6.
El patrón de integración regional atacameño del siglo XX
En
lo económico se está consolidando un patrón de
integración que consiste en la incorporación a la región de
los atacameños como asalariados en la minería, y en lo sucesivo
será la característica del siglo XX.
Recordemos
que existieron tres hitos de importancia dentro del contexto de centros mineros
que muestran la vocación minera en la región: explotación
de plata, cobre y salitre; todos abastecidos con parte de la productividad
agroganadera y fuerza de trabajo de las comunidades del interior de la zona. Los
primeros archivos de Chuquicamata, por ejemplo, muestran los listados de obreros
procedentes de las comunidades del Loa y del Salar de Atacama que en parte
iniciaron la gran minería norteamericana. Se privilegiaron a los andinos
por su plataforma fisiológica y cultural bien adaptada a los ambientes
cordilleranos, porque eran los únicos que en ese territorio podían
trabajar en las
alturas;
pero también se les privilegiaba por conformar una fuerza laboral de bajo
costo. Paralelamente con la industria del cobre, se generaron impactos
ambientales particularmente sobre los recursos naturales, porque los enclaves
mineros como Chuquicamata se apropiaron del agua y la llareta con destino a las
operaciones mineras, situación que perjudicó enormemente a las
comunidades.
Un
caso que se reitera en las comunidades atacameñas y en particular con las
crisis que se generó al sistema agroganadero, sucedió en Toconce.
La presión de la economía de los enclaves urbano-mineros,
alteró el equilibrio ecológico de la región. Durante la
primera mitad del siglo XX, la inserción de los habitantes de la
subregión del río
Salado
en la economía de mercado, “... fue a partir de su
participación en las azufreras, en tanto estas estaban en el área,
así como en las llareteras que suministraban combustible a Chuquicamata,
porque ellas estaban en sus cerros y no en otros
lugares...”.
Habían más de mil llamas cargando llareta a este centro explotador
de
cobre.
Seguidamente, con la extracción de las aguas se secaron las vegas y
aguadas, en las cuales los pastores toconcinos manejaban su economía
ganadera; fue la vega de Inacaliri, que reunía una gran cantidad de
animales, la más grande de la subregión, que se secó por
las aducciones de agua para el mineral de
Chuiquicamata.
Con
los años, los centros explotadores de minerales del siglo XX,
enfatizarán la migración de atacameños a la industria
minera, transformando gradualmente a esta población campesina en obreros
asalariados. De este modo, el patrón de integración
atacameño a la región hasta 1930, tenía relación con
la producción campesina -bases agropecuarias-. Después de la
crisis de 1930, se establece con más fuerza el asalariamiento minero.
Será a partir de la década de 1960, donde se constata una
dependencia económica sustentada en una economía externa y no en
las bases
agropecuarias.
Esto se vinculará directamente con una acentuada migración de
atacameños a las ciudades más cercanas, como Calama y
Chuquicamata.
Es
un momento también -la década de los sesenta- en que tiene lugar
una importante modernización de las comunicaciones y el transporte,
anunciando con ello cambios en relación con la población y las
economías atacameñas con la región, porque la
economía campesina se verá desplazada por la modernización
tecnológica. Por ejemplo, la Carretera Panamericana impactó en la
comercialización de las producciones locales como las de Toconao, porque
desde otros sectores del país se trasladó la fruta a bajo costo;
el ferrocarril por su parte, colapsó el sistema de arrieraje de animales
desde Argentina y encadenadamente, con el rol forrajero que cumplía San
Pedro de Atacama y los
oasis.
Hacia
la década de 1980 y durante 1990, la agricultura atacameña ya no
puede entenderse, sino en referencia con la región y la minería;
de este modo y por la extensa incorporación de población andina a
la industria minera, las comunidades atacameñas tendrán tres
funciones principales: espacio de reproducción de fuerza de trabajo, que
actualmente ha tendido a declinar; lugar de repliegue frente a las crisis
económicas, donde quedan cobijados en las redes sociales de sus
comunidades rurales para sortear los malos tiempos; y la función de
retiro de la fuerza de trabajo gastada que implica muchas veces el regreso de
familias que han hecho sus vidas en Calama o Chuquicamata. De esta manera, las
comunidades atacameñas tienen capacidad de acción, pero
además hay que entenderlas también en relación con la
situación regional y con los procesos
regionales.
En
este contexto de asalariamiento dominante, hay que recordar que las
economías mineras son economías de enclave que no dejan de tener
efectos sobre los espacios sociales y geográficos adyacentes. Se les
denomina además, economías de enclave porque no generan un polo de
desarrollo local muy estable, ya que al retirarse de los espacios explotados,
generalmente dejan una crisis en
marcha.
El
manejo y control comunitario sobre los recursos naturales tierra y agua, son
importantes de considerar en este contexto geográfico caracterizado por
su aridez. Por tanto, son recursos esenciales en estas comunidades porque sin
agua no hay posibilidades de agricultura y de incorporación de nuevos
miembros. Esta es una situación vulnerable que se hace más
crítica con el emplazamiento de las empresas mineras -en su tiempo
industriales y ahora modernas- junto con el usufructo de los recursos naturales,
a la vez indispensables para la sobrevivencia, en este caso, de un enclave
explotador que reside aledaño a una comunidad campesina.
“Desde
los albores del siglo se empezó a extraer agua desde las nacientes de los
ríos de la cuenca del Loa. Primero fueron las fuentes de agua de la vega
de Inacaliri, después las nacientes del río Toconce y, más
tarde, el mismo Loa. Este es un proceso que no se detiene aún y que ha
obligado a los indígenas a abandonar, paulatinamente, sus tierras y
lugares de pastoreo, para ir a conseguir trabajo en las ciudades. La acelerada
desertificación de áreas afectadas añade otro impacto
negativo, a su vez, en las unidades domésticas que aún persisten
en su intento por subsistir de acuerdo a sus patrones tradicionales de
vida.”
Lo
anterior indica, que cuando una empresa minera se emplaza cercanamente a una
comunidad, se producen transformaciones o impactos en ella, porque esta nueva
modalidad de “convivencia” puede generar y/o enfatizar cambios en
sus actividades productivas, sociales y en las maneras de ocupar su espacio, por
ejemplo.
Hoy
en día, no se podría afirmar que la sociedad atacameña basa
su economía sólo en el autoconsumo y en una productividad
agroganadera, puesto que se deben considerar otras variables que también
predominan en el ingreso familiar. Entonces, la posición económica
de cada familia se relaciona con los distintos procesos de producción y
de acumulación, donde convergen los ingresos prediales -por lo general,
agrícolas, ganaderos, frutícolas, artesanales, etc.-, los cuales
se destinan al autoconsumo y a la venta, y los ingresos extraprediales
–salario-. La predominancia de uno de ellos caracterizará la
economía de una familia y en términos más ampliados la de
una comunidad, tanto en la hoya del Loa como en la del Salar de Atacama, en
relación por cierto con las posibilidades de apertura a un mercado
también más ampliado.
La
migración, la movilidad y en las últimas décadas la
translocalización, será el sello definitorio de la sociedad
atacameña. Es una sociedad regionalizada o deslocalizada, porque ya no
tiene por límite la localidad; son entonces espacios sociales más
distendidos y
amplios.
Esta
sociedad, hoy se inscribe y distribuye en espacios urbanos, rurales,
semirurales, semiurbanos, y no exclusivamente en lo local. Por lo demás,
el concepto de atacameño comienza a usarse como pueblo y ya no
sólo como una definición geográfica y de
clasificación de sus habitantes a partir de esa definición
geográfica. Asimismo, las identidades locales continúan con sus
prácticas sociales atacameñas, proporcionando referencias de
significado en las vidas de las personas; en torno a los pueblos continúa
también un sentido de adscripción y de pertenencia a una comunidad
de parientes y
vecinos.
Sin
embargo, también es importante detenerse en la relación entre un
poblado, estancias y sus comuneros y miembros de una comunidad que ha emigrado a
la ciudad. Esto se vincula con los patrones de asentamiento tradicional de
raigambre antigua, donde el nucleamiento central se da en el pueblo o aldea,
mientras que las estancias se caracterizan por su dispersión y se pueden
localizar en distintos pisos ecológicos para un mayor aprovechamiento de
los recursos. El pueblo entonces, concentra las actividades sociales, religiosas
y agrícolas, en tanto que la estancia se caracteriza por las actividades
agropastoras; con ello se entiende la doble residencia -una más
permanente que la otra- y la movilidad que tienen los comuneros
atacameños en su manera de articular los
espacios.
Con la alta emigración hacia la ciudad, hoy por hoy se entiende que esta
sociedad no tenga por “límite” la localidad porque al estar
regionalizada básicamente por la integración económica
hacia el mercado regional, articula otros espacios, tales como los urbanos. Lo
importante de las dinámicas de movilidad y las formas como lugares de
residencia, es que el pueblo de origen mantiene el sentido de pertenencia y
conexión con lo propio; así los que viven fuera de su comunidad,
año tras año vuelven para participar de la fiesta religiosa u
otras festividades importantes, como un miembro más de la comunidad,
porque el pueblo concentra y representa esa capacidad de identificarse con lo
social y religioso. También no es menor señalar, que por lo
general cuando los migrantes atacameños envejecen, retornan a sus
pueblos.
Como
las culturas son dinámicas, hay identidades y pertenencias étnicas
que destacan sus diferencias entre lo que hoy se aspira a empaquetar en una
uniforme y única propuesta étnica así llamada
atacameña. Así, los ayqueños no se vinculan con el Kunza ni
con el quechua de Toconce, y no se sienten atraídos por el concepto
atacameño, a no ser que lo acepten para legitimizarse ante la actual
legislación indígena. En esta legalidad los atacameños son
todos del Loa y oasis del Salar de Atacama, pero hay distinciones. Del mismo
modo, como los atacameños de San Pedro de Atacama se
“separan” de los así llamados Collas, de aquellos
indígenas que emigraron de Talabre y Machuca a San Pedro de Atacama, con
quienes los locales establecen relación de franca segregación. No
obstante, pervive desde el mundo prehispánico y colonial, aquellos
aspectos ideológicos y de rituales que tienen que ver con la herencia
andina de aquí y de allá, de los “abuelos” o
antepasados -“de los antiguos”-, con cargas de rogativas ancestrales
muy dominantes que no han sido cubiertas totalmente por la
occidentalización y la doctrina cristiana. De la misma manera como la
ciencia occidental no ha logrado eliminar los propios conocimientos andinos en
torno a sus recursos y territorios, donde todo está unido y vivo, bajo
conceptos propios que los distinguían del resto de la sociedad nacional:
ceremonias del agua, cerros sagrados, Santa Tierra, Pachamama, “chuspeando
la coca”, ofrendas en coveros, waky –ofrenda-, mesas y sin olvidar
el culto de San Antonio “llamero”, en donde la superposición
de rituales cristianos y prehispánicos siguen todavía a la vista.
Esta matriz es válida para todos los pueblos andinos, al margen de
cuán atacameño se sea, pero les otorga cohesión y
más certidumbre para convivir con la
modernidad.
En
esta convivencia con la modernidad, la sociedad atacameña está
interviniendo en un mundo mucho más abierto de información, de
imágenes y de valoraciones muy diversas que fluyen a través de los
medios de comunicación en general. Pero esto no es nuevo. En la
década de 1920, los arrieros del noroeste argentino llegaron a la zona de
Atacama con la revista
El
Gráfico,
especializada en fútbol y desde allí su difusión en el
área. Por otra parte, las sectas protestantes se introdujeron en la
década de 1920 en las pampas salitreras del norte grande y desde
allí, fueron penetrando hacia el interior
andino.
Esto último es bastante importante dentro de los efectos que ha
ocasionado un nuevo culto en las comunidades atacameñas. Pero para
comprender los efectos, hay que entender primero que las comunidades son devotas
de los santos patronos locales -de herencia hispana-católica-, ya que la
tarea principal del patrono es proteger al pueblo y la comunidad debe de
manifestarle respeto, y siguiendo la lógica andina de la reciprocidad, se
le devuelve algo de lo recibido; así algunos pueblos se identifican como
Santiago de Río Grande, San Pedro de Atacama, San Lucas de Toconao, San
Roque de Peine, entre otros. Entonces, las diferencias entre católicos y
otros comuneros que pertenecen a alguna de las iglesias protestantes -sean
pentecostales o adventistas- son que los segundos rechazan el culto a los santos
y prohíben el consumo de bebidas alcohólicas, práctica
ampliada en estas festividades andinas; en consecuencia se marginan de las
actividades comunitarias: “... p’ al trabajo igual todos van a
trabajar. Juntos vamos todos igual. Ni mentan eso siquiera. Los
evangélicos no hacen enfloramiento. Esos no creen en ninguna cosa. No
hacen pagos, nada. No van a las
Challas.
Perdieron todas las
costumbres...”.
Sin
embargo, la influencia de nuevas visiones y valoraciones en la comunidad
atacameña, también fueron generadas por las escuelas; en un
comienzo muy dramáticas y después con una mayor aceptación,
-recuérdese la implantación temprana -1777- de la
instrucción escolar en la región de San Pedro de Atacama-. En los
últimos años, la penetración del turismo, ha inducido
valoraciones muy diversas en las comunidades. Respecto de ello, ha afectado los
sistemas de vida principalmente de San Pedro de Atacama y sus
ayllu,
donde se asentaron las bases de esta actividad que experimentó un gran
desarrollo desde la década de los noventa. No obstante, las comunidades
atacameñas han empezado a concebir el desarrollo como una oportunidad y
no como una amenaza, aprendiendo también que los factores que los han
afectado negativamente como el altísimo crecimiento turístico,
también puede ser aprovechado positivamente si son controlados en su
desarrollo y en una armonía con el medio ambiente
circundante.
Castro, Victoria y José Luis Martínez. “Poblaciones
indígenas de Atacama”.
Etnografía.
Sociedades
indígenas contemporáneas y su
ideología. En: Jorge Hidalgo;
Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate, Pedro Mege (Comps.), pp.
69-109. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1966. pp. 80, 81.