Hacia
el Valle de Coz-Coz
Con
puntualidad militar estaban en la Misión a las 8 de mañana
esperándonos para acompañarnos a la «junta» cerca de
treinta indios, que tenían recibida de sus respectivos caciques esa
comisión.
Montamos,
y con tan numerosa y escogida escolta emprendimos la marcha que debía
durar, a buen paso y galope un par de horas. Durante el viaje, el Padre
Sigifredo nos fue señalando varias posesiones indígenas.
Alrededor
de la ruca se ven campos sembrados de trigo, maíz, papas y otras
legumbres, todas en orden como la mejor chacra. Los corrales para el ganado
tienen buenos cercos.
Las
manadas de ovejas, numerosas algunas, pastan en las faldas de los cerros,
custodiadas por perros. Animales vacunos y caballares pacen por todas partes. Es
una zona eminentemente agrícola la que atravesamos. Todas son posesiones
indígenas.
Lo
único que afea, puede decirse así, es la ruca.
Vamos
a pasar frente a una casa de madera de madera y zinc que está en
construcción.
-¿Esa
casa es de algún «español»? pregunto al Padre.
-¡Ah
no! esa casa es de Manuel Aillapán, hermano de un cacique de Panguipulli.
Es la primera casita de madera y zinc que fabrica un indio en esta
región.
Si en vez
del rancho desvencijado y sucio que se llama ruca hubiera en su lugar una casa
de madera con techo de zinc, como la que he apuntado, y como son la generalidad
de las construcciones de la región austral, el aspecto de esta tierra
sería otro, más imponente, más alegre; sería el
ideal soñado por un gran filósofo moderno, según el cual el
cultivo de la tierra ha de ser el único medio por y para el cual el
hombre se proporcione comodidades. Pero, ya tendremos oportunidad de hablar de
esto más adelante.
Una
pequeña cabalgata divisamos venir por nuestro camino. Alguien nos dice
que son indios de Coz-Coz que vienen a encontrarnos.
Efectivamente,
es un mocetón intérprete y «sargento» de la
reducción de Coz-Coz que viene a darnos la bienvenida en nombre de su
señor Manuel Curipán-Treulén, dueño de casa, como
quien dice, y organizador del parlamento.
-Manda a
decir mi tío el cacique de Coz-Coz que les desea muchas felicidades y que
hayan llegado buenos y que sus familias hayan quedado buenas y que no tengan
novedad y que usted se encuentre bien y que pasen no más al parlamento
que nosotros sabemos que ustedes no quieren mal para nosotros.
Y como el
indio llevara trazas de no terminar tan luego su discurso, el Padre Sigifredo le
dijo:
-Los
caballeros agradecen la atención del cacique y luego se lo dirán
personalmente.
Con el
mensajero de Curipán, venían tres indios que traían sendas
«trutrucas».
Son estos
unos instrumentos hechos de un colihue de un metro de largo por un
centímetro de ancho en la parte superior y hasta dos centímetros y
medio en la parte inferior.
A este
palo se le hace un agujero que empieza en una punta y termina en la otra.
En la
parte inferior se le hace un agregado o tejido con la hoja de una árbol
cuyo nombre no recuerdo, el cual agregado le da la forma de la campana de
cualquier instrumento de metal.
La parte
superior se adapta a los labios del «trutrucaman» y el instrumento da
voces tan claras y sonoras como las cornetas del ejército.
Las
trutrucas tienen la forma de una trompeta antigua, exactamente, pero son de poca
duración; cada año o cada dos años a lo sumo, el cacique
tiene que hacer su provisión de trutrucas para la reducción.
Mensajero
y «trutrucaman» formaron en la comitiva y se siguió el camino.
Llegamos
a una planicie bastante pintoresca.
En
esta planicie, nos dice el Padre Sigifredo debieron haber tenido los
españoles algún establecimiento importante. Vean ustedes las
disposiciones de estos fosos ya casi completamente tapados y luego este
levantamiento del terreno en la orilla de la zanja que encierra todo este
pedazo. Yo creo que esto ha sido un fuerte.
He
preguntado a indios muy viejos pero no han sabido darme respuesta. Esto mismo me
confirma que son obra de los primeros españoles.
Pasamos
al estero, el Coz-Coz, y sentimos detrás de nosotros potentes toques de
trutrucas; verdaderos clarines tocados por pulmones vigorosos. El toque, o mejor
dicho la música tan o más rara que la de los chinos, a cuya fiesta
anual había yo asistido en el Club de la calle de la Bandera.
Los
toques de los araucanos son casi marchas militares bien tocadas; y esto que
pudiera parecer una exageración o más francamente una mentira,
tiene su explicación sencillísima. Hay muchos indios que han hecho
su servicio militar y allí han aprendido modos y maneras que transmiten
enseguida a sus compañeros.
Los
toques de corneta se han aprendido de la misma manera y hay reducciones, como
las de Coz-Coz, Nihual, Panguipulli, Trilafquen y otras, que ya no usan
trutrucas, sino completamente trompetas de metal, iguales a las del
Ejército.
Este
pequeño detalle a la ligera apuntado, probará que los indios
araucanos no son refractarios a la civilización y que al contrario, ellos
la desean; más aún: la buscan a su costa.
Los
toques que sentíamos anunciaban a los del Parlamento que ya nosotros
habíamos entrado a Coz-Coz.
Inmediatamente
se sintió a lo lejos un concierto de cornetas o trutrucas cuyos toques
repercutiendo en la montaña formaron una audición que tenía
mucho de imponente.
Entre
tanto ascendíamos una pequeña cuesta y así como de repente,
a la vuelta de un cerrillo, nos encontramos con el deseado Valle de Coz-Coz en
cuya demanda habíamos salido el día anterior a las 7 de la
mañana.