Portada Anterior Siguiente Índice | LOS AÓNIKENK1

LOS AÓNIKENK[1]


1. Modo de vida y organización social


Los Aónikenk, “gente” u “hombres del sur”, como se autodenominaban habitaban el territorio estepario situado entre el estrecho de Magallanes y el río Santa Cruz, el Atlántico y el pie de monte cordillerano[2]. Pueblo de cazadores recolectores, su contacto con los pueblos vecinos -entre ellos, mapuche por el norte y kawésqar por el oeste-, y con los europeos que ocuparon sus territorios, habría causado el rápido proceso de desintegración físico y cultural que explicaría la inexistencia de antecedentes más exactos sobre su cosmovisión y cultura[3].

El primer avistamiento de los Aónikenk por occidentales, tuvo lugar en 1526 en la costa nororiental del Estrecho de Magallanes, mientras que en 1558 el capitán Juan Ladrillero encuentra algunos indígenas en un sector de la costa norte del Estrecho de Magallanes, próximo a la bahía Santiago[4], al tomar posesión en nombre del Gobernador García Hurtado de Mendoza -quien por real cédula de 9 de enero de 1557, había recibido las tierras australes como parte de la Gobernación de Chile, del emperador Carlos V- de las tierras patagónicas[5].

El Pueblo Aónikenk era de carácter nómade, y recorría grandes trayectos entre el interior o a lo largo de las costas, dedicándose fundamentalmente a la caza de guanacos (lama guanicoe) y avestruces (struthio camelus), de los que no sólo obtenía alimento sino también los materiales para vestido, abrigo, habitación y otras necesidades. Durante las estadías en la costa se consumía la carne y demás partes de mamíferos marinos; y mariscos, probablemente algas, no así pescado. Consumían además huevos, miel y recolectaban especies vegetales comestibles tales como hongos, bayas, raíces, etc[6].

Sus paraderos preferidos, los aik’n, eran los sectores aledaños a las bahías de Oazy, San Gregorio, Santiago y Posesión, en la zona del Estrecho de Magallanes; hacia el interior, los valles del Dinamarquero y Bautismo, y parte de los cercanos a los ríos Chico, Gallegos, Coyle y Santa Cruz, y también el sector lacustre de Última Esperanza y la parte meridional del lago Argentino[7].

El carácter nómade del Pueblo Aónikenk, imprimía a su estilo de vida características particulares, reflejadas entre otros aspectos en sus viviendas, conocidas como Kau. Estas eran confeccionadas con un conjunto de varas de madera que hincaban en el suelo con dos metros de distancia entre cada uno, en dos o más hileras de altura descendente, siendo la menor la correspondiente a la parte sobre la que azotaba el viento; abarcando un área variable que en promedio no debía bajar de veinte metros cuadrados, y sobre la que se tendía una cobertura de cueros cosidos, obteniendo un espacio suficiente como para albergar a una o dos familias, o sea, a lo menos una decena de personas, además de los utensilios domésticos y los perros acompañantes. Pese a que esta vivienda -de apariencia frágil- se hallaba diseñada para resistir un fuerte vendaval, es de suponer que eran elegidos los lugares menos expuestos para asentar las tolderías o campamentos[8].

Su organización social se basaba en grupos emparentados entre sí, conformados por unas cincuenta a cien personas "... y segmentados en unidades familiares mínimas de padres, hijos y algún anciano. Todos gozaban del libre derecho al uso de los recursos existentes en el área y se reconocían como pertenecientes a una agrupación especial... ”[9]. Las jerarquías formales de mando, solo se daban en caso de situaciones de conflictos mayores o de la preeminencia momentánea en la caza, en virtud de ciertas habilidades especiales[10]. La división del trabajo habría funcionado de acuerdo a normas consuetudinarias: las mujeres elegían los sitios de campamentos, levantaban y desarmaban los toldos; buscaban agua y leña y cocinaban; preparaban cueros y fabricaban artesanías, ocupándose también de la crianza de los hijos[11]. No obstante, la instrucción, de acuerdo a su ordenamiento tradicional, era compartida entre el padre y la madre, y comprendía ciertas normas de conducta, adiestramiento en el uso y fabricación de armas, aprendizaje de la caza, preparación de las mujeres jóvenes para la maternidad y crianza de los niños, elaboración de utensilios, e incluía la transmisión de elementos de orden espiritual[12].

Los varones, por su parte, se concentraban en la provisión de alimentos -que implicaba grandes desplazamientos para poder cazar- lo que no era necesariamente una faena cotidiana- y a las actividades guerreras.

Si bien, en términos generales no se cuenta con material informativo tan ilustrativo y abundante como el que refiere a otros pueblos, algunos investigadores plantean que de acuerdo a los estudios del siglo XIX, la mitología Aónikenk comprendía una cosmogonía -elementos referidos al origen del universo- y una cosmovisión propia, así como elementos referidos al ordenamiento de la vida social y a la comprensión del entorno natural. Respecto a la cosmogonía, Kooch, genéricamente el cielo, habría sido reconocido como el ser inicial al que se debía el ordenamiento cósmico, creador del Sol-hombre y la Luna-mujer, y de los elementos y fenómenos atmosféricos que conformaban su entorno. De acuerdo a ello, el Sol y la Luna desde un principio disputaban sobre el derecho a regir el día, persiguiéndose por el firmamento para encontrarse en el horizonte, tras las montañas. De su unión surgió Karro, la estrella matutina, figura determinante en el ciclo heroico de Elal, ya que juntos dan origen a los humanos. Elal, constituía la figura del padre, organizador del tiempo natural a través de las estaciones, que les había dado una buena tierra y los proveía de recursos, el que les había enseñado el conocimiento y uso del fuego, así como la forma de fabricar sus armas[13].

Siguiendo estas creencias, sus prácticas se fundaban en el chamanismo y la realización de ceremonias de iniciación asociadas con el ingreso a la pubertad. La iniciación femenina exigía la reclusión de las jóvenes que entraban a la pubertad, en una construcción preparada para tales efectos, en donde permanecían por algunos días, aisladas y sometidas a severas privaciones. Allí eran aconsejadas por ancianos acerca de la manera de conducirse socialmente e instruidas en las tareas que habrían de desarrollar en su vida. En cuanto a la iniciación de los varones, es posible la existencia de un ritual similar, pero no existirían antecedentes suficientes y fidedignos que permitan pormenorizar sobre sus detalles y significación mítico-religiosa[14].

2. Los primeros contactos con “el hombre blanco”


Según se desprende de los datos entregados por los viajeros del siglo XVIII, el número de personas pertenecientes al Pueblo Aónikenk pudo haber llegado a 2.000, de acuerdo al vasto territorio ocupado que alcanzaba los 50.000 km2[15]. En este mismo sentido, en sus contactos con los extranjeros, a partir del siglo XVII se habrían mostrado más receptivos, lo que posibilitó el inicio del intercambio de objetos tales como metales y herramientas. La introducción del caballo por Pedro de Mendoza en 1536 en los alrededores del río de la Plata, tuvo como consecuencia indirecta que los Aónikenk conocieran e hicieran uso de aquel[16], lo que facilitó y extendió sus desplazamientos. Esto les permite llegar más al norte, y establecer una interrelación cultural y social con los grupos del centro y norpatagonia, y con los mapuche del Nahuel Huapi[17]. La relación con estos últimos no siempre sería pacífica, produciéndose enfrentamientos en los que los mapuche resultaban frecuentemente triunfadores. En parte, ello influiría en el descenso numérico de los Aónikenk, el que comenzaría a hacerse notorio hacia 1830[18].

Alrededor de este período es reiniciado el tráfico marítimo por el estrecho de Magallanes, interrumpido como consecuencia de las guerras napoleónicas y de la independencia de las colonias españolas en América del Sur, con un activo comercio con foqueros ingleses y norteamericanos. Estos manifestaban mayor interés en las pieles y la carne de guanaco, productos que intercambiaban -lo que habría sido necesariamente en condiciones de igualdad- con los Aónikenk, por artículos tales como herramientas y objetos de metal, cuchillos, hachas, cuentas de vidrio, telas coloridas, además de azúcar, harina y, aguardiente, ron u otros licores y tabaco. De parte de los Aónikenk existía menor interés en ese momentos, por las armas de fuego y pólvora[19].

3. La acción del Estado chileno


Las tierras de la Patagonia oriental y occidental, así como el sector correspondiente al Estrecho de Magallanes, por diversas razones no constituyeron una preocupación central ni de las autoridades coloniales, y luego del proceso de Independencia, de las autoridades de la naciente república chilena, hasta bien entrado el siglo XIX[20], si bien Bernardo O’Higgins tuvo una real preocupación por incorporar aquellas tierras y sus habitantes a la soberanía nacional. Estos territorios eran vistos como regiones,

“... bárbaras e incultas, no sujetas a soberanía alguna, esto es, que tenían condición jurídica de res nullius. (...) De allí que las fuentes documentales publicadas a contar de la tercera década del siglo (literatura y cartografía) con cuyo contenido debían informarse gobernantes y hombres de Estado, invariablemente describían a los mencionados espacios geográficos como territorios de clima severo, habitados por pueblos salvajes que se manifestaban reacios a la civilización...”[21].

El interés de las autoridades chilenas comienza cuando son difundidos los resultados de los trabajos hidrográficos y observaciones científicas, realizados durante las expediciones de los ingleses Phillip Parker King y Robert Fitz Roy, en las dos primeras décadas del siglo XIX[22].

Es así, que el gobierno chileno instala el Fuerte Bulnes sólo en 1843 -en la punta Santa Ana- llevando a cabo la fundación de Punta Arenas en 1848, ambos a la orilla del Estrecho de Magallanes; hitos que marcaron el inicio del proceso colonizador del territorio Aónikenk. Desde un comienzo, los indígenas se acercaron en actitud amistosa a estos asentamientos, estableciendo con los afuerinos relaciones pacíficas basadas en el intercambio de sus bienes -pieles, plumas, carne de guanaco- por productos traídos por los afuerinos -yerba mate, azúcar, tabaco, alcohol, etc.-[23].

En 1844 el cacique Santos Centurión -de origen mestizo- y el gobernador, sargento mayor, Pedro Silva suscriben un “Tratado de Amistad y Comercio”, en virtud del cual se convino el libre tránsito y comercio entre las partes, a cambio del reconocimiento por los indígenas de la jurisdicción chilena sobre el territorio patagónico. Más allá de las normas destinadas a regular la convivencia, lo más importante de dicho documento era “... la declaración de Centurión y sus indios de reconocer el pabellón Chileno, como igualmente la nueva colonia que se ha formado. A esta expresión de voluntad se le dio el carácter de juramento, que se ratificó con el izamiento de la bandera de Chile y salva de cañones disparadas por las baterías del fuerte Bulnes...”[24].

En 1845 el mismo cacique y su “lenguaraz” –traductor- son invitados a Santiago. El interés de las autoridades chilenas en ganar la confianza de los indígenas, tenía por objeto establecer a través de ellos la soberanía nacional en las tierras patagónicas disputadas en aquel tiempo con Argentina. En 1857 se asignaría una pensión de gracia al cacique Casimiro, además de otorgarle el grado honorífico de capitán de ejército. Paralelamente, se entregaron a los restantes jefes indígenas diversos obsequios, además de una bandera chilena para que la llevasen consigo[25].

El fuerte aumento poblacional experimentado a contar de 1860 en Punta Arenas, -de 195 personas en 1865 sube a 824 en 1869- el auge económico, la proliferación de la industria maderera y aurífera, la caza de mamíferos, el comercio y la delimitación de sus jurisdicciones territoriales entre Chile y Argentina en virtud del Tratado limítrofe de 1881[26], entre otras causas, vendría a poner fin a la importancia que para las autoridades chilenas tuviera en un comienzo la relación establecida con los Aónikenk.

El auge de la actividad ganadera, -la crianza masiva de ovejas comienza en 1878- la colonización de sus territorios predilectos, los que fueron concesionados a particulares, interrumpiendo con ello sus desplazamientos, y los abusos cometidos por los nuevos propietarios en contra de los indígenas, hicieron que los Aónikenk abandonaran gradualmente el territorio chileno, para asentarse en territorio argentino[27]. Entre 1885 y 1890 la expansión colonizadora ganadera comprometía los campos de Dinamarquero y Bautismo, y las llanuras de la cuenca de la laguna Blanca, tradicionales zonas de caza. Los Aónikenk vieron limitada su área territorial, la que se habría extendido originalmente, de occidente a oriente por dos centenares de kilómetros, desde Morro Chico y valle del Zurdo a los terrenos volcánicos del río Chico, a ambos lados de la frontera chileno-argentina[28].

En 1893, el gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, dispuso la creación de una comisión exploratoria por los campos de la cuenca de la laguna Blanca con el fin de verificar el estado de la colonización y su desarrollo, instruyendo a sus integrantes para que ubicaran a los Aónikenk que se encontraban en esa parte del territorio, “... se impusieran sobre sus costumbres y consideraran la posibilidad de extendérseles concesiones para el caso que quisieran adoptar hábitos más sedentarios y establecerse de modo permanente bajo jurisdicción nacional. Señoret buscaba con ello darles una seguridad siquiera relativa a los indígenas, para que prosiguieran su existencia libre de perturbaciones por parte de los colonos...”[29]. Luego de reiterados reclamos, el cacique Mulato consiguió del gobernador de Magallanes, la concesión provisoria de 10 mil hectáreas fiscales que ocupaban en el río Zurdo. Dicha concesión tuvo carácter provisorio y no aseguró la permanencia definitiva de los indígenas en dichas tierras, las que además eran absolutamente insuficientes en tamaño para garantizar su subsistencia.

A pesar de la concesión, los colonos continuaron hostigando a los Aónikenk. El cacique Mulato, al no encontrar respuesta a sus demandas y reclamos en la gobernación de Magallanes viajó a Santiago a entrevistarse con el Presidente de la República de ese entonces, Federico Errázuriz Echaurren, quien lo escuchó y prometió hacer justicia. Sin embargo, los problemas persistieron.

Un contagio de viruela se apoderó de Mulato y su gente, de regreso a sus tierras, reduciéndose significativamente la población aborigen de la Patagonia chilena y argentina. Con el abandono de los sobrevivientes y la huida de estos hacia territorio argentino, en poco más de medio siglo de relación con el hombre blanco, este pueblo habría prácticamente desaparecido. Sólo quedaron en territorio nacional aquellos que habitaban en el valle de Vizcachas, los que luego fueron expulsados hacia Argentina por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que había adquirido en 1905 la propiedad de los campos donde se encontraban sus cotos de caza.

Los Aónikenk fueron vistos por última vez en territorio chileno alrededor de 1927. Los indígenas provenían de Kilik-Aike, localidad al norte de Río Gallegos, Argentina, y se desplazaban esporádicamente a la Patagonia chilena para cazar guanacos.

CAPÍTULO SEGUNDO


[1] El Pueblo Aónikenk es conocido comúnmente bajo el nombre de Tehuelche, el que correspondería a una denominación dada por los mapuche. Esta admite varias acepciones, y se impone como gentilicio de uso común durante el siglo XIX. Ver: Martinic, Mateo. “Los Aonikenk (Tehuelches). Cazadores terrestres de la Patagonia Austral”. En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate, Pedro Mege (Comps.), pp. 149-165. Etnografía. Sociedades indígenas contemporáneas y su ideología. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1996. p.150. Una de esas acepciones es “hombres bravíos”, que alude a la disputa por los territorios y las mujeres. Asimismo, es utilizada para designar a todos los cazadores de Pampa, Patagonia y Tierra del Fuego, y también para designar a los que habitaban al sur del río Chubut, a quienes también solía llamarse “patagones”. Ver: Bernal, Irma y Sánchez, Mario. Los Tehuelche y otros cazadores australes. Galerna-Búsqueda de Ayllu. Buenos Aires, 2001. pp. 21-22.
[2] Martinic, Mateo.” Los Aonikenk (Tehuelches). Cazadores terrestres de la Patagonia Austral...” Op. cit. p.150.
[3] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas de los Canales Australes. Corporación Nacional de Desarrollo Indígena. CONADI. Temuco. 1995. p. 21.

[4] “La gente que hallé en esta boca de este estrecho á la parte del norte es gente soberbias, y son grandes de cuerpo ansy los hombres como las mugeres y de grandes fuerzas los hombres y las mugeres bastas de los rostros: los hombres andan desnudos traen por capas pellejos guanacos sobados, la lana para adentro hazia el cuerpo, y sus aramas son arcos y flechas de pedernal y palos á manera de macanas (...) el traje de las mugeres es sus vestiduras de los pellejos de los guanacos y de obejas sobados, la lana para adentro y ponénselos á la manera de la yndias del cuzco (...) es poca gente a lo que entendí: sus casas son que incan unas varas en el suelo y ponen pellejos de guanacos y de obejas y venados, y hazen reparo para el viento, y por de dentro ponen paja porque esté caliente y donde se hechan y se sientan por estar más abrigados; porque á lo que me paresció debe de llover poco cerca de ésta mar del norte en este estrecho, aunque en este mes de agosto no nebó los días que allí estuvimos y el “estrecho adentro todo lo más del mes”.
Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica. Vol. I. Universidad de Magallanes. Punta Arenas. 1992. p .87 Los Aónikenk comenzaron a ser conocidos como “patagones”, al creerse que formaban parte del mismo pueblo que la gente vista en San Julián. Los Aónikenk eran hombres y mujeres bien conformados, robustos de una estatura promedio de 1.75 para los hombres y 1.70 para las mujeres.
[5] Martinic, Mateo. Crónicas de las Tierras del Sur del Canal Beagle. Editorial Francisco de Aguirre. Buenos Aires. 1973. p. 25.
[6] Op. cit.: 89.
[7] Op. cit.: 90.
[8] Ibíd.: 88.
[9] Bernal, Irma-Sánchez, Mario. Los Tehuelche y otros cazadores australes... Op. cit.: 43.
[10] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 89.
[11] Martinic, Mateo. “Los Aonikenk (Tehuelches)...” Op. cit.: 151.
[12] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 89.
[13] Ibíd.: 90, 91.
[14] Ibíd.: 92.
[15] Martinic, Mateo. “Los Aonikenk (Tehuelches)...” Op. cit.: 152. Se calcula la presencia de unas 10.000 a 12.000 personas para todo los pueblos que habitaban en el territorio austral, con aproximadamente unas 3.000 miembros por grupo, lo que daba una muy baja densidad territorial del orden de un habitante por cada 25 Km2. El desbalance poblacional interétnico debía darse, respecto a Aónikenk y Yámana, como entidades relativamente menores. Ver: Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 122.
[16] “Destruida la colonia de Santa María del Buen Aire, los equinos quedaron sueltos y tardaron pocos años en multiplicarse. A la vuelta de un siglo era tan considerable su número que no fue difícil para los indios de las pampas capturarlos y aprender a utilizarlos como cabalgaduras. Fue así como, pasando de mano en mano, la masa equina se dispersó tierra adentro por el sur del continente y en época indeterminada, tal vez entrado el siglo XVIII, algunas tropillas pudieron cruzar el río Santa Cruz y establecerse en la Magallania oriental. De hecho para mediados de ese siglo los aónikenk ya empleaban el caballo, habiendo sido avistados montados por vez primera en la vecindad de punta Dungeness en 1741 (...)”. Op. cit.: 295.
[17] Martinic, Mateo. “Los Aonikenk (Tehuelches)...” Op. cit.: 152.
[18] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 296.
[19] Ibíd.: 337.
[20] Braun Menéndez, Armando. Fuerte Bulnes. Editorial Francisco de Aguirre. Santiago. 1968. p. 25.
[21] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 347.
[22] Braun Menéndez, Armando. Fuerte Bulnes... Op. cit.: 28.
[23] José María Borrero, señalaba respecto a los sucesos de ese período: “Era Punta Arenas por aquella época lugar totalmente aislado del mundo culto y científico. Destinado por el gobierno de Chile a presidio y residencia de deportados, por su espléndida situación en medio del Estrecho se había convertido también en punto de aprovisionamiento y refugio, centro de operaciones de balleneros, cazadores de lobos o nutrias y buscadores de oro, gente toda gastadora y viciosa (...)
-No limitaron los “bolicheros” sus actividades al poblado de Punta Arenas, sino que encontrando amplio campo de acción en la campaña, a ella se extendieron, llegando hasta las “tolderías” de los onas y los tehuelches. (...)
-A cambio de unas cuantas botellas de whisky, ginebra, caña y aguardiente, de la peor especie, licores adulterados y de ínfimo precio, ¡qué espléndidos cargamentos -verdaderos botines de saqueo- se obtenían de pieles variadas y ricas, cerda, plumas de avestruz, oro también en polvo y pepitas y toda clase de productos, que los indios les entregaban!”. Borrero, José María. La Patagonia Trágica. Primera parte. Asesinatos, Piratería y Esclavitud. Talleres Gráficos Puente Hermanos. Buenos Aires. 1921. pp. 30, 31.
[24] Ibíd.: 398.
[25] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 47.
[26] Dicho Tratado dice relación con los límites en la Tierra del Fuego, estableciendo la división general del territorio de acuerdo a la línea imaginaria marcada por el meridiano 68º 34’ oeste de Greenwich. Y que en su artículo tercero dice así:
“ARTÍCULO TERCERO.- En la Tierra del Fuego se trazará una línea que, partiendo del punto denominado Cabo del Espíritu Santo en la latitud 52º 40’, se prolongará hacia el sur, coincidiendo con el meridiano occidental de Greenwich, sesenta y ocho grados, treinta y cuatro minutos, hasta tocar en el Canal “Beagle”. La Tierra del Fuego, dividida de esta manera, será chilena en la parte occidental y argentina en la parte oriental. En cuanto a las islas, pertenecerán a la República Argentina la isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta y las demás islas que haya sobre el Atlántico al Oriente de la Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia; y pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del Canal de “Beagle” hasta el Cabo de Hornos y las que haya al Occidente de la Tierra del Fuego”. Ver: Martinic, Mateo. Crónicas de las Tierras del Sur del Canal Beagle... Op. cit.: 193. (Citando a Conrado Ríos Gallardo, Chile y Argentina. Santiago. 1960. p.113.)
[27] “En las proximidades del río Santa Cruz y explotando una estancia de su propiedad, estancia que para mayor sarcasmo se denomina “El Tehuelche”, vive un inglés viejo, muy viejo ya, cuyo nombre [era] míster [sic] Bond. Míster Bond cuenta, en ocasiones con orgullo y siempre como “chiste” especial, que él personalmente fue “cazador de indios” y que por “méritos” propios ascendió a capitán de una cuadrilla de cazadores. Que al principio les pagaban a él y a sus compañeros de “faena” una libra esterlina por cada “par de orejas” de indio que entregaban. Que como entre los cazadores había algunos demasiado blandos de corazón, que a veces se conformaban con cortar las orejas a sus víctimas sin matarlas, y como los “patrones” se apercibieran de la trampa por haber visto algunos indios desorejados, se cambió el sistema y desde entonces no se pagaba la “libra esterlina”, sino a cambio de la cabeza, los testículos, los senos o algún otro órgano vital de eso que constituía la “gran caza” de la Patagonia”. Borrero, José María. La Patagonia Trágica... Op. cit.: 34, 35.
[28] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 715.
[29] Ibíd.