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Capítulo Cuarto

El tipo humano

1. Descripciones y medidas


Documentos históricos y prehistóricos. La primera pregunta que se formula en América del Sur al etnólogo que se ocupa de los Fueguinos es esta: ¿De dónde vinieron estos hombres? A menudo se considera que, a causa de su reducido número, de su modo de vida tan diferente al de las otras poblaciones amerindias y a su situación como el grupo humano más austral del mundo, los fueguinos deberían estar dotados de un origen especial. En el hecho, este privilegio de origen exclusivo no parece justificarse: los fueguinos tienen ciertamente afinidades con otros grupos sudamericanos. en chiloé, y probablemente en otros lugares también, se pueden hallar semejanzas muy marcadas con los yaganes y alacalufes, pero ninguna deducción de comunidad de origen podría formularse en el estado actual de nuestros conocimientos. Es evidente que muchos problemas antropológicos no podrán tener solución: las observaciones actuales llegan demasiado tarde y todo ensayo de generalización tropieza con límites infranqueables, si quiere mantener su objetividad.
Los documentos antropológicos proporcionados por la prehistoria postglacial son aún inexistentes. Las osamentas más antiguas recogidas durante la campaña arqueológica 1952-53 acusan a lo sumo uno o dos miles de años y no presentan rasgos diferentes a los de las poblaciones actuales. La morfología primitiva del grupo sigue siendo aún inaprensible[19] .
¿Podremos fijar con mayor exactitud la fecha del establecimiento humano en el extremo sur? Ciertamente esas mismas excavaciones arqueológicas han permitido comprobar que el hombre apareció en la falda oriental de la Cordillera, después de que la Patagonia fuera liberada de la última glaciación, es decir, hace 10 ó 12 mil años. La Patagonia oriental presentaba en esa época características geográficas muy diferentes de lo que so hoy: vastos lagos glaciales recubrían espacios hoy continental o reemplazado por conjuntos marinos internados en la precordillera, como los senos de Otway, Skyring y Última Esperanza. Las aguas, tanto lacustres como marinas, han sufrido variaciones de nivel. En las altas terrazas de estos antiguos lagos se encuentran las huellas más antiguas de la vida humana, y se halla, en las terrazas medianas y bajas, hasta llegar a las playas actuales, toda la sucesión de las culturas que se escalonan desde los comienzos del postglacial hasta los actuales nómades marinos. ¿Se trataba, durante esos 10 ó 12 milenios, de los mismos tipos humanos de nuestros días, es decir, de los antepasados directos de los antiguos fueguinos, tanto yaganes como alacalufes? Es bien difícil responder. durante el postglacial se han producido varias oscilaciones climáticas que han determinado avances y retrocesos del bosque y, en consecuencia, notables modificaciones en las condiciones de la vida humana en el extremo sur. El clima se ha modificado hasta una condición óptima para volver en seguida a condiciones más duras y actualmente, de toda evidencia, han evolucionado hacia un clima más seco. Las poblaciones que han ocupado el suelo de la Patagonia austral sudoriental han seguido las fluctuaciones del medio. Ellas fueron, sin duda, poblaciones de nómades, cazadores en las riberas de los antiguos lagos glaciales, y después, cuando estos lagos se comunicaron con el Estrecho, se alimentaron principalmente de la fauna marina. se ha podido establecer con cierta precisión la evolución de su cultura material, pero no ha podido exhumarse ningún documento antropológico.
Parece que los indios, en cuanto nómades marinos, poblaron los territorios de los Archipiélagos del Oeste en una época más reciente. Mientras toda la Patagonia sudoriental, desde Río Gallegos hasta el Estrecho, y más allá del Estrecho hasta la Tierra del Fuego oriental, y un poco más tarde una parte de los archipiélagos del extremo sur, se liberan progresivamente de los hielos, los archipiélagos occidentales estaban aún bloqueados bajo una espesa caparazón de hielo que desapareció verosímilmente en el momento del óptimum climático. se puede sustentar, como hipótesis de trabajo, por lo demás sujeta a revisión, que la población humana de los archipiélagos no fue posible si no en una fecha que no debe ser anterior al quinto milenio antes de nuestra era.
Parece dudoso que haya habido hombres en el extremo sur antes de la última fase glacial. Si no fuera así, habría que descubrir los lugares privilegiados en los cuales las huellas del hombre no hubieran sido arrastradas por la formidable extensión de los hielos que cubrieron en seguida la Patagonia austral, esos hielos cuyos restos son tan perfectamente legibles y nítidos, que permiten seguir todas las fases del retiro glacial.
Cualquiera que sea el problema de los orígenes, el tipo humano que tenemos que descubrir aquí es el actual. En un segundo plano, el tipo prehistórico tiene que ser descubierto todavía y el propio tipo histórico es aún mal conocido. Los documentos relativos al origen de los restos humanos que se conservan en los museos, y a la agrupación a la cual pertenecen, son imprecisos. Por lo demás, las sepulturas alacalufes son escasas, pues en la mayoría de los casos los cadáveres eran arrojados al mar. Las que subsisten están cubiertas por las turberas o escondidas bajo el denso bosque magallánico. Como ningún signo las delata, se necesita, en verdad, un concurso de circunstancias excepcionales para descubrirlas. Sólo son accesibles las sepulturas en grutas pero a menudo han recibido la visita de los loberos chilotes, que las destruyen sistemáticamente.
Si nos fundamos en los textos de los antiguos navegantes, el tipo humano histórico tampoco puede ser mejor determinado. Los pocos testigos de la vida de los indios desde comienzos del siglo XVI, no los describen sino de una manera vaga. Todos concuerdan en hallarles una estatura "mediana" o "pequeña", una vez olivácea; en calificarlos de "raquiticos", de "miserables", de cuerpos "mal proporcionados". Sólo Ladrillero y Drake se dieron cuenta de su musculatura poderosa y de su asombrosa fuerza física.
El tipo actual. Casi todos los alacalufes vivientes fueron examinados desde el punto de vista médico por el doctor Robin, quien tomó los datos antropométricos. desgraciadamente, esos datos, que se refieren a unas pocas decenas de individuos, no pueden tener valor estadístico. En consecuencia, los promedios obtenidos deberán corregirse con un cierto coeficiente de inexactitud.
El tipo alacalufe actual es bastante uniforme. Su talla es un carácter distintivo: en los hombres adultos, las tallas más comunes varían entre 1 metro 54 y 1 metro 58, siendo las medidas extremas 1 metro 63 y 1 metro
51. La estatura media de las mujeres adultas está comprendida entre 1 metro 44 y 1 metro 46. Sin embargo, son frecuentes las tallas de 1 metro 41 y los extremos son 1 metro 44 y 1 metro 47. Entre las medidas más antiguas efectuadas con cuidado, hay que citar las tomadas por el doctor Coppinger en 1879, en 8 hombres que encontró en el Canal Trinidad. Ellos tenían como talla extrema 4 pies 10 pulgadas -es decir, 1 metro 48- y 5 pies 3 pulgadas - es decir, 1 metro 60-, y el indio de mayor estatura encontrado en los mismos parajes en el curso de la expedición, medía 5 pis 3 pulgadas, o sea, 1 metro 63.
El rasgo más saliente de la constitución de los alacalufes es la robustez y la anchura del tronco. Además, una espesa capa de tejido adiposo subcutáneo y una musculatura muy fuerte contribuyen a dar esa impresión y a atenuar la estrechez de las ancas. En cuanto a los hombres, el diámetro biacromial, es decir, la amplitud de las hombres contaba entre los dos acromiones, o extremidad ósea de los omóplatos, se escalona con regularidad entre los dos valores extremos: 32.3 cms y 39.2 cms., con una frecuencia particular de los valores alrededor de 36 y 37 cms. La misma medida en las mujeres tiene por valores extremos 29.9 y 36 cms., con predominio de los valores que oscilan entre 33.5 y 34.5 cms.
El tronco macizo, sostenido por una fuerte armadura ósea de los hombres y del tórax, contrasta con las piernas gráciles y cortas, aunque bien musculosas. Esta desproporción no llega, como se dice a menudo, hasta la deformidad, que por lo demás, se explica por las largas estancias de inmovilidad en la canoa o en la choza. La relación entre la longitud del tronco y de los miembros inferiores es bastante estable en los hombres, con un valor mínimo de 52.3 y máximo de 54.7 y una frecuencia media de 53. este mismo índice se escalona en las mujeres, sin frecuencia notable, entre 51.2 y 56.3. La curva que resulta de este índice no representa sino un máximo ligeramente más elevado que los valores comprendidos entre 53.5 y 54.5, siendo 51.3 el valor mínimo registrado.
Lámina VII
16. Madre e hijo
Lámina VIII
17. El transporte del niño 18. Juegos infantiles 19. Niños desnudos en la nieve
Los brazos, largos, son notablemente musculosos, lo que proviene del manejo continuo del remo. Las manos cortas y anchas están deformadas por ese trabajo: la palma está apergaminada, cubierta de callosidades, de cicatrices y en las arrugas unas grietas siempre difíciles de curar a causa del frío y la humedad. Los dedos carecen de agilidad y tienen siempre alguna dificultad para juntarse. Los pies son cortos y anchos, con empeine elevado y saliente y talón protuberante. Los dedos de los pies están recurvados, son cortos y abiertos con un pulgar bien desprendido, que sirve a veces de órgano de aprehensión. La bóveda plantar está aplanada, lo que da a los indios la marcha que los caracteriza. Como los pies están siempre desnudos, su epidermis es extremadamente gruesa, resistente y surcada de tajos. Las articulaciones tienen una gran soltura, que permite al pie amoldarse a superficies irregulares o fuertemente abombadas. La articulación es bastante móvil como para permitir al indio encuclillarse, con la planta del pie reposando de plano sobre el suelo, así como para darle una gran agilidad en el escalamiento de farellones escarpados.
Salvo raras excepciones, la adiposidad localizada es inexistente entre los hombres, pero, en condiciones de vida normal, la adiposidad general es fuerte y a veces aun excesiva. Aun cuando los rasgos faciales reflejan una cierta delgadez, el abdomen, el pecho y la espalda están abundantemente provistos de tejido adiposo subcutáneo: el rodete periumbilical puede permitir ampliamente un pliegue de 10 cms. en cuanto a las mujeres, una vez adultas, adquieren un aspecto pesado y sin gracia, que no hace sino acentuarse con la edad y conducir a una esteatopigia moderada. En las asentaderas, en el vientre, en las rodillas, en los muslos, en las caderas, presentan enormes panículos adiposos. Los niños, igualmente, a pesar del estado de semi miseria fisiológica de la mayoría, están sujetos a una adiposidad pronunciada que conservan al crecer. Su abdomen es hinchado y sus músculos se relajan, se comprueba a menudo un ensanchamiento en la base inferior del tórax. Hacia los 9 ó 10años, el abdomen llega a ser más amplio y suelto.
La tez del rostro de los indios alacalufes es de un amarillo pardo más o menos oscura. Las variaciones individuales son numerosas y la gama de pigmentación muy extensa, desde los tonos fuertemente atezados hasta el pardo liso y llano. El resto de la piel es levemente más claro. Todos tienen la frente estrecha, los pómulos muy pronunciados y el maxilar inferior forma un rodete saliente bajo la piel. La línea dorsal de la nariz es a menudo cóncava, la punta redondeada, ligeramente respingada y gruesa. La raíz nasal forma una depresión profunda, las aletas son anchas y elevadas obre el plano horizontal. La boca es grande y los labios, voluminosos, crasos y remangados. Los ojos son café oscuro. Su coloración no presenta mayores diferencias individuales. Con frecuencia entre los adultos es poco pronunciada la oblicuidad de los ojos.
Casi todos los niños, en grados diversos, presentan el pliegue mongólico acompañado de una sensible hinchazón de los parpados. Este carácter se atenúa con la edad y entre los adultos no se lo comprueba sino en muy pocos casos. En muchos hombres y mujeres, el borde de los párpados está marcado por una inflamación purulenta que forma una franja sanguinosa. El hecho es citado muchas veces en los relatos de los navegantes de los siglos pasados y esta enfermedad generalizada parece ser consecuencia de las largas estadas en las cabañas llenas de humo. Los trastornos de la visión no parecen ser muy numeroso. en la mayoría de los alacalufes jóvenes, a menos que se trate de lesiones accidentales, la visión es normal y los reflejos a la luz son vivos. En un niño de 8 años, el reflejo pupilar era perezoso y sus dos pupilas eran de dimensiones desiguales. Todos los trastornos de la visión comprobadas son particulares a los viejos, es decir, a los hombres y mujeres de cincuenta años y más, a los cuales es preciso agregar un caso de senilidad precoz en un hombre de menos de 30 años. Entre todos los alacalufes de edad, sin excepción alguna, se notan reflejos perezosos, una acuidad visual atenuada o reducida y en tres casos, ceguera completa. El arco senil, esa zona blanca circular que rodea la córnea de los ancianos, es muy marcado. El cristalino llega a ser más o menos opaco, en un lado o en los dos. En muchos casos, entre viejos y jóvenes, descubrimos nubes de la córnea, desigualdades en el contorno pupilar, pupilas asimétricas, a veces ovaladas. Una mujer presentaba un orificio pupilar en vías de desaparición. Otra mujer, fallecida a consecuencia de un ictus hemipleéjico, estaba afectada de una desintegración purulenta del globo ocular. Otra, que además, presentaba lesiones cutáneas y óseas debidas a un accidente sifilítico, tenía los dos ojos atacados por una oftalmía purulenta que término del mismo modo.
Es interesante mencionar algunas cualidades físicas que forman parte de la personalidad y son, a la vez, datos antropológicos. Los alacalufes no padecen de vértigo. Al lado del Puerto de edén hay dos pilotes metálicos de unos cuarenta metros de altura, que sostienen a las antenas de radio, terminando en una pequeña plataforma con claraboya, que avanza bastante hacia el vacío. Cuando divisan el humo de un buque, en el canal Messier, a seis millas de su campamento, todos los hombres y los niños se instalan en racimos sobre las plataformas, para comentar el acontecimiento. Esta misma seguridad de sus gestos se observa, igualmente, cuando escalan acantilados a pico sobre el mar, y a veces verticales, para buscar nidos de cormoranes. Otro de sus caracteres físicos es su resistencia al frío, particularmente al agua helada. Aun en pleno invierno, cualquiera que sea la temperatura, los enfermos rompen el hielo para bañarse. Las mujeres en la pesca hacen lo mismo. Por el contrario, hombres o mujeres no son buenos nadadores, por lo menos en cuanto al estilo de natación, pero su resistencia es buena, mejor entre las mujeres que entre los hombres. A éstos no les gusta sumergirse y no lo hacen sino en caso de necesidad absoluta, por ejemplo para ir a buscar a una foca que ha muerto a algunos metros de profundidad. Las mujeres, en cambio, bucean con facilidad y permanecen bajo el agua el tiempo necesario para llenar un canasto de mariscos, a veces a una profundidad de 8 metros.
A pesar de la pequeñez de su talla, el indio alacalufe posee un equilibrio de formas que hace de él un hermoso tipo humano, dotado de una musculatura superior a la normal, ágil y resistente. El cuerpo femenino es más des armónico; sus formas se engruesan después de la primera maternidad, pero su fuerza física y su resistencia son igualmente desarrolladas. Tanto entre los hombres como entre las mujeres, el envejecimiento es rápido y las fuerzas declinan de una manera brutal.
El cráneo y la dentición. Como las demás observaciones, el estudio de los diámetros craneanos no se ha referido sino a algunas decenas de individuos. Por ello es imposible llegar a conclusiones estadísticas definitivas. Sin embargo, para no proporcionar en el marco de este estudio los datos individuales, hemos establecido algunos promedios, que mencionaremos aquí a título de indicación.
Los valores del índice cefálico[20] oscilan entre varias unidades, según se trate de hombres adultos, los valores más frecuentes giran en torno de 76, pero hay una notable proporción de valores comprendidos entre 76 y 79, con una proporción débil, pero no desdeñable, de braquicéfalos. Si se comparan estas medidas, tomadas en vivo, con las que son suministradas por los cráneos supuestamente alacalufes, bastante numerosos en los museos de Santiago, se encuentra en los dos sexos una marcada tendencia a la mesocefalia. Ningún índice supera 81 y la proporción de dolicocéfalos llega a un tercio de los casos. Más todos estos últimos datos podrían estar falseados en la base. en efecto, todos los cráneos recogidos en diversos sitios de los archipiélagos y de la Tierra del Fuego contienen indicaciones insuficientes o poco claras, relativas al grupo al cual pertenecen. La mayoría de estos cráneos proviene de la antigua misión de la isla Dawson, donde enterraban entremezclados a onas y alacalufes y aun después a algunos blancos. El valor antropológico de estos documentos está, pues, sujeto a caución y es preferible no hacer el estudio de estos cráneos sino cuando su identidad sea conocida en forma precisa. si nos atenemos a esta exigencia, se pueden extraer de los documentos esteológicos las siguientes características comunes:
Un pequeño número de denticiones son sanas y normales, marcadas a veces por una abrasión considerable y caries aisladas. En gran número de casos, las caries forman un verdadero galón y afectan a todos los dientes. Se observa, además, un gran número de mal posiciones de los incisivos y los caninos -las mal posiciones de los molares son menos frecuentes-, dientes distróficos, raquíticos o multi tuberculados, dientes manifiestamente más voluminosos que sus homólogos, la midrodoncia de los incisivos inferiores, caninos situados entre dos premolares y premolares muy reducidos. En numerosos casos, los incisivos superiores están ahuecados y ensanchados en forma de pala. El último molar tiene una erupción tardía, y a veces falta totalmente
o aparece sólo en la mandíbula. En cuanto a los niños, no están exentos de cabalgamientos o mal posiciones de sus dientes de leche y en algunos casos faltan uno o varios incisivos. El desgaste de la primera dentición es del mismo tipo que el desgaste de la segunda.
La pilosidad. La distribución de la pilosidad entre los alacalufes es notable, sobre todo por el contraste entre la cabellera y el resto de la cara y el cuerpo. sus cabellos son abundantes, espesos y lisos, de sección circular, sin ninguna tendencia a rizarse. Su color es un negro más o menos intenso, con un reflejo castaño más claro que suele presentarse en las mujeres. La línea de implantación de los cabellos comienza muy abajo sobre la frente y en las sienes se une a las cejas, lo que da a los indios una frente particularmente baja, estrecha, completamente enmarcada de pelo. La calvicie no parece existir nunca y la canicie, siempre parcial, no aparece sino en ciertos casos, únicamente entre los ancianos varones, en quienes una débil fracción de los cabellos se pone blanca, pero conservando su tiesura. En los hombres, la barba es escasa, desparramada y localizada en los extremos del labio superior, en la parte media del labio inferior, en el mentón y a veces en las sienes. los alacalufes se pasan depilándose el rostro. He aquí por qué parecen completamente lampiños. Usan, actualmente, el pelo corto, aun las mujeres, que se lo cortan imitando a la moda europea. Sólo después de largos viajes unos y otras llevan, como en otro tiempo, la cabellera larga y caída.
En cuanto al resto del sistema piloso masculino, su estilo se hizo utilizando una escala de referencia conforme a la pilosidad media de los indios, que es muy débil. Entre los hombres, la pilosidad de las axilas es muy discreta, pero los individuos completamente desprovistos de ella, son una excepción. La pilosidad pubiana es más abundante, aunque es poco densa y tiene una extensión uniforme en todos los adultos: los pelos pubianos se prolongan hacia arriba en una línea fina. En el resto del cuerpo, en proporcione que varían según los individuos, se nota una pilosidad muy reducida, localizada en los antebrazos, en la faz antero-externa de las piernas, y a veces en la región lumbar y del sacro. En todos los casos, lapilosidad de un alacalufe calificada de abundante correspondería, bajo otras normas, a un individuo de pilosidad muy escasa.
En las mujeres, la diposidad corporal es prácticamente inexistente. Salvo dos excepciones, en las cuales un vello ligero se prolonga en la región del cuello y de la espalda, a lo largo de la columna vertebral, las mujeres no tienen en el cuerpo otros pelos que los muy escasos de la región pubiana. En esta parte del cuerpo, un tercio de las mujeres son enteramente lampiñas. La pilosidad de las axilas, aun insignificante, es la excepción (sólo un quinto de los casos examinados). La cara no tiene nunca pelos, salvo, a veces, un vello muy sutil en la comisura de los labios. Sólo dos mujeres tienen escasa patillas vellosas que llegan hasta el lóbulo de la oreja y un ligero vello repartido sobre el rostro.
La pigmentación. Acaso más significativas que la pilosidad como carácter racial son las manchas pigmentarias que se advierten entre los alacalufes. Hay que señalar, a este respecto, primero las amplias superficies de piel muy fuertemente pigmentadas, indiferentemente en los dos sexos, y que, al ser más oscuras, forman un nítido contraste de color con el resto de la pie. Estas manchas pigmentadas, indiferentemente en los dos sexos, y que, al ser más oscuras, forman un nítido contraste de color con el resto de la piel. Estas manchas pigmentadas, bastante extensas, afectan, de preferencia, las regiones lumbar, vulva, escrotal, peniana, la parte interior del brazo, y a veces aun el rostro. En este último caso, son muy pequeñas, semejantes a afélides. Otro género de manchas pigmentadas, lenticulares o puntiformes, de color pizarra, afecta en los dos sexos a la cara interna de las mejillas (habitualmente a la altura de los molares), la cara interna de los labios o aun su borde descubierto, el paladar y a veces la campanilla. Los niños muy jóvenes, y sólo dos o tres adultos, están exentos de ellas. entre los adultos, la intensidad de color y la densidad de estas manchas pigmentarias bucales parece aumentar con la edad.
Otra especie de pigmentación, la de la esclerótica, afecta a la mayoría de los individuos adultos, hombres y mujeres, bajo forma de rayas parduscas, más o menos difusas, pero acentuadas, que llegan a veces a formar un velo café uniforme, que puede extenderse hasta el iris. A veces también estas rayas son reemplazadas por manchas de contornos precisos, igualmente pardas. Como la pigmentación bucal, la pigmentación ocular es a menudo bilateral, pero no simétrica. Aún los niños la presentan en gran proporción.
En los recién nacidos se nota la mancha pigmentaria congénita en la región sacro-lumbar. Ella tiene color azul pizarra, más nítido siempre al nivel del surco inguinal. La cloración de esta mancha se atenúa con la edad. Niños de 30 meses la tenían tan visible como a su nacimiento. A los 5 años, esta mancha era perfectamente reconocible, pero no fue nunca comprobada en niños de más edad. Como se produjeron pocos nacimientos en el curso de nuestra misión, no es posible determinar si todos los alacalufes nacen con la mancha mongólica así localizada, pero todos los niños muy jóvenes la tenían, dispuesta de la misma manera.
Los grupos sanguíneos. Una de las características antropológicas más interesantes que presentan los alacalufes es su pertenencia global al grupo sanguíneo O. Desgraciadamente, los estudios sobre la repartición de los grupos sanguíneos entre los diferentes grupos del extremo sur no son suficientemente sistemáticos. No obstante, parece que el grupo O sea la característica predominante de estos grupos. La proporción de 100% en el grupo es la prueba de una homogeneidad, de una estabilidad bastante rara en una población humana. No se puede, sin embargo, hablar de la exclusión sistemática de todo elemento extraño. En el pasado, los alacalufes se mezclaron con los otros grupos fueguinos, y, actualmente, continúan mezclándose con los chilotes que frecuentan los archipiélagos. Se puede así pensar que la distribución de los grupos sanguíneos en las poblaciones del extremo sur, incluso las de los elementos autóctonos de Chiloé, está marcada por un fuerte predominio del grupo O.
Prácticamente, ninguna infiltración blanca se ha producido entre las poblaciones chilotas, ni entre los alacalufes, al contrario de lo que sucedió entre los onas, tehuelches y yaganes. La población chilota, por razones sociales, desde la colonización de la Patagonia y la Tierra del Fuego, ha sido mantenida al margen de la población blanca. Por eso conserva cierta homogeneidad y una cierta pureza de sus rasgos raciales. Por el contrario, en el extremo sur, los colonos blancos han dejado numerosa descendencia en las poblaciones indias de la Tierra del Fuego, entre las cuales vivían de manera más o menos estable. Por eso se encuentra onas y yaganes actuales una fuerte proporción de grupos no O. Las últimas determinaciones de grupos sanguíneos de un cierto número de fueguinos, onas y yaganes tuvieron lugar a comienzos de 1946. En lo que concierne a los 20 onas examinados, puros y mestizos, el predominio del grupo O es evidente (14casos). En este grupo, no había más que 5 individuos de ascendencia ona pura y los 5 pertenecían al grupo O. Los otros tenían, en el mayor número de casos, una madre ona- que a veces era también mestiza- y un padre de raza blanca. De los 40 yaganes examinados, puros y mestizos, 31 pertenecían al grupo O. Lo mismo que entre los onas, los individuos de ascendencia yagana pura, es decir, 20, pertenecían al grupo O[21] . En 1930, Rahm había efectuado las primeras identificaciones serológicas entre los yaganes. En 33 individuos examinados por él, halló 30 casos de pertenencia al grupo B y solamente 3 al grupo O. Durante cierto número de años, su opinión fue retenida y se vio en este hecho un caso curioso de mutación serológica en una población enclavada en medio de grupos humanos, cuya pertenencia dominante al grupo o no ofrecía la menor duda. El error de Rahm es manifiesto y, sin duda, se explica por un descuido en la dosificación de los sueros.
Las infiltraciones blancas fueron mínimas entre los alacalufes, cuyo territorio se encuentra aún sustraído del imperio de la colonización. Sus grupos sanguíneos han sido determinados mediante sueros suministrados por el Instituto Pasteur, de Paris y luego por el Hospital San Vicente, de Santiago, y, por último, fabricados en Edén, a partir de la sangre de tres sujetos pertenecientes a los grupos A, B y O. Cualquiera que fuese en suero empleado, no se practicó ningún examen sin previo control. Todos los alacalufes puros, sin excepción, pertenecen al grupo O. Sólo una mujer de tres años, nacida de una madre alacalufe (grupo O) y de su padre de raza blanca, pertenece al grupo A, así como sus dos hijos actualmente vivos, un nuño de 8 años y una niña de dos meses, cuyos padres respectivos son del grupo O.
¿ En qué medidas la presencia exclusiva del grupo O en una población puede servir para determinar su origen y su antigüedad? Los datos serológicos recogidos sobre los amerindios son aún demasiado dispersos y no pueden fundar una respuesta a este problema capital de la antropología sudamericana.

2. Observaciones médicas


Los exámenes no han revelado entre los alacalufes ningún trastorno funcional del sistema digestivo. Entre los adultos, el abdomen es suelto; entre las mujeres que han tenido hijos, está vetado de venas. En todos los casos observados, tanto en los adultos como en los niños, raras veces el hígado es normal, salvo en un quinto, más o menos, de las mujeres, y un tercio de los hombres. En los otros casos, el hígado está hipertrofiado y se desborda a menudo de algunos dedos por debajo de las costillas falsas. Es, a menudo, doloroso a la presión de su consistencia es dura e irregular. La hipertrofia del bazo no se encuentra sino en los niños. Los niños de los dos sexos, salvo algunos casos aislados, presentan las mismas anomalías que los adultos, tal vez más acentuadas.
Las deficiencias del sistema ganglionar de los adultos aparecen más o menos en un quinto de los casos, en estado agudo de adenopatía importante, localizada, en los casos examinados, en los ganglios inguinales, axilares y servicales. En otros casos existen cicatrices numerosas de fístulas antiguas. La casi totalidad de los alacalufes, hombres o mujeres, estaban afectados en el momento del examen de microadenopatía, generalizada
o circunscrita a ciertos territorios.
El examen del aparato circulatorio de los alacalufes adultos muestra dos cosas: la posición de la punta del corazón está en el quinto espacio fuera de la línea mamelonal más o menos en 3/4de los casos. En algunos casos esporádicos, se halla en el cuarto espacio y en los demás en el sexto, a excepción de un caso, en que estaba situada en el séptimo espacio. La auscultación revela una gran proposición de trastornos orgánicos, en más de una mita dad de los casos: soplos diastólicos y sistólicos anormales diversamente localizados, posibilidad de insuficiencia aórtica y de estrechamiento mitral en algunos casos. Los mismos trastornos se observan, y en las mismas proporciones, entre los niños.
La medida del ritmo cardíaco no presenta, sin duda, sino un interés mínimo cuando se trata de niños. En efecto, entre éstos, las medidas provocan a veces una aceleración de origen emotivo, y algunos de ellos se hallaban en estado febril. Entre niños cuya edad varía entre 7 y 12 años, las pulsaciones son de 57 a 90 por minuto. Entre las niñas de la misma edad, el ritmo es mucho más rápido, de 77 a 105. En los hombres, el ritmo cardíaco es extremadamente lento: en la mitad de los casos, es inferior a 60 pulsaciones por minuto (de 40 a 58), y en la otra mitad, está comprendido entre 60 y 70 (con excepción de 3 casos, en los cuales era superior a 70). Entre las mujeres, más de la mitad tiene un ritmo que va de 70 a 92 pulsaciones, y la otra mitad de 55 y 68.
La tensión arterial máxima en más de la mitad de los casos está comprendida en los adultos entre 11 y
12.5 - en un cuarto de los casos, está comprendida entre 13 y 13.5 y en el otro cuarto, entre 14 y 14.5. Las cifras que indican la tensión femenina son muy diversas: un poco más de los 2/5 de los casos están comprendidos entre 9.5 y 11.5, un poco menos de 2/5 entre 12 y 12.5 y 1/5 entre 13 y 16, que es el valor máximo, registrado en una anciana de 60 años, afectada de osteomielitis gomosa sifilítica. En los niños de ambos sexos, la tensión máxima se escalona de 7.5 a 10.5 .
El aparato pleuropulmonar de los alacalufes no ha revelado al examen sino un funcionamiento perfectamente normal en la casi totalidad de los casos. Los signos anormales constatados, tales como silbos, estertores bronquiales, murmullos vesiculares no indicaban sino indisposiciones pasajeras sin mayor gravedad, a las cuales los alacalufes están sujetos en todo tiempo: traqueitis, bronquitis crónicas más o menos difusas. Periódicamente, sobre todo durante el invierno, estallan epidemias de particular virulencia que afectan severamente a todo el campamento. A los primeros signos de fatiga, los indios se niegan a alimentarse, a ir a buscar leña y descuidan a los niños: todos se ponen o son puestos en un estado de debilidad fisiológica y depresión moral. Amontonados en sus cabañas heladas, son víctimas de un contagio cierto y rápido. Cada una de sus epidemias se salda con la muerte por neumonía de algunos de ellos.
En cuanto al estado actual de la tuberculosis pulmonar entre los alacalufes de Edén, sobre 25 hombres adultos examinados, sólo 8 tuvieron una reacción positiva de la tuberculina (7 reacciones normales y 1 reacción débil), y sobre 28 mujeres, hubo 5 cuti-reacciones positivas (4 normales y 1 débil). Todas las cuti-reacciones sobre niños fueron negativas. Sólo tuvieron 1 reacción positiva los indios que habían vivido o vivían de una manera habitual con los loberos chilotes y con blancos. Un sólo indio, de más o menos 28 años, sufría de una desviación de la columna vertebral al nivel de la primera vértebra lumbar, desviación que era ciertamente de origen tuberculoso.
Con sólo una excepción, se nota en todos los alacalufes un esqueleto normalmente constituido, y aun en numerosos casos una armazón poderosa. Sólo algunos niños tienen una constitución más bien grácil en un ligero ensanchamiento en la base del tórax, que no es, sin duda, una secuela de raquitismo. Un niño de 8 años esta dotado de un esqueleto anormalmente robusto, con huesos macizos y anchos. Con su cara lunar y una adiposidad de tipo femenino, es de tipo hipotiroídeo. Más, bajo el examen, la impresión general que dan los alacalufes es bastante satisfactoria desde el punto de vista de su constitución ósea. La encilladura lumbar que presenta un cierto número de ellos, aunque bastante pronunciada, no parece tener mucha importancia. Las mujeres son en general el tipo hipotiroídeo e hipo-ovárico. Entre mujeres y hombres los músculos y ligamentos abdominales son poco resistentes.
Los casos de hernia no son raros. Esta debilidad de la pared abdominal parece ser un rasgo, común no sólo a los alacalufes, sino también a los chilotes. Ha podido observársela durante intervenciones quiréugicas a las cuales son sometidos los conscriptos de Chiloé, que por lo demás, presentan una delgadez anormal del peritoneo[22] .
En todos los alacalufes, se notan, además de una multitud de llagas activas debidas a cortaduras y piodermitis, numerosas cicatrices debidas a enfermedades o a antiguos accidentes. Entre las primeras, las más frecuentes son huellas de piodermitis generalizadas, principalmente en el tórax, en la región lumbar e inguinal, en las piernas; huellas de impétigo del cuerpo cabelludo y de la cara en los niños y en dos mujeres jóvenes y un joven, cicatrices de adenopatía bacilar tuberculosa que han provocado un adelgazamiento de la piel, formando un importante bloque fibroso subyacente. En tres mujeres, se comprueban cicatrices de abscesos al pecho. Las otras cicatrices son las de llagas banales, de cortaduras, especialmente en las piernas, de lesiones producidas por el rascarse debido a la sarna y a los piojos, de las múltiples incisiones curativas localizadas en lo alto del tórax y el cuello. Se pueden notar algunas cicatrices más importantes de heridas graves entre los hombres, provocadas por arreglos de cuentas; entre otras, una vasta cicatriz abdominal y otras dos en el omóplato. Una mujer y un niño han sido víctimas de graves cortaduras hechas con vidrios de botellas depositados en la playa y con un hacha. En el primer caso, hubo sección de los ligamentos del pie, y de la mano en el segundo, provocando en uno y otro ina lesión funcional. Existe igualmente un buen número de cicatrices de mordeduras graves de nutrias o de perros, que llegan hasta el seccionamiento de las últimas falanges. Quemaduras enormes han provocado cicatrices en la espalda, los miembros y el tórax. Estas quemaduras se han producido por caídas en el fuego de la choza durante escenas de ebriedad o en estados de náusea producidos por intoxicación aguda de tabaco. Estas llagas, que se notan sobre todo en las mujeres, pueden tener una superficie de tres palmos y aun más. Su supuración fue largo tiempo combatida por lavados y aplicaciones húmedas de corteza de canelo. La cicatrización debió ser muy lenta y formó después un engrosamiento vetado de la piel que se ve más o menos adherente y modificada. Una mujer murió a consecuencia de sus quemaduras. En cuanto a las quemaduras menores, han sido ocasionadas por accidentes más normales. Se observó un solo caso de fractura de miembros: una antigua fractura de cuello del fémur, que data de una decena de años, en un hombre de 30 años. La inmovilización debió de ser larga y los cuidados, nulos. Actualmente el miembro está en ligera rotación externa, con acortamiento y atrofia muscular del muslo. La articulación de la cadera conserva, sin embargo, toda su movilidad.
Los exámenes del aparato génito-urinario permiten comprobar en un gran número de indios accidentes sifilíticos antiguos o actuales y sus consecuencias, así como casos evidentes y numerosos de blenorragia aguda: 4 casos entre hombres jóvenes y por lo menos otros tantos entre mujeres. 2 niñas pequeñas de 5 y 8 años estaban afectadas de leucorrea gonocócica, adquirida probablemente por el contacto con objetos infectados, frazadas o vestidos. casi todas las mujeres examinadas estaban afectadas de leucorrea abundante. Un solo caso de fibroma, del grosor de una naranja, se comprobó en una mujer de unos 40 años. Hay que señalar igualmente el estado de desfloración en niñas de 10 a 11 años.
La opinión pública hace corrientemente responsables de la desaparición de la población fueguina a la tuberculosis pulmonar, cuyo desarrollo habría sido favorecido "por el abuso del tabaco y del alcohol", y el sarampión, que habría hecho estragos en las misiones de Ushuaia y de Dawson. La explicación tendría valor si los casos de tuberculosis hubieran sido registrados por una autoridad médica, previo examen de indios enfermos en el marco habitual de su vida. Pero se evita con celo particular hablar de la sífilis como agente de desaparición de los fueguinos, y en particular de los alacalufes. Como no podemos contar con las observaciones anteriores, nos atendremos a las efectuadas por el doctor Robin o a las hechas bajo su control inmediato, durante los años 1946 a 1948.El doctor Robin ha diagnosticado y cuidado un cierto número de casos de sífilis en todos los estados de la evolución de la enfermedad, tanto entre los alacalufes de Edén como entre los loberos acampados en un islote de la bahía o que se detenían allí para someterse a los cuidados del médico. Se conoce perfectamente la red de relaciones sexuales entre loberos e indias y entre los mismos indios y, aunque no hubiera sino un caso evidente y comprobado de lesiones sifilíticas contagiosas, se podría decir de seguro que la enfermedad se ha abierto camino a través de la población nómade de los archipiélagos.
Entre los indios, la sífilis adopta indiferentemente las formas nerviosas, cardíacas o cutáneas. se ha observado un gran número de accidentes sifilíticos en estado de cicatrices o de actividad: chancros, roseolas, placas mucosas, ulceraciones cutáneas, manifestaciones de los caracteres de heredo-sífilis en los recién nacidos, trastornos nerviosos y tabes en los ancianos, y en sujetos en toda la fuerza de la edad y aparentemente resistentes, ictus hemipléjico que produce rápidamente la muerte.
Las cicatrices de accidentes sifilíticos primarios son visibles en cuatro casos, se comprobó un chancro activo primario, así como un acso de accidente secundario, bajo la forma de placas mucosas vulvares extendidas en capa, y un accidente terciario bajo forma de tumores múltiples. En este último caso, la enferma, de más o menos 60 años, presentaba en la pierna izquierda lesiones cutáneas y óseas muy extensas, que recordaban el aspecto de una osteomielitis gomosa, asociada a gomas hipodérmicas. La piel era tenue y reluciente, muy intensamente pigmentada y perforada con pequeños cráteres indoloros, que dan salida a un líquido serogelatinoso. La tibia y el peroné habían engrosado considerablemente. La articulación tibio-tarsiana tenía movimientos limitados y el pie no podía apoyarse sino sobre su cara externa. Lesiones análogas, pero cicatrizadas y menos extensas, se notaban en la otra pierna. Las articulaciones de los miembros anteriores estaban igualmente afectadas: una masa fibrosa ovoidal, muy gruesa, estaba localizada al nivel de la cabeza radial y el antebrazo estaba fijo en semipronación. Después de algunas semanas de tratamiento, las gomas cicatrizaron, pero un año después se declaró una oftalmía purulenta y desapareció un ojo. El otro estaba ya perdido a consecuencia de una lesión traumática antigua. La mujer murió algunos meses más tarde.
Se ha podido comprobar en dos recién nacidos caracteres evidentes de heredo-sífilis que, a pesar de los cuidados, produjeron la muerte al cabo de algunos meses. Otros accidentes, comprobados en un cuarto de la población, por lo menos, deben ser atribuidos a la sífilis hereditaria: atrofia testicular, lesiones cutáneas, ceguera, trastornos nerviosos. se puede atribuir igualmente a la sífilis y a la herdo-sífilis un cierto número de trastornos múltiples y frecuentes observados entre 1946 y 1948: dolores de cabeza y dolores vagos, especialmente de la cintura; adenopatías aparentemente tuberculosas, pero en el hecho sifilíticas, trastornos cardiovasculares, dolores articulares agudos sin síntomas de reumatismo.
En la mayoría de los alacalufes, los reflejos siguientes, que han sido controlados, son normales: pupilar, rotuliano y aquiliano, estiloradial y olecraneano, cutáneo plantar y cutáneo abdominal. Pero puede suceder que en un individuo cualquiera, que parecía normal, el reflejo rotuliano, por ejemplo, llegue a ser policinético o perezoso, que el reflejo pupilar se debilite o que el cutáneo plantar provoque la extensión. Algunos meses después se produce un ictus hemipléjico súbito, seguido de muerte en uno o dos días. Una mujer de más o menos 60 años presentaba un año antes de su muerte trastornos nerviosos graves señalados por la abolición de un cierto número de reflejos, por una marcha atáxica articular que no permitía sino el desplazamiento en cuatro pies. Un hombre de menos de treinta años, pero que parecía de 50, sufría de ciertos trastornos urinarios concomitantes a la abolición del reflejo cutáneo-abdominal: un año después, moría en tres días de un ictus hemipléjico. Es altamente probable que de los 33 decesos que sobrevinieron entre 1948 y 1953, hubiera otros casos análogos. Y finalmente es bien probable que la mortalidad infantil elevada, la muerte de muchachos y muchachas, la desaparición de adultos jóvenes, la esterilidad de muchos otros tengan igualmente un origen sifilítico. A una gran robustez constitucional se asocia ahora, entre los alacalufes, una fragilidad adquirida, que les será probablemente fatal.


[19] Cf. Préhistoire de Pagonie, por J. EMPERAIRE y A. LAMING (en preparación).
[20] Recordemos que el ïndice cefálico es la relación entre la anchura y la longitud máxima del craneo multiplicada por 100. Se llama dolicocéfalos a los individuos que tienen un índice inferior a 76, mesocéfalos a los que tienen un índice comprendido entre 76 y 81, y braquicéfalos si este índice supera 81.
[21] Ver: Prof. LIPSCHUTS, MOSTNY y Dr. ROBIN: The Bearing of technic and genetic conditions on the blood groups of the there fuegian tribes; Am. J. Phys., Anthrop. N. S. V. 4, Nº 3, sept. 1946.
[22] Comunicación personal del Dr. Retamal médico militar en Punta Arenas.