Portada Anterior Siguiente Índice | La Misión de Panguipulli

La Misión de Panguipulli

Rendidos como estábamos con el viaje, el señor Enladsen y yo pedimos permiso para retirarnos apenas hubimos cenado a la ligera.
Con el toque de las nueve estábamos en nuestras piezas, ya en descanso. Uno de mis sueños más felices ha sido sin disputa el de la noche de mi llegada a Panguipulli.
Acostumbrado a la vida santiaguina según la cual se vive buena parte de la noche, por fuerza tiene el individuo que levantarse tarde, contra todas las reglas de la higiene.
A pesar del cansancio del día anterior yo estaba de pie a las 6 de la mañana, perfectamente repuesto de las fatigas, con el sueño reparador.
Salí a recorrer los alrededores de la Misión cuidando de andar con todo tiento, pues no sentía ningún ruido...
Apenas salí al patio, vi a los padres y hermanos que volvían de oír misa en el templo. El Padre Sigifredo se había levantado a las cuatro, según me dijo. Después supe que, para aprovechar un propio correo, había estado escribiendo cartas hasta las once de la noche...
Había dormido cinco horas, después de la jornada del día anterior. Empezó el Padre Sigifredo por mostrarme el templo. Es amplio y bien construido y cabrán cómodamente doscientas personas. Desde los cimientos a la torre, ha sido construido por los hermanos legos de la misión. La casa anexa es de dos pisos, hecha especialmente para instalar el Internado Indígena, en las mismas condiciones que el de Purulón.
Este año en Marzo se abrirá el establecimiento.
Los hermanos continúan trabajando con vigor para dejar lista la casa antes de esta fecha, a fin de hacer la recogida de mapuchitos que ya empiezan a ser matriculados.
Sin embargo, en estos años pasados los padres han dado educación a algunos indiecitos, entre ellos a dos hijas del cacique Principal de Traifafquén, Juan Catriel Rain, hoy cacique jefe.
Francisco y Manuel, así se llaman los hijos del cacique, son jóvenes de diez y seis y catorce años respectivamente, saben leer y escribir, correctamente el último. Francisco, el mayor, se ha querido dedicar más al trabajo manual: su oficio es carpintero y su maestro, el hermano lego. En cambio a Manuel le gusta el estudio. Ayuda misa, canta y pronuncia el latín y el castellano sin dificultades.
La misión posee cerca de cuarenta hectáreas de terreno, de las cuales los padres trabajan en la agricultura las que necesita para su sustento y las demás las destinan al pastoreo de unos cuantos animales que tienen para el servicio.
La regla de los capuchinos, según entiendo, no les permite emplear en sus quehaceres domésticos a personas de fuera; por lo tanto todos los servicios, cocina, lavado, costura, agricultura, etc., etc., están a cargo de los hermanos, que se deslizan por los pasadizos y corredores envueltos en los burdos hábitos a veces resguardados por un delantal, con una perenne sonrisa en los labios, que es su compañera inseparable.
El Padre Sigifredo ha levantado la Misión a costa de muchos sacrificios.
Personas caritativas le han ayudado con su óbolo desde Santiago, Valdivia y desde su patria. El gobierno le dio también dos mil pesos.
-Yo quisiera que me los diera otra vez este año, nos dijo el Padre, porque sólo así saldría de unas deudas grandes que he adquirido. Pero me temo mucho que el terremoto me haya perjudicado a tanta distancia.
La Misión está situada en una preciosa altura que domina gran parte del lago Panguipulli. La vista es espléndida; cuatro volcanes destacan sus nevadas cumbres en el horizonte, siendo el más hermoso de todos el Villarrica. En los días en que estuvimos en Panguipulli, no pudimos gozar de ese espectáculo, porque la atmósfera estaba completamente cubierta de humo. Las quemas de roces y el consiguiente incendio de bosques arrojaban en gran cantidad el humo espeso que tapaba por completo el horizonte e impedía ver con claridad a dos cuadras de distancia.
Estábamos con mi respetable cicerone cerca del camino y sentimos gran tropel de caballos. Eran caciques y mocetones de algunas reducciones que galopaban a banderas desplegadas hacia Coz-Coz. Nos saludaron sobre la marcha y siguieron al galope. Hasta ese momento mis ideas sobre los araucanos habían cambiado mucho. No veía a eso indios corrompidos y degenerados de que tantas veces nos han escrito algunos cronistas. Todos los naturales que hasta ese momento veía eran hombres fuertes, útiles. -Usted me dará algunos detalles, padre, le dije, respecto a la vida íntima de los indios y sobre todo de los atropellos que sufren.
-Con todo gusto, me respondió. Yo quiero que usted conozca a los indios en su vida íntima, en un acto importante como este Parlamento, por un número y por una calidad de los caciques que se juntarán. Usted sólo se formará su juicio sobre esta raza y cuando ya sepa a qué atenerse respecto a ella, yo le daré a usted todos los datos que necesite y ojalá que usted como el primer periodista que se ha internado en estas selvas araucanas en ejercicio de su profesión, alcance el honor de ser oído por los hombres de las alturas.
-No confíe mucho, padre, no confíe. Por lo mismo que estoy en el oficio sé que si no se opera un milagro patente a los periodistas no nos hacen caso.