Prólogo
Este
folleto escrito por un joven que despunta en el periodismo, Don Aurelio
Díaz Meza tiene dos puntos diversamente interesantes, porque en tanto que
la relación escrita casi taquigrafiada del parlamento Indígena de
Coz-Coz es un documento para los que procuran conocer la índole de la
raza araucana, lo que sigue se refiere a su explotación y exterminio por
los descendientes de los españoles, menos generosos que sus padres,
tiende a despertar no estéril simpatía, sino acción eficaz
en los poderes públicos, bajo cuya tutela, en calidad de menor de edad,
se halla la raza aborigen de nuestro
suelo.
Los parlamentos araucanos tuvieron siempre un fin guerrero. Juntábanse
los caciques o jefes de reducciones o distritos organizados en forma patriarcal,
para acordar el modo de la guerra y la cuota de hombres de cada
reducción. Durante los 250 años en que los españoles,
vencedores en Italia, en los Países Bajos y cargados de gloria,
guerrearon con los araucanos sin lograr someterlos al dominio del Rey, hubo
parlamentos para acordar treguas. La Independencia de Chile del poder
español no cambió la situación de los indios, la guerra
secular siguió menos activa ya, entre los chilenos que se
reconocían y proclamaban en poesías y discursos hijos y
descendientes del Indomado león de Arauco, inspiraron la musa de Ercilla:
que los araucanos fueron los últimos héroes del ciclo legendario
en la literatura universal.
En 1864 los araucanos celebraron el último parlamento histórico
con el jefe de las fuerzas pacificadoras, el general Saavedra. Fue la tregua
definitiva. Aquietadas las tribus, la república las tomó bajo su
tutela. Señaloles territorios para que vivieran en libertad, según
sus usos y costumbres. Retirados a sus bosques, a esos espléndidos
bosques que infiltran en el ánimo un terror sagrado, vivieron en paz,
hasta que la codicia de comerciantes, aventureros y leguleyos, han traspasado
los lindes de sus tierras para
disputárselas.
Ya no se guerrea como antaño: ya la trutruca no resuena en los oteros
convocando las tribus al combate ni los veloces mensajeros se pierden por los
secretos senderos de las montañas para llamar a los hermanos a la defensa
del territorio: ahora los destiladores de alcohol han encontrado el arma contra
la cual no puede defenderse el indio. Ignorante, respetuoso de las leyes,
obediente al Gobierno de la República leal en los pactos con ellas, el
indio no piensa sublevarse ni ya reúne las tribus bajo el bosque,
alrededor del canelo sagrado para proclamar la guerra contra el invasor:
confía en el Gobierno. Pero el leguleyo, le embriaga y le hace firmar
papeles de venta de sus tierras; el aventurero le salta e invocando el, para el
indio, respetado nombre de Gobierno o la Justicia, le arroja de su choza y sus
campos: el mercachifle le deslumbra con telas y baratijas. La natural
desconfianza del indio desaparece con la embriaguez.
Cuánta
injusticia, cuánta infamia sufre la raza aborigen: hay historias
trágicas que conmueven y sublevan el ánimo: ahí hay campo
virgen, vasto y original para el poeta, para el novelista y para el
apóstol.
El señor Díaz Meza, ha recogido la última voz de queja, de
entereza y valor de la raza en el parlamento de Coz-Coz. La fidelidad del
cronista es digna de aplauso: ningún arte ha podido dar cuadro más
animado y humano que la veraz relación del periodista. Estoy seguro de
quien lea le agradecerá profundamente haber desoído toda
tentación de meter mano para arreglar a su sabor los discurso de los
oradores.
Si
el hombre de gusto literario halla en la relación del Parlamento campo en
que apacentar la mente, el autor no desea otra cosa sino que el gobernante y el
político encuentren materia de meditación y estudio en los breves
datos sobre los crímenes de que al indio hacen víctima tinterillos
rateros y rapaces aventureros. Es deber para ellos detenerse en esas
páginas y obrar conforme a la justicia.
Misael Correa P.