3.
De la conquista al siglo XVII
Desde
la conquista hasta comienzos del siglo XVII, el gentilicio diaguita se
aplicó para designar a los habitantes del Norte
Chico.
Sobre la lengua de esta cultura, Jerónimo de Bibar alude a cinco e indica
que su área de expansión era: “Copiapó, Huasco,
Coquimbo, Limarí y aquella que se hablaba desde Combarbalá hasta
el valle de
Aconcagua...”.
Sobre los diaguitas argentinos, es más clara la familia
lingüística, conocida como
“caca-cacana”.
Respecto
de la población diaguita y tomando en cuenta las crónicas y otras
fuentes, se logra establecer que hacia 1540 habría “... más
de 5.000 personas en Copiapó, 4.000 en Huasco, 6.000 en Coquimbo, 2.500
en Limarí, 2.500 en Comabarbalá y Choapa y 7.500 en Aconcagua...
”.
Sin embargo, el número de habitantes debió haber sido mayor antes
de la venida de Almagro, puesto que este utilizó como cargadores a
numerosos diaguitas para su regreso al Cuzco; aún así, se estima
que hacia 1.545 la población indígena bordeaba los 15.000
habitantes.
Su
economía se basaba en la agricultura, ganadería, pesca y caza.
Respecto de los productos que los diaguitas cultivaban en los valles, los
cronistas hacen mención al maíz, frijoles, papas y quínoa;
el algodón sólo lo cultivaban en Copiapó y Huasco en tanto
el zapallo se menciona desde Huasco hacia el
sur.
Además, aprovechaban la recolecta de frutos silvestres como el algarrobo
y chañar, y utilizaban los interfluvios como sectores de caza y pastoreo
de camélidos.
Sus
aldeas eran de dos tipos. Las primeras, los pueblos donde habitaban en tiempos
de paz eran estructuras elaboradas con material ligero, básicamente de
origen vegetal. Las segundas, se identifican con los
pukara
o aldeas fortificadas que actuaban como refugio en tiempos de guerra, y estaban
construidas con materiales resistentes en piedra –murallas- y algunas en
madera con estacadas o palenques. En las aldeas, así como también
en los
pukaras,
los alimentos eran conservados en silos colectivos o comunales. Como eran
economías agrícolas autosuficientes, también debían
por este medio, guardar las semillas para la próxima siembra y así
tener la posibilidad de abastecer los núcleos familiares y asegurar los
cultivos.
Sobre
la propiedad de la tierra y su administración, se carece de
información; no obstante, y según el relato de Mario
Góngora se logran algunas señas: “... no vivían
concentrados cada uno en una comarca, sino que usaban varios pedazos de tierras
distantes entre sí, y también se observa en algunos el
desplazamiento estacional en los años de
sequía...”
lo que implica control de territorios sin uso simultáneo de pisos
altitudinales ni desplazamiento de colonias, pero sí de complementariedad
de recursos entre grupos geográficamente distantes, pero
emparentados.
Dentro
de la organización sociopolítica diaguita, cada valle era una
unidad integrada por dos partes o mitades, que distinguía “... el
sector alto y el sector bajo o costero de cada valle. Cada uno de estos sectores
estaba gobernado por un jefe que, simbólicamente, era considerado hermano
del jefe de la otra
mitad...”.
Aun
cuando faltan datos para obtener una mirada más local frente a los
diaguitas en este “tiempo de la invasión hispana”, cada jefe
tendría ciertos privilegios que los distinguiría del resto:
viviendas y vestuarios destacados, matrimonios con varias mujeres -diez a doce
de ellas-, sus actividades eran vistas con veneración, armas sostenidas
por un paje mientras dialogaban con los españoles, privilegios
económicos en virtud del número mayor de animales y tierras en
comparación al resto, etc. Ciertamente, estas características
podrían plantear un tipo de estratificación, sin embargo en esta
sociedad no se hace mención de servidores. Mas bien, las decisiones al
parecer, debieron tomarse por el colectivo a través de asambleas o
ceremonias. Finalmente, lo que podría afirmarse es que esta cultura
alcanzó una organización de federación de
señoríos.