Capítulo
Primero
El
descubrimiento de los archipiélagos
Primeros
viajes. El 1º de noviembre de 1520, Hernando de Magallanes penetraba por
primera vez en el estrecho que denominó Estrecho de Todos los Santos,
pero al cual la posteridad atribuyó su nombre. Después de que hubo
atravesado sus dos angosturas, el paisaje desnudo y desolado de la costa plana
que veía desde la baía de San Julian, cedio su lugar a las costas
escarpadas y a las altas montañas de la que es hoy la Patagonia
Occidental. En esta primera navegación, lenta e incierta, se divisaba
cada noche sobre la costa sur del Estrecho la luz de grandes fuegos,
únicos indicios de de vida humana. La isla grande fue bautizada Terra del
Fuoco, lo que erróneamente se tradujo al francés más tarde
por "Tierra de Fuego", en lugar de "Tierra del Fuego". Las tres fragatas, que
habían llegado a la extremidad austral del continente (Cabo Froward),
hallaron, al seguir el estrecho canal del Noroeste, la desembocadura del
Estrecho hacia el Pacifico. Al navegar en seguida frente a los
archipiélagos. Magallanes no divisó ya de la costa occidental de
la Patagonia sino las altas cimas nevadas de los Andes. Cerca de la latitud del
golfo de Penas, enfiló hacia el Oeste: un océano solitario y
tranquilo se abría por primera vez en la historia ante las carabelas
españolas en el nuevo camino de las Indias.
La
audaz aventura de Magallanes alentó nuevas expediciones. Poco tiempo
después de la vuelta de la última nave de la expedición,
Carlos V equipó seis buques bajo el comando de Garcia Jofré de
Loaysa, investido del título de "Capitán General y Gobernador de
las Molucas". El segundo jefe de la nueva Armada, Sebastián Elcano, era
uno de los 19 sobrevivientes de la expedición de Magallanes. Los seis
buques partieron de España el 14 de agosto de 1525. El 14 de enero de
1526 se hallaban a la entrada del Estrecho. Una violenta tempestad los
devolvió al Atlántico y se perdió una nave. Diez
días después, Loaysa pudo de nuevo atravesar el Cabo
Vírgenes, pero dos de sus barcos fueron por segunda vez rechazados al
Atlántico. Uno de ellos naufragó y el otro fue arrastrado hasta el
paralelo 55. Este pudo, sin embargo, reunirse a lo que quedaba de la flota,
después de haber casi alcanzado, sin darse cuenta, hasta el extremo de la
Tierra de fuego. Pero era tan firme la creencia
-no
compartida, por lo demás, por Magallanes-de que al sur del Estrecho se
extendía otro continente, que el viaje de la fragata extraviada no
halló crédito.
La
flota debió volver por la ruta atlántica hasta el río Santa
Cruz, para reparar sus averías. El 6 de abril de 1526, la
expedición de Loaysa penetrataba de nuevo al Estrecho, para encontrarse
esta vez con calmas chichas que le impidieron pasar la primera angostura.
Después de muchos esfuerzos y luchas contra la corriente, pudo penetrar a
la parte más ancha del Estrecho. Como las tripulaciones de Magallanes
cinco años antes, las de las cuatro fragatas divisaron a su paso fuegos
encendidos en las dos orillas. Esta vez encontraron en tierra una canoa, unas
costillas de ballena y "un arpón de hueso" y algunos días
más tarde, el 22 de abril, vieron por primera vez, en el extremo
occidental del Estrecho, en la costa sur, a unos indios que eran sin duda
alacalufes. "Esos indios blandían tizones y algunos de nosotros pensaron
que iban a incendiar las naves. No se atrevieron a avanzar y no pudimos
perseguirlos en chalupa porque nos dejaban atrás con sus canoas." Por
fin, el 25 de mayo, la flota, bien disminuida, entraba al Pacifico. Por lo
demás, una solo de las naves llegó hasta las Molucas. Jofré
de Loaysa y Sebastián Elcano murieron durante la travesía.
El rey de España, para
estimular el espíritu de descubrimiento y empresa, dividió la
América Meridional en cuatro provincias. La más austral fue
confiada a Simón de Alcazaba. El monarca pensaba que un portugués
al servicio de España podría triunfar allí donde
había fracasado una tercera expedición hacia el Estrecho, la de
Sebastian Cabot, que no pudo ir más allá del Río de la
Plata. simon de Simón de Alcazaba, con dos naves, la Madre de Dios y el
San Pedro, dejó el Guadalquivi el 1 de septiembre de 1534 y llegó
al Estrecho de Magallanes en enero de 1535. Allí encontró la cruz
erigida por el propio Magallanes y despojos de la expedición de Loaysa.
Sin embargo, Alcazaba no fue más alla del límite oriental del
territorio de los indios alacalufes - la isla Isabel- , donde encontró
algunos indígenas. De vuelta a la costa atlántica, intentó
una expedición por tierra. Pero se declaró una hambruna, seguida
de un motín. Alcanzaba fue asesinado y su tripulación llegó
a Brasil en busca de refugio, "después de haber devorado los cueros que
forraban las vergas". Así terminó trágicamente la tercera
expedición que logró penetrar el Estrecho de Magallanes.
Después
de estas tentativas que tenían por fin el descubrimiento y la
ocupación política de los territorios magallánicos,
vinieron operaciones de carácter más netamente comercial. El
Estrecho de Magallanes parecía ser la vía más cómoda
para ir al Perú y se pensaba que era preferible a la difícil
travesía por tierra del istmo de Panamá. El obispo de Plasencia,
don Gutiérre de Vargas lanzo hacia la ruta del Sur una flota de tres
naves que había equipado él mismo a su costa "en hombres,
pertrechos y todo lo necesario para una larga navegación". Los fines de
la expedición eran puramente comerciales. La flota, bajo el comando de
don Alonzo de Camargo, partió de Sevilla en agosto de 1539. El 20 de
enero de 1540, los buques entraban al Estrecho, pero el mal tiempo les
impidió pasar la primera angostura. La nave capitana se perdió,
pero su tripulación fue salvada. las otras naves fueron rechazadas hacia
la costa oriental de la Tierra del Fuego, hasta la isla de los Estados. Una de
ellas volvió a España, y Alonzo de Camargo, con un solo barco,
pasó de nuevo el Estrecho y llegó hasta el Perú. El diario
de navegación de ese primer viaje por mar al Perú es una
relación casi ininteligible, sin indicaciones de lugares ni de posiciones
geográficas, y no aporta casi ninguna luz sobre la región
meridional de la Patagonia del Oeste.
La
Conquista del Chile Austral por los españoles. El primer Conquistador de
Chile Austral fue Diego de Almagro, compañero de Pizarro en la conquista
del Perú. En julio de 1935, Almagro partió del Cuzco y,
después de una marcha forzada a través de las altiplanicies de los
Andes, atravesó la Cordillera y llegó a Chile central por el Valle
del río Aconcagua. El viaje fue para él una decepción,
pues, en lugar de las riquezas esperadas, no halló sino plantaciones
establecidas por los incas un siglo antes. Las tres columnas expedicionarias
debieron, pues, retirarse tras una ocupación de algunas semanas, no sin
haberse entregado a horrores dignos de los conquistadores de la época. La
expedición, después de atravesar esta vez los desiertos de
Atacama, llegó a Arequipa en 1537, justamente a tiempo de reprimir una
revuelta de los indios del Perú. Pero Pizarro y Diego de Almagro
codiciaban el mismo poder. Almagro fue tomado prisionero y decapitado.
La
conquista de Chile recomenzó con el segundo gobernador, Pedro de
Valdivia, que fundó a Santiago el 12 de febrero de 1541. El
consolidó sus conquistas y quiso extenderlas hacia el sur, más
allá del Bío-Bío, es decir, mucho más lejos que los
incas. Así comenzó la conquista de la Araucanía, que
debía durar tres siglos. La intención de Valdivia era alcanzar las
comarcas más australes del continente, "desde el puerto de Valparaiso
hasta el Estrecho de Magallanes". Se envió una expedición de dos
naves hacia el Sur con este fin, pero no pasó más allá del
grado 41 de latitud.
Después de este fracaso,
Valdivia envió desde el puerto de su nombre otras dos expediciones
encargadas de tomar posesión del territorio austral, la una por tierra,
la otra por mar. La primera, bajo el comando de Villagra, debía avanzar
por la Cordillera, pero ante la resistencia de los araucanos, no pudo llegar
sino a la región del Lago Villarica. La expedición
marítima, bajo el comando de Francisco de Ulloa y del piloto
Cortés de Ojea, comprendía dos naves. Partió de Valdivia en
octubre de 1553. Algunos días más tarde, las dos naves
reconocieron sucesivamente en su travesía la isla de Chiloé y la
isla de de San Martín, llamado hoy Guafo. Siempre en dirección
Sur, descubrieron por primera vez "un bosque de islas y el archipiélago
de los Chonos, así como numerosas bahías y caletas". Trataron de
desembarcar en la región de Cabo Gallegos (47º S.), pero los indios
Chonos los rechazaron vigorosamente y les hicieron sufrir pérdidas
importantes. Siguieron por el mar hasta el paralelo 51º, donde reconocieron
numerosas entradas de mar hacia el interior de lo que presumían ser el
continente. Penetrando por un estrecho "cerrado por cimas nevadas que
parecía la entrada sombría del Estrecho de Magallanes", los
pilotos y marinos intentaron con tenaz obstinación verificar ese hecho.
Un
marino flamenco que había formado parte de la expedición de
Magallanes y que se jactaba de conocer esos parajes, afirmaba que no era esa la
entrada del Estrecho. Su opinión prevaleció, y "recorrieron de
nuevo aquellos mares hasta que, sin poder resistir más a las tormentas,
volvieron proa hacia Chile y, después de seis meses de ausencia,
regresaron al puerto de Valdivia, sin otro resultado que el mérito de la
obediencia y el reconocimiento de los archipiélagos de Chiloé y
los Chonos".
Había
sido un primer paso en el conocimiento de la Patagonia Occidental y de sus
habitantes, hasta entonces completamente ignorados. Un poco más tarde, el
capitán Juan Ladrillero iba a recorrer durante dos años el
laberinto de los canales marítimos, recogiendo sobre la
topografía, el país y sus habitantes informaciones de una
precisión notable.
Juan
Ladrillero. A pedido del Virrey del Perú, cuyo hijo, Gacia Hurtado de
Mendoza, era gobernador de Mendoza, era gobernador de Chile, se envió una
nueva expedición a reconocer y ocuar el estrecho de Magallanes.
Comprendía dos naves San Luis, que tenía por capitán a Juan
Ladrillero, y San Sebastían, bajo el comando de Francisco Cortés
de Ojea, que había tomado parte en la expedición precedente. Los
dos buques partieron de Valdivia el 17 de Noviembre de 1557. Tocaron tierra en
la Bahía de Nuestra Señora, en la costa occidental de la actual
isla Byron, Trabaron allí conocimiento con los naturales del
archipiélago, lo cual nos valió los primeros documentos
históricos sobre los antepasados de los indios alacalufes.
Cuando
prosiguieron la ruta hacia el Sur, una tempestad separó a los dos barcos,
que no supieron más el uno del otro. Ladrillero comenzó por
primera vez la exploración del laberinto insular. Recorrió el
canal Fallos, salió hacia el océano por la costa occidental del
Archipiélago Madre de Dios, donde se abre el actual Canal
Concepción, que el tomó a su vez por la entrada del Estrecho de
Magallanes. Se internó por allí, avanzando hacia el noroeste, y
este error le significo descubrir el fiordo Eyre. Al no encontrar naturalmente
salida, volvió sobre sus pasos y remontó hacia el Norte por el
Canal Messier hasta el Golfo de Penas, explorando los archipiélagos
Guayaneco, las islas Byron y Wager. En los últimos días de
diciembre, Ladrillero volvió a partir, por el océano esta vez, en
busca del Estrecho. Cometió otro error y lo confundió con el Canal
Nelson. Por allí se metió entonces, navegando hacia el Este, y
pasó por los canales San Esteban y Sarmiento, el Estrecho de Collingwood,
para deslizarse por fin por el paso estrecho del Kirke, hacia un vasto laberinto
de canales sin salida, llamados hoy Seno de Ultima Esperanza, Obstrucción
y Desengaño. una vez más, al no encontrar salida hacia el
Atlántico, Ladrillero volvió a tomar el camino del Pacifico por
la misma vía. Una tercera tentativa, más al Sur, tuvo al fin
éxito, y las dos orillas del Estrecho de Magallanes pudieron por fin ser
exploradas minuciosamente. Por razones que no esclarece su diario de a bordo,
Ladrillero permaneció entonces cuatro meses en un mismo puerto, del cual
salió el 22 de julio, continuando sus exploraciones costeras, hasta
llegar a la primera angostura vecina del Atlántico. Antes de dejar esos
lugares, tomó solemnemente posesión del Estrecho y de las tierras
australes según el ceremonial acostumbrado, en nombre del Rey de
España, del Virrey del Perú y del Gobernador de Chile.
Cumplida su misión,
ladrillero se dirigió a Concepción, a donde llego a mediados de
1559. El diario de a bordo nada dice acerca de las peripecias del viaje de
vuelta.
Ladrillero había
dado cima a la primera exploración minuciosa de los archipiélagos
de la Patagonia Austral, estudiando el complicado dédalo de los fiordos.
No sólo había recorrido miles de millas. Además,
había anotado con talento y sobriedad en un admirable diario de a bordo,
insólito en los navegantes de esa época, los menores detalles
geográficos e hidrográficos. Sólo algunos nombres se
mencionan en la carta que él dibujó de los archipiélagos,
la primera de esas regiones. Sin embargo, su itinerario está tan
minuciosamente jalonado que es posible con exactitud todas sus evoluciones. Las
descripciones de las montañas, de los glaciares, del clima, de la fauna y
de los naturales son muy escasas. La posteridad, desgraciadamente, echó
al olvido el derrotero del ilustre navegante. El olvido duró tres siglos
y tendremos que esperar la expedición de Parker King y de Fitz Roy en
1830 para resolver el problema del acceso al Estrecho de Magallanes por los
archipiélagos de la Patagonia. Entretanto, Cortés Ojea, en la San
Sebastían, sufría los peores desagrados. La relación de su
viaje, pintoresca y anecdótica, se debe al escribano Miguel de Goicueta.
Si bien los detalles hidrográficos son menos abundantes que el diario de
Ladrillero, la relación del escritor de la San Sebastían es el
primer documento etnográfico preciso sobre los indios de los
archipiélagos.
Separado de
Ladrillero el 9 de diciembre de 1557, Cortés Ojea, por su lado, trato
también de cumplir la misión que le había sido confiada.
Los elementos no lo ayudaron. Después de costear la Isla Hanover para
buscar el Estrecho de Magallanes, la San Sebastían fue asaltada por una
tempestad de excesiva violencia. La fragata permaneció 19 días en
un refugio natural de la Isla Campana con guardia permanente en los cables de
las anclas, en un ruido infernal que no dejaba dormir de noche ni de día.
La tripulación a cada instante se creía perdida. Por fin,
sobrevino un día de buen tiempo que permitió la partida, pero la
tempestad volvió a comenzar al día siguiente y el viaje no fue
durante un mes sino una sucesión de tempestades. Como el barco
había perdido sus anclas, hubo que vararlo en una caleta del Canal
Picton, en la costa oeste de la isla Wellington. Ahí se vio que el casco
estaba irreparable, con lo cual la expedición tuvo que instalarse en
tierra, desguazar la nave y, con los materiales de demolición y los
árboles del bosque, pudierón construir un bergantín para
regresar a Chile. El trabajo duró seis meses. Tál campamento,
insólito y rústico, no dejó de llamar la atención de
los indios y suscitar sus frecuentes visitas. Sobre los naturales, los
documentos de Goicueta son precisos y sinceros.
El
bergantín fue lanzado el 25 de julio, y el 03 de agosto, con muy buen
tiempo, la tripulación remontaba el canal Fallos. Pero el buen tiempo no
es nunca de larga duración en esas regiones. El 10 de septiembre no
habían recorrido sino 20 leguas, cuando el bergantín estuvo a
punto de naufragar. Cinco días después llegaban al Golfo de Penas
y el buen tiempo favoreció su peligrosa travesía. La
descripción del itinerario de vuelta se hace confusa, pero se puede
suponer que, después de haber atravesado los archipiélagos Chonos
y Guaitecas, Cortés Ojea y sus compañeros llegaron a Guafo. En el
Golfo de los Coronados, su bergantín pasó sobre el lomo de una
ballena que emergía en ese momento bajo la embarcación "y le dio
tal choque que sus ocupantes la creyeron reducida a migajas".
Los
dos viajes de Sarmiento. A pesar de estas tentativas, el tráfico
comercial entre España y sus colonias de la costa del Pacífico se
efectuaba por el istmo de Panamá. Sin embargo, en 1578, el corsario
inglés Francis Drake utilizó con éxito el pasaje del
Estrecho de Magallanes para fructíferas cacerías de galeones
españoles. Este hecho podía señalar el fin de la seguridad
colonial de España y los actos de piratería de Drake sembraron el
terror en los Virreinatos de América. Los territorios de Chile y
Perú eran demasiado vastos para ser defendidos. La única
estrategia posible era cerrar el estrecho de Magallanes para evitar la vuelta
del corsario "enemigo de nuestra santa fe". Eso, por lo menos, pensó el
Virrey del Perú, Francisco de Toledo, Comendador de Acebuche y Mayordomo
de Su Majestad Católica Felipe II. Para realizar su designio,
escogió una nueva figura de conquistador español, Pedro Sarmiento
de Gamboa, ambicioso, letrado y devoto, muy versado en astronomía, magia
y alquimia, lo que le valió, a pesar de su fe, algunas sospechas de la
Inquisición. Pero como Drake, el hereje, era más amenazador aun
para los interese de la Corona de España, Francisco de Toledo puso bajo
el comando de Sarmiento dos fragatas, la Nuestra Señora de la Esperanza y
la San Francisco. Esta última tenía por capitán al
almirante Juan de Villalobos.
Según
las instrucciones del Virrey, las naves habían sido bien equipadas.
Debían "descubrir" el Estrecho de Magallanes, tomar posesión de
él en nombre de Su Majestad y estudiar sobre el terreno el proyecto de
bloquear el paso. Debían anotar todo lo que descubrieran, y al dar cuenta
de ello, averiguar la vida de los indígenas y tratarlos lo mejor posible.
Y, "si llegaban a encontrar a Drake, que lo capturen, maten o deshagan", aun
cuando la lucha fuera arriesgada para la expedición. Por fin,
debían dirigirse a España "para dar cuenta de la ejecución
y de cumplimiento de sus instrucciones ante Su Real Persona y el Real Consejo de
Indias.
Así fue como
Sarmiento y Villalobos partieron del Callao el 11 de octubre de 1579. El 19 de
noviembre se encontraban a la altura del Golfo Trinidad (49º,9,S). Desde
las dos bahías vecinas de Puerto Rosario y Puerto Bermejo exploraron todo
el archipiélago Madre de Dios con una chalupa y diez hombres. Hasta el
final de las operaciones de reconocimiento, los buques permanecieron en Puerto
Bermejo, mientras Sarmiento exploraba en chalupa todos los canales
marítimos hasta la península Zach, buscando un paso para entrar al
Estrecho sin correr los peligros del mar abierto.
El 21 de enero de 1580, las dos
naves, más un bergantín construido entretanto con los medios de
que podían disponer, volvieron a partir por el océano en busca del
Estrecho. Pero, desde la primera noche de navegación, se elevó una
violenta tempestad y el San Antonio fue arrastrado hasta más allá
de la Tierra del Fuego. El 21 de febrero estaba de vuelta en Valdivia.
Por su lado, la fragata de
Sarmiento se hallaba en estado lamentable, con los cables podridos y molidos,
las anclas perdidas y la tripulación fatigada, desesperado ya de
encontrar la entrada del Estrecho y falta de confianza en su jefe. Pero
Sarmiento estaba determinado a perseverar hasta el fin, a "descubrir el estrecho
o perder la vida buscándolo, y a esto no tengo nada que agregar sino que
en un instante nos hacemos a la vela".
La Nuestra Señora de la
Esperanza se encontraba entonces de lleno en el Estrecho tan buscado, pero
tardaron largo tiempo en darse cuenta de ello, de tal manera es confusa y
laberíntica su salida por el Oeste. Hacia la mitad del Estrecho, tuvo
lugar la más solemne de las tomas de posesión, la tercera que
allí se verificaba. Conforme a las instrucciones recibidas, Sarmiento,
una vez cumplida su misión, tomó el camino de España, para
dar cuenta dó el camino de España, para dar cuenta de todo a
Felipe II y convencerlo de que "era tan necesario como fácil fortificar
las dos costas de la primera angostura y más tarde poblar el Estrecho".
Con los viajes de Ladrillero y de
Sarmiento fueron exploradas las primeras arterias marítimas de la
Patagonia occidental. No sólo los diarios de navegación de los dos
navegantes contienen las observaciones geográficas más minuciosas,
claras y exactas. Además, Sarmiento nos proporciona documentos
comparativos muy preciosos sobre la vida de los naturales a fines del siglo XVI.
La España de 1580 pensaba
más en utilizar sus descubrimientos que en realizar otros nuevos,
Sarmiento, satisfecho de su primer viaje, parecía hallarse en el buen
camino de la gloria. Los especialistas de la corte de Badajoz contabilizaban los
gastos que iba a ocasionar la defensa del Estrecho, estudiaban los planos de
las fortificaciones futuras y, entre otras medidas, proponían tender una
fuerte cadena entre las dos orillas y consideraban aun, como última
defensa contra los agresores de Su Majestad Católica en sus posesiones,
la excomunión.
El 25 de
septiembre de 1581, una armada de 25 naves zarpó del Puerto de San
Lúcar de Barrameda en dirección al Estrecho de Magallanes. Llevaba
a bordo tres mil personas, una tripulación minuciosamente escogida que
debía proveer a todas las necesidades futuras. La expedición
incluía 600 soldados, que debían apoyar la conquista de los
araucanos del Sur. El futuro Gobernador de Chile, Alonso de Sotomayor, los
acompañaba. Diego de Flortes Valdés era capitán General de
la expedición, al paso que Sarmiento no exhibía sino el
título de "Capitán General del Estrecho de Magallanes y Gobernador
de quienes hayan de poblarlo". Además de los mejores marinos de
España y de los inevitables funcionarios, el resto de la flota estaba
compuesto de los futuros pobladores del Estrecho: 30 mujeres, 23 niños y
hombres de todas las profesiones.
Desde la partida una violenta
tempestad asaltó a la flota, que perdió 4 barcos y 800 personas.
se necesitaron más de dos meses para reparar el desastre, y el 9 de
diciembre la flota reconstituida partía de nuevo de Cádiz.
Entonces empezó el más impresionante crucero de la historia de
navegación. Todo parecía coaligarse para impedir el éxito:
adversidad del tiempo, motines de una parte de la tripulación, fallas del
material, incompetencia de los jefes, rivalidades mezquinas y pusilamidad de
Flores Valdés. La flota llegó a Río de Janeiro hacia fines
de 158. Forzosamente tuvieron que esperar en la costa brasileña la vuelta
del verano austral y al fin sólo dos naves pudieron tomar
dirección al Sur. El mal tiempo los persiguió, se deterioró
la moral, y para colmo, una violenta tempestad, en el mismo sitio de la llegada,
rechazó la flota al Atlántico. Uno de los buques naufragó.
No hubo otra solución que volver a las costas del Brasil. Otra nave se
perdió en este trayecto. Además, la escuadra se
desorganizó, pues el Gobernador de Chile, Sotomayor, inquieto por tantas
aventuras y poco interesado en el conocimiento del Estrecho, tomo el partido de
dirigirse a su puesto por otra vía. Con su equipo y sus 600 soldados
desembarcó en el Río de la Plata, desde donde atravesó las
pampas y la Cordillera, considerando más segura la ruta terrestre.
La armada reducida se
dirigía de nuevo hacia el sur cuando una nueva tempestad la
rechazó por segunda vez hacia las costas del Brasil. Un barco
naufragó en el camino. Esta vez, Diego de Flores Valdés, el propio
jefe, a pesar del refuerzo de cuatro nuevos enviados por la metrópoli,
dio medrosamente la orden de volver a España. Las mejores tripulaciones
no pedían otra cosa que capitular con sus jefes y con las mejores naves,
Flores volvió a tomar la ruta de España.
Sarmiento se quedó solo,
con 5 barcos y más o menos 500 personas. No tomó el título
de jefe de la expedición, pero nombró como reemplazante de Diego
Flores Valdés a Diego de Ribera, quien pasó a ser General de la
Armada. El 22 de diciembre de 1583, dos años después de su partida
de España, la flota volvió a zarpar del Brasil e hizo por fin un
viaje sin percances hasta el Estrecho, adonde llegó el 1º de febrero
de 1584. Ya era tiempo, pues una tempestad tan repentina como violenta se
elevó en ese momento. Hubo que anclar con urgencia cerca de Cabo
Vírgenes. El viento era tan fuerte "que los cordajes vibraban como
cuerdas de violín a punto de romperse". La gran bahía que
protegía, a pesar de todo, a las naves, parecía un lugar favorable
para la futura población. Pero nada podía hacerse sin una nueva
toma de posesión sobre las tierras que en adelante estarían bajo
el dominio español. Sarmiento fue el primero en desembarcar con una
brillante escolta. Eligió un valle propicio y erigió una cruz
sobre el futuro emplazamiento del fuerte. Alzó allí también
una horca y enterró bajo un montón de piedras el pergamino donde
estaba registrada el acta de fundación de la colonia y de toma de
posesión de estas tierras. La futura iglesia debía elevarse en tal
sitio.
Dos días
después de estas solemnes formalidades (6 de febrero), los trescientos
primeros colonos del Estrecho de Magallanes pudieron desembarcar en la playa de
esta inhospitalaria región, por lo que se extendían hasta perderse
de vista las deslucidas ondulaciones de un terreno recubierto de pastos escasos
y de arbustos espinosos; por lo demás, dos años de travesía
les habían informado ampliamente sobre las condiciones del clima. Una
colina protegía de los vientos a la futura ciudad. Las fuentes de un
valle podrían alimentarla. El pasto que debe acompañar a la
fundación de toda nueva ciudad se desarrolló sobre el mismo
terreno: se aclamó solemnemente a España y a Felipe II, y el
servicio religioso fue celebrado en el espacio reservado a la futura iglesia. Se
delimitaron con cordeles las calles de la ciudad "que debe ser como un taller de
ajedrez". Con la fiebre de la organización, nada fue olvidado, ni el
árbol de la justicia, ni el consejo administrativo en regla. Cada cual
fue provisto de una parcela de terreno. Así fue fundada la primera ciudad
del Estrecho, que se denominó Nombre de Jesús.
Faltaba ahora dedicarse al
trabajo y hacer eficaz aquella serie de ceremonias, y, cuando la ciudad hubiese
adquirido forma, cuando cabañas miserables se hubieran edificado a lo
largo de las calles trazadas a cordel, habría que sembrar, quizás
sin muchas ilusiones, las semillas traídas de España.
Durante este período de
actividad, la tempestad maltrataba a los barcos, excepto el más grande,
la Trinidad, que había sido varado para facilitar el desembarco. Varias
veces los barcos habían sido arrastrados hacia el Atlántico, pero
volvían con el buen tiempo. Finalmente, El General de la Armada, Diego de
Ribera, tomó sin decir nada, con los tres mejores navíos, la ruta
de España. Sarmiento quedaba solo con sus esperanzas y sus desilusiones,
a cargo de más de trescientas personas desprovistas de vestimenta, de
provisiones, de muebles, en el extremo del mundo. Su único navío,
el más pequeño, La María, en malas condiciones, era incapaz
de emprender el viaje de regreso, y no podía siquiera alcanzar a la
colonia española más cercana.
La
ciudad del Rey Felipe. Era evidente que Nombre de Jesús no podía
subsistir en esas condiciones. Sarmiento recordó un paraje mejor,
encontrado cuatro años antes, hacia la mitad del Estrecho donde
hallarían un buen puerto, bien abrigado, con una playa, bosques y un
riachuelo, y donde sería fácil pescar y cazar. Había que
encontrar este lugar. Mientras La María, incapaz de llevar más de
cincuenta hombres, se hacía a la mar, Sarmiento y un centenar de soldados
trataron de seguirle por vía terrestre. Del 7 al 25 de marzo, van a
recorrer caminos interminables.
Acompañados
de sus 80 perros, sin vestidos ni zapatos, siguen por más de
cuatrocientos kilómetros una playa en la que no encuentran más que
una marga subsistencia de mariscos y aves de mar. A pesar de los discursos
emocionales y promisorios del jefe, están a punto de amotinarse, cuando
una chalupa de La María viene a su encuentro y les anuncia que el
navío esta anclado en el lugar de la cita, la Punta Santa Ana.
Aparentemente, el lugar es
favorable. No hay necesidad de buscar más lejos. En el estado de miseria
en que se encuentra, la pequeña tropa se vería en serias
dificultades si prolonga la búsqueda en medio de esos escarpes de rocas y
de esos bosques impenetrables que contrastan con el aspecto desnudo de la
primera colonia.
El ceremonial
solemne de la toma de posesión en forma por Vuestra Majestad se repite.
El lugar es despejado de árboles; la cruz, la iglesia y el árbol
de justicia ocupan su lugar. Las calles son trazadas a cordel y se nombra un
concejo. Como los naturales de esta región son poco seguros, la nueva
ciudad es fortificada y puede contar con la defensa de sus cañones. En
pocos días la ciudad del Rey Felipe ha surgido del bosque. Sarmiento
puede estar satisfecho. No lo está, sin embargo, pues piensa en lo que el
porvenir reservará a este puñado de hombres, privados de
víveres, de vestidos y de calzado en los comienzos de un invierno que se
anuncia desde abril por una abundante nevada. Estas sombrías perspectivas
tampoco escapan a los colonos. Fomentan una revuelta, pero antes de que estalle,
su promotor, Antonio Rodríguez, es decapitado, y su cabeza expuesta, como
ejemplo en el árbol de la justicia. En la ciudad magallánica del
Rey Felipe, no se debía dudar de la energía del jefe.
El 25 de marzo, con 30 hombres,
Sarmiento se embarca a bordo de La María para hacer una visita a la
primera colonia y traer armas y municiones para la ciudad del Rey Felipe. Pero
lo que aprende, aun antes de desembarcar, no es para tranquilizarlo: un hombre
ha sido colgado pues ha intentado asesinar al lugarteniente de Sarmiento; los
colonos sufren y se quejan. Mientras Sarmiento, desde la borda de su
navío, recibe sus quejas, una tempestad repentina se levanta; las amarras
se rompen y La María es rechazada hacia el Atlántico contra toda
previsión, y se encuentra veinte días más tarde en la
capital brasileña. ¿Qué pensar de tal
suceso?¿Será una huida ante el fin trágico previsto desde
mucho tiempo antes, y la tempestad no será sino un pretexto bien recibido
Sarmiento no volvió nunca
a las colonias magallánicas. De Río trató de enviarles
algunos socorros, pero el navío de refuerzos no llego jamás al
Estrecho. Quiso equipar un segundo barco, pero no lo pudo. Quedaba sólo
recurrir a España. Sarmiento decidió hacer el viaje, pero durante
la travesía, el corsario ingles Walter Raleigh, le hizo prisionero y lo
llevó a Inglaterra, donde la reina Isabel le devolvió su libertad.
Fue por poco tiempo, pues Sarmiento fue de nuevo capturado, esta vez por los
hugonotes franceses, y encarcelado durante dos años. Finalmente fue
rescatado por Felipe II.
¿Que sucedió con lo
293 colonos abandonados a su suerte en dos puntos del Estrecho de Magallanes?
Hostigados por el hambre y por el frío invierno austral, los colonos de
Nombre de Jesus, bajo las órdenes de Andres de Viedma, tomaron la ruta de
tierra para tratar de alcanzar a la ciudad del Rey Felipe, adonde llegaron hacia
la mitad de agosto de 1584. Ellos esperaban un lugar menos desamparado, en el
cual pudieran vivir juntos a la espera de algún socorro.
Pero pronto Viedma debió
rendirse ante la evidencia: sería la muerte para todos si toda esa masa
de población permanecía en la ciudad del Rey Felipe. Envía,
pues, a todos los soldados, 200 aproximadamente, a Nombre de Jesús. Un
año de sufrimiento y de muerte transcurre todavía en las dos
colonias. Ninguna nave aparece a la entrada del Estrecho. Los colonos de la
ciudad del Rey Felipe construyen dos rústicos barcos para tratar de
regresar al lugar de aquellos otros que pueden contener unas cincuenta personas.
Una de las dos embarcaciones se destroza contra la costa a gran distancia del
punto de partida, pero los ocupantes son salvados.
Afines de 1586, los
sobrevivientes, una veintena, resuelven tomar a su vez el camino de Nombre de
Jesús, que creen ya socorrida. El camino está jalonado con los
cadáveres de los 200 soldados que habían partido el año
anterior. Cuando la tropa frenética llega a la Bahía
Posesión, el 7 de enero de 1587, hay tres barcos en el Estrecho. Al
día siguiente, bajan una embarcación que se dirige a tierra para
ver quienes son esos errantes insólitos.
Son los navíos del
Corsario inglés Cavendish, ilustre émulo de Drake, saqueador de
los galeones y de las ciudades españolas de la costa del Pacifico, quien
ofrece repatriar a los desgraciados al Perú. Unísono acepta de
buenas a primeras. Los demás vacilan largo tiempo en confiarse a un
navío hereje. Y cuando al fin deciden aceptar la oferta, es demasiado
tarde: un fuerte viento acaba de levantarse y Cavendish ha ordenado izar las
velas. Ya se alejan los barcos, dejando a los desgraciados españoles
condenados a la muerte.
Poco
después, Cavendish llegaba a la ciudad desierta del Rey Felipe.
Los
cadáveres estaban todavía en las casas "donde murieron como
perros". A pesar de todo, hasta los últimos días que precedieron
el abandono, y después de tres años de miserias, se había
aplicado una justicia severa, y del patíbulo colgaba aún el cuerpo
de un ajusticiado. La fortaleza como sus cuatro bastiones estaba en ruinas.
Hombre práctico, Cavendish se apoderó del único bien
utilizable: los cuatro cañones de fierro que los españoles
habían enterrado en el momento de su partida. Los corsarios permanecieron
algunos días en la ciudad del Rey Felipe para rehacer su provisión
de agua y de leña. Cavendish denominó a este lugar Puerto del
Hambre, nombre que debía conservarle la posteridad. Después de 53
días de navegación por el Estrecho, desembocó en el
Pacifico para continuar sus incursiones en las costas de Chile y Perú. En
cuanto a Tomé Hernandez, el único que se escapó de a ciudad
del Rey Felipe, aprovechando su papel de intérprete y parlamentario, se
escapó del navío inglés en la bahía de Quintero,
cerca de Valparaiso.
Soldados
y Misioneros. En esta época, los holandeses, tratando de liberarse dela
dominación española, buscaban en el Norte de Europa y de Asia e
pasaje que le daría también acceso a las riquezas de las Indias.
En sus tentativas encontraron tantas dificultades que, siguiendo el ejemplo de
los corsarios ingleses, Drake y Cavendish, tomaron la ruta del estrecho de
Magallanes, con la esperanza de saquear, de pasada, como ellos, a las naves
españolas. La primera expedición, llamada "de los cincos barcos de
Rotterdam", fue equipada por los Estados Generales de Holanda y tenía por
misión saquear las posesiones españolas y portuguesas de las dos
Indias.
Las
cinco naves, colocadas bajo la dirección de Sebald de Weert y
Simón de Cordes, salieron de Texel en 1598. Las relaciones de este viaje
dan detalles numerosos sobre los indígenas encontrados.
El mismo año, la
expedición de Van Noort, que tenía la misma misión que la
precedente, se encontraba también en el Estrecho: los holandeses
recibieron una acogida brutal de parte de los fueguinos. Unos y otros se
masacraron recíprocamente. Al relato de Van Noort se debe la creencia,
que no carece quizá de fundamento, en el canibalismo de los fueguinos.
En 1613 tuvo lugar una nueva
expedición de corsarios holandeses, bajo las ordenes de Georges de
Spilberg. Las dificultades de la travesía del Estrecho estaban por
amilanar a la flota de Holanda en su empresa de intercepción de las
fuentes de riquezas españolas, cuando un descubrimiento importante les
permitió volver a sus antiguos proyectos.
Jacobo
le Maire era hijo de un rico comerciante de la ciudad de Hoorn. Con la
intención puramente comercial de sustraer algunos asuntos privados de la
tiranía de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales,
que tenía el privilegio exclusivo de la travesía por el Cabo de
Buena Esperanza y por el Estrecho de Magallanes, buscando un nuevo pasaje por el
Sur, descubrió, en 1616, el Estrecho que lleva su nombre y desemboca en
elCabo de Hornos. Así se conocieron para siempre las formas y los
límites de la Tierra del Fuego. El descubrimiento de este nuevo paso,
más corto y más fácil, que abría a la
navegación unos mares y acaso continentes sobre los cuales España
pretendía tener derechos, alarmó a la Corte de Madrid.
Organizó inmediatamente una nueva expedición, bajo las
órdenes de los hermanos Nodales. Estos se limitaron a rehacer el viaje de
Le Maire y a volver a bautizar los descubrimientos holandeses. Desde el punto de
vista que nos interesa, esta expedición fue, sin duda, la primera en
traer a España documentos de historia natural y objetos utilizados por
los fueguinos.
Otro
almirante holandés, Jacobo I´Hermite, en 1624, puso a prueba el
poderío marítimo de su país. Una flota de 11 navíos,
de 300 cañones y equipado con 1.700 hombres, fue organizada por Mauricio
d´Orange, que pretendía con ella conquistar al Perú. En el
curso de su viaje por el nuevo Estrecho, encontró algunos
indígenas en las costas de Tierra del Fuego, sobre los cuales su juicio
es tan somero como definitivo: "estos salvajes se aproximan más a los
animales que a los hombres: fuera que despedasan a los hombres y devoran su
carne cruda y sangrienta, no se nota en ellos la menor huella de religión
ni de policía". Un tal juicio se adelanta en los siglos y casi en
términos idénticos al de Darwin.
La última
expedición holandesa, la de Brouwer, trato de valerse de otro medio:
sublevar a los indígenas contra los españoles. Brouwer
reconoció en su travesía que la Tierra de los Estados era
efectivamente una isla y no formaba parte de ningún continente. Su
incursión no tuvo más que un efecto muy limitado a Chiloé y
Araucanía.
Los comienzos
del siglo XVII y el largo período que va a seguir están marcados
por una intensa actividad de descubrimiento en toda la costa occidental de la
Patagonia. Las causas de este movimiento son muy diversas. Una de las más
influyentes fue quizás la busqueda de la fabulosa ciudad de los
Césares. Se decía que una tierra de suelo fértil y rico se
hallaba poblada con descendientes de españoles que habían
remontado desde el Estrecho de Magallanes hasta 41º de latitud Sur. Esta
leyenda estaba, seguramente, fundada en el desastre de la flota del Obispo de
Plasencia, en 1536, o quizás en el desgraciado ensayo de Sarmiento.
Otras leyendas se mezclaban
confusamente a ésta.
Se
contaba, por ejemplo, que un El dorado había sido descubierto en 1530, en
las faldas orientales de la Patagonia por uno de los capitanes de la
expedición de Sebastían Cabot. Incas fugitivos habían
encontrado ahí refugio, y, si duda, en esta misma región
maravillosa se habían refugiado los españoles después de la
destrucción de las ciudades del Sur, como Osorno y otras, en 1601.
Cualquiera que fuese su origen,
la leyenda de la Ciudad de los Césares suscito empresas de conquistadores
ávidos de enriquecerse y de misioneros que pensaban descubrir nuevas
poblaciones que catequizar. Los gobiernos de Lima, de Santiago, de Buenos Aires,
y aun la Corona de España, a pesar de no creer mucho en las leyendas de
las fabulosas riquezas, no se desinteresaban, sin embargo, del hecho, creyendo,
efectivamente, que ciertos puntos del territorio austral deshabitados y apenas
conocidos, pudiesen estar ocupados por enemigos.
Por otra parte, la conquista
española, durante largo tiempo aún inestable en la
Araucanía, se había extendido más al Sur hasta la isla de
Chiloé. Dos fuertes españoles fueron construidos en la isla
Grande: Chacao y Castro. Estas dos ciudades serían en adelante puntos
avanzados de vigilancia sobre los territorios del Sur, y un centro de partida
más accesible para las futuras expediciones de reconocimiento.
La primera expedición que
partió de Chiloé fue una misión religiosa. El superior
religioso de la provincia de Chile era el padre Diego de Torres, quien
designó para evangelizar las islas del archipiélago de
Chiloé a los
P.P.
Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino. Se embarcaron en octubre de 1608 en
un navío chilote, que llevaba cada año a Valparaíso un
cargamento de indios esclavos. Los que eran objeto de este comercio no eran
otros que los indios que vivían en los contornos del Golfo de Penas.
La
actividad religiosa de estos misioneros nos la cuenta el P. Pedro Lozano, en su
Historia de la Compañia de Jesus en la provincia del Paraguay (1755),
según las cartas anuales del P. Diego de Torres, quien era informado, a
su vez, por los misioneros.
Después de dos años
de estada en Chiloé, los dos religiosos fueron llamados a Santiago. Luego
el P. Venegas volvió a Chiloé con un nuevo compañero, el P.
Mateo Esteban. Los dos misioneros trabajaron desde 1611 hasta 1614 en el
archipiélago de Chiloé, las islas Guaitecas y Chonos.
Desgraciadamente, muchos de los
documentos relativos a sus actividades son poco explícitos y los
más interesantes han desaparecido. Las notas y los informes fueron
entregados a la Casa de los Jesuitas de Lima. Sabemos tan sólo que el P.
Esteban aprendió el idioma de los indios Chonos, tradujo plegarias,
redactó un catecismo parael uso de los indios dispersos en las islas.
Venegas y Esteban llevaron a cabo tres misiones lejanas entre los Chonos.
Utilizaban el material de navegación de los indios convertidos que los
acompañaban, es decir, la piragua hecha de tres tablas de ciprés
ensambladas con lianas. Era realmente una expedición extraordinaria a
través de esas islas desheredadas, minuciosamente reconocidas,
exploradas, en busca de indios Chonos. Al P. Venegas no le inspira confianza
esta mar interior: ... “el mar de este país es loco, y más
locos aún son los vientos: ahora el mar está como una taza de
leche y en el instante después la tempestad aúlla con furia".
Los escasos documentos que nos
quedan después de estas expediciones contienen pocas notas puramente
geográficas, pero sí observaciones muy equilibradas y
nítidas sobre la esterilidad de este país, "en el cual podemos
extrañarnos de que los raros y pobres habitantes puedan mantenerse con
vida y no desaparecer". ¡Ay!, ya estaban en vías de aquello, pues no
queda ni un solo Chono en nuestros días. Las observaciones de los
misioneros los describen como seres pacíficos ("La naturaleza, por el
hecho de haberlos relegado a los confines del mundo, los ha librado de la
codicia y de los defectos que dominan en los países más
aventajados"), y dan algunos detalles sobre su modo de vida.
Sabemos pocas cosas sobre lo que
sucedió a las misiones de Chiloé a partir de 1614. Los dos padres
fueron llamados a Concepción y de ahí, el P. Venegas, con todos
los documentos de su misión, se dirigió a Lima. Las expediciones
posteriores entre los Chonos, y en particular las de P. Agustín Villaza,
no agregan ningún nuevo detalle.
Afines del siglo XVII, una
expedición, militar esta vez, nos muestra hasta que punto los
españoles temían una intrusión extranjera en los
territorios del Sur. Como contara un indio de Chiloé, que unos
extranjeros se habían establecido en los archipiélagos, el
Gobernador de Chiloé envió una expedición, al mando de
Bartolomé Díaz Gallardo. Se trataba de un reconocimiento de poca
envergadura, de acuerdo con los recursos de la isla: comprendía 7
embarcaciones chilotas, con una tripulación de 30 españoles y 40
indios. Durante su largo periplo a través del mar interior de
Chiloé, de las Guaitecas y de los Chonos, capturaron algunos indios, para
obtener de ellos datos sobre los posibles invasores. Como la expedición
no podía contornear, con medios tan precarios, la temible
península de Taitao, atravesó por tierra el istmo de Oíqui
y continuó sus búsquedas costeando el Golfo de Penas. El viaje
duró más de un año (1674-1675) y no aportó
ningún hecho nuevo. Habría podido dar lugar a observaciones
interesantes, pero la relación de Gallardo es muy confusa y ofrece poco
interés.
La
expedición siguiente de Antonio de Vea (1675-1676), organizada con los
mismos fines y con los mismos medios, ha dejado un diario aún más
confuso que el precedente, y, además, las distancias recorridas
están exageradas y las estimaciones de la rutas exploradas son
calculadamente inexactas. Es evidente que ni Gallardo ni Vea alcanzaron el
paralelo 48, y que estas dos expediciones no adelantaron gran cosa en el
conocimiento geográfico de la región. Otra expedición,
dirigida por Pascual de Iriarte, debía de reunirse con la de Vea en el
Estrecho de Magallanes, pero después de serias dificultades en la Islas
Evangelistas, fue obligada a regresar a Chiloé.
Antes del tratado de 1677, las
relaciones entre Inglaterra y España habían estado lejos de se
cordiales; mejoraron a continuación, pero con reticencias
recíprocas justificadas. Un inglés, John Narborough, pudo, con
toda tranquilidad, efectuar en 1670 un viaje de exploración en el
extremó Sur. Fue un trabajo pacífico y muy importante de
hidrografía e historia natural y una gran parte se dedicó a las
observaciones sobre la vida de los indios del Estrecho y de los
archipiélagos. Sin embargo, España estaba inquieta con esas
incursiones extranjeras por los dominios de su Corona. El viaje Narvorough, y,
sobre todo, las giras de los filibusteros que pasaban por el Estrecho,
habían dado la voz de alarma: el contrabando y el pillaje amenazaban la
seguridad del comercio. Los filibusteros y los navíos ingleses y
españoles que les daban caza, así como las flotas de las naciones
que los sostenían, fueron a menudo obligados por las fortunas del mar a
vivir largos meses en los archipiélagos, y los raros testimonios que de
ellos nos quedan son de un inestimable interés.
El tratado de Utrecht, de 1713,
que puso fin a la guerra de sucesión, dejaba a España mutilada y a
Inglaterra gananciosa por ciertas cláusulas marítimas y
coloniales. Inglaterra había obtenido el privilegio de importar esclavos
negros a las colonias españolas de América, y el libre
tránsito de un barco de 500 toneladas, una vez al año, por esas
mismas colonias. Estos privilegios originaron abusos que debilitaron de manera
singular el comercio español con sus posesiones de América. El
contrabando inglés era en todas partes bien acogido y protegido.
España trató de reprimirlo: tal fue la causa de un nuevo conflicto
que estalló en 1739.
Se
suponía que la flota del Almirante Anson daría fácil cuenta
de los barcos españoles. Más las tempestades del Cabo de Hornos se
encargaron de dispersar las dos Armadas tan poderosamente equipadas la una como
la otra. Este suceso no habría tenido ninguna relación con el
descubrimiento de los archipiélagos, si uno de los navíos ingleses
no se hubiera despedazado contra las rocas de una de las islas Guayaneco el 14
de mayo de 1741. Los náufragos, un centenar, se rebelaron casi
unánimemente contra el Capitán Cheap, comandante del Wager, el
buque naufragado que a todo precio debía de reunirse con el Almirante
Anson en las islas de Juan Fernández. A esta solución, 80
amotinados prefirieron la increíble tentativa de llagar al Brasil por el
Estrecho de Magallanes, con la ayuda de tres pequeñas embarcaciones sin
puentes. El viaje de estos hombres harapientos fue una de las más
aventuradas odiseas de la historia de la navegación: sin víveres,
en barcas en mal estado, alimentándose a su paso con los perros de los
indios, llegaron, después de 8 meses de luchas y de sufrimientos
increíbles, al Brasil. En cuanto al Capitán Cheap, no pudo
conquistar para su causa sino a unos 12 hombres que necesitaron 13 meses de
asombrosas aventuras para atravesar los pocos cientos de millas que los
separaban de Chiloé. Sólo cuatro de ellos llegaron vivos a la meta
y se entregaron prisioneros a los españoles. Entre ellos se encontraba el
joven guardiamarina John Byron, quien 20 años después
debería dirigir otra Expedición al Estrecho. Las narraciones de
los náufragos del Wager proveen datos preciosos sobre la vida de los
indígenas, entre los que vivieron durante largos meses, compartiendo sus
miserables condiciones de vida. En particular, debemos al relato de Byron
documentos de alto valor sobre la vida de los alacalufes y de los chonos,
gracias a los cuales los náufragos ingleses pudieron salvar la vida.
Los españoles doblaron la
guardia. Enviaron a los archipiélagos de la Patagonia Occidental
expediciones de vigilancia, gracias a las cuales avanzó un tanto el
conocimiento de esas regiones.
Desgraciadamente, los resultados
de los trabajos de Miguel de Orizuela y de Mateo Abraham (1750), de Pedro
Mancilla y de Cosme Ugarte (1768) no fueron jamás publicados.
Sería necesario buscarlos en los archivos de la Marina española.
Por otra parte, los resultados
obtenidos por la última expedición no debieron de satisfacer a los
españoles, pues, a fines de 1768, el Gobernador de Chiloé puso en
camino una nueva comisión encargada de explorar el archipiélago
austral y el Estrecho.
La goleta
Nuestra Señora de Montserrat partió de Chacao el 17 de diciembre,
bajo el mando de José de Sotomayor, acompañado del piloto
venezolano Francisco Machado. Como de costumbre, el viaje se efectuó
entre las Guaitecas y los Chonos y luego por la laguna San Rafael. Para
atravesar el istmo de Ofqui, la expedición hizo uso de piraguas chilotas
y estas mismas embarcaciones sirvieron para explorar los archipiélagos
Guayaneco. Las islas Ayautau, la extremidad norte del canal Messier y el canal
Fallos hasta la isla Campana. Si bien los datos geográficos e
hidrográficos de Machado son infinitamente preciosos, abundantes y
precisos, en cuanto a las poblaciones indígenas que encontró, no
nos dejó sino unas pocas observaciones. Su expedición
terminó en junio de 1769.
Los
misioneros establecidos en Chiloé hicieron, hacia fines del siglo XVIII,
algunas expediciones por los archipiélagos. Hay que señalar, entre
otras, la inestable relación del P. García Martí sobre su
viaje a "la nación Calen", es decir, entre los indios que vivían
al suroeste del Golfo de Penas (1766). Entre otros, los informes sobre la vida
religiosa son detallados: el P. García describe minuciosamente y sin
interpretarlas, algunas escenas de "brujerías" que lo habían
impresionado particularmente. Por otra parte, inconscientemente y luchando por
la buena causa, el P. García Martí, que aplicó "los
métodos de reducción" recomendados por su
Orden
, contribuyó a despoblar las islas Chonos y Guaitecas en beneficio de la
misión de Chiloé. Cuando los jesuitas fueron expulsados de los
Virreinatos españoles, los franciscanos ocuparon su lugar en la misiones
de Chiloé. Los PP. Benito Martín y Julián Real hicieron, en
1778, una expedición a los archipiélagos del Sur. Cuando llegaron
al Canal Fallos, fueron recibidos sin amenidad por los indios alacalufes. Sin
embargo, pudieron convencer a uno de ellos para que los siguiera a la
misión de Chiloé". Al año siguiente, los PP. Francisco
Menéndez e Ignacio Vargas hicieron una expedición a la misma
región en solicitud de indios gentiles.
Con
el tratado de París, Francia perdió casi todo su imperio colonial.
Luis Antonio de Bougainville era, en el Canadá, oficial de dragones y
ayuda de campo de marqués de Montcalm. Luego del tratado, cambió
su título de coronel por el de capitán de fragata, con el fin de
crear en las islas Malvinas un centro de colonización francesa.
Fundó, en 1764, la modesta colonia de Port-Louis. Al año
siguiente, hizo un viaje al Estrecho para traer madera de construcción y
cepas de árboles que necesitaba la colonia de Port-Louis. Pero, 1766, la
soberanía de la Malvinas fue imperiosamente reclamada por España,
y Bougainville fue encargado por Luis XVI del traspaso de la soberanía.
Esto dio ocasión a un nuevo viaje al Estrecho, en 1768, y allí,
antes de emprender su viaje alrededor del mundo, Bougainvile se puso en
contacto con los indios de Puerto Galant.
A
principios de 1765, Byron, el antiguo oficial de la flota Anson, ahora Comodoro,
se dirigía hacia las Indias Orientales con la fragata Dolphin y la
corbeta Tamar; pero el objetivo secreto de su viaje era la exploración
clandestina de los mares del Sur. El Amirantazgo planeaba apoderarse de las
Islas Malvinas. Los dos navíos ingleses se encontraron en el Estrecho de
Magallanes, al mismo tiempo que el Aigle de Bougainville. Al regreso de Byron
(1766), el Dolphin fue puesto inmediatamente bajo el mando del capitán
Wallis y volvió a tomar, en compañía del Swallow, la ruta
del Estrecho. Los relatos de Wallis y de Byron tienen interesantes descripciones
de la vida de los indígenas y de sus relaciones amistosas con la
tripulación.
Expediciones
científicas a Magallanes. Wallis y Carteret estaban todavía en el
Hemisferio Sur, cuando la Sociedad Real de Londres equipaba la expedición
del Endeavour, bajo el mando del capitán Cook para observar en Tahiti el
paso de Venus sobre el disco solar. Fue en el curso de este primer viaje, en
1769, cuando Cook descansó en los parajes del Cabo de Hornos. Un segundo
viaje, en 1774, esta vez con la Resolution y la Adventure, permitió a
Cook reconocer la zona entonces desconocida, en la cual se suponía la
existencia de un Continente Austral. Fue aquél uno de los viajes
más notables de todos los tiempos en él Cook visitó de
nuevo las islas más australes de Tierra del Fuego. En la relación
de sus dos primeros viajes, Cook nos ha dejado extensas descripciones sobre los
naturales de la región. Si bien los detalles de la vida material de los
seres humanos han sido bien captados, el juicio sobre este pueblo es sumario.
"su vida afectiva, escribe, se acerca más a la de los brutos que la de
cualquiera otra nación". Cook perpetuó, por su parte, la idea ya
emitida por Jacobo I´Hermide, sobre el canibalismo de los indios. Es de
notar que en todos estos relatos se recalca que los indios de los
Archipiélagos o del Estrecho perdieron el siglo XVIII la agresividad que
habían a menudo manifestado contra la tripulación de los buques.
Llegaron a se, a la vez, deferentes y más desconfiados.
Hacia
fines de 1785, con el fin de facilitar el tráfico comercial entre
España y sus colonias, la fragata española Santa María de
la Cabeza, bajo el mando de Antonio de Córdova, inició la primera
exploración minuciosa del Estrecho. Durante largos meses, los oficiales
de este barco estuvieron en relación con los alacalufes de Puerto Galant
y de Port-Famine. Estaban sorprendidos de "lo que después de dos meses y
medio de permanencia continuada con los indios, y a pesar de sus esfuerzos, no
pudieron recoger sino pocos datos" y que " otros viajeros pudiesen adquirir en
dos o tres días conocimientos definitivos sobre las costumbres, las
leyes, la religión y aun sobre el idioma de los indígenas".
A pesar de ser escasos, los datos
y las observaciones anotadas en la relación del viaje provienen de una
investigación minuciosa hecha con real objetividad sobre la vida de los
indígenas, sus vestimentas, sus canoas, sus habitantes, sus
procedimientos de caza y pesca, etc. Se tomaron algunas medidas
antropológicas. Se completó este precioso documento con el ensayo
sobre la vida psicológica de los diversos grupos humanos del extremo sur,
sus relaciones y sus conexiones recíprocas.
Como el gobierno español
hallara insuficientes los datos recogidos por la expedición de la Santa
María de la Cabeza, otra expedición científica fue confiada
a un marino italiano al servicio de España, Alejandro Malespina, que
debía de configurar las cartas del Estrecho de Le Maire y de la
región del Cabo de Hornos (1793).
Los trabajos hidrográficos
y geográficos más interesantes de esta época sobre los
archipiélagos situados entre las islas de Chiloé y el sur del
Golfo de Penas, son los de Moraleda y Montero. Los recorrió durante
cuatro años (1792-1796) con embarcaciones y remeros chilotes. Los
informes obtenidos sobre las poblaciones son los de un hombre que las ha
frecuentado, conocido y comprendido íntimamente. Trató a su vez de
descubrir, después de tantos otros, la misteriosa Ciudad de los
Césares.
Las expediciones
de los cazadores de focas y de los balleneros y las expediciones de
descubrimiento antártico recalaron en el Estrecho o en los
archipiélagos. Entre los diarios de a bordo que contienen algunas
indicaciones sobre la vida de los indígenas, hay que citar el de Weddell
(1823) y de J. Clark Ross (1842). En cuanto a las dos expediciones de Morell
(1823 y 1825), sus descripciones edénicas de los Archipiélagos del
Oeste pueden dejarnos escépticos sobre la veracidad de su relato, y aun
sobre la autenticidad de sus viajes.
De todos los trabajos que en esta
época llevaron al conocimiento geográfico de los
archipiélagos, los más importantes y los más completos son
incontestablemente los de los capitanes Parker king y Fitz Roy. La primera
expedición duró tres años (1826-1830). En 1831, en el curso
de su viaje alrededor del mundo, Fitz Roy, esta vez acompañado por
Darwin, volvió a Tierra del Fuego para traer de regreso a tres
jóvenes indios (2 alacalufes y un yagán), que había
llevado, muy contra su voluntad, en su primer viaje para educarlos en
Inglaterra.
A partir del momento
en que Chile ocupó los territorios de la Patagonia Occidental (1842), la
vida del estrecho adquirió un carácter propio y definitivo. Punta
Arenas, primero colonia penitenciaria, crece lentamente y se transforma en el
centro de la vida económica austral, cuyos territorios son valorizados.
Las expediciones hidrográficas, los estudios del inmenso litoral
magallánico y los reconocimientos que efectúa
periódicamente la marina chilena, hacen avanzar, sobre todo entre 1880 y
1914, el conocimiento de los archipiélagos. Los documentos humanos
recogidos a lo largo de estas expediciones son de valor desigual. A veces los
encuentros con indios son mencionados como simples sucesos episódicos;
otras veces las tripulaciones recogen observaciones más completas, hasta
vocabularios. Desgraciadamente, la huella de una nueva civilización en la
"tierra de los indios" coincide con la desaparición de éstos.
No obstante, las expediciones
científicas extranjeras conservan la libertad de entregarse a sus
investigaciones en aguas chilenas. Son especialmente numerosas en la segunda
mitas del siglo XIX. La mayor actividad científica recae entonces sobre
la Tierra del Fuego. Todas las naciones se encuentran allí representadas.
En 1855, es la expedición de Parker Snow; de 1866 a 1869, la corbeta
inglesa Nassau explora la parte occidental el Estrecho y los
archipiélagos del Oeste, al mismo tiempo que la corbeta italiana Magenta.
Los trabajos científicos ingleses fueron reiniciados en 1879 por el
Alert, que pasó ocho meses en el archipiélago Madre de Dios,
seguido en 1882 por la Sylvia. La marina italiana, por su parte, continuó
sus trabajos científicos, enviando tres misiones, la de Vittorio Pisani,
del Cristóforo Colombo y del Caracciolo. Hay que señalar
también la expedición alemana del Albatross en los
archipiélagos y la de la Romanche, en 1882, en el sur de la Tierra del
Fuego.
Se realizaron muchas
expediciones de menor envergadura que tenían por objeto los aspectos
variados de las ciencias naturales, la misión sueca de Nordenskjöld,
la misión del museo Carnegie, la expedición del á
Bélgica, las de Steffen, Furlong y Skottsberg, para no citar sino las
principales. Todos los problemas botánicos, geológicos,
zoológicos, paleontológicos son estudiados o abordados;
sólo el hombre de tierra del Fuego y de los archipiélagos tiene,
para la mayoría, un interés menor.