2.
Ocupaciones prehispánicas: espacios, recursos y vida social
Las
familias del Complejo El Molle han dado paso a otro desarrollo agroalfarero
más avanzado conocido como el Complejo las Ánimas, en el cual se
asientan las bases del desarrollo Diaguita
Chileno.
Ellos son los antepasados de los diaguitas que hoy en día habitan el
territorio de Huasco Alto y sus alrededores.
2.1.
Complejo el Molle
El
territorio chileno donde se desarrolló el Complejo El Molle, fue en la
región de Atacama, específicamente al norte del río Salado
y por el sur hasta la cuenca del Choapa; con una extensión longitudinal
de 630
kilómetros.
Estas
poblaciones tenían una vida económica variada y de carácter
complementario. Para una vital economía de subsistencia, El Molle
“ocupaba diferentes ecotonos con marcada intensificación en los
valles, en la precordillera y en las quebradas de interfluvios semiáridos
y casi ninguna actividad económica en relación con el
mar”.
Ellos cultivaban con prácticas de riego artificial -acequias o canales-
lo que implicó un poblamiento más estable. Dentro de sus cultivos
en las cotas altas, destacaron el maíz, poroto, zapallo y quínoa,
entre otros. En los interfluvios y valles recolectaban frutos silvestres tales
como algarrobo, chañar, pimienta; sin embargo, con menos frecuencia hubo
recolección de moluscos marítimos. Por la alta presencia de la
industria de piedra tallada -particularmente punta de proyectil-, la caza
debió constituir uno de los rubros económicos más
relevantes. Al parecer, criaban camélidos, aun cuando no se sabe con
exactitud si hubo
domesticación.
Los
rasgos más significativos de su desarrollo cultural en la cuenca del
Copiapó, se manifiestan en las estructuras funerarias situadas sobre
conos de deyección -túmulos en quebradas laterales- y en el
Cementerio El
Torín
-población de alta movilidad, con horticultura y crianza de
camélidos- junto con Carrizalillo Chico que era un complejo aldeano.
Tanto en el Torín como en Carrizalillo Chico entonces, se advierte una
“convivencia con los muertos” por la importancia de conservarlos en
túmulos enterratorios elaborados con alto gasto de energía.
Además, son conocidos en esta área los elementos de molienda,
piedras de molino y
morteros.
Sobre
la cultura Molle en la cuenca del río Huasco y en “la
búsqueda de un denominador común para todas las manifestaciones de
la época, se formuló la fase Río Huasco”. De este
modo, los artefactos más definitorios en esta cultura son las piedras
silicificadas que, finamente pulidas se utilizaron para confeccionar los
tembetás -adornos labiales-; pipas en forma de T invertida y otros
instrumentos tallados, además del tratamiento de minerales como el cobre
y pigmentos
colorantes.
En
el interfluvio Huasco-Elqui, la población acusa una intensiva
recolección y prácticas de caza. Algunos sitios presentan
estructuras funerarias con acumulaciones de piedras blancas con forma de
“huevillo”, tembetá, cerámica, collares de cuentas de
malaquita y hueso, tratamientos de cobre, etc.
El
Molle, en la cuenca del Elqui, se caracterizó por sus cementerios
marcados con piedra “huevillo” blancas de río. De los
componentes de su cultura material, destacan los tembetás ampliamente
difundidos y de varios tipos, pipas de “piedra talcosa” en forma de
T invertida, piezas de alfarería más variada, anillos, brazaletes.
Además utilizaron conchas en pendientes y cerámica. Sin embargo,
no abundan artefactos en actividades de tipo
agrario.
En
la cuenca del río Limarí, algunos sitios arqueológicos dan
cuenta de nuevos enterratorios con novedosas decoraciones en cerámica. A
la utilización del cobre, se suma el tratamiento de plata y oro. Sin
embargo, se advierte la ausencia de la pipa invertida en forma de T. Por otra
parte, los tembetás se han localizado en ciertos sitios del
área.
En
el área de la cuenca del río Choapa, lamentablemente no existen
contextos excavados científicamente, lo que no permite conclusiones
definidas. No obstante, lo que se puede advertir con mayor claridad es la
influencia significativa de la población de Chile Central. Lo interesante
de las relaciones geográficas y culturales de esta área es definir
“... si los rasgos como tembetás y pipas u otros de tipo Molle son
producto del desarrollo de esta población en dicho valle o se deben a la
expansión de los procesos de Chile Central, que como se sabe,
también cuentan con materiales
parecidos...”.
Aun
cuando, el extremo norte de El Molle -cuenca del Salado-, se denota más
claramente su relación con la puna, el área meridional hacia la
frontera sur del Complejo El Molle -valle Choapa-, se enmarca más en los
procesos de Chile Central y muy probablemente con su desarrollo
temprano.
De
esta manera, este complejo presenta elementos comunes y recurrentes en las
cuencas revisadas. Sumariamente, entre ellos destacan el tembetá o
botoque como artefacto más generalizado y usado preferentemente por
varones; tratamiento de metales como el cobre; utilización de minerales y
pigmentación; industria de piedra tallada; utilización de conchas
de moluscos que, además, dan cuenta de contactos, movilidad e
intercambios de estas poblaciones hacia y con el litoral; prendas de
decoración personal; cerámica de once tipos de tratamiento. En
menos proporción, pero no por ello inexistente, artefactos de huesos y
textilería. Se asocian al Complejo El Molle desde Copiapó al
Choapa, las expresiones de arte rupestre ligadas a técnicas de
petroglifos y pictografías con variadas
temáticas.
2.2. El
Complejo Las Ánimas
En
este extenso territorio ocupado y articulado durante casi 800 años d. C.
por la cultura Molle, surge a través de un importante cambio cultural El
Complejo Las Ánimas. Esta será una población de
agricultores y pescadores del Norte Chico.
A
partir del análisis de colecciones de ceramios obtenidos en
Copiapó, Huasco, Elqui y otros de más al sur, Julio Montané
determina que “... dicha alfarería fue creada por un grupo humano
cronológicamente ubicado entre las poblaciones El Molle y
Diaguita....
Y esa cultura será entonces, el Complejo Las Ánimas.
Los
sitios más conocidos en esta cultura, se encuentran localizados en la
franja del litoral y en los cursos de los valles. En cambio, hacia el interior
de los interfluvios su presencia es escasa, distinguiéndose la diferencia
con los asentamientos El
Molle.
Sobre la articulación de los recursos, algunos campamentos cultivaban
maíz, explotaban algarrobo y chañar, consumían carne de
camélidos y accedían a los recursos marinos -pescados y mariscos-.
Esto último da cuenta de la complementariedad de recursos locales con
otros obtenidos mediante desplazamientos hacia lugares distantes, en los que
“... los grupos recorrían rutas descendentes en busca de recursos
del Pacífico, y ascienden a los rincones cordilleranos para conseguir
materias primas tales como la
obsidiana...”.
De
esta manera, la vida social y económica de esta población, adopta
una serie de estrategias tales como la articulación de nichos
ecológicos tendientes al manejo agropecuario y de recursos marinos. En
términos de articulaciones de territorios de manera longitudinal, se
establecen contactos más densos con el área norte “... donde
derivan influencias que contribuyen para que en el mencionado valle se
acentúen costumbres que prácticamente no se expanden hacia
áreas meridionales...
”.
En
términos generales, sus artefactos domésticos se fabricaron a
través de distintos materiales. Destacan entre ellos la arcilla, metales
en usos domésticos y ornamentales a través del tratamiento del
cobre y en menos intensidad la plata; hueso de camélidos y aves marinas,
uso narcótico y artefactos para las actividades marinas; piedra, madera y
conchas marinas también en usos domésticos y ornamentales; lana y
fibras vegetales. En la ornamentación de la cerámica se incorpora
de manera definitiva la combinación de colores y el motivo más
característico “... es una franja triangular de color negro, con
sendos pares de líneas oscuras a cada costado, recorrida en su centro por
una figura ancha en forma de rayo de tono rojo o crema... ”. Los
testimonios de la vida socioeconómica de este Complejo, habría
alcanzado una suficiente actividad pesquera, recolectora, de caza y ganadera
-restos de
camélidos-.
Basado
en el proceso cultural iniciado con el Complejo Las Ánimas, se propone el
inicio de la cultura Diaguita chilena hacia el siglo
décimo.
2.3. La
cultura diaguita hasta los albores de la conquista
Desde
una visión general, “... la cultura Diaguita chilena (...) cubre el
período tardío con dos fases de desarrollo, una temprana y otra
tardía, a la que hay que agregar dos momentos de transculturación:
primero diaguita inkaico y segundo (...) diaguita
hispano...”.
De
acuerdo a la arqueología, esta cultura se aborda a partir de tres fases.
Caracteriza a la fase 1, los sitios arqueológicos representativos como
Punta de Piedra -Valle del Elqui- y Parcela 24 de Peñuelas
–cementerio-. Los componentes que identifican esta fase se reconocen en la
cerámica, sepulturas en baja profundidad y ceremonia fúnebre con
sacrificio de animales -llamas y/o
alpacas-.
De esta manera se estaría en presencia de una cultura y economía
basada en la ganadería, agricultura y actividades marinas.
La
fase 2 está representada por los sitios Punta de Piedra y Parcela 21 de
Peñuelas. Se caracteriza por la presencia de sepulturas elaboradas con
piedra de laja de granito. Estas tienden a ser colectivas, lo que
indicaría un uso de carácter familiar. En su cerámica, se
utilizan los colores negro-rojo sobre blanco-rojo. Además, en la
cerámica de tipo más utilitario o de cocina, se encuentran los
conocidos jarros
zapato o asimétricos y los
jarros
pato, que por lo general son piezas de
ofrenda.
Los
artefactos que enriquecen esta fase, son las espátulas de huesos con
representación de personajes o animales probablemente utilizadas en
contexto de alucinógenos; aros de cobre y plata, cuchillos, cinceles,
anzuelos y pinzas depilatorias. En abundancia se hallan agujas, punzones, puntas
de flecha y torteros de piedra y
hueso.
La
fase 3 caracteriza la transculturación inka diaguita “...
aparentemente sin un momento de transición entre ambas...”. En
especial, lo que llama la atención en los investigadores, ha sido la
capacidad y rápida incorporación de técnicas inkas por
parte de los artesanos diaguitas, representadas en la cerámica
local.
De esta manera, la transculturación se denota en la cerámica a
través de una decoración mixta -por una parte, la de influencia
inka y, por la otra, la local-. Además, la presencia de sitios de
adoratorios de altura,
pukaras
-aun cuando escasos-, dan cuenta de la rápida fusión
cultural.
Se
presume que la conquista inka debió haber ocurrido hacia 1.470 d. C., lo
que deja un período de 66 años de
transculturación.
En
este contexto, la cultura Diaguita chilena había potenciado las
actividades de explotación agrícola y ganadera, además de
controlar ricos recursos marinos a través de los espacios costeros del
Pacífico. Su área de expansión, al tiempo de la
invasión de Almagro en 1536, abarcaba los territorios desde el valle del
río Copiapó hasta las inmediaciones del río
Aconcagua.