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LOS SELK’NAM[30]


1. Modo de vida y organización social


Los Selk’nam, pueblo de cazadores recolectores pedestres, habitaron en las estepas y bosques de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Su primer contacto directo con europeos fue en 1580, cuando el español Pedro Sarmiento de Gamboa llega a la costa occidental de la isla, a un lugar que luego denominaría bahía Gente Grande, haciendo alusión a los Selk'nam[31]. Entre fines del siglo XVIII y las tres primeras décadas del XIX, una serie de expediciones científicas visitaron la zona, como la de Charles Darwin, quien llegó en 1832, a bordo del Beagle, buque comandado por el capitán Robert Fitz Roy.

Se tiene información de que en aquella época se dividían en dos grandes grupos: los selk’nam del norte, que se ubicaban en las extensas planicies esteparias septentrionales de la isla, entre el río Grande y el estrecho de Magallanes, y los selk'nam del sur, habitantes de las zonas boscosas meridionales de lengas (nothofagus pumilio), coigües (nothofagus dombeyi) y canelos (drimys winteri), llegando eventualmente hasta la costa norte del canal Beagle[32].

Constituían pequeños grupos formados por unas pocas familias, las que en conjunto no sumaban más de veinticinco o treinta personas. Con un fuerte concepto de territorialidad, cada uno de estos grupos familiares vivía dentro de un territorio o haruwen, cuyos límites geográficos estaban claramente preestablecidos, los que debían ser respetados por los vecinos para asegurar una buena convivencia. La trasgresión del “haruwen airen”, muchas veces debida a la persecución de guanacos, podía producir el enfrentamiento entre dos grupos[33]. En cada territorio los habitantes tenían derecho a cazar, recolectar frutos silvestres, seleccionar materias primas para diversos usos, establecer sus lugares de campamento y realizar todas las actividades necesarias para preservar la subsistencia del grupo[34].

La antropóloga Anne Chapman elaboró junto a sus informantes, sesenta y nueve genealogías. Cada genealogía correspondía a un linaje que en el período anterior a la llegada del hombre blanco, habitaba uno de los ochenta y dos territorios en los que era dividida la Isla Grande. De esos haruwen, sesenta y nueve eran selk’nam, once haush -como eran denominados los habitantes del otro extremo de la isla, que para algunos investigadores serían Selk’nam orientales- y dos kawésqar. De acuerdo a los datos de aquella, se habría producido una suerte de fraccionamiento de los linajes e inestabilidad en el número y límites de los haruwen. De los ochenta y dos haruwen conocidos, cuarenta y cuatro estaban ubicados en la costa -incluyendo los dos territorios kawésqar-, mientras treinta y ocho se encontraban tierra adentro[35].

Se permitía el ingreso de miembros de un grupo a otro territorio, frente a la necesidad de mantener relaciones de intercambio, por la eventual disminución de los recursos alimentarios en algún territorio vecino o por la realización de ceremonias sociales de carácter amplio, tales como la varadura de algún cetáceo sobre la costa y la organización de rituales colectivos[36].

El origen del haruwen era de carácter mítico y su significado en la práctica, era el dominio perpetuo sobre el mismo . De acuerdo a la costumbre, se atribuía a los miembros de cada linaje una especie de propiedad sobre los recursos de su correspondiente haruwen, cuyos deslindes se hallaban determinados por medio de accidentes del terreno, señales o referencias naturales perfectamente conocidos por la comunidad[37].

Su nomadismo imponía el uso de viviendas de estructuras sencillas, definidas por las características naturales de los territorios ocupados, y eran de dos tipos, uno de forma cónica -kauwi- de 3.5 a 4 metros de ancho, construida de madera y cubierta de pieles cosidas, característica de la zona boscosa del sur de Tierra del Fuego y la “tienda” o paravientos, hecha de palos trabajados y un cobertor de pieles de guanaco, o lobo marino, que una vez instalados, formaban tres cuartos de un círculo, propio de la zona esteparia al norte de la isla. Esta última tenía un carácter más provisorio, y podía ser fácilmente llevada de un campamento a otro en sus desplazamientos[38]. La vivienda de forma cónica tomaba más tiempo para su construcción que el paravientos y probablemente era reparada y reocupada cuando sus dueños regresaban al mismo sitio. Aquella era construida para las familias cuando se celebraba un hain -ceremonia de iniciación-, ya que permanecían en el mismo paraje por períodos largos y normalmente la ceremonia se desarrollaba cerca de un bosque; dicha construcción ceremonial era una variante común la vivienda cónica[39].

Con excepción de las cónyuges, las agrupaciones de carácter familiar estaban constituidas por miembros de un mismo linaje patrilineal con residencia patrilocal; linajes y subdivisiones territoriales eran equivalentes, habiendo llegado a sesenta y nueve -para los selk'nam del norte y del sur-, correspondientes al mismo número de haruwen. La parentela, de tipo bilateral, incluía a todos los parientes consanguíneos de un individuo, hasta la tercera o cuarta generación, anterior o posterior. Esto permitía establecer un sistema de relaciones entre toda la población selk'nam y regulaba la selección del cónyuge, ya que no podía ser elegido entre parientes consanguíneos. La unidad familiar o aska, entidad de parentesco más reducida, comprendía al núcleo familiar y los parientes más cercanos. De esta forma, la estructuración social concordaba con las modalidades económicas básicas, conciliando la necesidad de dispersión de la población en sus prácticas migratorias, para obtener mayor éxito en el aprovechamiento de los recursos naturales, con los requerimientos de encuentro periódico, gracias a los lazos de parentesco y a la pertenencia a una determinada división territorial[40].

Martín Gusinde señalaba al respecto, que los “... miembros de cada familia, más exactamente: hombre, mujer e hijos, constituyen en el sostenimiento de la casa una cerrada comunidad de trabajo, que existe y labora con independencia de las demás. No hay diferencias de clases bajo el punto de vista del trabajo, ni bajo otras consideraciones, así como tampoco se encuentran sometidos los miembros de la tribu a una autoridad superior común... ”[41].

De acuerdo a las investigaciones desarrolladas, la guerra habría sido una ocupación exclusiva de los varones, mientras que mujeres y niños habrían tomado parte en ellas sólo en su condición de botín, aunque ese no fuera el objetivo real del conflicto[42]. Asimismo, se señala que la caza, la preparación de las armas, utensilios y obtención de materias primas, era realizada preferentemente por los hombres, si bien en ocasiones las mujeres podían tomar parte de la primera. Estas se habrían dedicado especialmente al cuidado de los niños, a ciertas actividades de carácter doméstico, la preparación de los cueros y la cestería, además de la recolección de algunos productos silvestres y del litoral. Como la permanencia del grupo en un campamento era temporal, variando desde unos pocos días a algunas semanas, las mujeres también debían encargarse del traslado de todos los enseres domésticos y de los niños cada vez que se cambiaba el paradero debido a la caza u otras circunstancias[43].

La sociedad selk'nam no habrían contado con jefes, consejo de ancianos o algún otro órgano de autoridad. Los adultos ejercían cierta forma de autoridad sobre los jóvenes, especialmente sobre los klóketen durante la ceremonia del hain, pero en general, el poder era ejercido de manera más bien circunstancial[44]. A partir de tres formas de jerarquía se conformaba una especie de elite religiosa, estas eran la de los chamanes -xo'on-, los sabios -lailuka-ain y lailuka-am, el padre ain y la madre am, de lailuka la tradición oral- y la de los profetas -chan-ain y chan-am, el padre y la madre de chan, la palabra-. Los chamanes -xo'on- contaban con gran prestigio dentro de la sociedad selk'nam. Ejercían su poder, el wáiuwin, en actividades como la guerra y la caza, extendiéndose este al manejo de las condiciones climáticas. Para convertirse en chamán había que durante años ser un aprendiz bajo la tutela de uno o varios chamanes mayores; hasta que en cierto momento, aquel soñaba que un chamán le otorgaba su wáiuwin. El donador generalmente era un pariente recién fallecido. Las "madres" -am- y "padres" –ain- lailuka eran quienes conservaban la tradición mitológica y poseían mayores conocimientos dentro de la sociedad, si bien no tenían poderes sobrenaturales ni entonaban cantos, como los chamanes[45].

Aceptaban también las diferencias y jerarquías que se establecían en la vida cotidiana, sobre la base del dominio de actividades relacionadas con el valor y la destreza física, como la guerra, lucha y velocidad. Privilegiaban la unidad tribal -el linaje- y establecían una sociabilidad en el marco de su libertad individual, cumpliendo con los deberes y obligaciones para con la parcialidad a la que pertenecían[46].

Toda persona era conocida por la "tierra" en la que había nacido o vivía y por el shó'on –cielo-, con el que estaba identificada. El concepto de "cielo" funcionaba como el principio organizador de la cosmología y tenía un gran significado social y ceremonial[47]. Su cosmología tenía como principio fundamental un espíritu superior anterior al tiempo, Timáukel -Temáukel, Timáukl-, el "ser que está allá arriba". Kénos, espíritu poderoso pero subordinado, había recibido de Timáukel la misión de organizar la vida y poner en actividad al mundo visible, de disponer su funcionamiento armónico y de entregar a los hombres, a los que había creado, los preceptos morales según los cuales debían comportarse entre sí y en su relación con la naturaleza. Kénos había consumado la trascendente obra de Timáukel con la creación de los Howen, antepasados del pueblo Selk'nam, para quienes había elegido Karukinká, el territorio de mejor apariencia y recursos a fin de que lo habitaran.

La mitología Selk´nam explicaba distintas circunstancias naturales y sucesos históricos, los que estaban cruzados por los recuerdos e interpretaciones basadas en su propio imaginario. Así, la oposición entre la gente del norte y del sur, la distribución territorial con el surgimiento de los linajes, del mismo modo como la existencia y participación del Sol, la Luna y los fenómenos atmosféricos, el origen y comportamiento de los animales en el orden natural, entre varios otros aspectos, podían ser comprendidos a través de sus mitos[48].

Los Selk’nam practicaban el chamanismo, y entre sus ceremonias más importantes se encuentra la del hain, más conocido como rito klóketen de iniciación, cuyo objetivo era iniciar a hombres y mujeres jóvenes, instruir a las mujeres, reunir a personas que pocas veces se veían y realizar rituales considerados indispensables para la perpetuación de la sociedad[49]. El hain recreaba el mito del triunfo y predominio del patriarcado sobre el matriarcado, para mantener así la sujeción plena y permanente de las mujeres. Constituía la iniciación del secreto para los jóvenes púberes, y al mismo tiempo era una enseñanza severa y agobiante, destinada a hacer de los klóketen nuevos adultos debidamente instruidos para un apropiado comportamiento social. Paralelamente, se cumplía el rito de iniciación de las niñas, de carácter menos espectacular y de menor duración. En uno y otro se hacia referencia al código ético que regiría las correspondientes conductas ulteriores de hombres y mujeres, facilitando así la interrelación grupal[50]. Para realizar el hain se levantaba una choza ceremonial que "... simbolizaba el cosmos y las cuatro matrices –háiyen- que se encontraban en los cuatro ‘cielos del infinito’”. Los cielos fueron definidos como "... las cordilleras invisibles del infinito...", en palabras de Ángela Loij -una de las últimas selk'nam "puras"-, recogidas por Anne Chapman[51].

A mediados de 1923, Martín Gusinde tuvo la oportunidad de presenciar a orillas del Lago Fagnano, la realización de este ritual, dirigido por Tenenésk, quien muere unos meses después, llevándose con él este antiguo conocimiento[52].

2. Los primeros contactos con “el hombre blanco”


Los intentos de explotación de las islas y costas australes de Sudamérica, comienzan durante la última parte del siglo XVIII, cuando marinos norteamericanos comenzaron a explotar las colonias de lobos marinos ubicados en esos territorios. Para 1890 el “lobo de dos pelos” (arctocephalus australis) había sido virtualmente aniquilado y las diezmadas manadas buscaron refugio en los lugares más inaccesibles del litoral pacífico. Los encuentros entre loberos e indígenas fueron a menudo brutales, pero con los selk’nam fueron escasos, porque no había grandes colonias de lobos marinos en la parte de la isla habitada por ellos[53].

Se estima que hacia fines del siglo XIX, la población selk'nam llegaba a un número de 3.500 a 4.000 personas, de las cuales la mitad aproximadamente vivían en el territorio correspondiente a Chile. Muchas serían las matanzas y deportaciones masivas practicadas por el hombre blanco que han quedado como crudo testimonio de su relación con los indígenas:

“(...) en Tierra del Fuego, en el paraje denominado “Punta María”, una cuadrilla de cazadores, compuesta de tres austriacos y un italiano, sorprendió a una familia ona; eran veinticinco personas, entre hombres, mujeres y niños, que al ver a sus perseguidores y presuntos verdugos huyeron, pudiendo refugiarse en una anfractuosidad [sic] del terreno, que parecía un reducto inexpugnable. Desde allí y a golpes de flecha, arma débil y casi inútil ante las carabinas de precisión que sus perseguidores esgrimían, se defendieron por espacio de veinticuatro horas hasta que éstos se retiraron desapareciendo.
Era una estratagema de guerra. Acosados por el hambre y empujados por la sed, salieron de su refugio los pobres indios y ganándoles los otros sorpresivamente la retaguardia, empezaron a cazarlo “a ojeo” no terminando su bestial labor hasta dar fin de casi todos ellos.
(...) se salvaron de la matanza algunos niños, que hoy [1920, aproximadamente] son hombres y que se refugiaron después de penalidades sin cuento en la misión salesiana, donde relataron este horror y donde todavía quizás se encuentran (...)”[54].

Otro hecho de inusuales características, pero no menos aberrante, se agrega a los abusos cometidos por los “cazadores de indios” en contra del Pueblo Selk’nam. Una familia completa -un total de once personas entre hombres, mujeres y niños- fueron arrancados de su territorio de origen para ser llevados en un barco ballenero a Francia, y exhibidos dentro de una jaula de hierro como “Indios caníbales, antropófagos” en la Exposición Universal de París de 1889. Allí se les hacía pasar hambre para arrojarles luego trozos de carne cruda, pretendiendo afirmar así la imagen de “comedores de carne humana” que de ellos se quería “ofrecer” al público asistente, que pagaba cinco o diez “sous” por contemplar a estos “caníbales”[55]. Un sacerdote salesiano, que había estado en Tierra del Fuego, fue testigo de este hecho y consiguió que el Ministro Plenipotenciario de Chile en Francia, Gonzalo Bulnes los llevara de regreso a su lugar de origen. Si bien de los once indígenas capturados, dos murieron en el viaje a Francia, dos dentro de la “jaula” a consecuencia del hambre, la tristeza y los sufrimientos a los que se les sometía; uno se fugó -Calafate- y los seis restantes fueron llevados a la Misión Salesiana de Punta Arenas[56].

Estos hechos, sumados a las enfermedades infectocontagiosas, antes desconocidas, y a las luchas internas entre los mismos grupos aborígenes originadas en disputas por los escasos territorios libres del dominio extranjero, destruyeron el equilibrio natural que desde tiempos inmemoriales los selk'nam habían establecido en relación a su medio ambiente[57].

Los primeros afuerinos en establecerse en Tierra del Fuego fueron los buscadores de oro provenientes de Chile, los que a contar de 1881 comienzan a instalarse junto a los lavaderos de oro del estrecho de Magallanes. La presencia masiva y prolongada de estos extraños en territorio Selk'nam derivó en la ocurrencia de numerosos conflictos con los indígenas. Los mineros, que disponían de armas, maltrataron a aquellos, tomaron y violentaron a las mujeres, dejando varios heridos y muertos. Por su parte, los indígenas respondieron efectuando asaltos a los campamentos mineros, si bien siempre se llevaban la peor parte.

3. La acción del Estado chileno: la colonización del territorio mediante las concesiones ganaderas


En 1883, por decisión del gobierno chileno se inició en la zona la colonización ganadera. La primera concesión de tierras a extranjeros -la sociedad Werhahn y Cía.- en el año 1885, fue de 123 mil hectáreas, en las que fueron introducidas 600 ovejas traídas de las Islas Malvinas. En 1889, José Nogueira obtiene del gobierno chileno la concesión de 180 mil hectáreas, y Mauricio Braun una de 170 mil hectáreas. En 1890 nuevamente Nogueira obtiene una concesión del gobierno de un millón nueve mil hectáreas. Estas tierras constituyeron la base de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego constituida en 1893[58].

Debido al pensamiento imperante en la época, los colonizadores consideraban que con su presencia llevaban a cabo una labor civilizadora y en pos del progreso, al hacer producir un territorio enorme y supuestamente virgen. Dicha labor era amparada por la autoridad y las leyes del Estado, respecto a la propiedad; en este contexto los indígenas solo eran un obstáculo que debía ser superado. Este pensamiento “civilizador” se expresaba así:

“... Si no se arbitra ese medio [la extracción de los indígenas de su suelo natal], cuente el Gobierno de Chile con que en un año o dos la Tierra del Fuego volverá a ser tan salvaje como antes de que estableciéramos en ella nuestras estancias e industriales laboriosos como creemos haber sido, serán arruinados en la pérdida de injentes capitales que tienen invertidos y esto redundará en notable atraso de esta próspera rejión...”[59].

“¡O se deja el territorio en manos de los salvajes, o se entrega a la civilización! El Gobierno de Chile ha concedido grandes extensiones de terrenos sabiendo que estaba en manos de los indígenas por consiguiente debe también arbitrar un medio para las depredaciones”[60].

Los Selk’nam no fueron informados de los arreglos entre los estancieros y el gobierno, y siguieron considerando la isla grande de Tierra del Fuego como su territorio, atraídos por la captura del ganado ovino. Ante los conflictos que surgen con algunos estancieros, buscaron llegar a acuerdos pacíficos, solicitando para ello la mediación de los misioneros anglicanos establecidos en la zona del Beagle. Entre 1881 y 1894, la reacción de los europeos no pasó más allá de la aplicación de castigos a los indígenas. Durante ese período la población extranjera ocupaba únicamente algunos puntos del sector costero occidental de la isla, entre el cabo Boquerón y bahía Lomas, por lo que resultaron afectadas sólo las parcialidades indígenas que transitaban por allí[61].

La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego impulsó una práctica más agresiva en contra de los indígenas, ya que al ocupar la totalidad del territorio que le correspondía, y que era el centro del territorio Selk’nam, introdujo ganado, erigió centros de trabajo y cercó los campos, restringiendo la movilidad de los pobladores originales. Las ovejas ocupaban efectivamente, grandes territorios y competían con los guanacos por los mejores pastos, de tal forma que estos últimos fueron siendo parcialmente desplazados hacia territorios cada vez más australes, comenzando a escasear como recurso alimenticio -el más importante- de los selk’nam en el norte de la Isla Grande, siendo prácticamente inevitable que comenzaran a cazar ovejas, o “el guanaco blanco” como las denominaron[62]. Para resguardar su propiedad la Sociedad contrató personal especializado para vigilar a los indígenas imponiendo una verdadera política de guerra, con el objeto de dejar sus campos “limpios” de aquellos para la colonización pastoril. Este personal junto al de otras estancias sería el responsable directo de la muerte de más de 300 indígenas. Esto queda de manifiesto en testimonios que circulaban en la región respecto a crímenes cometidos por trabajadores de las estancias:

“... El fundador de las estancias de José Menéndez, en Tierra del Fuego, era un inglés llamado Mac klenan, a quien se conocía más por el sobrenombre de “Chancho Colorado”.
(...)No resultándoles a “Chancho Colorado” bastante rápida ni productiva la caza de indios a ojeo -caza individual, llamémosla así- resolvió hacerla con reclamo y en bandadas.
-A este fin y valiéndose de diversos astutos emisarios (...) les prometió cesar en la persecución sangrienta, que tenía iniciada, ofreciéndoles al mismo tiempo una paz duradera en condiciones, al parecer ventajosas. El los proveería de “guanacos blancos” -así llamaban los indios a las ovejas-, en cantidad suficiente para que pudieran comer, a condición de que verificaran sus correrías en pos de los verdaderos guanacos, que constituían la base de su alimentación, más al Sur, sin penetrar en las tierras por él ocupadas y sin perturbar, en consecuencia, la vida de las majadas en los campos, en que pastaban.
(...) –En la playa de Santo Domingo, situada en la parte oriental de Tierra del Fuego (...) asáronse vaquillones, novillos, ovejas y corderos en cantidad asombrosa. Abriéronse también innumerables cajones de whisky, ron, aguardiente y toda clase de licores fuertes (...) Después de algunas horas de comer y beber sin tregua, encontráronse los cuatrocientos o quinientos indios, que entre hombres, mujeres y niños habían concurrido a la “fiesta”, ahítos, cansados, hartos y borrachos, sobre todo borrachos, hasta no poder tenerse en pie.
(...) en ese mismo instante comenzó y con toda rapidez se verificó la espantosa carnicería tan diabólicamente concebida. Apostados Mac Klenan (a) “Chancho Colorado” y diez o doce de sus satélites en los cerros y montículos cercanos (...) abrieron fuego continuo y graneado con sus armas de repetición sobre aquel montón de seres indefensos y embrutecidos hasta el extremo de no poder experimentar un movimiento de reacción y defensa...” [63].

Frente al recrudecimiento de esta situación, en 1895 el R. P. José Fagnano, sacerdote salesiano a cargo de la Misión de San Rafael, ubicada en la isla Dawson -que se encuentra en la parte occidental del Estrecho de Magallanes, entre Tierra del Fuego y la península Brunswick (Ver Mapa Nº 25)- solicita considerar al Consejo Directivo de la Sociedad Explotadora que por cada selk’nam transportado desde las estancias a la Misión se le pagaría una suma de dinero que la Sociedad acordó en una libra esterlina[64]. Desde la perspectiva de los misioneros, esto era entendido tanto como una vía para introducirlos en la “vida civilizada”, como una posibilidad de mantenerlos con vida. La misión de Dawson había sido fundada por Monseñor Fagnano en el año 1888, y en un principio estuvo destinada a los kawésqar. Fue cedida en arriendo por decreto del 11 de junio de 1890, por un período de veinte años -a solicitud de Monseñor Fagnano- 1890-1910, durante los cuales funcionó la Misión de San Rafael, pero en el año 1912 la isla es devuelta al gobierno, al negarse este a extender su cesión[65].

El siguiente es el decreto que otorga la cesión:

“Santiago, 11 de junio de 1890.
Vista la solicitud y los antecedentes adjuntos, y considerando:
-Que hay conveniencia en que el Estado favorezca y estimule a empresas que tengan por objeto civilizar a los indígenas de la Tierra del Fuego;
-Que a más de los fines humanitarios que se persigue con tal sistema, también se contribuye con él a facilitar la colonización de tan apartados territorios de la República, y finalmente,
-que la propuesta que se hace en la solicitud arriba mencionada no impone al Fisco gravamen de ninguna clase,
DECRETO:
-Se concede al R.P. José Fagnano, como Superior de los Misioneros Salesianos establecidos en Punta Arenas, el uso y goce de la Isla Dawson (...) a fin de que establezcan en ella una capilla, una enfermería, una escuela destinada a la enseñanza de los indígenas y las demás construcciones que se creyeren necesarias para la explotación de sus terrenos.

(...) si el Estado resolviere dar otro destino a los terrenos otorgados, podrá reivindicarlos (...)Las mejoras en los edificios introducidos en la Isla Dawson los abonará el Fisco a justa tasación de peritos, nombrados uno por cada parte (...)[66].

Sin embargo, de acuerdo a un informe del gobernador de Magallanes, Manuel Señoret, el sistema utilizado por los misioneros para introducir a los indígenas a la

civilización no era el más adecuado para los intereses estatales. Señoret consideraba que los indígenas debían ser integrados por medio de la asimilación de costumbres de colonos chilenos establecidos en su propio territorio, sin necesidad de arrancarlos de allí:

“Si en la isla Dawson hubiera algunas decenas de familias chilenas con sus hijos, dedicados al cultivo de la tierra, a la industria de lechería a las mil atenciones del hogar, y los indígenas los rodearan viendo a cada instante esa actividad de la familia civilizada para proporcionarse su sustento diario y mayores comodidades, les serviría a la vez que de valiosa escuela, de distracción. No tardarían en mezclarse con esas familias, serían ocupados en este o aquel trabajo doméstico y en muy poco tiempo cambiarían de manera de ser y comprenderían de una manera práctica las ventajas de la vida civilizada...”[67].

El gobernador consideraba más adecuado el establecimiento de puestos militares en Tierra del Fuego, para lograr el triple propósito que perseguía el Gobierno de Chile: “... civilización de los indios, colonización de la isla y protección eficaz para el tranquilo desarrollo de sus industrias... ”[68]. Tal como se había hecho en la Araucanía mediante la fundación de pueblos, y la instalación de líneas de telégrafos y ferrocarriles, para conseguir “dominarlo y civilizarlo”. De lo cual se desprende que habría existido una política estatal respecto a la “cuestión indígena”, si no como la mencionada labor “civilizatoria”, al menos como una visión de conjunto fundada en la necesidad de incorporar efectivamente territorios fronterizos a la soberanía nacional.

4. Los resultados de la Misión de San Rafael y la acción de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego


Producto del acuerdo establecido entre la Sociedad Explotadora y los misioneros, entre los años 1894 y 1898, un número superior a ochocientos Selk’nam fueron trasladados hasta la misión, lugar donde, en su gran mayoría, murieron como consecuencia de la inactividad, el desarraigo y las enfermedades que allí contrajeron, en especial la neumonía, tuberculosis, sarampión y sífilis. En 1895, 111 selk’nam, 48 hombres y 63 mujeres, habitaban allí; un año después, debido a la presión del hambre y un invierno excepcionalmente riguroso, algunas decenas más se dejaron transportar hasta dicha misión. En 1899, el número había ascendido a 108 hombres y 170 mujeres, entre selk’nam y kawésqar, que también había sido recluidos allí. Su instalación en Dawson, alejados de su territorio de origen y de la sociedad a la que se pretendía adaptarlos, terminó por convertirse en un error -si bien involuntario- que trajo resultados desastrosos, debido fundamentalmente a la forma de trabajo utilizada, sobre la base de la explotación de los recursos madereros de la isla, en el que fue empleada la población masculina tanto selk’nam como kawésqar[69], y al sedentarismo impuesto sobre el conjunto de ellos.

Con respecto a esta situación, el antropólogo francés Joseph Emperaire, señalaba lo siguiente:

“... Un decreto ya antiguo, fechado en 1847, imponía a todo misionero la obligación de hablar, en un plazo de cuatro años, la lengua de los indígenas a su cargo. Ninguno de los misioneros de Dawson aprendió jamás el ona [selk’nam] ni el alacalufe [kawésqar]. (...) Según los términos del decreto de concesión, los productos de la isla debían ser empleados “en el sostenimiento y civilización de los indígenas”. A pesar de las entradas financieras muy importantes provenientes de los productos de la estancia y el aserradero, así como de las donaciones del Estado y de las estancias de la Tierra del Fuego
-que continuaban entregando por cada ona conducido a Dawson la suma de una libra esterlina: cada indio muerto había sido igualmente objeto de una prima-, jamás se ejerció ningún control. Sin embargo, los resultados estuvieron poco de acuerdo con medios económicos tan fuertes. Nueve años después de haberse instalado la misión, ningún indio se encontraba en condiciones de entrar en la vida civilizada con un mínimo de conocimientos. El bienestar que hallaban en Dawson satisfacía, ciertamente, sus limitadas necesidades, pero la enorme mortalidad de la comunidad indígena, especialmente de niños, no suscitó atenciones médicas. (...) Control y cuidados médicos eran inexistentes. Sin embargo, Dawson no estaba sino a seis horas de navegación de Punta Arenas y una embarcación de la Armada, fuera de numerosos buques, visitaba periódicamente la misión. A un ritmo catastrófico, la muerte, y después probablemente la dispersión de los últimos sobrevivientes, resolvieron el problema de la adaptación de los indios, y de una manera definitiva. En septiembre de 1911 expiraba el contrato acordado a la misión de Dawson. La Misión había contado con más de 500 indios en el curso de los últimos años. El cementerio, agrandado varias veces, contaba con 800 tumbas...” [70].

La Sociedad Explotadora buscaría posteriormente el apoyo de las autoridades para erradicar a los selk’nam de la isla; para obtenerlo se utilizó como subterfugio la exageración de las pérdidas ocasionadas por los indígenas a fin de impresionar al gobierno. La Sociedad trató de presionarlo para que sobre él recayera la responsabilidad de erradicar a los selk’nam, manifestando al gobernador Señoret en agosto de 1894, la necesidad de enviar oficialmente un destacamento de 50 soldados para capturar a los indígenas, los que serían transportados a la misión de isla Dawson, en escampavías de la Armada Nacional.

Pero el gobierno de la época no se mostró dispuesto a colaborar con los colonizadores; “... por el contrario, el Ministro de Relaciones Exteriores y Colonización escribió al gobernador Manuel Señoret manifestándole su desagrado por las violentas medidas que los hacendados adoptaban con los indios, aconsejándole que no se inmiscuyese en el asunto. Tal instrucción concordaba con el pensamiento que más tarde haría público el gobernador sur de la isla, permitiéndoseles vivir en libertad al amparo de fuerzas nacionales y al cuidado educativo de misioneros franciscanos... ”[71]. Durante los últimos años del siglo XIX la ocupación colonizadora fue llegando hacia las zonas interiores, cubriendo todo el distrito patagónico sudoriental, clave en el desarrollo de la economía pecuaria del territorio magallánico[72].

Pese a que los empleados de las distintas haciendas realizaban sus operaciones con bastante sigilo, fue imposible evitar que los hechos que ocurrían en la isla grande se hiciesen públicos. El rumor comenzó a extenderse desde la localidad de Porvenir, hablándose no sólo de castigos y persecuciones, si no de verdaderas cacerías donde los indígenas que lograban ser capturados vivos -mujeres y niños, en su mayoría- eran tantos o más que los muertos en los campos -hombres casi siempre- por resistirse a la captura.

El rumor llegó a oídos del senador por Llanquihue, Ramón Ricardo Rozas, quien denunció los hechos en el congreso, e interpeló al gobierno, reclamando protección para los selk’nam, mientras que los diarios El Porvenir, La Razón y El Chileno de Santiago hacían eco de tales denuncias, generándose una suerte de polémica al contestar Ramón Serrano -explorador, miembro de la Comisión Chilena de Límites[73]- dichas denuncias por medio de La Libertad Electoral[74].

La autoridad ante estos y otros antecedentes hizo más severa su actitud frente los estancieros, pero un nuevo suceso cambió la situación. En la noche del 13 de enero de 1896, un grupo de selk’nam intentó robar ganado en San Sebastián, pero dicha acción fue impedida siendo capturados siete de ellos y quedando varios muertos. Cuando se trasladaban los apresados, el 18 de enero, para su posterior embarque a la isla Dawson, los indígenas atacaron y mataron a sus guardianes. Apenas enterado de ello Mauricio Braun, solicitó protección al gobernador, quien de inmediato dispuso que 6 soldados, al mando del capitán de ejército Ramiro Silva, fuera destinada a Tierra del Fuego a fin de patrullar los campos[75].

La cuestión indígena en esta zona entró en una etapa de abierta confrontación. En adelante ya no hubo consideración alguna para los indígenas, a los que se les persiguió sin piedad y se les atacó donde se les encontrara, mientras los que eran capturados vivos fueron enviados a la misión de Dawson. La violencia de aquellos se fue intensificando; la presencia de los soldados fue particularmente útil a la Sociedad Explotadora -que así se liberaba de la molestia de tener que perseguir y capturar con su propio personal a los indígenas- y por ello se trató de mantenerlos en Tierra del Fuego durante el máximo de tiempo posible, lo que no satisfacía a Señoret, quien buscó poner término al patrullaje militar en cuanto lo permitieran las circunstancias[76].

Mientras se sucedían estos hechos, el Ministro de la Corte de Apelaciones de Valparaíso -en el contexto del juicio conducido por el magistrado Waldo Seguel en el año 1895- Manuel A. Cruz, había llegado en visita judicial extraordinaria a Magallanes, haciéndose cargo del proceso iniciado y realizando diligencias conducentes al esclarecimiento de los hechos que conmovían a la opinión pública. “Aunque el caso concluiría en sobreseimiento, el ministro Cruz consignaría en su informe la inquietud ciudadana: ... la voz pública acusa en Punta Arenas a aquellos empleados i a sus jefes superiores de crueles e innecesarias vejaciones cometidas en las personas de los indios i de sus mujeres i aún de odiosos asesinatos perpetrados con refinada maldad para evitar aquellas depredaciones[77].

5. El colapso demográfico


Estos sucesos y otros que siguieron, llevaron a que en alrededor de 20 años fueran eliminados los indígenas de Tierra del Fuego, dejando “libre” el territorio a la colonización ganadera. Martín Gusinde calculó que hacia 1860, los selk’nam debían llegar a un número de 3.500 personas en toda la isla. Julius Popper, de origen rumano, uno de los personajes más siniestros en el proceso de exterminio de los indígenas de la Patagonia caracterizado como “El Dictador Fueguino”, en 1886 exploró la costa atlántica y el norte de la isla, dirigiendo la expedición limítrofe. Junto a John M. Cooper, como encargados de inspeccionar el terreno aurífero, estimaron que en 1891 para todo el territorio, la población llegaba a 2.000 personas. Popper redactó un “Reglamento y condiciones de servicio para la explotación de oro a participación”, con el que en realidad se aseguraba condiciones de explotación de los mineros. El contingente humano bajo sus órdenes estaba en parte integrado por vagabundos y fugitivos de la justicia, con los que controlaba y explotaba a sus empleados, y con los que también se enfrentaba a otros grupos mineros. Bajo esas condiciones el conflicto con los Selk’nam fue especialmente violento, y Julius Popper protagonizó numerosos encuentros armados [verdaderas cacerías], llegando a tomarse fotografías junto a cuerpos muertos de indígenas Selk’nam [78].

Por su parte, el gobernador de Magallanes, Manuel Señoret calculó en 1894 un número de 1.500 personas, únicamente en la sección chilena de Tierra del Fuego. El censo de población 1895, arrojó el número de 1.500; al mismo tiempo el explorador Otto Nordenskjold calculó de visu en 500 el número de selk’nam, cifra que debía referirse exclusivamente a la zona norcentral de la isla, recorrida por aquel.

De los datos precedentes puede inferirse que entre 1891 y 1894 el número de selk’nam haya fluctuado entre 1.200 y 1.500, siendo tal vez más precisa esta última cifra si se consideran los datos de deportaciones y la probable cantidad de bajas que se darían más adelante[79].

De esta forma, en 1881 la población aborigen de la parte chilena de la isla podría haber llegado a 2.000 individuos aproximadamente, cantidad que pudo haberse reducido a lo menos en una cuarta parte durante los trece años siguientes, debido a los estragos que produjeron las enfermedades recibidas en su contacto con los blancos -tuberculosis, gripe, neumonía, sarampión, difteria, sífilis-. A ello deben agregarse las bajas producidas en los encuentros ocasionales con mineros y exploradores, y producto de las luchas entre parcialidades -comunes entre los indígenas- además de las acciones de represalia de los primeros hacendados. Así, puede establecerse como probable una población selk’nam de 1.500 personas al momento de radicarse en la isla la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, en 1893[80].

Ya en 1910, su número había disminuido drásticamente llegando a un centenar de personas, radicada en las misiones salesianas de Dawson o Río Grande, o que se había refugiado en las estancias de la familia Bridges -a cargo de la Misión Anglicana de Tierra del Fuego-(Harberton y Viamonte), o en las inmediaciones del lago Kami o Fagnano, ambos ubicados en el sector argentino, en la zona boscosa y cordillerana al sur de la isla. El testimonio de uno de los sobrevivientes de las últimas matanzas deja de manifiesto las condiciones de constante persecución y crueldad de los estancieros, pese a la huida de los indígenas hacia los bosques de la cordillera.

“... Nuestra vida no era tranquila; continuamente llegaban hasta los bosques noticias espantosas que se referían a las matanzas que estaban ejecutando los blancos. Las distintas tribus que antes habitaban a orillas del mar, habían huido ante el avance exterminador del asesino y buscaban refugio a la sombra de los robles.

(...) El guanaco blanco [oveja] había sido traído por el extranjero y fue él la causa del derrumbe total de nuestra vida. El invasor no sólo nos sacrificó para usuparnos nuestro suelo, sino que se ensañó con los onas porque los llamó ladrones de sus haciendas.

(...) Un grito de horror conmovió a la floresta, cuando una jauría de perros colosales hizo irrupción en medio de los montes. Las fieras habían sido especialmente amaestradas para romper tendones y desgarrar entrañas. Centenares de nativos fueron despezados por esa jauría de fieras y los inocentes niños morían junto al regazo de sus madres (...)

Siguiendo el rastro de las jaurías, muchas veces los blancos se internaron hasta los claros de los bosques; allí rodearon a los infelices nativos y los hicieron caer bajo sus manos. Las armas de fuego primero y después los perros, se encargaron de sembrar los suelos con pedazos sanguinolentos de piltrafas humanas, que palpitaban sus estertores de agonía baja la carcajada de sus asesinos (...) “[81].

Cuando Martín Gusinde recorre Tierra del Fuego, en 1920, la población Selk’nam era aún menor; de acuerdo a sus estimaciones alcanzaba a 279 indígenas, 216 de los cuales habitaban en el campamento del Río del Fuego, 32 en el del Lago Fagnano, ambos creados a comienzos del presente siglo por la misión salesiana subsistente, una persona en la misma ciudad y otra en Harberton, todas ellas en Argentina, mientras que otros 20 indígenas vivían repartidos en las estancias en el sector chileno de la isla. Para 1966 quedaban aún 13 indígenas de origen selk’nam, mayoritariamente mestizos, en el sector argentino de la isla. En mayo de 1974, muere en la ciudad de Río Grande, Angela Loij, mencionada anteriormente, quien pasó gran parte de su vida en el último reducto de este pueblo, en la cabecera del lago Fagnano[82].

CAPÍTULO TERCERO


[30] Selk'nam corresponde a la forma en que este pueblo se autodenominaba, mientras que Ona es el nombre bajo el cual comúnmente ha sido conocido y corresponde a la denominación dada por los Yagán. Así mismo, el nombre que le daban a su tierra habría sido Karunkinká. Ver: Massone, Mauricio, Donald Jackson y Alfredo Prieto. Perspectiva Arqueológica de los Selk'nam. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Santiago, 1993. p.15. Se discute si también Tkoyusjká (morada del oeste) era la denominación dada al territorio, sin embargo, para algunos ambos topónimos habrían referido a la sección septentrional de la isla grande de Tierra del Fuego. Ver: Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 103 (nota al pie).
[31] Chapman, Anne. Los Selk’nam. La vida de los onas. Emecé Editores. Buenos Aires. 1986. p.25.
[32] Massone, Mauricio, et. al. Perspectiva Arqueológica de los Selk'nam... Op. cit.: 15.
[33] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 21, 22.
[34] Massone, Mauricio, et. al. Perspectiva... Op. cit.: 15.
[35] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 39, 40.
[36] Massone, Mauricio, et. al. Perspectiva... Op. cit.: 15.
[37] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 106.
[38] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 22.
[39] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 49.
[40] Massone, Mauricio et. al. Perspectiva... Op. cit.: 18.
[41] Gusinde, Martín. Hombres primitivos de Tierra del Fuego. Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla. Sevilla. 1951. p. 171.
[42] Quiroz, Daniel y Carlos Olivares. "Cosmovisión fueguina: Las cordilleras invisibles del infinito". En: Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate, Pedro Mege (Comps.), pp. 241-256. Etnografía. Sociedades indígenas contemporáneas y su ideología. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1996. p. 255.
[43] Massone, Mauricio et. al. Perspectiva... Op. cit.: 17, 18.
[44] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 67.
[45] Ibíd.: 73-75.
[46] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 106.
[47] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 13.
[48] Ibíd.: 107, 108.
[49] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 13, 14.
[50] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 110.
[51] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 127.
[52] Gusinde, Martín. Hombres primitivos de Tierra del Fuego... Op. cit.: 167.
[53] Chapman, Anne. Los Selk’nam... Op. cit.: 26.
[54] Borrero, José María. La Patagonia Trágica... Op. cit.: 36, 37.
[55] Ibíd.: 47.
[56] Ibíd.: 52, 53. Una fotografía de la “jaula” y sus ocupantes, junto a su “cazador” estaría publicada en un libro de fotografías editado por la Orden Salesiana en el año 1907.
[57] Massone, Mauricio et. al. Perspectiva... Op. cit.: 20.
[58] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 43.
[59] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 723. Citando presentación hecha el 23-12-1895 a la Corte de Apelaciones de Valparaíso y suscrita por las cinco compañías ganaderas de Tierra del Fuego.
[60] Ibídem. Citando carta de M. Braun a Leoncio Rodríguez, asesor legal y miembro del directorio de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, del 31-12-1895.
[61] Ibíd.: 724.
[62] Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas). Galerna-Búsqueda de Ayllu. Buenos Aires. 2001. pp. 64, 65.
[63] Borrero, José María. La Patagonia Trágica... Op. cit.: 41, 42.
[64] Documento Nº 5. “La Tierra del Fuego y sus naturales”. Memoria de 1896 del Gobernador de Magallanes, Don Manuel Señoret. Tomado de Carlos Vega D. y Paola Grendi I. Vejámenes Inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego, Tomo III, Documentos. (Volumen correspondiente a los documentos anexos de una obra mayor) Obra financiada por CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena). Punta Arenas. 2002. p. 52.
[65] Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas)... Op. cit.: 67.
Algunos extractos de la solicitud de Monseñor José Fagnano al entonces Presidente de la República José Manuel Balmaceda señalan:
“1º Que hace dos años doy misiones a los salvajes de la Tierra del Fuego, los que pobres y desnudos encontré, se entregarían de buena voluntad a la civilización.(...) 2º Que el medio seguro de ganarlos a la civilización es proporcionarles trabajo al alcance de su inteligencia y de sus fuerzas, alimentarlos y vestirlos hasta que se ganen lo necesario a la vida. Con este objeto pido al Superior Gobierno en arriendo por veinte años la Isla Dawson situada en el centro del Estrecho de Magallanes. Esta, por su posición, es central, sea para los indios de la Tierra del Fuego, sea para los que corren por los canales; es bastante espaciosa para todos esos infelices y es cómoda, pues proporciona madera para la construcción de las casas que deberán levantarse, y pasto para el ganado que se introduciría así que me prometo un éxito seguro en la Misión. Yo abrigo la esperanza que en los veinte años se llegará a educar la nueva generación y los viejos se amoldarán poco a poco a las costumbres de nuestra civilización. No escapará a la alta penetración de V.E. las grandes ventajas que reportaría al territorio de Magallanes, cuando todos los indios atraídos por la Ley del Evangelio y la comunidad de la vida comenzarán a vivir cristianamente y, en lugar de ser hostiles a los cristianos, serán hombres útiles para el trabajo. (...) Ofrezco por el arrendamiento la cantidad de un mil pesos anual por el primer decenio y dos mil anual por el segundo decenio sujetándome a la Ley de Remates, si al cabo de veinte años se pusiese en venta. Al ofrecer esta cantidad persigo el noble propósito de dar vasto ensanche a la industria para favorecer a los desventurados indígenas, pues la Misión a más de atender a la instrucción religiosa y civil desea pensar también al bienestar material de estos infelices.(...) Es demás añadir que en todo me sujeto a las leyes de la República siendo nuestro fin hacer de los salvajes, buenos cristianos y buenos ciudadanos de esta nación.
(...) JOSÉ FAGNANO, Superior de la Misión. Punta Arenas, Enero 12 de 1889”.
Ver: Kuzmanich B. Simón. Presencia Salesiana, 100 Años en Chile. La Expansión: 1888-1920. Editorial Salesiana. Santiago. 1990. pp.49, 50.
[66] Ibíd.: 62, 63.
[67] Documento Nº 5. “La Tierra del Fuego y sus naturales...”Op. cit.: 54.
[68] Ibíd.: 57.
[69] Emperaire, Joseph. Los nómades del mar. Ediciones LOM. Santiago. 2002 [1963]. p.107.
[70] Ibíd.: 108 Ver la defensa que se realiza de la acción gubernamental representada por el gobernador Manuel Señoret respecto a la misión salesiana en “De la Trata de Indios en Magallanes”. (De La Libertad Electoral de 23 de diciembre de 1895). Ramón Serrano Montaner, El Magallanes, jueves 16 de enero de 1896. Documento Nº 6. En: Carlos Vega D. y Paola Grendi I. Vejámenes Inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego, Tomo III, Documentos. (Volumen correspondiente a los documentos anexos de una obra mayor) Obra financiada por CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena). Punta Arenas. 2002. pp. 61-67.

[71] Martinic, Mateo. Historia de la Región Magallánica... Op. cit.: 725.
[72] Ibíd.: 616.
[73] Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas)... Op. cit.: 58.
[74] Ibíd.: 726.
[75] Ibíd.: 728.
[76] Ibídem.
[77] Ibíd.: 727-728. El destacado en cursiva enfatiza el carácter del informe del ministro Cruz.
[78] Borrero, Luis Alberto. Los Selk’nam (Onas)... Op. cit.: 59, 60.
[79] Ibíd.: 728-730.
[80] Ibíd.: 730-731.
[81] Documento Nº 16. “Los Indios Onas. Influencia que esta extinción cupo a la raza blanca, primeros pobladores de Tierra del Fuego”. El testimonio de Olka. En: Carlos Vega D. y Paola Grendi I. Vejámenes Inferidos a Indígenas de Tierra del Fuego, Tomo III, Documentos. (Volumen correspondiente a los documentos anexos de una obra mayor) Obra financiada por CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena). Punta Arenas. 2002. pp.193-195.
[82] Aylwin O., José. Comunidades Indígenas... Op. cit.: 46.