Capítulo
Segundo
El
mundo de los archipiélagos
1. Rocas, bosques y
pantanos
Soledades.
La extremidad austral del Continente Americano se divide en dos mundos bien
distintos: al Este el lado atlántico, las inmensas Pampas de la Patagonia
que se prolongan hasta Tierra del Fuego: al Oeste, bordeando el pacífico,
las alturas rocosas de los Andes que terminan en el Océano con un
fantástico desgarramiento de islas y de islotes montañosos.
Glaciares completamente inexplorados forman un obstáculo infranqueable
entre las dos vertientes, que, por más de 12 grados de latitud, no se
comunican sino por la única ruta marítima del Estrecho de
Magallanes.
Punta
Arenas, la ciudad más austral de Chile, y también del mundo,
está situada sobre la costa norte del Estrecho en el límite de los
territorios marítimos, montañosos y boscosos del Oeste de las
Pampas del Llano atlántico. Tiene 36.000 habitantes. 350
kilómetros más al norte, también en los límites del
bosque y la estepa, la pequeña ciudad de Natales alinea sus pocos
centenares de casa de zinc ondulado a lo largo del Seno de Ultima Esperanza ,
una especie de callejón sin salida al mar, completamente alejado del
tráfico de los buques. En Tierra del Fuego los únicos
núcleos e población son la ciudad chilena de Porvenir, al borde
del Estrecho, centro de una región de crianza de animales, que cuenta con
unos dos mil habitantes, y, en el extremo meridional de la gran isla, la antigua
penitenciaría argentina, Ushuaia, conservada en vida, gracias a la
creación de una base naval, de algunos aserraderos y pequeñas
industrias de conservas de pescado y mariscos. Su población es de dos mil
habitantes.
Estos centros de
población, con excepción de Ushuaia, están situados en la
frontera de las regiones de crianza de animales, hacia la cual tienden todas sus
actividades. Constituyen el límite extremo a que ha alcanzado el hombre
blanco en estas regiones. Más allá, se penetra en el mundo
desierto de los archipiélagos.
Al oeste de los 2000
kilómetros, a lo largo de los cuales se despliegan la extremidad de la
cadena andina, se extienden los territorios desolados de los
Archipiélagos de la Patagonia, habitados solamente pone algunas decenas
de indígenas, últimos sobrevivientes de un grupo humano
próximo a su total desaparición. Algunos cazadores de pieles y
pescadores, originarios de Chiloé, frecuentan durante el verano la
soledad de los archipiélagos. Sólo algunos puestos de la Armada y
de la Aviación, seis en total contando el de Evangelistas, situado en
pleno Pacífico a la salida del Estrecho; una pequeña mina de cal
al borde del océano, algunos miserables ranchos de calamina en la
región del Baker en el Norte y de Navarino en el Sur, están
ocupados por una población no indígena. El conjunto no debe
alcanzar a 400 personas, lo que corresponde a una densidad aproximada de un
habitante por 450 kilómetros cuadrados: 61 alacalufes, 27 yaganes, 8
marinos o aviadores chilenos, 125 colonos y loberos de la región de
Navarino, algunos colonos del fiordo Baker y unas cuantas docenas de loberos
nómades
. Ningún otro ser humano vive en
la estrecha franja insular que se extiende entre el sur de Chiloé y el
último extremo de América, el Cabo de Hornos. La densidad de la
población de los archipiélagos correspondería para Francia
a una población total de 1.200 habitantes.
El
ambiente en los archipiélagos es siniestro. Durante casi todo el
año, ahogados por los torrentes de lluvia y abrumados por la fuerza
agresiva de la tempestad, son, como decía Darwin, "tristes soledades
donde la muerte más que la vida parece reinar soberanamente". Una
continua capa de nubes bajas, una cortina de lluvia que borra todo contorno, los
huracanes del Pacífico austral, el inmenso glaciar patagónico, los
acantilados de granito desnudo o el bosque compacto, forman los elementos
habituales de este paisaje. Unos pocos días en el año surge el
sol; se crea entonces un universo nuevo. La desnudez de la roca se destaca hasta
en sus menores detalles. El bosque vive con sus luces y sus sombras. El baluarte
cordillerano domina el inmenso horizonte, entremezclando de tierra y de
océano y atravesando por el viento del polo.
Los
contornos sinuosos que en el mapa esbozan los archipiélagos de
Magallanes, están lejos de evocar ese fantástico laberinto de
miles de islas e islotes, de rocas a flor de agua, de canales y de fiordos, esos
lagos innumerables, ese relieve submarino tan atormentado como el de las
montañas. Se ha hablado de laberinto, de resquebrajaderos, palabras que
sugieren imágenes, pero que no logran sino acercarse a la realidad.
Sólo las cartas marinas describen con exactitud esta dislocación
que se extiende por 12 grados de latitud. Las líneas de puntos y los
espacios en blanco cuyo número disminuye cada año, nos dicen
bastante sobre las incertidumbres geográficas de esta región. Aun
los trazos llenos están lejos de conformarse a la realidad. Los nombres
ingleses, italianos, castellanos, alemanes, franceses, recuerdan las fases de
una lenta exploración que no ha terminado aún. Los signos
convencionales que localizan algunos de los bajos, y los buques naufragados a lo
largo de la carrera, es decir, del camino conocido y marcado con boyas que
siguen los navíos, muestran sin frases los peligros de la
navegación. Los archipiélagos son un verdadero cementerio de
barcos. El borde occidental está sembrado de escollos; sería
preferible afrontar la gran marejada del Pacífico austral antes de
aventurarse a lo largo de estas costas, frente al mar abierto. "Se previene a
los navegantes que estas costas son desoladas, imperfectamente conocidas y que
es peligros acercarse a ellas", dicen las instrucciones náuticas. Por
eso, los barcos que pasan por el Estrecho de Magallanes, en vez de exponerse en
el mar abierto a una navegación difícil, prefieren la "carrera" y
el largo recorrido de los canales interiores.
Relieves.
Los archipiélagos de la Patagonia Occidental constituyen una
región natural que, a lo largo de 15 grados de latitud, incluyendo a las
islas de Chiloé, se destaca del resto de América del Sur con
sorprendente nitidez. A partir del paralelo 41, la cordillera se divide en una
seré de bloques separados por inmensos fiordos, y se disloca en un
laberinto de canales marítimos. Este mosaico insular termina en el
Pacífico con una franja de escollos. A partir del Estrecho de Magallanes,
los archipiélagos que bordean la gran isla de Tierra del Fuego,
así como la cordillera continental, se desvían hacia el este en un
inmenso arco que desaparece el Cabo de Hornos. Todo el lado occidental de los
Andes meridionales es abrupto y contrasta singularmente con la falda que
desciende hasta el Atlántico en un escalonamiento de terraplenes llamados
la "meseta" patagónica.
En
el paralelo 41, una profunda depresión atraviesa la Cordillera del Este a
Oeste y determina una nítida superación entre los Andes
propiamente dichos y los Andes de la Patagonia. Los unos y los otros son
geológica y morfológicamente diferentes. Por lo contrario, la
estructura de los Andes de la Patagonia y de los archipiélagos vecinos es
homogénea.
Las cimas de la
cordillera patagónica son más bajas que las de la cordillera
principal; por última vez se sobrepasan los 4.000 metros en el Cerro San
Valentín, punto culminante de un macizo apenas explorado en los
46º35´ de latitud sur. Más al sur, las alturas principales son
el Cerro Pirámide (3.380 metros) y el Cerro Fitz Roy
(3.875
metros). Tres pináculos, hacia el grado 49, los Cerros Murallón,
Bertrand y Aguazis todavía sobrepasan los tres mil metros. Al norte del
Estrecho de Magallanes, la cumbre más alta del macizo del Paine
está a 2670 metros. La altura máxima sigue descendiendo, y en la
Tierra del Fuego, las cumbres más altas, los cerros Francés,
Darwin y Sarmiento, sobrepasan apenas los dos mil metros. En cuanto a los
macizos montañosos y poco conocidos de las grandes islas, en particular
de la isla Wellington, no parecen alcanzar los 2.000 metros. Estamos lejos de
las grandes cumbres de la Cordillera principal.
A
pesar de estas alturas relativamente moderadas, la barrera de los Andes
Patagónicos es infranqueable. La muralla verde del bosque
magállanico obstruye los valles desde el nivel del mar hasta la altura de
400 metros. Más arriba, se extiende, por unos 300 metros, una zona de
rocas desnudas, de líquenes y de musgos. Más arriba aún,
una gigantesca extensión de nieve y de hielo cubre la montaña e
impide el paso a todo ser viviente. En las islas la sucesión de zonas de
vegetación es idéntica a la del Continente. Penetrar en el
interior de las grandes islas es tan imposible como atravesar la Cordillera. En
todas partes las pendientes vecinas al mar son abruptas, las paredes de los
valles se cortan casi a pique y la única vía de penetración
es la de las arterias marítimas.
El
relieve submarino es, por lo demás, igualmente atormentado. En los
canales angostos, los fondos están a profundidades considerables. Por
ejemplo, en un punto en el que el Canal Messier tiene dos millas de ancho, los
sondajes indican 1.200 metros; en el Canal Castillo, de una milla de ancho,
encontramos más de 400 metros; 300 metros en el canal Octobón,
cuyo ancho es una media milla. Estos canales corresponden a la multitud de
valles estrechos y profundos del Continente y de las islas más grandes.
Parece evidente que los archipiélagos pertenecen a la misma unidad
geográfica que los Andes de la Patagonia, cuya parte Occidental se
habría hundido en el transcurso de su historia geológica por
razones que no han sido estudiadas aún. Un umbral submarino de una
profundidad casi uniforme de 60 metros y de un ancho de 10 a 20 millas separa al
mundo dislocado de los archipiélagos de los grandes fondos del
Pacífico Sur. Sin duda representa el zócalo común en que
descansan las montañas de granito de los archipiélagos y de los
Andes de la Patagonia.
Paisajes
de granito. La geología de la Patagonia occidental es aún
imperfectamente conocida. Entre los trabajos que le han sido consagrados, los
más recientes y completos son los de la Corporación de
Fomento.
Que
ha levantado la primera carta geológica de conjunto. Desde los macizos
montañosos de la Cordillera hasta las últimas avanzadas de islotes
rocosos en el océano, las rocas cristalinas, granitos y dioritas,
constituyen, a partir del paralelo 41, un paisaje de un aspecto notablemente
uniforme. Se encuentran aquí y allá algunas afloraciones de
exquisitos, reconocibles aun desde lejos, porque son más despedazados que
el granito y presentan aristas agudas en vez de superficies redondas. Los hay en
los archipiélagos de La Guaitecas y Los Chonos, en la isla Guarello, en
la península de Taitao, etc. Hacia el sur estas formaciones están
poco determinadas. Se las ha registrado en el fiordo Eyre, en la isla Campana,
en el canal Trinidad, en la región del Cabo Pilar, etc. Se encuentran
también en los archipiélagos algunos bancos de mármol
blanco de cristales gruesos, en diego de Almagro (antiguamente Cambridge) y en
la gran isla Madre de Dios. En fin, grandes filones de carbonato de calcio son
conocidos y explotados en la isla Guarello al Sur de Wellington y se encuentran
en otros diversos puntos del archipiélago Madre de Dios. Sus masas
inmensas de un gris claro de varios centenares de metros de altura, casi
enteramente desnudas, pulidas y gastadas, enteramente rayadas por anchos surcos
producidos por la disolución del calcio en el agua de lluvia, contrastan
de manera impresionante con el granito sombrío que se encuentra en todos
los otros lugares. Son esos granitos casi negros, indefinidamente jaspeados y
desolados, los que constituyen el rasgo esencial al paisaje de los
archipiélagos.
En
esta inverosímil confusión de islas, de islotes y de rocas, a lo
largo de los canales y de los fiordos, por todas partes aparece la masa
sombría del granito. Las playas y las terrazas son pocas, la roca aflora
en todas partes. Aun cuando el bosque es espeso y desciende hasta el mar,
adherido al flanco casi vertical de la montaña, deja siempre aparecer,
con la baja marea, una faja rocosa de uno o dos metros. Al nivel del mar, alo
largo de la costa, emergen siempre del bosque algunas rocas grises sobre las
cuales la vegetación no llega a prosperar. Más arriba, a unas
cuantas decenas de metros, el bosque generalmente es denso y forma una muralla
compacta y continua. Pero no es jamás tan alto como para no dejar luego
lugar, hacia 50, 100 ó 200 metros de altura, a zonas más
despejadas donde los árboles alternan con manchas de musgos y de
líquenes y con desnudas grupas rocosas. Más arriba aún, la
altura variables según la luz y la latitud, sólo sigue la roca
desnuda, monótona, y indefinida.
Cuando el canal es ancho y la
vista se extiende a lo lejos por encima de la primera línea de altura, se
descubre un relieve muy gastado de forma redondeada, que desde lejos parece como
un pulido. En todas partes es bien visible el paso de gigantescos glaciares que
han cepillado los archipiélagos. En las hendiduras entre las masas de
granito circulan pequeños ríos, que se transforman en cascadas de
las agudas pendientes, que desaparecen un momento en la cuneta, reaparecen
más abajo y terminan por perderse en el bosque. En ninguna parte de este
relieve de granito se encuentra un verdadero sistema hidrográfico. El
agua de la lluvia y de los glaciares corre sobre la superficie de la roca sin
penetrarla, descendiendo al azar de las pendientes y hondonadas. Por fin, en el
horizonte, a partir de una altura de 700 a 800 metros, aparecen las primeras
nieves eternas, cuya blancura brilla entre los grises más o menos
intensos del cielo, de la roca y el mar.
Si
el canal es estrecho, la vista se detiene a una altura de algunas decenas de
metros, sobre una línea de horizonte de donde parece brotar una multitud
de cascadas blancas. Algunas veces, sobre la inmensa muralla sombría, una
mancha más clara marca el lugar de un alud reciente. Su color blanco
rosado es el del granito que no ha sido aún herido por la erosión
atmosférica. Hace miles de años, en sus largos corredores
estrechos, el antiguo glaciar acarrió, transportó en su masa los
restos rocosos que arrancaban a los macizos que acababa de atravesar. Bajo la
presión gigantesca del hielo, marcados como con escoplo en el sentido de
la marcha del glaciar. Estas estrías, de varios metros de largo, son bien
visibles, por ejemplo, en el Paso del Abismo, algunas decenas de millas al Sur
de Puerto Edén.
Estrecho.
Las búsquedas en este
dominio han necesitado de trabajos importantes sobre la topografía y la
geología en los Los antiguos glaciares de la Patagonia. La Patagonia
Occidental muestra las señales de una glaciación por lo menos
anterior a la última, y que fue ciertamente muy importante:
abrasión del suelo, bloques erráticos suspendidos a veces sobre un
medio costado, a veces pequeños guijarros de granito o de cuarzo en los
lugares más imprevistos, superficies estriadas, etc. Ciertas mesas
rocosas, enteramente desnudas y pulidas, sembradas de bloques erráticos,
y sobre las cuales ninguna vegetación, excepto líquenes, ha tenido
aún tiempo de implantarse, deben de prestar exactamente el mismo aspecto
que cuando el último fragmento de hielo desapareció de su
superficie. Allí donde la vegetación ha logrado instalarse, la
capa de tierra vegetal es muy delgada. En ninguna parte el agua ha cavado valles
y, exceptuando a los ríos producidos por el deterrimiento de los
glaciares actuales, ninguno ha tenido tiempo de abrir estuarios importantes. El
modelado glacial de la Patagonia parece muy reciente.
Es,
sin embargo, difícil reconstituir la historia de las glaciaciones de los
archipiélagos. Carecemos de cuadros de conjunto y las inmensidades de
esas soledades así como las dificultades de su acceso no han hecho
posibles sino observaciones fragmentarias. La única conclusión
cierta a que conduce el examen directo de esta región es que un continuo
e inmenso glaciar se extendía, en una época relativamente
reciente, desde las altas cumbres de la Cordillera al Este hasta el
Pacífico al Oeste, y del paralelo 41 hasta los últimos islotes
rocosos de la Wollaston y del Cabo de Hornos en el
Sur
.
Para
establecer la fecha de esta glaciación no tenemos otro recurso que
referirnos al estudio de las últimas glaciaciones en las otras partes del
mundo. Se admiten hoy que éstas afectaron simultáneamente en la
época cuaternaria en todas las altas latitudes del globo. En Europa del
norte, la región mejor estudiada desde este punto de vista, se distinguen
cuatro glaciaciones separadas por épocas muy cálidas: los inicios
de la primera se calculan en unos 600.000 años, muy aproximadamente, y el
final de la última, con mucho más precisión, hace 12
ó 15 mil años. Esta tal vez ha durado más de 100
años, en el curso de los cuales se han alternado períodos
rigorosos y períodos relativamente más calidos.
No hay ninguna razón para
suponer que las glaciaciones del hemisferio austral no tuvieron el mismo ritmo
que las del hemisferio boreal. Este ritmo, sin embargo, es indescifrable en los
archipiélagos, donde no se puede observar ninguna línea continua
de morenas que hubiesen marcado en sus diferentes estados de retirada el antiguo
borde occidental del gran glacial patagónico. Hay, pues, que admitir que
la última capa glacial de la última glaciación se
retiró muy rápidamente pues no abandonó a su paso sino
algunos vestigios rocosos aislados y, después de todo, insignificantes. A
causa de la topografía atormentada de los archipiélagos, este
retroceso debió rápidamente tomar el aspecto de una
dislocación más que de un retiro regular, de pequeños
glaciares aislados que subsistían sobre las alturas de las islas
principales.
De
estos glaciares insulares se encuentran algunas huellas escasas. En las
desembocaduras de antiguos valles glaciares, han construido a veces, como en el
Río Frío, por ejemplo, algunos montículos morenicos. Muy al
sur, en la costa de la isla Navarino que mira hacia el canal Beagle, se
encuentra una serie de largos cordones morénicos que se alargan
paralelamente a la base de las alturas interiores de la isla. Sus alturas
varían de unos treinta metros a mucho más, quizás 80
ó 100. Se cuentan tres o cuatro hileras de un kilómetro de largo,
cuyos intervalos están ocupados por lagunas pantanosas y por bosques
quemados que dan a toa esta banda costera un trágico aspecto de
catástrofe. Como estas morenas no se abren hacia el Pacífico sino
hacia el Canal Beagle, frente a Tierra del Fuego, la masa glaciar que las ha
edificado, corría desde el
Territorios del Extremo
Sur.
Interior
de la isla hacia el Noreste, y no podía, pues, pertenecer a un glaciar
que hubiese cubierto toda la extremidad del continente.
Estos
datos tan fragmentarios no dicen nada sobre la edad de los antiguos glaciares de
los Archipiélagos. Sería imposible establecer un sincronismo con
las glaciaciones mundiales si no se poseyera un sistema de hecho más
coherente sobre las etapas de los deshielos del lado Atlántico. Si el
gran glaciar cuaternario hacia el Oeste, desbordaba directamente en el
océano, hacia el Este y el Sureste, se extendía largamente en la
Pampa. En el momento de su retroceso, dejó tras de sí varios
sistemas de morenas, alargadas en cordones continuos o apilados en montones
irregulares de algunas decenas de metros de altura fácilmente
reconocibles en las extensiones monótonas de la Pampa. Las más
antiguas de estas morenas, las que corresponden al último retroceso
glaciar, se encuentran en las regiones de los mares de Otway y de Skyring, que
no son sino antiguos lagos glaciares comunicados recientemente con el
Océano.
Se admite
generalmente que las morenas de Skyring corresponden a la última fase de
retroceso del gran glaciar patagónico, después del cual la
historia de la región entra en los tiempos postglaciares, de la
formación de las turberas, la instalación de los bosques, la
llegada de los animales y de los hombres. Es muy probable que los cordones
morénicos de la isla Navarino, por lo menos los más recientes sean
más o menos contemporáneos de las morenas de Skyring y
correspondan a la última fase del gran glaciar continental, en el curso
de la cual los últimos lóbulos, cada vez más recortados,
comenzaba a constituirse en glaciares independientes. Por el contrario, las muy
escasas morenal de valles observadas en las islas hasta hoy día
podría corresponder a un período todavía más
reciente del retroceso glaciar en el cual los hielos no llegaban ya hasta el
mar.
A
escala geológica, las diferentes formaciones glaciares han sido
simultáneas a ambos lados de los Andes, el de los Archipiélagos y
el de las estepas atlánticas. Sin embargo, es probable que en la escala
de tiempo más reducida que ahora nos preocupa, el retroceso haya sido
más tardío por el lado del Pacífico, en el cual las
precipitaciones eran mucho más abundantes, y cuya actitud media era mucho
más elevada. ¿Cómo determinar este retraso? Esto es
actualmente imposible: se puede únicamente suponer como hipótesis
de trabajo que si el post-glaciar comenzó en la región de Skyring
y Otway hace 12 ó 15.000 años, pudo haber comenzado en los
Archipiélagos en una fecha netamente posterior, quizás en el
periodo del óptimun climático del cual se encuentran huellas en
todas partes del mundo (hace alrededor de 7.000 años). La
determinación de la fecha de este deshielo sería de una
importancia capital, pues marcaría aproximadamente el más antiguo
límite posible a la llegada de los nomades del mar a los
archipiélagos.
Los
glaciares actuales. El gran glaciar cuaternario no ha desaparecido
completamente. Aun hoy, las partes más elevadas de la Patagonia
Occidental están todavía cubiertas de enormes glaciares cuyo
conjunto forma una de las más vasta aglomeraciones de hielos terrestres
en el
mundo
. Cubre la cordillera de una manera prácticamente continua entre los
grados 46 y 52 de latitud. Más al sur reaparece más allá
del estrecho, en el borde meridional de Tierra del Fuego.
También
en las grandes islas, Wellington, Hanover, Campana, etc., hay glaciares aislados
en las alturas.
En
una latitud que en el hemisferio Norte correspondería a la de Vichy, los
frentes de ciertos glaciares de vale se vierten directamente en el mar. Entre
dos masas rocosas, profundamente excavadas, el río de hielo se desliza
lentamente y llega hasta el nivel del agua en el fondo de una pequeña
bahía o de un estrecho fiordo. Las orillas están bordeadas de
árboles siempre verdes, y a cada lado del frente glaciar, a lo largo de
los pequeños ríos de deshielo, se forman lagunas o pantanos. La
masa de hielo se sumerge bajo el nivel del agua.
Avanza poco a poco,
suspendida y semiflotante, empujada por las masas que la siguen. El peso de este
hielo suspendido y semiflotante, empujada por las masas que las siguen. El peso
de este hielo suspendido se hace insostenible y de pronto el frente azul
transparente se derrumba con un ruido de trueno mil veces repetido. El mar se
agita en largas olas concéntricas sobre las cuales flota lentamente el
nuevo iceberg, rodeado de centenares de trozos de hielo. Una quebradura nueva,
azul, fresca, impecable, ha reemplazado a la antigua. No durará sino
algunas horas o algunos días, según la época o la fuerza
del sol. Las noches, en el fondo de los fiordos en que desembocan estos
glaciares, están rasgadas por esos hundimientos de masas de hielo o por
las detonaciones de inmensos bloques que se parten como un vidrio gigantesco
bruscamente enfriado. El ruido se amplifica con el silencio. El hombre en su
choza se siente pequeño y solitario y se deja sobrecoger por el miedo.
Los
grandes glaciares de los Andes y de la Tierra del Fuego se vierten en el mar en
casi toda su longitud, en una serie de glaciares de valle de este tipo. Los
pequeños glaciares de poca importancia, los que cubren las alturas
inexploradas de las grandes islas, no son bastante poderosos para alimentar
ríos de hielo que lleguen al mar. Vierten sus aguas recién
derretidas en los canales por medio de torrentes cortos pero abundantes.
Durante el verano austral, los
frente glaciares se dislocan; los hielos flotantes, al azar de las corrientes y
de los hielos, pueden entonces derivar muy lejos de su punto de partida. El la
carrera, pueden constituir una molestia o un peligro para la navegación.
Pero la mayor parte de los bloques, a causa de la estrechez y de la complejidad
de las arterias marítimas, encallan o se bloquean en las dentaduras de la
costa. Verdaderos icebergs de 7 metros de altura y de unos treinta metros de
largo, han sido encontrados en el Fiordo Eyre, a treinta millas de su punto de
partida. Los trozos de hielo de menor volumen, yendo y viniendo bajo el empuje
del viento, pueden formar un pack continuo que obstruye el fondo de los fiordos.
Los
cursos de agua salidos de los glaciares de altura y alimentados igualmente por
los derrames de agua, son de varias especies. Los unos, de curso torrentoso, se
encauzan por corredores estrechos de pendiente rápida que los llevan
hasta el mar. Sus aportes abundantes colman progresivamente el fondo submarino y
crean en su desembocadura bancos o cordones de arena granítica
recubiertos de una vegetación forestal reciente. Otros son retardados por
vastos terraplenes que ellos mismos han edificado en los bajos de los valles, o
por una serie de lagos escalonados, entre el glaciar y el mar. El torrente,
después de desplomarse en caídas verticales en el primer lago que
atraviesa, llega a través de dos o cuatro lagos inferiores,
progresivamente colmados por sus aportes, en una vasta zona pantanosa
próxima al mar. Estos lagos, a menudo inmensos, son muy numerosos en el
interior de los macizos montañosos del Continente y de las grandes islas;
llenan prácticamente todas las cubetas graníticas. Los
reconocimientos terrestres y aéreos descubren una multitud de ellos.
Hecho notable, en las topografías, sus formas alargadas y ramificadas,
sus riberas abruptas y sinuosas tienen el mismo aspecto que los fiordos y los
canales marítimos.
El bosque magallánico.
Contrariamente a lo que quisiera una tradición que califica de
preantártico, y hasta de antártico el bosque de los
archipiélagos, éste no constituye un conjunto aparte; forma parte
de agrupaciones forestales que se extienden desde la costa a la Cordillera, en
todo el Chile Austral desde el grado 37 de latitud, es decir, desde
Concepción hasta el Cabo de Hornos. Toda esta región de clima
relativamente suave, está sometida a un régimen de fuertes vientos
del Oeste, tanto en verano como en invierno, que traen lluvias abundantes. Es
verdad que en su parte septentrional ha sido bastante despojada de su bosque
primitivo a lo largo de la costa, pero los contrafuertes de la Cordillera
están recubiertos de una selva impenetrable, como, por ejemplo, el macizo
de Nahuelbuta.
El
bosque de los Archipiélagos no es sino un conjunto de subformaciones del
bosque de Chile Austral. En efecto, del Norte al Sur , los ejemplares
característicos son raros y desaparecen: primero la araucaria, luego el
lingue, que no llega más allá del Continente; el alerce y el
mañio, que no sobrepasan la isla de los Chonos; el teniú, que
llega hasta el archipiélago Madre de Dios; los ciprese, cuya abundancia y
estatura van disminuyendo hasta el Estrecho de Magallanes. Pero toda una serie
de ejemplares, coigües, robles con hojas perennes y de hojas caducas:;
canelos , especies menores de vegetación bajo el bosque ; helechos
gigantes, epífitas y musgos, son, con muy poca variación, los
mismos en el Norte y en el Sur y forman las asociaciones vegetales fundamentales
y las más estables de un extremo al otro de la región de los
bosques australes.
Algunas
circunstancias locales modifican el aspecto o la extensión del bosque
magallánico. Una franja costera, en particular, comprendida entre el
canal Cockburn y el Estrecho de Nelson, es pobre en vegetación; el bosque
no logra ni el vigor ni el desarrollo en altura que alcanza en el Canal Beagle o
en los archipiélagos al Norte del Estrecho de Nelson. Es probable que
esta zona haya sido más recientemente liberada de los hielos. Casi hasta
la vecindad del mar la roca aparece como desesperadamente desnuda. El bosque no
ocupa en forma continua sino una delgada banda costera, comprendida entre el
nivel del mar y una altura de unos metros solamente. Es tan densa y tan
impenetrable como en otras partes, los ejemplares son los mismos que en los
bosques más septentrionales, pero su desarrollo vegetativo es diferente.
Los robles, canelos y coigües sanos y de gran altura son la
excepción; la mayor parte de los árboles son débiles y
retorcidos; sólo los matorrales forman un vigoroso entrelazamiento. A
veces sobre una estrecha banda de bosque, aprovechando las vertientes mejor
expuestas, los huecos olas raspaduras de las rocas, la vegetación gana en
altura algunas decenas de metros.
Pero, a partir del Estrecho de
Nelson, en dirección al Norte, el bosque se hace rápidamente
más vigoroso, se implanta sobre los acantilados verticales y se mantiene
hasta una altura media vecina a los 300 ó 400 metros. Cuando se navega en
los canales, parece haberse perdido el acceso a tierra firme, de tal modo las
costas abruptas o bajas del continente o de las islas, están encerradas
en una compacta muralla de verdura, verde aún bajo la nieve. Este muro
termina a una altura uniforme, y más arriba da lugar a las rocas desnudas
y, por fin, a las cimas nevadas.
La vida vegetal se aferra a las
menores salientes de las rocas: helechos, musgos, arbustos de formas
atormentadas, líquenes y mohos. La roca chorrea agua. La pequeña
capa de tierra vegetal que la cubre está constantemente arrastrada, pero
es también enriquecida sin cesar por nuevos aportes. El bosque
magallánico se renueva con fuerza con su propio despojos y vive de su
propia podredumbre.
Este mundo
vegetal tan denso no vive bajo los rayos del sol. Una temperatura uniforme y
moderada, una humedad permanente desarrollan esta exuberancia vegetal. A pesar
de la aparente pobreza del suelo, se elaboran lentamente maderas muy duras.
Sobre el substrato granítico, la capa vegetal es muy fina. Las
raíces se extienden en superficie y, por eso, durante el invierno,
bloques enteros de bosques pueden desplomarse de golpe bajo el peso de la nieve.
Sin embargo, una densidad vegetal
tal no es sino la resultante de un equilibrio frágil entre la vida y la
muerte, con una ligera ventaja para la vida, adquirida en el curso de una
quietud milenaria. Pero si a los chilotes
o
a los indios les entra en gana el incendiar un jirón de bosque para
proveerse de leña seca, renacerán entre los troncos calcinados,
solamente malezas, lianas y helechos. Los grandes árboles del bosque
magallánico demorarán siglos antes de crecer de nuevo. Parece que
la vegetación forestal de todo el extremo Sur, incluso el lado oriente- y
numerosos índices fundamentan esta suposición- estuviera en el
límite de una ruptura del equilibrio, debido a un cambio
climático
.
Las
altas mareas cubren los ramajes, y la vegetación terrestre se une sin
discontinuidad notoria con la vegetación de las algas submarinas. Es
imposible circular entra la costa y las cumbres desnudas. Enmascarando el suelo,
los troncos muertos enlazados se pudren en una magna gelatinosos, a veces de un
espesor de varios metros. Toda esta fantástica vegetación,
viviente y muerta, está oculta bajo una extraordinaria red de musgos que
unen el suelo con las ramas más altas a través de las lianas y de
los matorrales. Los troncos y las ramas están recubiertos de plantas
epífitas y de líquenes.
A partir de una altitud de 300
ó 400 metros, a veces menos, según la latitud, el bosque ralea. A
600 metros se encuentran aun entre los musgos y los líquenes, cipreses de
10 ó 20 centímetros de alto y hayas achaparradas, nudosas y
torcidas, apegadas a las rocas que las abrigan del viento.
Aunque la zona forestal tiene una
extensión considerable, a lo largo de un territorio continental e
insular, cuyo desarrollo es inmenso, las variedades son poco numerosas. La
altura media de los árboles no es elevada y es muy probable que no puedan
alcanzar sino excepcionalmente su pleno desarrollo. No son grandes o muy grandes
sino en ciertos lugares privilegiados, dispersos y de poca extensión, que
reciben una cantidad moderada de lluvia. La explotación industrial del
bosque magallánico no parece posible. Las formaciones forestales que se
encuentran habitualmente, están compuestas de matorrales y de arbustos.
El coigüe (nothofagus
betuloides), de hoja perenne como la mayor parte de las especies, es el ejemplar
más extendido; los especimenes de gran altura, de un diámetro de
50 ó 70 centímetros, se encuentran en los valles abrigados y
profundos a una altitud de 100 ó 200 metros. Los robles comunes
(nothofagus Antarctica) de hoja caduca son poco numerosos. Por otra parte, una
variedad de esta especie, cuyo follaje espeso se extiende en parasol (nothofagus
pumillo) es extremadamente abundante desde el nivel del mar hasta el
límite de la vegetación forestal. El canelo (drymis winteri),
árbol sagrado de la Araucanía, de corteza y follaje perfumados, es
abundante y de un gran tamaño hasta el Estrecho de Magallanes; más
al Sur es mal débil. El ciprés (libocedrus tetragona) vive, sobre
todo, el alturas, ahí donde el bosque se hace más escaso. Una
ericácea, el tepu (tepualia stipularis), produce una madera notable, de
un rojo violáceo, incorruptible, que constituye un combustible de lujo
aun cuando haya permanecido varios años bajo el agua del mar.
El bosque magallánico
suministra, en suma, pocas especies de gran tamaño. Está
constituido, sobre todo, por una multitud de matorrales de helechos, de
epífitas, de lianas y de musgos que recubren los árboles con una
red impenetrable. Helechos de varias especies , una de las cuales es
arborescente, ocupan los bajos fondos de los valles. Los únicos frutos
comestibles son varias especies de bayas diminutas que maduran hacia fines del
verano austral. Las bayas de calafate, espinoso (barberis buxifolia), o de
tronco lizo y recto (berberis ilicifolia), dos arbustos que crecen en abundancia
en las playas de aluvión , son muy azucaradas. La parrilla (ribes
magallanicus) es el casis silvestre. La fuchsia o quila (f. macrosterma), cuyos
frutos son comestibles, abunda en todas partes. Una ericácea, la chaura
(pernettya pumilla) produce las más grandes bayas de la región,
del tamaño de una cereza silvestre, y con un gusto fresco y ácido,
que es agradable. Otras ericáceas , la mayoría de pequeño
tamaño, dan bayas del grosor de una murtilla.
Para terminar esta rápida
revista de la flora magallánica, señalaremos también una
liana, el copihue (philesia buxifolia), cuyas flores carnosas son comestibles.
Otra liana, el voqui (landizabalia ternata), es utilizada por los indios para la
construcción de ciertas trampas y para la costura de las cortezas.
En cuanto a la vegetación
herbácea, sus especies y variedades, que son muy numerosas, son poco
utilizadas en la vida cotidiana de los indígenas. Algunas altas
gramíneas sirven para recubrir el suelo de las chozas. Sólo entran
en la alimentación las hojas del apio salvaje (apium chilense), que crece
en las partes planas y pantanosas de las playas donde desembocan los cursos de
agua.
Entre
varias especies de callampas, tres son de gran tamaño y comestibles. El
sabor agrio del políporo (fistulina antarctica), que crece en los troncos
del coigüe, es muy apetecido. Dos variedades muy parecidas de callampas de
forma globosa, acuosa y de consistencia elástica, son excesivamente
abundantes en los robles: una de ellas es de color naranja casi
traslúcido (cyttaria darwini), la otra de color negro y no crece sino en
las ramas secas (tremella mesentérica).
Las
raíces de las plantas de los pantanos forman un fieltro tan compacto que
pueden soportar el peso de un hombre por encima de un espesor de barro
líquido de dos metros y a veces más. Matorrales de juncos,
droseráceas, bloques de hepáticas crecen en todos los lugares
húmedos.
Hay
que señalar también las algas verdes, rojas y pardas que tapizan
las rocas. Una especie gigantesca, llamada por los chilotes y los indios wiro o
también kelpa, y que es la macrocystis pirifera, se adhiere por medio de
una garra poderosa y ramificada a las rocas del fondo; se desarrolla en un tallo
delgado, inmenso y resistente como un cable que soporta las hojas flotantes y se
extiende en la superficie del agua en una extensión, a veces, de un
centenar de metros. La presencia del macrocyste indica las profundidades, la
orientación de los tallos, el sentido y la intensidad de las corrientes.
Esta alga sirve de boya en las costas peligrosas, y es un precioso auxiliar de
la navegación. No existen en los Archipiélagos laminarias de gran
tamaño, como se las encuentra desde Chiloé hasta la isla de
Chonos. Sin embargo, los vientos y las corrientes pueden llevar muy lejos los
haces de "cochayuyo" (durvillea utilis) cortados de su soporte, que los indios y
pescadores chilotes comen, llegado el caso.
2. La vida del mar y el
bosque
No
se trata aquí, naturalmente, de estudiar en su conjunto el medio animal
de los Archipiélagos de Magallanes. Sólo los aspectos que influyen
sobre el ritmo y las modalidades de la vida humana llamarán nuestra
atención. La vegetación ha sido abordada, sobre todo, en cuanto
elemento de paisaje y en razón de utilización de sus ejemplares
por los indígenas. De la misma manera, la fauna que constituye la parte
esencial de la alimentación de los indios alacalufes; no nos
detendrá sino por sus aspectos utilitarios y en la medida en que
interviene en sus vidas afectivas, como tema de leyendas, o bailes o pantomimas,
de creencias o prohibiciones. Sin duda, un estudio zoológico haría
resaltar otras características. Pero nos colocamos aquí en el
punto de vista de hombres que viven en un ambiente particular, para quienes la
caza y la pesca son los únicos medios tradicionales de subsistencia.
Cuando
se pasa del mundo de la pampa al de los Archipiélagos, la escasez de vida
animal hacia el lado occidental de la Cordillera nos sorprende. Uno
esperaría encontrar un pulular de mamíferos y de aves en una
región en la que nada impide su desarrollo natural. Sin embargo, el
bosque magallánico está prácticamente desierto, tanto al
borde del mar como hacia el interior. Aun cuando ya se haya adquirido un
conocimiento bastante preciso y detallado de los lugares y de las costumbres de
los animales, la impresión primera de ínfima densidad subsiste.
Las especies de aves son bastantes numerosas, pero el número de los
individuos es siempre muy reducido. En cuanto a los mamíferos terrestres,
son escasos y se adaptan mal impenetrable bosque magallánico.
En
las regiones intermedias entre las Pampas y los Archipiélagos, se
encuentra una fauna terrestre mucho más abundante, de la que se
alimentaban en parte los antiguos fueguinos, como lo atestiguan los restos de
cocina encontrados en las excavaciones. Esta fauna está compuesta en
especial de guanacos y de avestruces, caza tradicional de la Pampa, mezclados
con algunos escasos pumas. La realidad prueba que la distinción entre el
dominio de los indios marinos y el de los indios de la Pampa no es tan
nítida como se piensa generalmente.
Animales
de las Pampas australes. El guanaco, un camélido vecino de la llama,
pero más rápido y ágil, parece haber constituido, durante
mucho tiempo, la base de la alimentación de los pueblos que vivían
en las costas orientales de los mares de Otway y de Skyring y del Golfo
ramificado de Última Esperanza. Hasta una época muy reciente, el
guanaco vivía en grandes rebaños, a veces de varios centenares de
cabezas, en los llanos orientales de Patagonia y de Tierra del Fuego. Cuando se
introdujo la crianza del cordero en estas mismas regiones, los guanacos
empezaron a desaparecer perseguidos, sin merced, por los colonos, convencidos
que los corderos se contaminaban con la vecindad del guanaco. Por otra parte, el
comercio de las pieles de los guanacos jóvenes ( o chulengo) era muy
lucrativo. Hacia la mitad de diciembre, los trabajadores de las estancias
comenzaban a guanaquear a caballo y con boleadoras. Como distracción
durante el invierno, cuando los guanacos cercados por la nieve y debilitados por
la falta de alimentos, se reunían en inmensos rebaños, continuaban
las masacres inútiles. La especie no resistió. En la actualidad ha
desaparecido prácticamente de la Patagonia Austral. Sólo en los
lugares más retirados y más difícilmente accesibles, los
últimos rebaños encontraron refugio. Por ejemplo, en la Sierra de
los Baguales y en los campos de lava situados entre el Cerro del Diablo y el
monte Aymond. En todo el resto de la Patagonia no se encuentran sino muy a lejos
algunos grupos dispersos. El Tierra del Fuego, por el contrario, la especie ha
resistido más tiempo, preservada de sus perseguidores por los bosques de
la precordillera y viviendo en paz en la gran isla Navarino. A principios de
este siglo, cuando los alacalufes frecuentaban las costas orientales de los
mares de Skyring y de Otway, los guanacos eran todavía numerosos en esos
parajes. Los recuerdos de los más antiguos colonos de estas regiones lo
atestiguan. En los conchales, probablemente, de algunos siglos de
antigüedad, la abundancia de huesos de guanacos demuestra que los
nómades marinos eran también cazadores terrestres. Los alacalufes
actuales no tienen ningún recuerdo de lo que es el guanaco, pero designan
al cordero bajo el nombre de "wesse", mientras los onas de la Tierra del Fuego
emplean la palabra "weke" , para designar al guanaco.
En
los conchales de Skyring, se encuentran, igualmente, osamentas de avestruces,
aunque en poca abundancia. Los nómades marinos predecesores de los
alacalufes o los alacalufes mismos, debían tener ciertas dificultades
para cazar esta ave tan rápida y desconfiada. Por el contrario, al
principio de la primavera austral, los huevos de avestruz debían
suministrar a los indios una alimentación substancial. Cada nido contiene
de 20 a 40 huevos de gran tamaño. La especie había resistido a los
Tehuelches de la Pampa, pero los colonos actuales han disminuido
considerablemente su número. Aunque la caza esté actualmente
prohibida, el comercio de las plumas sigue siendo lícito. En las grandes
estancias de la zona seca y desnuda de la Patagonia, en las cuales los cercos
son vastos, los avestruces son aún relativamente numerosos. Pero han ido
desapareciendo de las pequeñas y medianas explotaciones de crianza, pues
no pueden resistir a sus perseguidores a caballo en los cercados más
pequeños. El avestruz no puede ni atravesar las barreras de un salto,
como el guanaco, ni pasar entre las alambradas de púa.
Entre las otras especies de
animales propios de la Pampa, cuyos restos encontramos en los antiguos
campamentos de los nómades marinos, hay que citar todavía al puma,
al zorro y al cururo. El puma, o león de América, es un animal del
Continente. Vive, de preferencia, en las regiones de bosques poco espesos de la
Precordillera. Abunda en las regiones de crianza, pero no se lo encuentra sino
excepcionalmente hacia el lado occidental de la Cordillera, en la
Península de Muñoz Gamero y en la Bahía Magenta. Entre las
islas, sólo la isla Riesco está habitada por escasos pumas. Esta
isla no está, por lo demás, separada del Continente sino por un
canal muy estrecho, el Canal Guajardo, a menudo obstruido por los hielos. Se
dice que son dos variedades distintas de pumas los que viven a ambos lados de
la Cordillera.
El zorro rojo, o
culpeu, es un carnívoro de tamaño más grande y más
macizo que el zorro europeo. Debía de abundar en otros tiempos, a juzgar
por el número de sus osamentas que se halla en los lugares
arqueológicos, tanto de los nómades marinos como de los indios de
las Pampas. El culpeu, igual que el puma, es perseguido a causa de los estragos
que produce en los rebaños. Se lo encuentra raramente en los llanos de la
Patagonia, pero es familiar a los indios de los Archipiélagos. Vive en
las playas del lado Occidental, donde debe alimentarse de aves marinas, de
huevos y, probablemente, de mariscos. Otra variedad de zorro, cuya presencia en
la Patagonia se remonta al último postglaciar, puesto que se encuentran
sus huellas en las primeras turberas fósiles, es el zorro gris, mucho
más pequeño, más elegante y más fino que el culpeu.
Parece muy improbable que el zorro gris viva en los Archipiélagos.
Un roedor del tamaño de
una rata grande, el cururo, pululaba en toda la Patagonia y la Tierra del Fuego
y servía de alimento a las poblaciones de esas comarcas. Este animal vive
en galerías a flor de tierra y en ciertos lugares el suelo estaba
literalmente minado por ellas. Existía aún una variedad insular de
cururo bastante diferente a la de la pampa, que se encuentra en los niveles
arqueológicos de Ponsonby, y que subsiste hasta nuestros diás.
Hace unos veinte años, el cururo de Riesco desapareció
espontáneamente, sin que se conozcan las causas de su extinción.
En otras partes de la Patagonia ha desaparecido, igualmente, de los campos de
corderos, hecho que se atribuye con razón o sin ella al incesante pisoteo
de estos animales.
Entre las
aves que servían de alimento a los nómades marinos
prehistóricos, el cisne de cuello negro y a avutarda gris, llamada
caiquén, son propios de la Patagonia Oriental. Este último,
exclusivamente herbívoro, es considerado como una de las plagas de los
terrenos de crianza a los que ensucia con sus excrementos. Los cisnes viven
siempre en grandes bandadas en las aguas marinas de Skyring. Otway y
Última Esperanza.
No
se pueden dejar en silencio especies de animales que se han extinguido en el
transcurso de los tiempos postglaciares, un equino, el hippidium; un perezoso
gigante, el mylodon, y un poderoso felino. Restos de estas tres especies han
sido descubiertos en la región de Última Esperanza, en la
célebre gruta donde fue encontrado, durante el verano de 1896, un
importante pedazo de piel de de mylodon, que conservaba todavía adheridos
sus pelos y sus huesos dérmicos. Algunos años más tarde,
se desenterraron otros fragmentos de esqueleto de este animal. En los más
antiguos niveles arqueológicos del Skyring, se encuentran igualmente
hippidium.
La
fauna marina: los mariscos. Existe una desproporción evidente entre la
fauna terrestre de los Archipiélagos y la que obtiene su subsistencia el
mar. Esta última es mucho más abundante en especies y en
individuos. Lo esencial del alimento de los alacalufes actuales, está
constituido por la fauna marina y, en primer lugar, por los mariscos. Salvo en
los escasos lugares en que no se dan las condiciones locales necesarias a su
vida, probablemente, la salinidad y la naturaleza de los fondos, éstos se
encuentran por doquier en los Archipiélagos. Las especies comestibles son
poco numerosas, pero los individuos existen en cantidades inagotables.
Aparentemente nada en estos mares fríos impide su multiplicación.
Tres
especies de mytilus son comestibles. La más extendida es el mylilus
edulis, vulgarmente llamado chorrito o quilmawe, que se adapta a la mayor parte
de los fondos, tanto de las rocas como de las bahías fangosas. Es el
huésped habitual de las boyas y de sus cadenas, de los cascos de los
navíos naufragados. En tres o cuatro años los recubre enteramente
con una capa espesa y continua. El chorrito vive desde el nivel de las altas
mareas hasta tres o cuatro metros bajo ellas. Tiene unos siete
centímetros de largo en promedio, se presenta exactamente como las
almejas de las costas de Bretaña. Sus valvas son relativamente
frágiles y tienen un color negro violáceo. El chorrito crudo tiene
un sabor acre que pierde en parte una vez cocido.
Otro bivalvo actualmente muy
abundante es la cholga. Está menos extendida que el chorito y su
hábitat de elección es la costa o el fondo rocoso, desde la
línea de la baja marea hasta una profundidad aproximada de cuatro metros.
Estos moluscos son, a menudo, de gran tamaño: ejemplares de 12 a 14
centímetros de largo son normales. Las aguas de la Patagonia occidental
deben de ser, por lo menos, actualmente, favorables a su rápido
desarrollo. Cuatro años después de su inmersión, las
cadenas de las boyas están recubiertas de cholgas de 7 centímetros
de largo, cuya concha color rubio y relativamente frágil, indica que el
molusco no ha alcanzado todavía su pleno desarrollo. Las conchas de las
cholgas adultas son de un negro violáceo, finalmente acanaladas, muy
gruesas, a menudo incrustadas con otros moluscos adventicios o con algas. Su
túnica, cuando viven en aguas poco profundas, agitada por las corrientes,
está a menudo sembrada de una multitud de pequeñas perlas. En este
caso, el tamaño de los moluscos es muy reducido, y son apenas
comestibles. Pero cuando están sanos, y sus glándulas genitales
están bien desarrolladas, tienen un sabor exquisito.
Sólo en algunos lugares de
los Archipiélagos, en profundidades que pueden alcanzas los doce metros,
vive un mytilus, cuyo largo llega a veces a los 20 centímetros. Su
concha, muy resistente, es de un hermoso negro uniforme. Es el molusco de los
Archipiélagos que tiene un gusto más fino. Muy solicitado, el
choro es objeto de una pesca intensiva por parte de los buzos. Los bancos de las
islas Guaitecas han sido despoblados. La pesca se extendió luego hacia
los Archipiélagos del Oeste, donde prosperó durante algunos
años. Actualmente, el choro se ha hecho escaso y esta pequeña
industria no es ya lucrativa.
Los
alacalufes encuentran en la costas de sus dominios cantidad de otros moluscos, y
en gran abundancia: dos variedades de bucardes, una que vive en las arenas de
las playas, y la otra, entre el nivel de las medias y las bajas mareas; lepadas
y fisurelas, cuya carne coiácea, gomosa y un poco amarga, es apreciada
por los alacalufes. La lepada o macha es el más antiguo representante de
los moluscos marinos que se encuentran en los niveles arqueológicos
milenarios. La fisurela o lapa no aparece sino esporádicamente en los
niveles más nuevos. Se encuentran a veces a poca profundidad
gasterópodos de gran tamaño, uno de los cuales, el concholepas
patagonicus, vulgarmente llamado loco, es excesivamente escaso. El otro,
frecuentemente lanzado a las playas después de la tempestad, es un
molusco de 18 centímetros de largo y más aún, cuya concha
de volutas muy estiradas es lisa y de color bayo: es el caracol de mar. Dos
especies más de gasterópodos se encuentran en las mareas bajas
sobre las rocas de las costas: el uno del género helix de color violeta
con reflejos nacarados, es utilizado por los alacalufes para la
confección de collares. El otro, del género murex, sirve de
alimento cuando es de tamaño apreciable. Dos moluscos, cuyas conchas
están formadas de elementos articulados viven sobre las rocas
descubiertas por el mar: son los chaetopleura y el schizochiton, cuya carne de
color naranja es muy apreciada. Otro molusco de aspecto muy curioso, una bellota
gigante, muy abundante en la región de las Guaitecas, no se encuentra en
los Archipiélagos sino en la costa sur de la isla Wellington y en el
Archipiélago Madre de Dios. Vive en el interior de inmensos
alvéolos calcáreos soldados a las rocas: su nombre vulgar es pico.
Los pecten u ostiones, semejantes a nuestras conchas de Saint-Jacques, son muy
abundantes, pero viven a profundidades considerables. La broma es un molusco no
comestible que cava sus galerías en el interior de las maderas flotantes
y segrega una corteza tubular que sirve a los alacalufes para la
confección de collares.
Los erizos son muy numerosos en
los Archipiélagos y su pesca es fácil. La especie de los
Archipiélagos no difiere de nada de la de Europa, salvo en que es de
mayor tamaño y de sabor más delicado. La pesca ocasional de la
centolla (lithodes antarcticus) suministra un complemento agradable al alimento
de los indígenas. En ciertas épocas la centolla se encuentra a
poca profundidad en los fiordos limpios y arenosos de ciertas bahías: es
un crustáceo decápodo, de color violeta-rojo, de patas muy
desarrolladas y armadas con púas que recubren igualmente el cuerpo. Con
las patas estiradas, la centolla alcanza un largo de 75 centímetros. Su
sabor es muy parecido al de la langosta. Desde el 15 de diciembre al 15 de
enero, la pesca de la centolla se practica en las bahías del Estrecho y
del mar Otway por cuenta de algunas pequeñas industrias de conservas de
Punta Arenas.
No sabemos mucho
sobre los peces del Archipiélago, y especialmente sobre las especies que
viven a grandes profundidades. Prácticamente, no se conocen sino las
especies costeras, aquellas que son pescadas en las bahías profundas,
tales como el róbalo, el pejerrey. No se toman en cuenta la sardina, que
vive en bancos compactos, ni las sierras, de gran tamaño. Esta especie es
actualmente bastante escasa, pero no lo era en el pasado, pues en ciertos
lugares geológicos sus restos forman capas compactas. Las sardinas,
cuando el mar está tranquilo y hay sol, se reúnen en bancos
apretados. A veces la marea baja deja grandes cantidades de ellas sobre las
playas. Se ven, en ocasiones, evolucionar a algunos metros bajo la superficie de
las aguas, en los canales profundos, formas imprecisas y flotantes que deben de
ser ryas de una envergadura de varios metros.
Los
mamíferos marinos. Ente las numerosas especies de mamíferos que
viven en el mar, hay que citar, en primer lugar, a las ballenas, que se
aventuran a menudo por los Archipiélagos persiguiendo bancos de un
pequeño crustáceo. Sorprendidas a veces por una marea que decrece
cuando están en la vecindad de una costa baja, o perseguidas por las
orcas, encallan y no tardan en morir. En todas las bahías, en todas las
costas se encuentran osamentas de ballenas increíblemente numerosas, casi
todas, sino todas ellas, pertenecientes a la especie de ballenas con barbas.
Alimentadas
por los mismos crustáceos que la ballena, de peces y, llegado el caso, de
aves marinas, dos especies de pinípedos carniceros encuentran en los
Archipiélagos una tierra de elección: el Otario común, que
tiene orejas externas, y la foca de piel fina, provista solamente de
órganos internos de audición. La foca común es llamada
también lobo de mar o lobo de un
pelo
, haciendo alusión a su pelaje formado por pelos tiesos, cortos y
apretados, sin pelusa lanosa, mientras que la foca de piel fina es el lobo fino
o lobo de dos pelos. Fuera de la época de la parición, unos y
otros viven aisladamente, o en pequeños grupos que se reúnen a lo
lejos, en playas rocosas que abandonan cuando se los saca de su quietud. Las dos
especies, que no viven jamás en común, tienen un modo de vida muy
similar y caracteres físicos comunes; entre otros, una notable diferencia
de tamaño entre el macho y la hembra, diferencia que puede ir de lo
simple a lo doble (un macho puede tener un largo de dos metros cincuenta desde
el hocico al nacimiento de la cola), así como la curiosa necesidad de
cargarse el estómago con piedras redondas, cuyo destino no es muy claro,
pero que deben, probablemente, servir de lastre.
La
foca común era antiguamente cazada por su aceite. En nuestros días
no se caza sino el popi o recién nacido del otario, caza más bien
ocasional, puesto que su piel no tiene gran valor. Pero desde hace ya tres
cuartos de siglo, cada año se organizan expediciones de caza del popi de
foca de piel fina. La especie disminuyó y los rebaños se retiraron
a las islas inaccesibles frente al Pacífico. En el interior de los
Archipiélagos no se encuentran sino pequeños grupos. En los
otarios y en las focas de piel fina, el parto tiene lugar entre mediados de
noviembre y mediados de enero. Las hembras se reúnen entonces sobre las
"piedras
loberas"
, bajo la dirección de machos, generalmente un macho por cada 10 ó
20 hembras. Inmediatamente después del parto las hembras son de nuevo
fecundadas. Hacia mayo o junio, la tribu se reúne y dispersa: los
jóvenes van entonces por primera vez al agua. No llegan a su edad adulta
sino después de dos años.
Dos
especies de pinípedos que vivían en el Sur de los
Archipiélagos han desaparecido casi completamente: los elefantes y los
leopardos de mar. Algunos escasos especimenes de los primeros pueden divisarse a
veces en el Estrecho, más frecuentemente hacia las islas australes y,
sobre todo, hacia las islas de Diego Ramirez. Son animales macizos que llegan a
pesar 3 a 7 toneladas. Han sido y son aún, actualmente, cazados por su
grasa. En cuanto a la especie de los leopardos de mar, cuyos dientes
están armados con puntas agudas, deben todavía existir, pues se
encuentran aún sus osamentas.
Existen en los
Archipiélagos dos variedades de nutrias, el "gato de mar" y el "huillin":
tal es, al menos, la distinción que hacen los cazadores de pieles. La
especie disminuye a consecuencia de la caza intensiva de que es objeto. La
nutria es un carnívoro del tamaño de un gato grande, que se
alimenta de peces y de crustáceos. Nada con una notable soltura, pero
puesta en tierra su marcha se torna difícil y torpe, a causa de la
palmadura de sus patas. Su pelaje está formado de lanas largas e
irregulares de tamaño, de un rojo amarillento y de una pelusa espesa y
sedosa de color bayo oscuro. La camada de nutrias es de 5 a 6 pequeños.
Otro
animal activamente cazado, aunque su piel no es de gran valor, es el coypu,
roedor de gran tamaño, parecido a una rata, cuyas patas posteriores
están ampliamente palmadas y cuya cola anillada está desprovisto
de pelos. Las patas anteriores, bastante cortas, forman una verdadera mano, con
la que se llevan el alimento al hocico, hierbas, raíces, brotes nuevos de
árboles. Vive, de preferencia en la desembocadura de los ríos, en
las espesuras impenetrables, que son su salvaguardia contra los cazadores y los
perros. Cada camada de coypu es de 9 pequeños, y es posible que se
reproduzca dos veces al año. El coypu se domestica fácilmente, si
es capturado joven.
Las
Aves. Las aves de los Archipiélagos están representadas por un
cierto número de especies que juegan un papel importante en la vida de
los alacalufes; en particular, los cormoranes, los pingüinos y los gansos
marinos. Hay dos especies principales de cormoranes y cada una de ellas tiene
variedades. Una, el phalacrocorax caronculatos o pato lile, tiene cuello y el
pecho blancos y el resto del plumaje negro. La otra más pequeña y
de vuelo menos rápido que la precedente, es enteramente negra. Se la
llama cuervo de mar. Las dos especies tienen formas de vida muy parecidas. Los
patos liles llegan muy de mañana en largas filas, volando a ras de agua,
pescan solitarios durante todo el día, y en el crepúsculo vuelven
a tomar la misma formación para un vuelo de varias decenas de
kilómetros hacia los lugares de refugio, donde pasan la noche. Estos
paraderos son siempre rocas o picos sobre el mar, en las asperezas de las cuales
construyen sus nidos. Tales acantilados están a veces poblados con
millares de individuos, tanto de patos liles como de cuervos de mar. Estos
últimos pasan el día posados sobre los árboles secos o
sobre las rocas cerca de la orilla, acechando los peces.
Las
tribus más importantes de pingüinos se encuentran en las islas cerca
del pacífico. En el interior de los Archipiélagos viven en
pequeños grupos. El ave más curiosa, cuya área de
dispersión corresponde a los bancos de choritos, en un ánade
llamado pato a vapor o pato quetro o, según los relatos de Fitz Roy,
steam duck (pato a vapor): como no puede volar, huye por sobre el agua,
propulsándose con sus alas como con remos poderosos, dejando
detrás una estela. Su velocidad de desplazamiento no es inferior a 10
millas por hora y puede mantenerla durante el tiempo necesario para escapar a
sus perseguidores. Cuando está a punto de ser alcanzado, se sumerge y no
reaparece sino para respirar un corto instante. El pato quetro o micropterus
patagonicus es de color gris ceniciento, pesa, ordinariamente, de 6 a 10 kilos y
a menudo más. Su fuerza es poco común y su pico poderoso le
permite fracturar cómodamente las conchas de choritos de gran
tamaño. La especie vecina (m. cinereus), un poco más
pequeña, comúnmente designada con el nombre de pato volador, es,
en todo punto, semejante a la precedente, pero puede volar, aunque sólo
con un vuelo pasado y de poco alcance: es muy probable que éste
simplemente constituida por los jóvenes de la especie precedente, que no
han alcanzado aún su pleno desarrollo, es decir, en el curso del primer
año de su existencia. El crecimiento del micropterus es, en efecto, muy
rápido; tres meses después de su nacimiento ha logrado casi su
tamaño normal.
El ganso
ceniciento, tan abundante en las Pampas, no existe en los Archipiélagos,
donde es reemplazado por una especie vecina, migratoria, de plumaje dominante
rojizo: es el caiquén colorado , llamado a veces avutarda (chloephaga
poliocephala). Las avutardas llegan a los Archipiélagos a principios de
octubre. Anidan y viven en los estuarios de los ríos. Otra especie de
ganzos, no migratoria, vive constantemente en parejas sobre las rocas de la
costa y se alimenta de algas y de pequeños crustáceos. El macho es
de un blanco muy puro, mientras que la hembra, de tamaño ligeramente
inferior, tiene un plumaje negro, manchado de rayas blancas.
El
fil-fil (oematopus) es una de las aves más bella con su plumaje de un
negro brillante, su pecho blanco, sus patas y su largo pico de un rogo
berbellón. Su tamaño es el de una gaviota grande. Se lo encuentra
en todas las playas de los Archipiélagos y en todas las costas de la
Patagonia, siempre en bandadas bulliciosas. Dos variedades de somormujos, ambas
conocidas con el mismo nombre de tagua, viven en las aguas marinas: la una,
tagua fulica armillata, del tamaño de una polla de agua, y la otra,
colymbus chilensis, mucho más pequeña. El colimbo (podiceps) se
encuentra a menudo en las aguas marinas de la vertiente oriental de la
cordillera. Es, especialmente, curioso por las danzas nupciales que las parejas
ejecutan cada primavera. Dos especies de zancudas viven solitarias en las playas
de los Archipiélagos: la una, la wanda o huairavo, de plumaje gris
verdoso obscuro, cuyo grito nocturno es considerado como un signo de mal augurio
por los chilotes y los indios; la otra, la garza gris, que es el ave real de los
archipiélagos, del tamaño y del aspecto de la cigüeña.
En
las bahías retiradas y tranquilas se ven siempre martín-pescadores
posados en observación en las ramas secas suspendidas sobre el agua. Las
especies y las variedades de gaviotas, petreles, gaviotas carniceras son muy
numerosas, así como lo albatroces que viven de ordinario al borde del
pacífico, pero se aventuran a veces en los canales. Todas estas especies
anidan en las rocas desnudas de las islas próximas al océano. Las
golondrinas de mar son migratorias; llegan hacia diciembre a los
Archipiélagos y anidan en las islas bajas desprovistas de árboles,
en las que construyen millares de nidos yuxtapuestos.
La
vida de los bosques. Lo que sorprende, sobre todo en el bosque
magallánico, es la ausencia de manifestaciones de vida animal.
Sólo el hued-hued (pteroptopus tarni), se acomoda al espesor del bosque,
al igual que un pájaro carpintero de plumaje negro y de cabeza de un rojo
chillón, que taladra con gran ruido los troncos de los árboles
secos. De tiempo en tiempo, en la linde del bosque compacto o sobre los
árboles más diseminados, alguna rapaz de gran tamaño monta
una guardia solitaria sobre una rama suspendida; así el carancho
(polyborus tharus), el jote (cathartes aura) o el tiuque (accipiter chilensis).
Entre las rapaces hay que citar también dos especies nocturnas, la una de
gran tamaño (buho magallanicus) y una lechuza (glaucidium nanum).
La
fauna más paradojal aparece durante los raros días de verano, en
que brilla el sol. Una multitud de pequeños pájaros sale de no se
sabe donde, probablemente de un estado de vida disminuida y se debaten al sol en
los matorrales. Picaflores de un verde de oro viejo se inmovilizan con las alas
vibrantes delante de las flores de fuchsia. Los rayaditos, barnizados de rojo,
de amarillo y de negro; los tijerales de largas plumas de cola filiformes
revolotean sin temor alrededor del visitante insólito. Los trogloditas,
de plumaje azul pizarra, no se aventuran jamás fuera de las manchas de
vegetación más compacta que los protegen; son los más
miedosos, pero también los más bulliciosos pájaros de los
archipiélagos.
Golondrinas
en escaso número aparecen brevemente en verano. En verano, igualmente, el
zorzal frecuenta, sobre todo, las pendientes pantanosas en que encuentra
gusanos. El piloto inspecciona sosegadamente lo que el mar puede dejarle como
alimento al retirarse. Al principio del invierno llegan en bandadas bulliciosas
los tordos, del tamaño y del color de un mirlo europeo. Cuando la nieve
cubre el suelo, los cometocitos frecuentan las proximidades de las rucas indias.
Tan sorprendentes como la presencia de los picaflores en los días de sol,
son los vuelos compactos y bulliciosos de los papagayos.
Cuando se llega a algunos
centenares de metros de altitud, en la zona forestal más diseminada, se
percibe a veces, en el suelo o en la corteza de los arbustos, los signos del
paso del huemul (cervus chilensis). En el musgo se imprime en relieve la red
complicada de las pistas de varios pequeños roedores (reithrodon y
hesperomys). Viven, igualmente, en ciertas playas bajas y desnudas . Es todo. No
se encuentran al puma sino en el continente. Lo mismo, ocurre con el gato de las
Pampas y el zorro. Todos estos carnívoros viven, en general, sobre las
pendientes menos húmedas y menos boscosas.
Ninguna
especie de reptil existe en los archipiélagos, y, entre los batracios,
sólo numerosos sapos pequeños abundan en los charcos de agua dulce
de los pantanos: Hacia los primeros días buenos, a principios de
septiembre, depositan sus huevos gelatinosos, apetecidos por las aves de presa.
Tábanos y mosquetos aparecen excepcionalmente durante los veranos secos.
Algunos coleópteros invaden el suelo de las rucas. A los alacalufes no
les gusta esta compañía y, cuando los insectos llegan a ser
numerosos, los humanos cambian de campamento. Ciertos gusanos, del grosor de un
dedo, que viven en el interior de los árboles secos, son altamente
apreciados por los indígenas por su sabor azucarado. En fin, entre los
animales comestibles, los piojos del cuerpo son tan abundantes como requeridos.
Lámina
I
|
|
1. El puesto militar de
Edén
|
2. Los árboles
torcidos por el viento
|
Lámina
II
|
|
3.
El pantano dominio de Ayaye 4. Un glaciar desembocando en un canal.
|
3. Archipiélagos de
las tempestades
Lluvias
y vientos. Bien conocidas son las malas condiciones del tiempo en los
Archipiélagos y en las regiones vecinas. Hace ya tiempo que se
consolidó el renombre de las tempestades del Cabo de Hornos y del
Pacífico Sur. El límite norte del mal tiempo permanente se
sitúa en lo que los marinos llaman los roaring forties, los
gruñidores cuarenta de latitud sur. Con mayor o menor intensidad,
según las estaciones o los períodos mejores que pueden durar uno o
dos años, el viento es dueño y señor de esta parte del
Hemisferio Sur, en donde el Océano da la vuelta a la tierra, cortado
solamente por la punta austral de América y por las avanzadas
septentrionales del Continente Antártico.
La
cordillera es una muralla que determina dos climas bien diferentes hacia las dos
faldas Patagónicas de los Andes. En los Archipiélagos, el viento,
a pesar de su poder, no puede modificar de una manera rápida y apreciable
la base de granito, pero contorsiona, empobrece o impide la vegetación
forestal, mientras que en la vertiente atlántica, deseca, erosiona y
esteriliza con una rapidez inquietante el suelo de las pampas. En la Patagonia,
tanto oriental como occidental, el vientos de una rara violencia durante la
mayor parte del año. Los Archipiélagos se ofrecen indefensos al
asalto de los vientos dominantes del Oeste que toman impulso a lo largo de
millares de millas de Océano sin que ningún obstáculo venga
a quebrantar su fuerza. El viento es el soberano de estas soledades. Con todo su
peso se descarga sobre el bosque. al cual aplasta, y sobre el mar que pulveriza,
y que cava. Sin parar, durante día y, a veces semanas, el mundo de los
Archipiélagos, anegados de lluvia, es maltratado sin respiro por la
tempestad: los árboles se pliegan bajo el irresistible empuje, el mar
golpea violentamente las rocas y en medio de este desencadenamiento, pedazos de
glaciares de derrumban con un ruido infernal.
La frecuencia del mal tiempo
aumenta regularmente de Norte a Sur de los Archipiélagos, paralelamente,
por lo demás, a un decrecimiento de las presiones medias entre el Golfo
de Penas y el Estrecho de Magallanes. La violencia máxima de los vientos
se da en el Archipiélago Adelaida, donde ráfagas de una fuerza
superior a 8 soplan por término medio 80 días al año. Los
vientos del Noroeste, en particular, se descargan con una violencia terrible y
duran a veces una semana sin disminuir, levantando olas que en el mar abierto
pueden alcanzar a la asombrosa altura de ocho metros, determinando un tiempo
espesamente cerrado y una lluvia continua. Aun cuando se apacigüen, pasan
numerosos días antes de que las olas de calmen.
Curiosa particularidad, el
viento, al engolfarse en los canales, puede cambiar de dirección. Sucede
aún que sopla en sentido opuesto a su dirección original. Pero
cuando en sentido verdadero del viento concuerda con la orientación de
los canales, su velocidad puede ser multiplicada dos o tres veces, según
el efecto bien conocido de una masa de aire circulando entre dos líneas
paralelas de tierras altas. A este efecto, se agrega otro más, conocido
bajo el nombre de turbonadas o de wiilliwaws, que se produce en las
bahías y caletas bien encajonadas y aparentemente bien protegidas por
montañas a pico. El viento que sopla en altura penetra y se abate con un
ronquido sordo, convertido en un torbellino furioso y súbito. Bajo la
fuerza del huracán el mar se cubre de olas cortas y molidas. En tales
fondeaderos, la situación de un barco puede tornarse peligrosa.
Lo datos ciertos, provienen de
observaciones de larga duración sobre el régimen de los vientos en
los Archipiélagos son escasos. Según las que fueron efectuadas por
nosotros durante cerca de dos años en la costa Oeste de la isla
Wellington, las depresiones parecen evolucionar de acuerdo a un ciclo bastante
regular. Desde que una depresión se insinúa, un viento poderoso y
húmedo sopla del Noreste, con muy fuertes ráfagas, que alcanzaban,
en el puesto de observación, velocidades de 30 a 35 millas por
hora
. En las zonas más abiertas al océano, las velocidades medias y
extremas son superiores; en el Estrecho de Neson, por ejemplo, se han registrado
velocidades medias de 30 millas con extremas de 60. Hacia el final de la
depresión, súbitamente el viento pasa al sector Oeste, disminuye
la intensidad, la temperatura baja, se producen escampadas, cortadas por
precipitaciones bruscas e intensas. Se producen calmas súbitas, seguidas
de huracanes en torbellino, que parecen precipitarse del cielo. En algunos
segundos el viento alcanza asombrosas velocidades. Son los períodos
más peligrosos para las pequeñas embarcaciones. Es necesario
prever estos espasmos de la atmósfera y refugiarse a tiempo en alguna
brecha de la costa. Luego vienen calmas de más larga duración y
más estables; progresivamente, el viento pasa al sector Sur ,la
temperatura baja todavía más y, mientras que la alta
presión se establece de nuevo, durante uno o dos días sobreviene
un tiempo maravilloso, un cielo despejado, un viento glacial débil o
fuerte, pero siempre de una intensidad regular. Desde que se esboza un
movimiento depresión ario, el viento pasa al Noroeste y el ciclo vuelve a
comenzar.
Los
cazadores chilotes de los Archipiélagos dicen que el invierno dura todo
el año, o aun que las cuatro estaciones del año desfilan en un
sólo día - algo de cierto hay en estas expresiones, pero, si nos
atenemos a observaciones menos subjetivas, existen sólo dos estaciones
evidentes, el verano y el invierno, las únicas que están
estadísticamente marcadas por cambios en las condiciones
atmosféricas. Las estaciones de transición no existen en los
Archipiélagos. Hacia septiembre comienza un pálido estío.
El sol llega a veces a atravesar la masa compacta de la nubes, pero aumenta la
intensidad de los vientos y las lluvias caen diariamente en copiosos
chaparrones. A medida que se acerca el invierno, las lluvias se hacen
torrenciales, y es frecuente el granizo que obscurece la atmósfera. Al
nivel del mar, los nevazones empiezan en mayo.
Las
masas terrestres de la Patagonia occidental están ampliamente quebradas y
divididas, abiertas a la influencia del Pacífico, que actúa como
regulador de la temperatura, pero los vientos que de allí vienen traen
sin interrupción enormes masas de vapor de agua. El clima térmico
es, pues, para cada punto determinado, bastante uniforme a lo largo del
año. La influencia reguladora del Océano se prolonga hasta muy
adentro por el interior de los macizos montañosos a causa de la
desmembración de la falda occidental de los Andes, pero las
características del clima de la Patagonia occidental no corresponden en
nada a las que reinan en las mismas latitudes en la meseta patagónica.
Durante
el estío austral, los promedios diarios de las temperaturas comienzan a
alcanzar 8º C. hacia mediados de noviembre, y hasta abril llegan raras
veces a 10º C. Sin embargo, frecuentemente se producen descensos de
temperatura. A partir de abril, los bajos promedios se establecen
definitivamente. Los primeros días de hielo se presentan en mayo. Raras
veces la temperatura media de los días de invierno es inferior a 0º,
y -5º, es un hecho excepcional. Si nos atuviéramos a estos valores
medios, la temperatura de los Archipiélagos sería perfectamente
soportable, pero, lo mismo que el frío intenso, la sensación
benéfica del calor es desconocida. El viento da la impresión de
una temperatura mucho más baja que la que existe en realidad.
Los diagramas diarios indican que
las temperaturas comprendidas entre 5º y 10º dominan todo el
año y recubren un 65% de la duración total. En verano, estas
temperaturas son, naturalmente, más frecuentes, pero, en el curso de
nuestra estada, la temperatura de 15º no fue nunca superada ni siquiera en
un punto, y el tiempo, durante el cual se mantuvo, no representa sino el 1% del
verano legal. Las temperaturas comprendidas entre 10º y 15º
representan más o menos un 40% de la duración del verano, un 5%
solamente de la duración de la primavera y del otoño, y una tasa
prácticamente nula en invierno.
En lo que concierne a las
temperaturas invernales, el intervalo comprendido entre 0º y 5º cubre
el 60% del tiempo, y aun durante una porción no despreciable del verano,
imperan estas temperaturas relativamente bajas. Sin descender, sin embargo, por
debajo de -5º, los períodos de hielo persistente representan el 18%
de la duración del invierno. Entonces, una costra de hielo de escaso
espesor recubre la superficie del mar cuando se producen raros períodos
de calma prolongada, en las bahías abrigadas, en las cuales se derraman
grandes cantidades de agua dulce.
En los Archipiélagos, la
lluvia es un acontecimiento cotidiano, si se exceptúan unos 20
días anuales de insolación continúa. Las montañas
del cordón insular no forman sino una pantalla fragmentada y de muy poca
altura contra los vientos húmedos del Pacifico. En cambio, los macizos
montañosos de las grandes islas y del Continente les oponen una masa
elevada y compacta, sobre la cual se condensan los sistemas de nubes. En tal
situación, los Archipiélagos están sometidos a intensas
precipitaciones y a una perpetua humedad de la atmósfera y del suelo.
Durante
un período de 12 meses (abril 1946- abril 1947), la altura de lluvia
registrada fue de 327 centímetros, correspondientes a 227 días de
precipitaciones superiores a un milímetro. Durante los seis meses
siguientes, la altura de las precipitaciones alcanzaba la misma
proporción, o sea, 156,5 cm. de lluvia, repartidos en 138 días. La
primavera de 1947 fue excesivamente lluviosa. Sobre 92 días de
observación, hubo, para 66 días de lluvia, 97 cm. de agua. El
número de los días señalados como exentos de lluvia
comprende, a la vez, los días sin precipitación y aquéllos
durante los cuales la altura de agua caída fue inferior a un
milímetro
. Por fragmentarias que fueran, las observaciones practicadas en Puerto
Edén sitúan al régimen de lluvias en un lugar no
desfavorecido de los Archipiélagos y permiten suponer las repercusiones
de este elemento del clima sobre la vida de los hombres.
Al
nivel del mar, los nevazones abundantes son bastante raros y las capas de nieve
en el suelo no persisten nunca largo tiempo. Pero la nieve cae con frecuencia
durante todo el año sobre las cumbres, a partir de una altura
relativamente baja, variable según las estaciones.
En
los 49º de latitud, los nevazones son frecuentes en verano a una altura de
400 metros, pero la nieve no dura. En cambio, en primavera y otoño se
producen a menudo nevazones a partir de una altura de 50 metros sobre el nivel
del mar y el granizo son fenómenos frecuentes a fines de otoño, en
el invierno y a comienzo de la primavera. Las cumbres, hacia el grado 49 de
latitud, están constantemente nevadas a partir de una altura media de 850
metros.
El régimen de los
vientos y las lluvias y la temperatura determinan los elementos secundarios del
clima, tales como la humedad atmosférica, la nebulosidad y la
visibilidad. La saturación de la atmósfera en vapor de agua es
casi continua en un 40% a 50% de la duración total. Las tasas de humedad
inferiores a 70% no cubren sino un 15% del tiempo.
En una región tan
intensamente barrida por el viento, la bruma en la superficie del mar es
excepcional y se manifiesta sólo durante los períodos tranquilos
del invierno. 6 a 7 días de bruma en total se registran cada año.
El banco de bruma compacta que se forma entonces sobre la superficie del mar
tiene sólo un escaso espesor. Por encima de unos cincuenta metros, el
cielo es de una pureza excepcional y la atmósfera es límpida.
En un período de 306
días de observaciones ininterrumpidas (abril a diciembre de 1946),
contamos 16 días, durante los cuales el cielo estuvo completamente claro
o con un ligero velo de cirrus; 38 días con la mitad del cielo despejado,
111 días de cierto cubierto con techo medio y 141 días de
nebulosidad total y permanente con visibilidad reducida. El estado nubloso de la
región representa tal constancia que observaciones ulteriores,
discontinuas o menos sistemáticas, dieron resultados idénticos.
Las
mareas en los Archipiélagos se producen bajo una forma compleja, debida
en parte a las condiciones fotográficas y en parte a las circunstancias
atmosféricas. Los canales, cuya anchura, profundidad y dirección
son excesivamente variables, forman una red complicada por la cual penetran el
flujo y el reflujo del Océano. Según los lugares, el movimiento de
las aguas se retarda, se producen fuertes corrientes en los pasos estrechos y
son frecuentes las anomalías de las mareas. Pero según los
sectores de donde sopla, hasta producir a veces una mayor amplitud de mareas. La
presión atmosférica es otro factor importante que entra en juego
en el régimen de las mareas. La presión media es siempre
relativamente baja y corresponde, en consecuencia, a una mayor elevación
de las aguas.
El
paisaje y el hombre de los Archipiélagos. Podemos preguntarnos que clase
de relación se ha establecido entre el destino de los indios alacalufes,
trátese de su pasado lejano o del estado presente de extinción en
que se encuentran, y el mundo que habitan, a la vez de prodigio y de su
pesadilla. es difícil negar la influencia de un marco tan inhumano, tan
desequilibrado como el de los Archipiélagos; de recursos vitales, tan
limitados en cantidad, por lo menos extraordinariamente poco variados y casi
idénticos de un extremo a otro del territorio. A lo largo de 12º de
latitud, siempre los mismos paisajes barridos por las mismas tormentas, con el
mismo corte, la misma espesura de bosque, las turberas gelatinosas y la coraza
de hielo cuyas avalanchas gruñen siniestras en el fondo de los fiordos.
En ninguna parte, el refugio de un cambio, por mínimo que sea . . .
Las
oscilaciones climáticas del postglaciar de la América austral han
debido ser muy amortiguadas en los Archipiélagos, a causa de su
posición. Hemos visto que es posible que éstos se hayan liberado
de sus hielos más recientemente que en el lado oriental. Por fin, se
puede admitir que los hombres de los Archipiélago, en el curso de su
corta historia, se han hallado continuamente en lucha con condiciones casi
idénticas a las que actualmente observamos.
No se han dilucidado
todavía los misterios de la llegada de poblaciones humanas a este
rincón de tierra. No se sabe qué grado técnico
habían conseguido cuando arribaron al ambiente de esta extravagante
geografía.
Probablemente,
ese grado era superior al de los fueguinos que encontraron los blancos. No es
imposible que el marco natural modelara y, finalmente, hiciera degenerar a esa
cultura.
Parece
ilusorio querer analizar las fuerzas que emanan de los diversos mundos en que
viven los hombres y que influyen sobre su destino. Sin embargo, tales
influencias existen y sin duda han debido pesar en el destino de los indios de
los Archipiélagos. Aunque no haya en esta materia sino suposiciones e
interrogaciones, no es menos cierto que los unos son la imagen de los otros y
que estas soledades atormentadas eran desde antes de la llegada de los hombres
la imagen y la prefiguración de la vida en sordina de aquellos que iban a
ser hasta su extinción los retardados nómades del mar.
Sin querer explorar impresiones
personales y aplicar los mismos sentimientos a todas las generaciones de
alacalufes que se sucedieron en los Archipiélagos, debemos referirnos a
la impresión enorme y debilitante que puede producir esta sujeción
de la actividad física y, hasta cierto punto, de la actividad mental, al
tiempo, sobre todo a su componente más insoportable, el viento. El
viento, que suprime la libertad de ir y venir; que encierra, por semanas algunas
veces, en una interminable espera en alguna caleta de la cual es imposible
escaparse. Esta sujeción de todo el ser al tiempo que hace o que va hacer
es una de las más duras pruebas de la vida de los Archipiélagos.
Es posible que las resonancias de tal hecho sean un poco diferentes en el alma
de los alacalufes, pero alguna resonancia hay, pues mal tiempo para ellos
significa enclaustramiento más que hambruna.
Pero el tiempo no es el
único elemento que influye sobre la vida. En todas partes reina una
impresión de misterio, de poder desmesurado de las fuerzas naturales.
Fuera de los rincones de la costa que dan asilo o permiten acampar, fuera del
mar, sólo se encuentran los misteriosos y anchos valles brumosos que se
pierden hasta los glaciares de la Cordillera; los pantanos en que uno se hunde,
las cimas inaccesibles. Todo en los Archipiélagos delata demasiada
grandeza y misterio, una desproporción demasiado aplastante, para no
provocar un eco en estos seré desheredados que no tienen otro recurso y
protección que la tienda de pieles y la canoa de troncos. El hombre no
supera fácilmente el efecto de desolación de este mundo en el cual
se ha caído. Siempre quedará algo de él en sus manos y en
su alma.
Costas indefinidas de
granito con su cinturón de bosques podridos, rocas desnudas que se
congregan hasta el infinito, todas cortadas de cuentas, pantanos, hendiduras por
donde chorrean las aguas, vastas lagunas totalmente desiertas, tal es la
"tierra" desordenada, de una grandeza lúgubre y solitaria, de una eterna
desolación, sobre la cual sobreviven los últimos alacalufes.
Se llama loberos, en los Archipiélagos de Magallanes, a los cazadores
nómades de pieles, la mayor parte de ellos originarios de la isla de
Chiloé. Equipados con la pesada chalupa chilota, con viejos fusiles de
caza y acompañados de sus perros, llevan en pequeños grupos una
existencia muy parecida a la de los indios alacalufes. El término lobero
viene de lobo marino, foca.