondo de la olla al sacudirla mientras los granos quedan encima. La arena sirve
indefinidamente para tostar nuevas cantidades de semillas. Los chilenos proceden
del mismo modo que los araucanos para preparar la harina tostada.
Los
tranatrapihue o morteros para el ají y los tranachadi o morteros para la
sal existen también en todas las rucas, pero los hay de madera y de
piedra y estos últimos son ya menos comunes que los primeros. Los de
piedra son macizos, de contornos muy variables y de forma generalmente tosca,
labrados en bloques que se asientan naturalmente sobre una base firme y
presentan una cara superior adecuada para excavada por presión y
frotamiento prolongado. Observé uno de base plana y de contornos
esferoidales con la región superior excavada en copa de Huentelolen.
Cerca del Purén tomé el diseño de otro de forma trapezoidal
en la
cara
superior bien excavada. Un tercer ejemplar, parecido a un pan de azúcar
truncado, cuyo peso no era inferior a diez Kgrs. dibujé en una ruca de
Budi. Los indígenas de Temuco los tienen más planos y de formas
menos elegantes. Los de Maquehua y Truf Truf utilizan las piedras ovaladas o
planoredondeadas comunes en los lechos de los ríos Cautín y Quepe
y se limitan a excavar una de las caras.
Sin
atribuir gran valor a los tranatrapihue de piedra, los araucanos los aprecian
como artículos necesarios y difíciles de reemplazar. Los prefieren
a los de madera y se resisten casi siempre a venderlos. El mazo del mortero
consiste en una piedra alargada más o menos cilíndrica.
Los adoquineros del sur labran en
las canteras hermosos morteros usados desde unos pocos años por los
mapuches. Estos morteros de forma estética y de buena factura, vendidos
en 4 o 5 pesos, se propagan rápidamente entre ellos y vienen a sustituir
los antiguos tranatrapihue.
Los toquicura o hachas de piedra usados
por los antiguos araucanos como insignias de mando durante las guerras, eran,
además, utilizados para cortar madera y carne. El suelo de
Araucanía contiene numerosos ejemplares llamados rayos por la gente del
campo, que los recoge y oculta en su casa para atraerse la buena suerte y
hacerse rica en poco tiempo. Los araucanos conservan también algunos
ejemplares como recuerdos de los tiempos pasados y como instrumentos cortantes a
falta de herramientas mejores. Un viejo mapuche de Licanco usaba en 1928 un
hermoso toquicura para cortar el charqui, otro indígena de Galvarino
trajo el año pasado a Temuco un hacha de piedra de elegante factura usada
para el mismo fin.
Los
maichiwecura o azadores de piedra son más escasos que los toquicura. Se
suele hallar uno que otro en las rucas y los mapuches más viejos
recuerdan el modo de usarlos entre sus antepasados. Estos instrumentos
están actualmente fuera de servicio y diseminados en el suelo. Los
describiré entre las antigüedades de Araucanía.
Las piedras circulares perforadas en el centro, comunes en el suelo
de Araucanía, se hallan también en las rucas. En atención a
su forma los mapuches de varias regiones las llaman «catancura»,
piedra perforada. Los Araucanos de Perquenco les dan un nombre que recuerda al
mismo tiempo la forma y la función «trapelsiñu», amarra
agujereada. Según su tradición los antiguos de esas reducciones
las usaron como anillos adaptados a sus instrumentos de trabajo y como armas
arrojadizas en tiempo de guerra.
Los Araucanos
de Boroa las denominan «Pimuntue», nombre que se refiere
exclusivamente al uso. La palabra pimuntue significa lugar donde se sopla. Los
boroanos atribuyen a estas piedras un poder maravilloso. Si han robado o causado
daño a una persona y desean que permanezca oculto su delito toman el
pimuntue, colocan en frente de la boca la abertura central, por ella soplan con
fuerza y expresan en alta voz su deseo: «que no sepa el dueño que yo
fui, que no lo sepa», y vuelven a soplar. Desde este momento quedan
tranquilos y convencidos de que no serán descubiertos ni molestados. Si
alguna persona habla mal de ellos acuden al pimuntue y en la actitud indicada
dicen: «que fulano no hable mal de mí, que se calle y no diga mal
alguno». El efecto no es dudoso para ellos. Las malas lenguas callan. Al
pimuntue confían sus más importantes secretos
y con él conjuran los serios peligros que
los amenazan.
Conservan
también algunas boleadoras o lacay que arrojaban con gran destreza y
fuerza contra los huanacos, pumas, así como contra los caballos en las
batallas. Los tehuelches las usan todavía.
Entre los plateros algunos usan el
charu, crisol de piedra refractaria labrado en escoria volcánica y de
forma cilindro-cónica. Las «pifilcas» o pitos de piedra,
instrumentos de música comunes en las rucas, fueron fabricadas
antiguamente con piedra. Las actuales son de madera. De los primitivos quedan
algunos en las reducciones de la costa. Los ejemplares recogidos, en el suelo,
tan variados en sus formas y tamaños, serán estudiados entre las
antiguedades de Araucanía.
Las quitras o cachimbas de piedra en
posesión de los araucanos son escasas. Hoy día los mapuches fuman
cigarrillos. Sin embargo algunos veteranos conservan como recuerdo unos
ejemplares de gran valor etnológico.
El señor don
Erich Tschabran, de Contulmo, ha logrado reunir una valiosa colección de
artefactos antiguos que tienen numerosos ejemplares de cachimbas de piedra. Se
pueden también mencionar los «lican» o piedras
porfíricas apreciadas por los machis y usadas en sus curaciones. El
cuchillo de cuarzo empleado en sus operaciones, los «llancas» o
piedras de color, usadas con adorno, las bruñidoras usadas por los
alfareros, los instrumentos de piedra, han sido gradualmente reemplazados por
los de greda, madera y de metal.
La
alfarería
Los
artefactos de greda son comunes en todas las rucas. De formas elegantes y
variadas, de dimensiones muy diversas, corresponde a cada tipo un nombre
especial. La profesión de alfarero es desempeñada siempre por las
mujeres. Las «huidufe» o «metahuefe» confeccionan desde los
«feihuen», «mencuche», y «kelihue», grandes jarros
para muday, hasta los reducidos pichi metahue. Los principales vasos,
cántaros y ollas son los «llicampi», los «lupe», los
«quetro», los «challas», los «quintahuen», los
«chifeñ» y «chiculla» y los modernos «achawal
metahue» y «trewa metahue», etc.
He
asistido a la confección de varios cántaros en Lanalhue y en
Licanco. Las huidife o alfareras se proporcionan la greda en veneros reputados
por su calidad a orillas de los caminos y de los ríos en las quebradas.
Con el tiempo han llegado a producir cuevas en los sitios explotados.
Al ir en busca de material las
metahuefe llevan consigo un pequeño obsequio al «reicuse»,
espíritu protector y dueño de la greda. El regalo consiste en
cintas, cordelitos y lana hilada u otro objeto de poco valor. Lo anudan a un
volil mamel, arbusto vecino, donde queda hasta su destrucción por efecto
de las intemperies.
Las buenas canteras muy frecuentadas por los
alfarero, se reconocen en el número de cintas y filamentos flotantes
amarrados sobre las plantas próximas. A la greda suelen agregar laja
molida o raspadura de las mismas piedras. En la región de la costa
acostumbran también mezclar arena con la greda. Tienen buen cuidado de
obsequiar regalitos a los seres protectores de estos productos para que sus
cántaros no se resquebrajen durante la cocción y salgan buenos.
Cerca de la misión de Puerto Domínguez, las huidufe de la
región explotan una cantera de laja donde flamean en ciertas
épocas más de cuarenta regalos al reicuse. En una cueva situada en
Huetelolén, a orillas del camina de Cañete a Tirúa, he
contado dieciocho cintas de lana obsequiadas al dueño de la greda.
Las
alfareras amasan ésta con agua cuando se halla seca y extraen con cuidado
las piedrecitas y materias extrañas. Pulverizan en morteros la laja y la
agregan a la mezcla. Trabajan al aire libre. Extienden por el suelo una estera o
un pellejo; se arrodillan o sientan encima. A un lado disponen la greda amasada,
al otro un recipiente con agua, delante una tableta para asentar el
cántaro y al alcance de la mano una valva de macha. Amasan un
puñado de greda, lo aplanan entre las manos en placa discoidal y los
asientan sobre la tableta. Este disco constituye el fondo del vaso en
formación. Toman otra cantidad de greda amasada, con ambas manos la
transforman por frotamiento sobre una tabla vecina en un largo cilindro flexible
y parecido a una longaniza, aplican el cilindro sobre el borde del disco y lo
enroscan como serpentín de modo que cada espira descanse sobre la
anterior. Imprimen a las espiras una dirección circular u ovalada en
relación con la forma del metahue proyectado. Con nuevas porciones de
greda transformadas en cilindro y aplicadas del modo indicado, cuidando de
soldar las extremidades de los segmentos consecutivos, mojándolas un poco
y aumentando la superficie de contacto llegan a producir un recipiente de forma
original, edificio de cilindros gredosos enroscados y superpuestos, de escasa
consistencia y que se desmoronaría si la alfarera no lo manejara con
tanta habilidad. Con una mano al interior del vaso y la otra orientando el
cilindro comprime ligeramente cada espira contra la anterior y consigue una
adherencia suficiente para impedir su deformación. Cuando las aspiras
superpuestas alcanzan a la mitad de la altura que debe tener el cántaro,
la huidufe moja una valva de concha, una cuchara o una pequeña
espátula, y con el lomo empareja el exterior. Con unas gotas de agua
ablanda la superficie de las espiras, la concha al resbalar arrastra un poco de
greda que se aloja en los surcos, mientras por el interior la alfarera hace
punto de apoyo con una mano en frente de la espátula. Después de
emparejar el exterior pasando alternativamente la concha mojada hacia arriba y
hacia abajo, empareja el interior, forma punto de
apoyo
con la mano libre por el exterior para contrarrestar el efecto de la
presión ejercida con la concha. Toma precaución para que el
espesor quede igual en toda su superficie. Dispone otras espiras de greda para
elevar el cántaro hasta la altura deseada y la empareja con la
espátula antes de que, por efecto del propio peso, se deforme la
región inferior. La mano situada al interior tiene una función
importante para asegurar la curvatura y estabilidad de las regiones abovedadas
que tienden naturalmente a hundirse por su propio peso. Ahí es donde la
alfarera revela toda su maestría. El asa, los adornos superficiales y los
salientes se agregan al terminar el modelado. Se remojan las regiones que deben
ponerse en contacto y se aumenta la superficie para asegurar mejor la
adherencia.
La confección de un
cántaro de dos o tres litros de capacidad exige media hora de trabajo.
Las alfareras aprovechan la greda y preparan varias vasijas en cada
sesión. Las dejan secar a la sombra, de preferencia en el pideil de las
rucas, antes de cocerlas. Cuando se han endurecido, las pueden revestir con una
delgada capa de greda amarillenta o negruzca desprovista de laja molida o de
arena, para dejar la superficie más lisa y con un color más
atrayente. Los araucanos no saben esmaltar sus vasija, ni conocen al arte de
pintarlas y contadas son las que tienen un rudimento de decoración. Las
de reducido tamaño se secan en tres o cuatro días, las mediana, de
paredes más espesas, demoran un tiempo mayor y las de grandes dimensiones
una semana o más. Antes de cocerlas, la alfarera las bruñe
frotándolas con el «pezem», piedra lisa y dura. El
bruñido de un cántaro de dos litros de capacidad dura un par de
horas; el de un mencuche para muday puede durar hasta 6 horas. La superficie
exterior de las vasijas se vuelve, con el bruñido, lisa y brillante. Si
se las frota con lana adquieren un color negro. Un día o dos
después de bruñir los cántaros, se los cuece. Se enciende
un gran fuego en medio de la ruca y se calienta poco a poco cada pieza de
alfarería para que no se trice. Con un palo de colihue metido en cada
pieza cruda la alfarera la pasea por la llama y después la acuesta en
medio del fuego. Le da vuelta varias veces para que se caliente uniformemente.
Esa calefacción preliminar prepara la vasija para soportar las
temperaturas más elevadas de la cocción. Cubre el cántaro
en tratamiento con astillas de pellín (Nochofagus obliqua) leña
cuya combustión produce muchas calorías y aviva el fuego con un
fuelle o agitando el borde de su delantal. El cántaro se pone luego rojo
obscuro, pasa al rojo vivo y durante cerca de diez minutos toma un aspecto rojo
blanco.
Si
el cántaro es de pequeñas dimensiones se cuece en una hora, pero
si se trata de una vasija grande, la alfarera necesita encender una gran hoguera
y dejarla en ella de 5 a 8 horas. Cuando está más o menos cocido y
con temperatura elevada, calienta agua de mote o muday en otro cántaro
viejo, retira del fuego la pieza roja y vierte en ella el mote o el muday
calientes. Este entra luego en viva efervescencia por la temperatura misma del
vaso. La alfarera vierte entonces agua fría en él y vuelve a
colocarlo en medio del fuego. Pronto vuelve a hervir el líquido y a salir
espumando, por la abertura. La ebullición del muday, del mote, del caldo
y de la leche en las vasijas durante la cocción tiene por objeto hacerlas
impermeables a los líquidos.
Las alfareras venden un
cántaro bien hecho, de unos tres litros de capacidad, en un peso; los de
diez a veinte litros en dos o tres y los grandes mencuches en cinco.
Los
cántaros araucanos de mayor capacidad pueden contener hasta doscientos
litros. Se los emplea para conservar el muday. En Temuco se los llama mencuhe,
feihuen y kelihue en la región del Budi. Los mencuhe tienen la forma de
un ovoide troncado que descansa sobre el polo agudo. Para asegurar su
estabilidad se los acuña o se los asienta sobre una rosca. Del polo
más dilatado se eleva el cuello cilíndrico de una sección
suficiente para introducir la mano con una taza y retirarla llena de muday. El
feihuen tiene la base más ancha, el cuello más corto y dilatado.
El kelihue es un recipiente en forma de cono troncado que se asienta sobre la
base menor y remata hacia arriba por una dilatada abertura circular. Es los
jarrones presentan cierto parecido y resulta a veces difícil distinguir
una forma de otra.
El muday que se
conserva en ellos es una bebida fermentada que los mapuches preparan con hua,
cachilla y cahuella, tres especies de cereales que nosotros conocemos con los
nombres de maíz, trigo y avena respectivamente. El muday fabricado con
hua o maíz es fuerte y embriagador si se lo toma con exceso, el de
cachilla o trigo y el de cahuella o avena,
son
más dulces y no adquieren el grado alcohólico del anterior.
La
preparación del muday comprende varias operaciones. Las mujeres se
proveen de grandes bateas de madera, calientan agua en challas de greda
o
en ollas de fierro, echan el maíz en las bateas y vierten encima el agua
caliente. Los granos se hinchan, la cáscara se desprende del
almidón de modo que se puede separarlos por frotamiento. Las
jóvenes suben en las bateas y pisan la mezcla con el agua tan caliente
como la pueden soportar. Las películas más livianas de la masa
central suben a la superficie del agua. Las botan inclinando las bateas.
Después agregan nuevamente agua caliente y la operación sigue
hasta que todo el maíz quede pelado y limpio.
Para la segunda
fase de la preparación, las jóvenes tienden pellejos en el suelo,
traen el cusi y el correspondiente ñumcusi y empiezan a moler el
maíz resblandecido. Mientras aplastan los granos y los reducen a pasta
sobre la piedra se llevan a la boca puñados de maíz, los mascan,
los impregnan de saliva y escupen la masa pastosa resultante en una bolsita de
cuero o en un cantarito especial. Durante la masticación la ptialina de
la saliva actúa sobre el almidón del maíz como fermento y
los transforma en glucosa fermentescible. Depositan el maíz molido en
grandes bolsas de cuero llamadas tracal, o en jarrones de greda que contienen la
cantidad de agua necesaria. Revuelvenla mezcla constantemente para hacerla
homogénea y le agregan la masa impregnada de saliva. Esta provoca la
fermentación de la mezcla entera desde el primer día.
Los
mapuches beben el muday recién preparado y lo conservan poco tiempo.
Tiene un aspecto lechoso, abundantes grumos blanquecinos en suspensión y
un sabor ligeramente picante desde los primeros días. Según el
parecer de los indígenas es una bebida sana, refrescante y excelente para
los enfermos.
Cuando disminuye la
provisión de muday basta agregar al tracal o a los cántaros nuevas
cantidades de maíz molido y agua caliente. Se revuelve la mezcla y la
fermentación aparece sin renovar el fermento.
Si los fabricantes echan
periódicamente maíz y agua al recipiente la producción es
continua. La ptialina se conserva indefinidamente y actúa en forma
catalítica sobre grandes cantidades de licor.
En
las reducciones de Maquehua suelen cocer el maíz en agua para pelarlo
más fácilmente. La costumbre de mascar una porción para
producir la fermentación tiende a desaparecer. Se emplea levadura o
simplemente una pequeña cantidad de muday fermentado.
Los meshen son cántaros
aovados que se asientan sobre una pequeña base discoidal y rematan en una
abertura superior corta, cilíndrica o embudada que permite la
introducción del brazo al interior. Están desprovistas de asa y
aprisionados entre dos gruesas trenzas de voqui unidas paralelamente en la
región superior e inferior. Mediante una faja o trenza resistente de lana
amarrada en la armazón y aplicada en la frente o sobre el pecho, las
araucanas se los llevan en las espaldas. Otras veces los cargan encima de la
cabeza. Estos cántaros les sirven para traer cómodamente una gran
cantidad de agua u otros líquidos. Los meshen son abundantes en la
región del Budi.
Las challas son ollas de greda de base
plana o redondeada, de vientre dilatado y de la boca circular, amplia con asas o
pilun de formas y dimensiones variables. Algunas alfareras les gregan patas a
imitación de las ollas de fierro. Las de fondo redondeado, poco estables,
se acuñan con piedras o se asientan en cavidades apropiadas. Las challas
sirven para cocer los alimentos, tostar el trigo y los cereales, preparar las
tintas y teñir los tejidos.
Los
metahue son cántaros ordinarios de formas y dimensiones variables. La
palabra metahue es general y se aplica a todos los cántaros
indistintamente, cuando no es precisa. Se reserva a los chicos el nombre de
pichi metahue. Sin embargo, casi todas las formas bien caracterizadas tienen su
denominación propia.
Los
quetro o patu metabue son parecidos al cuerpo de un pato con rudimentos de alas
y cola. La cabeza está reemplazada por una abertura cilíndrica. El
trefel metahue se asemeja al cuerpo de un pájaro echado, con
apéndices cerca del asa. Una reducción de esta forma se llama
huilquiñ en algunas reducciones.
Las alfareras han fabricado
cántaros de formas muy apreciadas de los araucanos, tales son los
huishuis de dos vientres unidos, los quintahuen que tienen dos cuellos con las
aberturas correspondientes, los epumetahue, combinación de dos vasos
sobrepuestos, de forma cilindro circular con cabeza de ave, asa y embudo. Las
recientes creaciones de la cerámica araucana son imitaciones de animales
domésticos. Las mejores alfareras fabrican achawal metawe, trewa metahue,
kawellu metahue y sañwe metahue, cántaros parecidos a gallinas,
perros, caballos y cerdos respectivamente. Estas piezas modernas de factura
elegante, de técnica complicada, son conservadas en las rucas más
bien como artículos de lujo que como objetos usuales. He conseguido en
Tranapuente un cántaro araucano con incrustaciones parietales de
pequeños fragmentos de porcelana dispuestos en cruz y de escaso efecto
decorativo.
Entre
las otras vasijas merecen una mención especial los lupe, platos hondos,
de fondo plano y de bordes circulares levantados como embudo. Suelen tener una
capacidad de varios litros. Sirven para depositar la comida, para tostar
pequeñas cantidades de trigo o de lino. Van generalmente adornados con un
par de asas en los costados. Son comunes en las reducciones del Budi.
Las chifeñ y chiculla son fuentes circulares parecidas a los
lupe, pero más planos y desprovistas de asa. Los llicampi son
pequeñas tasas sin asa usadas en Lanalhue. A estos objetos de greda se
pueden agregar los chinqued, discos planos o biconvexos perforados en el centro,
que se adaptan al uso araucano para asegurar su posición vertical y
regularizar como un pequeño volante el movimiento giratorio, las quitras
o cachimbas para fumar, escasas hoy en las rucas,
pero comunes entre los antiguos araucanos y de formas tan diversas.
Fig.
6. Última fase de la confección de un cántaro.
La
alfarería araucana, aunque sin decoración, no deja de llamar la
atención por sus forma, elegantes y variadas, la calidad de la greda y la
buena cocción de las piezas. Por otra parte, las producciones de los
actuales alfareros araucanos son inferiores a la de los primitivos habitantes de
Araucanía, que fabricaron hermosos vasos y cántaros pintados y
decorados, que de vez en cuando se descubren en las antigüas sepulturas al
practicar cortes en el suelo.
Artefactos
de madera
Los araucanos
escogen las mejores maderas para fabricar sus muebles. El raulí
(Nothofagus procera), el pellín (Nothofagus obliqua), el laurel (Laurelia
aromática), el lingue (Persea lingue) son preferidos a otras especies a
no ser que éstas presenten especiales propiedades para la
confección de tal o cual objeto. Así sucede con la luma (Myrtus
luma) notable por su dureza y empleada por esta razón para mangos de
herramientas, para palas destinadas a cavar el suelo y para bolas de chueca; lo
mismo acontece con el colihue (Chusquea cummingii) arbusto largo, derecho,
flexible y resistente, empleado con tanta frecuencia. Los artesanos o curiosos
derriban los troncos con hacha de metal y los elaboran inmediatamente. Hacen un
uso muy restringido de la sierra, instrumento demasiado moderno para ellos. Con
hachazos esbozan la forma de los muebles en los troncos y los obtienen de una
sola pieza, macizos y con la superficie marcada de golpes. Pocas veces se sirven
de clavos para unir las partes de un aparato. A pesar de su aspecto primitivo y
rústico, los artefactos de madera no carecen de mérito
artístico. Los hay de formas originales que exteriorizan claramente el
pensamiento del constructor.
Los muebles y
objetos de los araucanos diferentes de los nuestros, corresponden a las
necesidades de su vida espartana. Entre ellos no figuran las mesas, los armarios
y los comodines, muebles considerados indispensables en las casas más
modestas, pero sí otros de poca apariencia, cuyo inventario me ha dado
unas cuarenta especies, aplicados a usos distintos. Los más sencillos son
fabricados por cualquiera persona, mientras los complicados son de la
competencia de los curiosos conocedores de las técnicas especiales. Los
primeros forman un grupo
de
artefactos trabajados con el hacha exteriormente u obtenidos con varillas libres
y atadas en su aspecto natural; los otros, aunque de una sola pieza, son
perforados o excavados con herramientas apropiadas llamadas maichiwe y coipu.
Uno de los
muebles que más admiración causa a los turistas admitidos en la
ruca es la cama, verdadero lecho de penitente, denominado cahuitu por los
mapuches. El cahuitu consta de cuatro postes ahorquillados que sostienen dos
palos paralelos y horizontales a unos cincuenta centímetros encima del
suelo. Esta armazón rústica hace las veces de catre. Algunas
varillas o tablas atravesadas sobre los palos horizontales constituyen el
sommier. Los antiguos gastaban menos lujo todavía. Extendían en el
suelo un pellejo o una estera de paja y colocaban una piedra o un tronco de
madera debajo de su cabeza. Esta práctica subsiste en las rucas donde la
familia es numerosa y las camas pocas. Los catres artísticos de patas
cuadrangulares o cilindro cónicas con algunas molduras son denominados
ancoilcahuitu. Las tablas atravesadas suelen ir cubiertas con el tripin. Esta
estera de paja arrollada en cilindro sirve de almohada y reemplaza al metrel
mamell. El metrel es la almohada, cualquiera que sea la materia usada en su
confección. A falta de tripin los indígenas extienden un pellejo,
un pontro o un lama sobre el cahuitu y conservan el metrel mamell para apoyar su
cabeza. Acostados cubren su cuerpo con el pontro, amplio y grueso tejido de lana
adornado con fajas longitudinales multicolores. El tripin, el pontro y el
pellejo reciben el nombre de nectantu o ropa de cama.
En
este lecho duro y de aspecto miserable, el araucano descansa por la noche de sus
largas correrías, se sienta de día para conversar y tomar sus
comidas, se tiende resignado cuando enferma y en él muere, si no expira
en el suelo, sin pensar y sin saber lo que es recostarse muellemente.
El metrel, que sirve de almohada, es
un tronco cilíndrico o ligeramente cuadrangular de cuarenta a sesenta
centímetros de largo con un diámetro de diez a veinte.
El cupelhue, cuna vertical para los niños, se compone de una
armazón rígida de madera y de una envoltura flexible de tejido. La
armazón consta de los largueros paralelos aplicados de canto sobre
tabletas transversales que forman respaldo. Cada tableta tiene las extremidades
perforadas frente a dos aberturitas correspondientes en los largueros y se halla
fuertemente amarrada a éstos con pequeñas correas o tiras de lana.
La extremidad inferior de los largueros está cortada de bisel para
implantar el cupelhue en el suelo con facilidad y la superior unida por un
cordel resistente para colgarlo. La parte flexible se compone de una faja de
tejido dispuesta en forma de U con el borde posterior fuertemente amarrado entre
las tablas transversales y cada larguero: la curva originada por la faja en la
región inferior, es aprovechada para afirmar los pies de la guagua. El
borde libre y flotante lleva aberturas por las cuales pasa una trenza
alternativamente a uno y otro lado, lo que permite cerrar adelante la parte
flexible del cupelhue.
El
largo habitual de esta cuna es de sesenta a noventa centímetros por un
ancho de veinte a treinta. Algunos ejemplares presentan los más raros
decorados con dibujos de cabezas humanas o animales.
En la
mayoría de las rucas donde tienen hijos pequeños los
indígenas usan el cupelhue. Desde algunos años han dejado la
costumbre de traerlos a la ciudad en sus espaldas. Es preciso ir a las
reducciones para ver a las mapuches andar presurosas con la faja aplicada contra
la frente o en el pecho, la cabeza inclinada llevando su preciosa carga. La
guagua envuelta en algunos pañales se halla de pie fajada y resguardada
hasta la altura del cuello, mirando el camino andado. Para protegerla contra las
asperezas del respaldo, la madre forra éste con un pellejo de oveja. La
defiende contra la lluvia y los rayos del sol con una cortina tendida encima de
la cabeza y sujeta de un arco.
Llegada al
campo la madre planta el cupelhue en el suelo cerca de donde trabaja y el
niño la sigue con la vista cómodamente, o bien lo suspende a un
poste o de la rama de un arbusto desde donde el pequeñuelo domina el
horizonte, mecido suavemente por la brisa. De regreso a casa lo toma en sus
rodillas y lo alimenta sin sacarle de la cuna.
El uso del cupelhue parece tener una
influencia benéfica sobre el desarrollo físico de los
indígenas. La posición vertical prolongada durante los primeros
meses de la existencia, en este amplio molde rígido en la espalda y
flexible en la parte delantera,
mantiene
el cuerpo derecho, le permite ensancharse libremente y le da este aspecto bien
proporcionado y robusto que les ha merecido figurar entre los tipos humanos
mejor constituidos.
El quil quil o
quim quim, aparato ingenioso y sencillo para enseñar a andar a los
niños, se compone de dos varas paralelas de colihue sostenidas por cuatro
estacas de la misma planta. Sea en la ruca, sea afuera cuando hace buen tiempo,
se plantan en el suelo plano dos estacas de medio metro de alto y distantes unos
treinta centímetros en frente, y a tres o cuatro metros de distancia, se
plantan otros dos de la misma altura. A éstos se amarran en
posición horizontal y paralela dos tallos de colihue de longitud
suficiente y cuidadosamente deshojados de modo que su altura permita a la guagua
sujetarse cómodamente con las manos. Cada extremidad del largo
cuadrilátero se cierra con una varilla de cuarenta centímetros de
largo. La madre introduce a su pequeñuelo entre las paralelas y se aleja
delante de él a la extremidad opuesta. El niño se sostiene de pie
afirmando las manos sobre las barras y se lanza luego a caminar tímido,
pero sin los largos y habituales tropiezos de los primeros pasos. Llegado ya
cerca de su madre, ella lo acaricia y se aleja otra vez al otro extremo del
aparato. El niño da media vuelta, cambia sus manos de barra y emprende el
regreso al punto de partida. En pocas semanas de este diario ejercicio el
niño fortalece al mismo tiempo sus piernas al andar y sus brazos al
apoyarse. Luego, para él como para la madre, las idas y vueltas a lo
largo del quil quil se vuelven un juego entretenido. Alegremente los hermanitos
mayores reemplazan en esta tarea a la madre ocupada.
El colihue (Chusquea cumingii) es una
de las plantas más usadas por los araucanos. Por su tallo largo, derecho,
cilíndrico y liso, liviano v resistente, rígido y elástico,
se presta a un empleo inmediato mejor que las otras especies en la
confección de aparatos sencillos. Con los nombres de reñi, fen y
waiki sirven como lanzas los más hermosos tallos de cuatro a cinco metros
de largo. Se les agrega una punta de fierro o de piedra para hacerlos más
penetrantes. Los mocetones se ejercitaron en el manejo de estas temibles armas
para los adversarios en las guerras de la conquista y en las batallas de la
pacificación. El reñi puntiagudo es también un instrumento
de pesca. Inmóvil en la orilla de un río, sentado sobre un puente,
o de pie en la proa de un bote, el mapuche, con el reñi levantado,
observa el movimiento de los grandes peces en el seno del agua transparente y
clava la punta en el cuerpo, con la rapidez de una flecha, al ejemplar que
más queda a su alcance. Con facilidad extrae el pez atravesado o herido
por medio del mismo aparato. Los modernos reñis, que llevan en una
extremidad un tridente de fierro armado de ganchos, hacen la pesca más
segura. Los peces quedan siempre lastimados e impropios para la venta, salvo
entre indígenas, al tanto del modo de pescar.
El
reñifeu es una varilla de colihue usada por las tejedoras para cortar el
catrecanfen, hebras de lana hilada destinada a los chañuntuco, tejidos
conocidos entre los chilenos con el nombre de choapinos. El reñifeu,
largo de medio metro, tiene una pequeña canal longitudinal en la
superficie. La tejedora enrosca encima del palito espiras continuas de lana
sobre una longitud de veinte a treinta centímetros y las corta
atravesadas al pasar un cuchillo por la canal superficial. Con este sencillo
procedimiento obtiene numerosos segmentos de hilo de igual longitud en poco
tiempo.
El
coliu, huso de las indígenas, se compone en su forma más sencilla
de una varilla giratoria de colihue a la cual se agrega el chinqued, piedra
discoidal perforada o tortera de greda de forma parecida para iniciar el hilado.
La operación sigue después en buena forma desde que el peso del
hilo arrollado es suficiente para entretener un movimiento de rotación
prolongado y regular por efecto de cada impulso.
El aspahue es otro aparato fabricado
con varillas de colihue y usado por las tejedoras para poner en madeja la lana
hilada. Se compone de una vara gruesa como el dedo pulgar y de unos sesenta
centímetros de largo, perforada a corta distancia de las extremidades y
con una varilla del grueso de un lápiz en cada abertura, formando el
conjunto dos cruces perpendiculares una para con otra. La tejedora sujeta entre
el pulgar y el índice del pie el huso cargado de hilo, lo devana y lo
aplica en forma continua sobre el aspahue hasta conseguir la madeja.
El comihue, aguja de colihue para
techar, tiene un largo de cuarenta a cincuenta centímetros y un grueso
proporcionado para resistir el empuje y la tracción de los trabajadores.
Lleva un ojal para introducir y arrastrar la soga de junco en medio de
la
quena y sujetarla contra los huimeill o ramas transversales de colihue.
El
kude es un palo de colihue seco usado como antorcha para alumbrar la ruca de
noche. Se lo toma de un metro y medio de largo bien inflamado por una extremidad
y se lo implanta por la otra en el techo interior. Si el palo está bien
seco arde lentamente sin apagarse durante cerca de una hora, y produce una llama
que alumbra tanto como la de varias velas. El kude se acorta durante la
combustión y la llama se aproxima al techo combustible al cual
podría prender fuego. Se lo sustituye a tiempo por otro para evitar este
grave inconveniente, o se lo sujeta contra uno de los horcones centrales. Antes
de la introducción de los fósforos, los antiguos araucanos
producían el fuego al frotar palos secos de colihue.
El costihue, simple palo, figura en
todas las rucas como aparato para remover los alimentos en la olla durante el
cocimiento. El tranai es un palo más grueso que el anterior; sirve para
desgranar los porotos, las arvejas y los cereales, descargándole
fuertemente sobre un montón de legumbre y espigas maduras.
Del quipaihue, gancho resistente
amarrado contra el cuicui o contra los horcones, cuelgan las riendas, los lazos
y otros arreos.
El catrem mamell,
segmento de tronco macizo ordinariamente de pellín, llamado choco entre
los chilenos, es utilizado para cortar la carne y preparar el charqui.
El trepuhe, varilla derecha de
treinta a cuarenta centímetros de largo, sirve para golpear los tejidos,
los pellejos, los tambores de machi y también los niños
indóciles.
El huitral o
telar, araucano que describí en detalle en el estudio sobre los tejidos
araucanos, se compone de un marco rectangular formado por cuatro palos
rígidos que se cruzan a ángulo recto. Están
sólidamente amarrados en los cruces, con lianas de voqui, cuerdas de
junco o tiras de tejido. Los dos palos más largos soportan el peso del
telar apoyados por su extremidad gruesa en el suelo y por la otra contra el
techo de la ruca. Estos sostenes paralelos son los huicha huichahue. Los dos
palos atravesados, uno en la parte superior, otro en la inferior, labrados con
cuidado y destinados a recibir el hilo, son los quilvos o colohe.
Algunas varillas importantes
completan el telar: los reñiñelhue hacia la región media,
separan como barras paralelas los hilos de urdimbre. Los paromtononhue anexos y
paralelos a los huicha huichahue, el tonon para levantar los hilos de urdimbre y
el ñerehue que comprime los de trama a cada vuelta. Las indicaciones
acerca del manejo del telar apuntadas en Los Tejidos Araucanos me dispensan de
hablar nuevamente al respecto.
Para el juego
de la chueca, denominado por ellos palín, los indígenas usan el
Weño, palo encorvado en la extremidad más gruesa, para que pueda
pesar raspando el suelo al dar un golpe, y el pali, bola como la de billar y
fabricada de luma, madera muy dura. Los Domingos y días festivos los
mapuches se reúnen en las canchas de chueca situadas en las lomas y
planicies incultas, rodeadas de quilas, hualles y canelos. El sonido de la
trutruca o el del cuerno anuncia a los jugadores la formación de los
bandos. Los atrasados abandonan sus casas y se dirigen rápidamente al
emplazamiento señalado. Los límites reglamentarios de la cancha
están trazados en el suelo. Es un rectángulo de doscientos metros
de largo por diez de ancho. El punto central está señalado por una
pequeña cavidad donde colocan la bola. Dos estacas indican las puertas en
cada extremidad.
Los
dos partidos tienen igual número de jugadores alineados frente a frente
con los jefes frente a la bola. Procuran hacer salir la bola por entre las
estacas terminales situadas a su lado izquierdo mientras los contarios se
oponen. En medio de una gran gritería, los jefes inician el partido
ensayando con sus palos de sacar la bola del hoyo y de enviarla a favor de su
lado. Tan luego como sale, los jugadores vecinos le aplican golpes con toda la
fuerza de sus robustos brazos y la hacen zumbar en dirección a una de las
puertas. Entonces los partidarios le dan nuevos impulsos y los contrarios la
desvían hacia los costados. Si éstos aciertan en desviarla, la
colocan de nuevo en el hoyo y los jugadores vuelven a tomar sus posiciones
iniciales. Uno de los jefes arranca la bola del hoyo, la levanta por el aire;
los buenos jugadores la cogen al vuelo con sus palos y la disparan con fuerza
hacia una de las puertas, y todos la siguen a la carrera. Un adversario la
alcanza y de un golpe certero la lanza en dirección opuesta. Los
jugadores dan media vuelta y la persiguen, unos para detenerla y otros para
encaminarla a la puerta. Si
consiguen
hacerla salir, marcan una raya. Si los de un bando logran cuatro rayas contra
cero, o cuatro demás que los adversarios, ganan la partida. Los mapuches
de Maquehua, los de Licanco, Llaupeco y Truf Truf suelen apostar un peso cada
uno antes del juego.
Hasta
el anochecer los dos bandos se entregan con animación para marcar las
rayas acordadas y llevarse las apuestas. Cuando los jugadores llegan a veinte
por lado parecen molestarse unos a otros. La angostura de la cancha, la
precipitación de los participantes, el desprecio de los golpes los hace
atropellarse y los expone a recibir heridas graves. Cuando la bola llega con
fuerza contra las piernas o la cabeza de un jugador, los otros, lejos de tenerle
lástima se ríen de su torpeza. El desgraciado se ríe
también y parece sufrir menos del golpe recibido que de las burlas de sus
compañeros.
Los araucanos de
Villarrica y de las reducciones cordilleranas se disfrazan y protegen la cara
con máscaras de madera en los grandes partidos regionales que celebran
periódicamente. Dan el nombre de collón a estas máscaras de
aspecto terrorífico.
La
fabricación del collón, así como la de los artefactos que
vienen a continuación, requieren la habilidad de un curioso y el empleo
de herramientas apropiadas para excavar y perforar. Las dos principales son el
maichiwe y el coipu.
El maichiwe,
parecido a una pequeña azuela, consta de un mango de madera, de una
lámina de acero y de una correa para unir sólidamente las dos
piezas anteriores. El mango, de unos cuarenta centímetros de largo, lleva
en la extremidad más gruesa un gancho en cuya cara exterior se aplica la
planchita metálica. La lámina de acero carece de ojo para
introducir el mango, pero, en cambio, se alarga en uña aplicable contra
el gancho aplanado. Se aprietan fuertemente las dos piezas una contra otra sobre
un largo de cinco a diez centímetros. La correa une también el
gancho con el mango con algunas vueltas apretadas. La hoja metálica puede
ser plana y tener el filo rectilíneo o tomar forma semicilíndrica
parecida a una gubia. Ambas formas de maichiwe son necesarias en la
confección de objetos cóncavos.
El coipu es una
lámina de acero puntiaguda, con dos filos cortantes y encorvada en
gancho. Los bordes cortantes tienen distinto radio de curvatura, de modo que uno
puede excavar vasijas menores y el otro mayores. El curioso ase esta herramienta
con la mano en la parte desprovista del hilo y raspa la madera con las curvas
cortantes. Tanto los maichiwe como los coipu se afilan con limas y piedras
alargadas.
El collón usado por los
araucanos de Villarrica y regiones cordilleranas en los solemnes desafíos
de chueca, se conserva también en las reducciones del valle central y de
la costa como objeto raro y antiguo, bueno solamente para infundir miedo a los
niños. Anualmente los indígenas traen algunos ejemplares en
depósito a las casas prestamistas de Temuco, los que son arrebatados
inmediatamente por los turistas. Son escasos en las reducciones de Maquehua,
Truftruf, Licanco y Llaupeco, próximas a Temuco. He examinado unos veinte
collones de distinta procedencia. Todos representan la cara humana con la nariz
y las cejas en relieve, las órbitas y la boca perforadas. Los ejemplares
con orejas no son comunes. Los hay calvos e imberbes, desprovistos de adorno,
mientras otros ostentan una cabellera flotante o erguida, cejas, bigotes y barba
fabricados con crines de caballo mantenidas en sus respectivos puestos por
pequeñas ataduras y aberturas. Los más lujosos llevan adornos de
plata en la frente a modo de trarilonco, cintas envolventes tachonadas de
cupulitas brillantes y amplios chahuay pendientes de los costados, a mayor
altura que los ojos. Estos ejemplares de moda en las reducciones, que los
utilizan en los juegos de chueca, son de un precio naturalmente muy superior a
los de las formas simples. Una máscara sencilla puede obtenerse en diez
pesos; los collones adornados con bigotes y barba valen el doble y los que traen
adornos de plata llegan fácilmente a cien pesos.
La
superficie de algunos collones es lisa, raspada con vidrio y frotada con lija, y
la de otros es irregular y marcada con tajos. Las aberturas de las
órbitas son rectangulares, cuadradas u ovaladas, lo mismo que la boca.
Sin embargo, en algunos tipos ésta se presenta arqueada, muy abierta o
con los labios apretados. Unos pocos tienen cachimbas de madera anilladas con
plata, cuyo tubo de aspiración se ajusta con la abertura bucal.
Al fabricar el collón, el curioso no labra solamente la cara
anterior sino también la posterior, para aplicarla cómodamente
sobre la del jugador sin aplastarle la nariz. Los puntos de apoyo son
especialmente la frente, la barba, los pómulos y la nariz. Las aberturas
de las órbitas coinciden con los ojos del enmascarado. De los costados
del collón penden pequeñas fajas de tejido, tiras de cuero y
simples cordeles que se anudan detrás de la cabeza para sujetarlo.
Sólidamente aplicado contra la cara con estas amarras, el jugador
atenúa el rozamiento contra la piel en los puntos de contacto y
estabiliza las aberturas visuales frente a los ojos.
El
collón da a los jugadores de chueca un aspecto fantástico
altamente apreciado por los espectadores indígenas.
Durante el juego los collones se
ladean siempre un poco a pesar del dispositivo adoptado, los jugadores
distinguen imperfectamente la bola y tropiezan con sus partidarios tanto como
con sus adversarios, multiplican los saltos, los choques y los atropellos
alcanzan fácilmente grandes proporciones.
La trutruca,
instrumento musical preferido de los araucanos, se compone de una caña
hueca de colihue que alcanza a cuatro o cinco metros de largo. La extremidad
delgada del tubo, cortada de bisel, sirve de boca y la gruesa se adapta a un
cuerno de buey. Los fabricantes de trutruca escogen los hermosos tallos de
colihue bien derechos, los dejan secar a la sombra, los remojan después
durante algunos días y los parten longitudinalmente en dos mitades
iguales.
Con
un coipu de reducido radio de curvatura raspan la médula de la
caña y acanalan cada mitad dejando intacta la región cortical
más dura. El curioso aplica en seguida las dos mitades una contra otra y
las ajusta, enrosca alrededor un cordel resistente y tirante dando a la
caña su aspecto primitivo. Para impedir todo escape lateral posible de
aire y consolidar mejor el tubo, el fabricante le enrosca el intestino delgado
de un caballo recién muerto. El intestino lavado forma una envoltura
doble y continua que, al secarse, adquiere trasparencia, adhiere fuertemente
contra la caña y parece formar cuerpo con ella. Quince días
después de terminada la trutruca puede ser usada para tocar. El
instrumento bien hecho se vende en veinte pesos.
El
trutrucatunkamañ, artista que toca el instrumento, necesita buenos
pulmones. Para tocar, apoya el cuerno terminal en el suelo, sujeta con ambas
manos el extremo delgado de la caña, sopla con fuerza y produce un sonido
grave y lúgubre que se oye a mucha distancia. El sonido monótono y
triste de la trutruca ameniza todas las asambleas y fiestas araucanas. Si las
reuniones son de gran importancia, acuden varios músicos para tocar por
turno o al mismo tiempo. Mientras los trutrucatunkamañ soplan, las venas
de la frente se les dilatan, su cara se congestiona y adquiere luego un tinte
morado.
Los araucanos de Lanalhue tocan
trutruca de metal. Una cañería de gas o de agua potable con un
cuerno terminal constituyen su aparato. Algunos músicos conservan la
cañería derecha mientras otros la enroscan en círculo, lo
que permite tocarlas andando, apoyadas en el hombro. El instrumento largo y
derecho requiere el estacionamiento mientras se toca, a no ser que un ayudante
lleve una extremidad.
Las pifilcas, instrumentos musicales de
pequeñas dimensiones, tocadas durante los bailes y fiestas araucanas, son
tubos cerrados de veinte a cuarenta centímetros de largo, practicados en
un pequeño cilindro de madera. El aparato, siempre de aspecto sencillo,
se presenta a veces aplanado y con dos lóbulos laterales perforados por
los cuales pasa un cordón suspensor. Se hace el tubo quemando la madera
con una barra cilíndrica de metal, calentada al rojo. El sonido de la
pifilca es parecido al de una flauta. Para tocarla se aplica la abertura al
borde del labio inferior, manteniendo con las manos el aparato vertical y se
sopla con mayor o menor intensidad según la nota que se quiera producir.
Los músicos suelen tocar dos notas intermitentes y acompasadas, la
primera aguda y la segunda grave. Estas determinan la cadencia del baile. La
pifilca de madera es un instrumento común y barato. Se le puede conseguir
por dos o tres pesos en las rucas.
E1 cultrun, tambor de los machi, se
compone de una caja sonora de madera y de una membrana vibrante de cuero. La
caja sonora, llamada ralicultrum o maukauhe, tiene la forma de un cono troncado
de bases circulares, labrado exteriormente con hacha y excavado cuidadosamente
al interior con maichiwe, dejando las paredes con igual espesor en toda la
periferia. Este cono ahuecado se parece a un gran plato hondo o a una batea de
paredes delgadas. La membrana vibrante es una piel de oveja previamente raspada
que obtura la abertura de la caja. Se le imprime la tensión conveniente
con un sistema de cuerdas entrelazadas sobre los costados. Las tiras de
cuero enroscadas y las trenzas de crines de
caballo se emplean para este fin. Una manilla de cuero permite sujetar el
cultrun por la parte troncada. Las machi dibujan, sobre la membrana, con sangre
de animales o tintas rojas, signos simbólicos.
Ordinariamente
consisten éstos en dos pares de líneas paralelas que se cruzan en
el medio, formando ángulos rectos. En los cuadrantes laterales dibujan un
anillo del cual irradian ocho motivos decorativos en forma de T. El cultrun
tiene un aparato auxiliar indispensable, el trepucultrunhue o varilla forrada en
una de sus extremidades, para golpear la membrana vibrante. El sonido del
cultrun se oye desde varios kilómetros de distancia. La resonancia
aumenta con el grado de tensión de la membrana y disminuye con el estado
higrométrico de las piezas. Cuando se halla húmedo, la machi lo
calienta sobre las brasas hasta hacerle recobrar su sonoridad habitual. Lo lava
cuidadosamente y lo seca a punto la víspera de las grandes ceremonias.
Algunos machi tienen un tipo de cultrun diferente del anterior y de
forma parecida a la del tambor: es el caquelcultrun, compuesto de un tronco
cilíndrico excavado interiormente, cuyas aberturas se hallan obturadas
una y otra por una piel de oveja o de vaquilla. Se les imprime la tensión
necesaria como en el tipo anterior por un sistema de cuerdas laterales
entrelazadas y tirantes. Esta forma se toca por ambos lados. Los machi
introducen al interior piedrecitas blancas o arvejas que producen una verdadera
sonajera al sacudirlas.
La
huasa usada por algunos machi de Temuco, es una calabacita hueca a la cual han
adaptado un mango de madera. En ella también introducen piedrecitas para
producir el sonido.
El cultrun y la
huasa son instrumentos rituales reservados a los machi. Los usan en las
ceremonias de machitún, rehuetun, nguillatun, ñecurehuen y
entierros. No los entregan a los profanos durante su vida. Sólo se pueden
conseguir ejemplares cuando fallecen los dueños. El valor aproximado de
estas interesantes piezas etnológicas es de cien pesos.
Los
rali son escudillas de madera de forma hemisférica, labradas con esmero
por los curiosos, con pequeños maichiwe y coipu. Algunos ejemplares
llevan patas cónicas. Por su factura acabada, los rali parecen haber sido
fabricados al torno. Los indígenas comen en ellos el mote, la harina
tostada y otros alimentos.
Los
ruhe, parecidos a los rali, tienen el fondo más espeso y plano y sirven
para los mismos fines. El tronko es una fuente hemisférica de mayores
dimensiones que los rali, desprovista de asa y usada para preparar las comidas.
Los curiosos venden estos artículos en dos o tres pesos. El huitri,
llamado en varias reducciones refuhe, es un cucharón de mango largo y
derecho usado en la preparación del mote para llenar con alimentos
líquidos los rali y tronko. El recipiente terminal de los huitri es de
forma y capacidad muy variables. Los indígenas compran este artefacto a
los curiosos en un peso. Es común en todas las rucas.
Las
bateas son recipientes grandes y macizos labrados en troncos de pellín o
laurel. Su nombre castellano sin correspondiente araucano indica que fueron
imitados de los españoles. Con un tronco de ochenta centímetros a
un metro de diámetro, los curiosos fabrican bateas de ciento a ciento
cincuenta litros de capacidad. Les dan generalmente la forma de un cono truncado
sentado sobre la base menor y excavado desde la mayor hacia la primera. Los
contornos exteriores se labran con hacha tomando precauciones para no dar en
falso. Reservan en los costados dos asas salientes y perforadas cuyo largo
indica el espesor de la madera desbastada. El interior se labra con maichiwe de
grandes dimensiones. El curioso desaloja con golpes certeros la masa de madera
central, dejando a las paredes circulares un espesor regular de cinco a diez
centímetros. La confección de una batea requiere varios
días de constante trabajo. Los mapuches aprecian mucho estas vasijas y
las pagan hasta en cuarenta pesos. Las bateas están destinadas a usos
múltiples: en ellas se remojan el trigo y el maíz, se deja
fermentar el muday, se lava la ropa, se amasa el pan y se conservan las
semillas.
Las
palanganas de madera usadas en todas las rucas fueron también
introducidas por los españoles. Tienen la forma habitual de las fuentes
metálicas del mismo nombre. Están provistas de asas rígidas
en los extremos. La fabricación de estas vasijas es parecida a la de las
bateas. Se las emplea en trabajos similares, especialmente para amasar el pan.
Los chahuel,
cajonfel o baúles primitivos, son grandes recipientes de una sola pieza
que presentan cierta semejanza con las bateas. Son cilíndricos, sentados
sobre su extremidad llena y excavadas por la otra
hasta cierta profundidad o son bloques cuadrangulares tendidos en un costado y
excavados por el lado opuesto con el maichiwe. Estos cofres pesados sirven para
guardar las prendas de ropa, los documentos, los objetos menudos y
ocasionalmente las semillas. Los baúles modernos son fabricados a modo de
cajones con tablas clavadas.
Los
barriles no faltan en las rucas, pero no son fabricados por los araucanos. Estos
los compran por el pequeño costo, la gran capacidad, y el fácil
manejo de tales recipientes. Los utilizan para conservar los
cereales.
Los
tranatrapihue de madera, morteros para la sal y el ají, tienen formas
más esbeltas y variadas que los de piedra. Los hay bajos y sencillos
labrados en bloques cuadrangulares o en gruesos discos. Se los
halla combinados en un mismo bloque con el catrem
para cortar la carne. En este caso una de las caras está excavada para
moler y una o dos de las laterales transformadas en planos de apoyo para cortar
la carne y las hierbas alimenticias.
Los
mapuches del Budi los tienen columniformes y elevados con asas o mangos y con la
cavidad del mortero tachonada de clavos. Los curiosos los labran en troncos
cilíndricos de treinta centímetros de diámetro por
cincuenta a ochenta de alto. Les dejan una ancha base discoidal de
sustentación para asegurar la estabilidad, estrangulan la región
media en clepsidra y reservan el asa lateral para unir las dos expansiones
terminales. Estos tipos de forma simétrica se venden en diez pesos. Otra
variedad común consiste en un tronco cilíndrico terminado en ambas
extremidades en discos macizos, uno de sustentación y el otro excavado en
copa. El curioso respeta una lengüeta de madera cortical como asa desde el
bordo del mortero hasta la región media del pie. Merece una
mención la variedad parecida a cacerola compuesta de un grueso disco
excavado en una de sus caras planas y provisto de un mango derecho y
cilíndrico. Los morteros de madera se desgastan rápidamente por el
frotamiento majadero. Para evitar este inconveniente y tener puntos de
resistencia los curiosos implantan clavos en las paredes de las cavidades.
Los huancu, asientos de una sola pieza llamados también
anutuhe, figuran junto con los tranatrapihue columniformes entre los muebles
más característicos de las viviendas araucanas. Para su
fabricación los curiosos transforman gruesos troncos en asientos
más o menos elegantes, relativamente livianos y manejables. Se componen
de una superficie superior plana o ligeramente cóncava suficiente para
sentarse y de patas o costados apoyados en el suelo. Dibujé en Truf Truf
un ejemplar para niño, con asiento algo cóncavo prolongado y
engrosado en los extremos y sostenido por dos costados longitudinales delgados
separados uno de otro por una distancia máxima al tocar el suelo. El
curioso tuvo que acanalar con maichiwe todo el espacio comprendido entre los dos
costados de sostén. El asiento desborda en toda la periferia. Un ejemplar
de Maquehua, parecido al anterior, presenta los costados interrumpidos por un
vacío central de modo que el asiento descansa sobre cuatro patas planas y
oblicuas. De Licanco conseguí una forma de amplio asiento equilibrado
sobre dos patas costales con su mayor dimensión en el sentido
longitudinal y con un ensanchamiento de apoyo en contacto con el suelo tan largo
como la parte superior. Al visitar una ruca de Lumaco examiné otra
variedad de forma semicilíndrica. El fabricante partió
longitudinalmente el tronco de un hualle (Nothofagus obliqua), le sacó el
corazón, lo tronchó transversalmente del largo de un asiento, le
aplanó la región cortical y le recortó en los costados un
arco central. Este huancu vetusto es como una transición entre los
troncos en bruto acostados, usados como asientos y los actuales elaborados con
madera descortezada. Cerca de Temuco, en la reducción de Llaupeco,
hallé un ejemplar con un pie central dilatado hacia arriba en espeso
asiento cóncavo y prolongado hacia abajo en masa cónica de apoyo.
La reducción de Licanco me ofreció otra forma pequeña de
asiento cóncavo con los bordes redondeados apoyados en cuatro patas
abiertas y menudas. Es uno de los ejemplares más livianos que he
observado.
Los huancu tienden a desaparecer con
la adopción de las sillas y de los bancos con tablas clavadas. Los
ejemplares existentes no son escasos y como estos originales muebles son
durables podrán conservarse si no se los destruye intencionalmente. El
precio de un huancu fluctúa entre tres y cinco pesos. Los
indígenas no los venden fácilmente y los curiosos ya no los
fabrican, o por escasez de madera o por el excesivo trabajo que exigen,
así como también por los peligros de echarlos a perder con
cualquier golpe mal dado cuando están a punto de terminarlos.
Además
de los muebles y objetos descritos aparecen otros artefactos de madera en las
rucas si no en forma habitual cuando menos ocasional, tales son los cuchillos de
palo llevados por los curiches o acompañantes de las machi, los kawellu
mamell empleados por los mismos en los bailes rituales, los rehues o escaleras
de los machi, los dimuñ, arados primitivos, los huampu y trolof,
ataúdes macizos labrados en los troncos de pellín, los chemanlayi,
retratos de los muertos, plantados sobre las sepulturas, llamados chemamell o
gente de madera en ciertas reducciones, las carretas con sus ruedas de una sola
pieza. Estos artefactos han sido descritos en Las Ceremonias Araucanas o lo
serán al hablar de las sepulturas araucanas y de las faenas del campo.
Fig.
7. Llepu y puqueil.
La
cestería
Las mujeres
araucanas han alcanzado en la fabricación de artefactos de mimbre y
similares un grado de perfección no superado en los otros pueblos. Saben
tejer hermosas y finas redes de notable solidez, canastos resistentes y de
formas variadas, extensas y compactas, conchas circulares de mimbre que les
sirven para aventar el grano. Como materiales emplean los tallos volubles de las
plantas enredaderas: el voqui blanco (Cissus striatus) y (Lardizabala
biternata), el coral (Luzuriaga radicans), el copihue (Lapageria rosea), el
chupón o ñocha (Bromelia sphacelata) y materiales de relleno: el
colihue (Chusquea cummingii), el coirón (Andropogón argentus y
Nasella chilensis), la curagüilla (Holcus halapensis), la mostaza (Sinapis
nigra), la paja de trigo, avena y cereales comunes.
Los artefactos elaborados con estas plantas
son los quelcos, chaihue y chine, canastos de técnica parecida, los
llepu, paqueil y loñho que sólo difieren de forma, los pilua,
petrihue, colahue y huilall de estructura semejante, los chalma, llapín y
metrel, especies de esteras y los lepüwe y rena, escobas y peines
respectivamente.
Los quelcos son canastos circulares, casi
hemisféricos más o menos hondos. Están fabricados con voqui
blanco o con colihue. Las cesteras recogen los tallos volubles, los enrollan,
los dejan secarse algunas semanas y los sumergen en agua por pocos días.
Se descortezan más fácilmente entonces y adquieren la flexibilidad
necesaria para el enlazamiento. Sentadas sobre una estera o un huancu con los
rollos de tallos volubles a su alcance inician el quelco por el fondo. Toman
cuatro tallos en cada mano, los cruzan y los sujetan así dispuestos entre
los dedos mientras con la derecha enroscan otro tallo haciéndolo pasar
encima y debajo de los cruzados para enlazarlos. A la segunda vuelta separan los
tallos radiales de a dos al enroscar en espiral al de enlace y al pasarlo encima
del primer par, debajo del segundo, encima del tercero, debajo del cuarto y
así sucesivamente. Los ocho tallos radiales cruzados originan ocho pares
a dos centímetros del punto central. Después de los enlaces
producidos con una vuelta completa del tallo espiraloide, las cesteras separan
los talles radiales de modo que cada uno constituya un rayo en adelante. Los
aíslan uno en pos de otro al dar una vuelta con el tallo dispuesto en
espiral. El número de rayos alcanza entonces a diez y seis, al terminar
la vuelta con el tallo de enlace.
Sin embargo, se dan cuenta las
entendidas que con los rayos en número par el tallo en espiral
pasaría a cada vuelta sobre los mismos y debajo de los contiguos o
más claramente, sobre los de orden par y debajo de los de orden impar o
viceversa. Para evitar este grave inconveniente incluyen un rayo suplementario
cuya presencia produce automáticamente la alternación en las
vueltas sucesivas. Al dar una vuelta el tallo en espiral pasa por encima de los
tallos radiales pares y en la siguiente pasa debajo. Esta condición es
necesaria para el enlace firme y la solidez del canasto. La adición del
rayo suplementario lleva el número total a diez y siete. Las cesteras
enlazan rápidamente éstos sin preocuparse por la correcta
alternación.Con las vueltas del tallo en espiral, el fondo circular del
quelco se dilata, los espacios interradiales se alargan y el enlace se vuelve
flojo. Las cesteras intercalan el tallo radial entre cada par consecutivo de los
primitivos y el total asciende a treinta y tres. Prosiguen el enlace en espiral.
Los tallos divergen como los rayos de una rueda incluidos en el tejido. Cuando
el fondo alcanza el ancho proyectado, encorvan la sección saliente de los
rayos hacia arriba, aumentan la tensión del tallo de enlace y poco a poco
se esboza la pared cilíndrica del quelco. La elevan a una altura
aproximadamente igual al diámetro,
dilatando o reduciendo la sección
según la tracción operada con el tallo de enlace. Para terminar,
llegadas a la altura requerida, cortan los tallos radiales a unos cinco
centímetros arriba del borde superior del tejido y los hacen penetrar en
él después de abrazar exteriormente dos espacios interradiales,
introduciendo su extremidad debajo del tercer rayo situado del lado escogido
para doblarlo. El refuerzo producido por las inclusiones radiales en el borde
superior se manifiesta por una doble trenza de gran resistencia.
Si al empezar el quelco se cruzan
dos grupos de seis tallos radiales, resultan luego doce pares de rayos que, al
separarse, forman veinte y cuatro solitarios y uno más con el impar. Los
veinte y cuatro suplementarios llevan el total a cuarenta y nueve. En ciertos
quelcos los tallos radiales van siempre de a dos. Esta disposición
duplica la firmeza de la armazón.
El quelco es un cesto de
gran utilidad para las araucanas. Con él se dirigen a la ciudad y a los
trabajos del campo. Le amarran a modo de asa una larga trenza de lana, en dos
puntos opuestos del borde superior, se la aplican en la frente o en el pecho y
llevan el quelco en las espaldas. Con él traen las provisiones del
pueblo, las papas y las arvejas de la huerta, las frutas silvestres de las
selvas y montañas, los mariscos de los ríos y playas. Por grupos
más o menos numerosos se van en fila por los caminos y calles inclinadas
con el peso de su carga.
A pesar de estos
múltiples destinos, el quelco parece tener otro más exclusivo, y
es el lavado del mote. Los araucanos aprecian el mote y lo comen con frecuencia,
especialmente cuando tienen invitados
o fiestas. Las mujeres van a
buscar cenizas al pueblo vecino en casas de los amigos y conocidos. No utilizan
las de su hogar porque no son limpias. Los perros, los gatos, los pollos tienen
libre acceso al kutral, se acuestan muy cerca del fuego y ensucian las cenizas.
Los conocidos no rehúsan nunca este servicio, pudiéndolo prestar.
Con un cedazo harnean las cenizas sobre un cuero de oveja y las recogen sin
carbones ni materias extrañas. Ponen la challa al fuego, hacen una
lejía con las cenizas, agregan la cantidad de trigo necesaria y llevan la
mezcla a ebullición durante cerca de media hora. Entonces vierten el
contenido de la challa en el quelco. La lejía se escurre y el trigo
henchido y salpicado de ceniza queda retenido. Las mapuches lo cargan luego en
hombros, se dirigen al río o al estero vecino, avanzan en el agua de la
corriente hasta media pierna, sumergen el cesto hasta el borde y descalzas como
de costumbre suben en él para pisar el mote. Marcan el paso lentamente
mientras la corriente atraviesa las paredes del quelco y la masa revuelta del
trigo. Los granos se pelan por el frotamiento y las livianas membranas
corticales llegan a flote. Las pisadoras salen del quelco, revuelven el trigo
con las manos, inclinan el canasto y la corriente se lleva las cáscaras
flotantes. Revuelven más y suben a flote nuevas películas que son
arrastradas de la misma manera. Las mapuches siguen pisando una y otra vez y
periódicamente expulsan las cáscaras hasta que la masa esté
perfectamente pelada. Al fin se lava el mote en agua limpia y se lo cuece.
A
falta de corriente se lava cerca de una fuente trayendo baldes de agua al
quelco, se pisa alternativamente. El agua se filtra lentamente por las paredes
del quelco algo calafateadas por masas de almidón.
El
chaihue es una variedad de quelco. El chihue es un cesto plano, ligeramente
cóncavo igual al fondo de un quelco de grandes dimensiones. Sirve para
recolectar frutas, legumbres en pequeña cantidad. No es común en
las rucas, salvo en las reducciones del Budi.
El llepu, paño circular de
tejido compacto, es un artefacto elegante de gran firmeza. Casi siempre es de
irreprochable confección. Se compone de un cilindro arrollado en espiral
sobre sí mismo, cuyas espiras sucesivas están mantenidas en
contacto por múltiples enlaces de fibras vegetales. El cilindro se
compone de una varita flexible de colihue forrada de tallos menudos de una
gramínea resistente. El material de enlace se extrae de las hojas de
ñocha (Bromelia sphacelata), planta común en toda la
Araucanía. Tanto el material de relleno corno el enlace necesita cierta
preparación.
La varilla central de colihue, nervio
resistente del cilindro ha de ser seca, extraída de la región
cortical del tallo. Basta partir longitudinalmente un tallo seco en cuatro,
remojar las varillas, raspar la médula y dejar la capa cortical con un
espesor de algunos milímetros. Un manojo de coirón seco la rodea.
Se cortan las hojas de ñocha, se las deja secar, se las deja secar, se
las sumerge en agua un día o dos antes de usarlas.
Con un cuchillo se desprende en tiras la
región cortical inferior de las hojas. Se las obtiene de un metro de
largo más o menos y de un centímetro de ancho Estas tiras fibrosas
son muy flexibles y resistentes.
Con materiales verdes se puede
también confeccionar llepu de menor resistencia. Se los reconoce por los
enlaces flojos de las tiras de ñocha que resultan grandes después
de la desecación de los tallos de relleno. Las tiras corticales de
ñocha son quebradizas cuando verdes, de ahí la necesidad de
rasparlas cuidadosamente para utilizar sólo la capa fibrosa. Las
fabricantes trabajan sentadas, rodeadas de los materiales necesarios. Toman una
varilla flexible de colihue, la rodean con coirón, enrollan m espiral la
tira de ñocha para formar un corto cilindro grueso como el ledo
meñique. Arquean este cilindro hasta cerrarlo en diminuto anillo, punto
de partida de la espiral continua. Las espiras se mantienen contiguas
estrechamente unidas envolviendo el cilindro de relleno en formación con
la tira de ñocha y haciendo penetrar ésta en la espira anterior
entre los enlaces sucesivos. Se practica la abertura con ayuda de un
punzón. Introduce por ella la tira de ñocha, se ejerce una fuerte
tracción y el cilindro se encorva uniformemente en espiral. El llepu
terminado se compone de unas cuarenta espiras perfectamente amoldadas unas
contra otras en una leve curvatura ascendente hacia la periferia. La
fabricación del llepu es una obra de paciencia tanto como de arte. No se
necesitan menos de dos semanas de trabajo para hacer uno. Es uno de los
artículos más de las rucas. Los mapuches los venden en veinticinco
pesos.
Los llepu sirven para limpiar el trigo, el maíz, la cebada y
las arvejas y las semillas en general. Cargado de semillas, los mapuches lo
toman con ambas manos por los bordes opuestos y lanzan aquellas hacia arriba en
una corriente de aire. El viento se lleva el polvo, las pajas livianas, mientras
el grano y las piedras recaen en el aparato. Retiran estas últimas una
por una al esparcir los granos en capas delgadas por la superficie del llepu. Si
el viento hace falta, el operario lo fabrica y sopla con fuerza al levantar las
semillas para despedir las livianas impurezas.
Los paqueil son hermosos canastitos en
forma de cono circular truncado, trenzados como llepu y cerrados con una tapa
circular de borde envolvente. Se les llama también loñtro en
varias reducciones. Sirven para guardar los huevos de gallina, los adornos de
plata de las mujeres, M cintas y los objetos menudos. No son comunes en las
rucas. Las araucanas, los aprecian mucho y los ceden solamente cuando se les
ofrece más de lo que valen. Su valor habitual es de quince a veinte
pesos.
Los pilua, hermosas y finas
redes hemisféricas de mallas romboidales, se hallan localizadas en las
reducciones de la costa donde casi todas las mujeres las saben fabricar. Los
tejen con tiras trenzadas de ñocha. Las hojas secas de esta planta,
tratadas con el agua, se dividen en tiras más largas que para la
fabricación de los llepu. Las indígenas toman unas pocas, las
anudan en torno del dedo pulgar del pie, las dividen en dos porciones iguales y
tuercen cada una al frotarlas sobre la rodilla con la palma de la mano. La mano
derecha sobre la rodilla del mismo
lado
yendo hacia afuera, mientras la izquierda ejecuta un movimiento
simétrico. Los manojos de fibras se tuercen ligero y basta aproximarlos
para que se trencen automáticamente.
Se empieza el
pilua por el fondo, trenzando un anillo. A punto de cerrar éste, se lleva
la trenza en derivación y se hace una malla lateral en forma de arco,
cuyo pie se fortifica trenzándola sobre sí misma para producir un
segundo arco y después un tercero hasta rodear el anillo central de
mallas arqueadas. El último arco termina contiguo al primero y ambos
tienen un pie común. La tejedora inicia otra serie circular de mallas
arqueadas enlazadas con las anteriores. Del vértice del último
arco radial, la trenza describe otro arco menor que se anuda en el
vértice del siguiente. El enlace doble y corredizo se estrecha más
y más con la carga del pilua. Los arcos y los enlaces se hacen
sucesivamente en los vértices de los arcos de la serie anterior
ampliándolos lo conveniente para dilatar la red y darle la forma
esferoidal. Las series de arcos concéntricos varían de veinte a
treinta en pilua ordinarios. Los arcos de la serie superior son más
prolongados.
La cestera los incluye en un
borde trenzado de tres hebras torciéndolas en forma de 8. La trenza
prolongada fuera del tejido y anudada en el borde opuesto, hace oficio de asa.
El tejido de algunos piluas presenta variante de poca importancia. Las
dimensiones de estas redes son en extremo variables. Los hay que sólo
tienen cabida para una naranja mientras otras pueden contener un centenar. Los
bañistas y veraneantes de Quidico y Tirúa suelen comprarlos como
curiosidades y usarlos para llevar los trajes de baño y los juguetes de
los niños. En cuanto a los mapuches, los usan para llevar objetos
livianos, guardar frutas y accidentalmente para colar papas. El pilua de mediana
capacidad se vende en tres pesos.
Los petrihue y colahue son redes
simétricas alargadas, fusiformes y de un aspecto general que recuerda una
hamaca. En cada extremidad tienen un anillo trenzado del cual parten arcos
radiales alargados y dirigidos con una divergencia hacia la expansión
central del aparato. Salvo la forma general, la estructura y la técnica
de las mallas de los petrihue y colahue son idénticas a las de los pilua.
Son artefactos locales como éstos. Se los emplea para colar las papas,
filtrar algunos alimentos y estrujar determinados productos. No son tan comunes
como la pilua.
El huilall es un bozal para
terneros, de forma cilindro cónica, adecuada para amoldarse sobre el
hocico de los terneros. Se lo ponen mientras ordeñan las vacas. Las
mallas y los nudos del huilall son idénticos a los del pilua, pero las
trenzas son mucho más gruesas. Una vez adaptado al hocico del ternero, se
lo amarran encima de la cabeza con una soga especial.
El chihue es una red circular y
ovalada suspendida del techo de la ruca en posición horizontal. Se
compone de un arco de madera y de un tejido flojo de soga de junco o de
cáñamo. Este aparato sirve para guardar objetos livianos y en
ciertos casos para soportar las gallinas de noche.
El chalma es una estera de forma
rectangular usada en Lanalhue para sentarse y confeccionada de totora. El tejido
apretado e ingeniosamente entrelazado denota una técnica algo complicada.
Los llapín o tripín son esteras de paja tendidas en
las camas como colchón. Se las fabrica después de la cosecha con
tallos escogidos de trigo. Se los dispone paralelos en capas de a diez a quince
centímetros de espesor, mitad con la región basal de un lado y la
otra mitad del otro para que tenga igual espesor. Se amarran con soga de junco
paralelamente a las dos extremidades. Un par de sogas amarran manojos gruesos
como el brazo; se cruzan alternativamente debajo y encima de ellos y se obtiene
una estera de unos dos metros de largo, fácil de arrollar y extender, de
bastante firmeza para durar un año en servicio diario. Los bordes
están cortados con tijera.
El
metrel de paja consiste en una porción de llapín arrollada en
cilindro y amarrada en esta posición. Sirve como almohada en la
mayoría de las rucas en lugar de los antiguos troncos.
Los renas, peines de los araucanos,
son escobillas cilíndricas, alargadas y rígidas, ordinariamente
provistas de un anillo de suspensión. Los mapuches los fabrican con las
inflorescencias de curagüilla (Holcus halapensis), utilizadas
también en la confección de escobas.
Las traen de Argentina y las amarran
en la forma indicada, con hilos de lana a distinta altura y envuelven
completamente el anillo. La extremidad tiesa empleada para peinar se va gastando
poco a
poco.
Se sacan entonces una después de otra las amarras del cilindro y el peine
aparece como nuevo. Con este sistema de desgaste lento el peine resulta
duradero. un artefacto común en las rucas pero difícil de
conseguir. Las dueñas no lo venden por el temor de entregar al mismo
tiempo algunos de sus cabellos enredados en las ramitas. El comprador
podría hacer mal uso de estas escobillas y provocar a distancia intensos
dolores de cabeza a las vendedoras.
Si
alguna vez se deciden a cederlos por un buen precio, sacan con cuidado todos los
cabellos visibles. El rena es un artículo escaso en las colecciones
etnológicas y de un valor subido. Entre los mapuches cuesta de dos a
cinco pesos mientras que un anticuario lo vende de ochenta a cien pesos.
El lepüwe es una escoba sencilla compuesta de una rama de
colihue central, rodeada con tallos de mostaza o de otras plantas muy
ramificaficadas. Los tallos herbáceos están reunidos en haz,
rodeando al colihue más tieso y resistente y las ramificaciones forman la
masa terminal flexible para barrer. Con una soga de junco se amarra el haz a
distinta altura y se deja la escoba a punto para barrer.
Artefactos
de cuero, cuerno y hueso
Los
araucanos aprovechan ingeniosamente la piel de los animales y órganos
internos para confeccionar recipientes y sacos de forma parecida a las regiones
utilizadas del cuerpo. Fabrican, además, con el cuero, aparatos de forma
diversa.
Los ñillawaca son
pequeños recipientes fabricados con las ubres de las vacas. Los
entendidos desprenden la piel con cuidado, la dejan secar y le conservan la
forma de ubre con los cuatro pezones vacíos y tiesos Arquean en
círculo una varilla flexible y la cosen con el borde superior, del
recipiente para mantenerlo abierto. Estos saquitos de piel sirven para guardar
la sal, el azúcar, el café y ciertos objetos menudos. Las bolsas
de piel que conservan la forma de los órganos se denominan en general
tron tron, y se las distingue unas de otras con nombres específicos. La
piel de la cabeza de los cabellos, de los bueyes, de los terneros sirve para
formar los loncokawelo y loncowaca.
Dejan las orejas como adornos y unen
los bordes de las aberturas bucales nasales y visuales. Adaptan un arco de
madera a la abertura del saco como en los ñillawaca.
La piel de los muslos de caballo y
de buey sirve para tron tron cónicos de grandes dimensiones. La piel de
los testículos de los toros se utiliza en la misma forma para la
confección de bolsitas llamadas trawacuañ. El llafan o soron es
una piel de oveja degollada, cuyos órganos internos se han
extraído del cuerpo con cuidado por la abertura del cuello. Extraen todos
los huesos, incluso los de las extremidades, conservando al cuero la forma del
animal vivo. Dejan secar la piel, le adaptan y amarran tarugos a las
pequeñas aberturas de las patas y de la cola y se sirven del pellejo como
de un saco para guardar harina, semillas y diversos objetos.
El llapac es una bolsa parecida a la
anterior, pero más grande y con el pelo raspado.
El tracal
es la piel de un buey, adaptada a cuatro palos gruesos cruzados en
posición cuadrangular. El centro cae formando una amplia bolsa
aprovechada para la fermentación del muday y
conservación del trigo. Algunos ejemplares
de tracal son fabricados con dos pieles unidas por una costura apretada. El
tracal tiene que apoyarse en cuatro postes plantados en el suelo.
El tralque es la piel extendida y
seca de un animal dispuesta para recortar lazos y ojotas. Se llama
también tralque a los pellejos que sirven de esteras, de asientos.
El refün es un saco de forma
ordinaria fabricado con el cuero de un animal y destinado a guardar semillas.
Entre los órganos internos del animal se aprovecha el estómago de
los rumiantes, especialmente la panza y la transforman en un saco de la misma
forma, usado para conservar el merquen, mezcla de grasa, sal y ají.
El pafetcoi es una vejiga de caballo o de buey a la que se adapta
un cuello de botella firmemente amarrado y que tapan con corcho o un tubo de
cuerno que puede obturarse fácilmente. Los pafetcoi tienen una capacidad
de cuatro a cinco litros. Se utilizan para llevar la chicha y el muday, en lugar
de damajuanas. Las entrañas del caballo son muy apreciadas para forrar la
caña de la trutruca. En ciertas reducciones amasan la leche y fabrican
mantequilla sacudiendo un odre de cuero llamado wenka.
La tcheda llamada también chinu y
chinidwe y teza es un cedazo circular con bordes de madera y fondo de cuero
acribillado de aberturitas. Los curiosos preparan con hacha una tablita delgada
de un metro de largo por diez a quince centímetros de ancho, la sumergen
en agua durante algunos días, para hacerla más flexible y le
imprimen una forma más o menos circular. Sobreponen las dos extremidades
y las perforan con lezna y por las aberturas las unen sólidamente con una
costura. Perforan también la periferia y la aplican bien tendida para
obturar el fondo. La cosen en la pared circular con un hilo resistente. Perforan
la piel con agujas de plata, con punzones de metal o con pequeñas leznas
y algunas veces con espinas de cactus. La tcheda sirve para harnear la harina.
El donoll y trecum son simples
pellejos destinados a recibir la harina debajo de la piedra de moler.
El chifle o epuhuaco, es un aparato formado por dos cuernos de
vacunos vaciados y unidos por la base, cuyas cavidades están separadas
por un tabique. Los cazadores emplean una de
ellas para guardar la pólvora y la otra para las municiones.
Los araucanos han adoptado este
dispositivo con los más hermosos cuernos de los bueyes. Los vacían
con cuidado, les truncan la punta y los hacen rematar en pequeñas borlas
redondeadas que perforan en seguida con una abertura cilíndrica. Una tapa
de cuero perfectamente ajustada la cierra.
La base de los cuernos se enfrenta
sobre un disco de madera que sirve de tabique, división y apoyo para
clavarlos. Una lámina de metal encorvada en forma de anillo los comprime
exteriormente. Un par de cachos así unidos toma la forma de un arco
elegante de un metro de largo cuyos extremos terminan en las borlas. La
circunferencia máxima llega en los grandes ejemplares a ochenta
centímetros y la capacidad es de dos litros en los mismos. Se lo cuelgan
del hombro con un cordón de cuero atado debajo de las borlas. Es un
aparato liviano y cómodo para guardar refrescos en verano.
El cuilcull es un cacho de buey
cortado de bisel en la punta y utilizado por los araucanos como cuerno de
alarma.
El mismo nombre dan al
cuerno truncado y transformado en vaso adaptándole un fondo circular del
mismo material o de madera.
Los
huesos no tienen actualmente muchas aplicaciones para la fabricación de
artefactos araucanos.
Los tranayene o mandíbulas de ballena son aprovechados para fabricar
ñerehue, aparato largo, plano y fusiforme con que las tejedoras aprietan
el tejido. Los huesos metacarpianos del caballo sirven a los plateros de la
costa como molde para la confección de cúpulas de plata. Los
huesos largos de los caballos y bueyes se usan también accidentalmente
como mangos de rebenques y como estribos. Se los perfora en una extremidad para
introducir el látigo o el dedo grueso de los pies.
Las
crines son de mayor utilidad. Se las emplea para la confección de los
huesque, lazos muy apreciados por los indígenas. Las crines se tuercen
con la taravilla, aparato giratorio de madera y que parece haber sido
introducido por los españoles.
La taravilla de los araucanos
se compone de una masa triangular de madera perforada excéntricamente y
que puede girar alrededor de un eje, imprimiéndole al mango movimiento de
oscilación circular. La masa remata en una punta ganchuda donde se amarra
la crin y tiene por el lado opuesto el bloque principal de madera con el centro
de gravedad. A consecuencia de la inercia y del movimiento de rotación,
las tiras de crin son arrastradas y torcidas rápidamente. La
torsión exige el concurso de dos personas: una que dé vuelta
paralelamente a la taravilla y la otra que ordene la crin y la sujete para que
la operación resulte continua y el hilo de igual grueso.
Los
araucanos de Purén fabrican con la crin los trarikug, hermosos brazales
decorados, los ihuelkug, anillos para los dedos y vistosas cadenas multicolores
usadas como collares.
Vicente
Leviqueu, indígena muy inteligente ya fallecido, pasa por haber fabricado
el primero de los artefactos de crin entre los araucanos. Lorenza Leviqueu, su
hija, de unos cincuenta años de edad, radicada cerca de Purén,
tiene gran habilidad para confeccionarlos. Al verla trabajar he podido estudiar
la técnica de estos adornos.
Los
trarikug se componen de un gran anillo de madera revestido con la
combinación de crines. La mapuche prepara previamente la armazón
interna, busca tallos secos de colihue, los pone a remojar en agua durante
algunos días y les saca delgadas tiras verticales de 50 a 60
centímetros de largo por un centímetro de ancho. Las raspa
interiormente hasta reducirlas al espesor de una hoja de papel, las arrolla en
anillo de sección conveniente para introducir la mano. Algunas porciones
de crines blancas son sometidas también a una preparación previa.
La mapuche los tiñe de diferentes colores con plantas tintóreas o
con anilina.
Para la confección de los trarikug emplea
generalmente crines negras y blancas: las primeras para forrar y las segundas
para dibujar. Cuenta el número de crines blancas necesarias para formar
las figuras geométricas que se propone realizar, las anuda en una
extremidad y las aplica longitudinalmente sobre el anillo de madera, contiguas y
paralelas unas para con otras. Por otra parte, toma tres o cuatro crines negras
y las arrolla transversalmente, contiguas y paralelas en torno, cubriendo una
porción de la pared del anillo y
comprimiendo encima las crines blancas.
Después de dar dos o tres vueltas equivalentes al ancho de doce crines
contiguas, la fabricante separa las crines blancas en tres grupos: uno central y
dos laterales. Levanta las centrales, deja aplicadas las laterales y sigue
arrollando las negras que ocultan a las laterales.
Reune éstas con las centrales
y mediante una vuelta de las negras las encubre todas. Levanta entonces los dos
grupos laterales y deja el central en contacto con el anillo, las tapa con las
envolventes mientras las otras permanecen flotantes. Nuevamente aplica todas las
blancas contra el anillo y las oculta con una vuelta de las negras. De este modo
oculta a voluntad parte de las crines blancas y les hace dibujar cuadrados,
rectángulos, cruces, escaleras simétricas y otras combinaciones
que se destacan perfectamente sobre el fondo negro. Emplea con frecuencia las
crines teñidas de rosado, amarillo, verde y violado y obtiene con ellas
notables efectos artísticos.
Para seleccionar las crines
dibujantes y sujetarlas en su respectivo puesto, Lorenza se vale de las dos
manos, y de la boca. Con esta recibe las crines envolventes a cada vuelta,
mientras con aquéllas prepara la combinación.
La confección de un trarikug
dura cerca de una hora. Turistas norteamericanos de paso por Purén
llevaron toda la producción de brazaletes, anillos y cadenas hace algunos
años, lo que hizo subir los precios a tres pesos, sesenta centavos y
siete respectivamente. Actualmente un trarikug se vende en un peso, un anillo en
veinte centavos, y una cadena o collar en dos o tres pesos.
La técnica de los ihuelkuq es
parecida a la de los trarikug. Tienen mismos dibujos y los mismos colores,
así que sólo difieren por el tamaño. El interior contiene
también un pequeño aro de madera como armazón.
Una variedad de ihuelkuq y las mallas de las cadenas tienen
técnica propia. La araucana toma una varilla cilíndrica de madera
gruesa como el dedo, la acanala longitudinalmente en la superficie y arrolla
encima en forma de anillo dos o tres crines negras hasta obtener el grueso de
doce a veinte reunidas. Por otra parte, enhebra una aguja o con tres o cuatro
crines blancas. Ambas clases se entrelazan en los costados por dos anillos
formando nudos y crestas. Las blancas producen sinuosidad en la región
superior, mientras las negras las producen en la inferior. Los dibujos son
iguales por ambos lados. El enlace algo complicado está representado en
el dibujo anexo.
La confección de un
anillo puede hacerse en diez minutos estando los materiales preparados. En la
confección de cadenas alternan con frecuencia anillos enteramente blancos
con otros negros, o de diversos colores. Los fabricantes.de artefactos de crines
que se entregan a su labor durante largos períodos padecen luego de los
ojos, de la cintura y de los pulmones. Además se cortan fácilmente
la yema de los dedos y la lengua con las crines.
A los artefactos mencionados se
debiera agregar los de plata y los tejidos que forman en las rucas las prendas
más variadas y valiosas, pero en publicaciones anteriores,
«La
platería
araucana»
y
«Los
tejidos
araucanos»,
di a conocer la técnica de estas artes y las principales producciones.
Fig.
8. Lepüwe y rena.
Fig. 9. Cusi y ñumcusi de Contulmo.
Fig.
12. Morteros y piedras de moler labrados por chilenos.
Fig.16.
Tallos de copihue enrollados.
INDICE
Presentación.................................................
5
LA PLATERÍA
ARAUCANA.................... 7
LA
VIVIENDA ARAUCANA..................
53
La
Ruca........................................................
64
El Mobiliario de la
Ruca............................82
La
alfarería...................................................91
Artefactos
de
madera...............................105
La
cestería...................................................137
Artefactos
de cuero, cuerno y hueso...... 152
Se
terminó de imprimir esta
edición
de 850 ejemplares
en
Imprenta
América,
Valdivia, diciembre de
2006.